Por Hernán Andrés Kruse.-

A comienzos de los ochenta el más descollante constitucionalista que dio nuestro país, Germán Bidart Campos, publicó un libro con un título por demás sugestivo: “La re-creación del liberalismo”. En sus primeras páginas explica las razones que lo llevaron a titularlo de esa manera.

Escribió Bidart Campos: “Confesamos que el título de este libro, a la inversa de lo que nos suele acontecer generalmente, sólo surgió después de estar escrito en buena parte” (…) “Pero resultó que al ir abordando cada sub-tema o parte del tema común, fuimos como llevados de la mano a una tenaz reivindicación de las formas políticas democráticas, de la persona humana, de sus derechos, de la libertad, de la promoción de los sectores que no tienen acceso al goce de aquellos derechos y de esa libertad. Y fuimos retornando a una vieja idea ya trasplantada a anteriores elaboraciones: la de que es en la vida real, en las vigencias de una sociedad, donde tiene que realizarse todo lo que ambicionamos para el hombre, y no la de que es un orden normativo el que, declarando principios, dará satisfacción por sí solo a nuestras pretensiones. ¿Y cómo surgió el título por inducción y generalización de los diversos temas tratados? Poco a poco nos convencimos que esa presión intelectual que nos hizo razonar sobre la imperiosa urgencia de establecer sociedades libres que den satisfacción concreta al desarrollo pleno e integral de todos los hombres que las componen, era una presión intelectual de la idea y la valoración de la libertad. Y pensamos: ¿qué es esta libertad? ¿Qué exige?” (…) “¿Qué doctrina y qué organización le dan cabida? La respuesta nos vino casi sola: ¡el liberalismo!”

“De inmediato retrocedimos a otra vieja idea: pero… ¡si el liberalismo está en crisis!; ¡si nosotros mismos hemos criticado muchos de sus presupuestos ideológicos!” (…) “Entonces, si nos creemos “un liberal” por una parte, pero no es el “viejo” liberalismo el que nos hace ser “un liberal” por la otra, debe existir, al menos en nuestro razonamiento, algo que explique esa aparente contradicción: “Soy liberal, pero no de “aquel” liberalismo que critico”. Entonces, ¿hay otro?, ¿puede haber otro?” (…) “Y como si la luz nos diera de frente en la mente, quedamos convencidos que lo viejo y fofo de “aquel” liberalismo, acaso nuestras discrepancias doctrinarias con muchos de sus postulados, no hacían a lo esencial. Hoy, puede haber un liberalismo actual, vivo, rejuvenecido, práctico, sin ataduras perpetuas a muchas de sus modalidades primitivas, que es capaz de complacernos” (…) “Pero, ¿es que hay un liberalismo para cada cual, también “uno para mí”? ¿O es que más bien puede haber, hay, y debe haber “uno” para cada sociedad, para cada tiempo histórico?” (…) “Nuestra época, nuestra forma de vida, son capaces de temporalizar y vivir “un” liberalismo. Y poco a poco recapacitamos que cada una de las cuestiones que íbamos dando como deseables, exigibles y justas, eran soluciones liberales”.

“Entonces, pensamos el título. Y el título fue: “La re-creación del liberalismo”. ¿Por qué “re-creación”? Porque debe crearse de nuevo lo que está un poco viejo, o adormecido o en crisis y, sin embargo, tiene elasticidad, apertura, proyecto, futuro y viabilidad de reacomodación, de reajuste” (…) “Puede recrearse lo que no está muerto ni en agonía, lo que está vivo” (…) “Sólo que tiene que ser un liberalismo con mimetismo suficiente para adecuarse a los desafíos presentes sin dejar de ser liberalismo: no “lo mismo” que antes, pero sí “el mismo”. ¿Y cuál es “su mismidad”? Una sola realidad que se expresa en una sola palabra: libertad” (…) “Y acá está lo nuevo y lo rico del liberalismo re-creado. La libertad ya no se concibe solamente como una situación del hombre exento “de” intrusiones del estado. Se concibe, además, como una situación de real y efectiva capacidad de ejercicio “para” muchas cosas que se captan como derechos: para tener acceso a la vivienda, al trabajo, al descanso, a la propiedad, a la educación, a la seguridad social. En tres palabras, o en cuatro: para ser hombre, o para vivir como hombre. El liberalismo es el humanismo de hoy, es la justicia de hoy, es la democracia de hoy. No hay otra ideología sustitutiva. No hay sucedáneos. No hay margen de reemplazo. Por eso, urge re-crear al liberalismo para que la libertad asuma y realice nuevos contenidos, para que sea liberación, para que sea desarrollo, para que sea bienestar. Una libertad siempre a la conquista de los campos donde el hombre sufre, soporta carencias, padece sumergimientos y alienaciones aberrantes, siente la estrechez penosa que lo estorba” (…).

“Hace muchos años, nos impresionó una afirmación de Julián Marías transcribiendo a Ortega” (…) “Y ahora retomamos la cita porque es muy ajustada a lo que venimos proponiendo: “…el liberalismo, antes que una cuestión de más o de menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino” (“La rebelión de las masas”) (…) “O sea, debe vivir con cierta holgura, con un margen de libertad apto para henchir su destino personal. Pero nos asalta una duda. ¿Quién es el que vivencia y cuantifica la dosis de holgura y de libertad? ¿Quién es el que demarca hasta dónde pueden expandirse? ¿Quién delimita lo necesario para que cada cual pueda henchir su destino?” (…) “Si el liberalismo consiste en dejarle a cada cual la holgura que precisa para hallarse franco en la posibilidad de henchir su destino, podríamos suponer que allí donde la gente está cómoda con una pequeñísima-o casi nula-franja de libertad, hay liberalismo, porque cada cual puede henchir su destino hasta un exiguo límite más allá del cual no apetece nada. Y entonces, la cortedad del horizonte nos haría decir que, a su modo, esa sociedad es liberal porque deja a sus hombres henchir su vida en el espacio a que están habituados y dentro del cual no vivencian ni privación, ni despojo, ni injusticia. ¿Y realmente será liberal esa sociedad?” (…) “El “plus” que objetivamente nosotros creemos que necesita esa sociedad para alcanzar el umbral del liberalismo, ¿será simplemente una representación mental nuestra? Y es acá donde necesitamos completar la idea. Es cierto que la dosis de libertad que un sistema requiere para calzar en el molde del liberalismo depende parcialmente de las ideas, las presiones y las vigencias sociales tempoespaciales de cada sociedad. Pero en tanto en cuanto el margen para henchir la vida personal, en tanto en cuanto lo de quedar franco para ello, se remita a una confrontación objetiva con un esquema también objetivo de libertad justa. La libertad y la justicia se realizan históricamente, se vivencian históricamente de acuerdo a la sensibilidad social de cada grupo humano. Pero desde que con un juicio crítico casi nadie deja de señalar como intolerables estrechamientos de la libertad, ciertas compresiones y depresiones de la libertad, es porque hay un mínimo de libertad objetivamente indispensable-más allá de lo que la gente padezca o no como privación y como injusticia-que todo sistema debe acoger si aspira a entrar en la categoría del liberalismo” (…) “¿De dónde sale ese criterio? De las valoraciones de las sociedades liberales, libándolas a su vez en la objetividad del valor justicia” (…).

“¿Por qué esta parte del mundo instalada en el liberalismo supone que “lo que no es ella” no es “liberal?” (…) “Tenemos una medida bastante objetiva para contestar…Esa medida objetiva está emplazada en el orden internacional y en la creencia universal. Cuando declaraciones internacionales, tratados, pactos y documentos a los que se atribuye y reconoce carácter universal, definen y defienden los derechos del hombre y las libertades fundamentales, es porque la humanidad coincide en algo, y ese algo es la entraña o la esencia del liberalismo: la dignidad de la persona, la libertad de la persona, los derechos de la persona. Se nos dirá que otra parte del mundo, pese a su incorporación a las Naciones Unidas, reniega de esos valores. Es cierto. Pero en el mismo ocultamiento que hacen de su negación, en la vergonzante hermeticidad en que esconden los vituperios y atropellos a la libertad, confiesan que no se atreven públicamente a abdicar de aquel contenido de libertad que hoy hace parte del derecho internacional público, por lo menos en su orden normativo y en sus valores. La conciencia universal difícilmente consiente las degradantes transgresiones a la libertad del hombre, y más difícilmente hace ostentación de ellas” (…) “La libertad-dice Marías-no consiste en la ausencia de constricción, sino en la posibilidad real de proyectar y realizar la vida así proyectada” (…) “La libertad depende de las pretensiones colectivas, de la ideología o cosmovisión social predominante, de la figura que una sociedad se forja prospectivamente de lo que ella debe ser. Pero, es claro, otra vez volvemos a repetir que hay un problema de cuantificación de la libertad, o de densidad de la libertad. Por más que una sociedad se crea libre, por especiales que sean sus pretensiones…si objetivamente no deja el margen suficiente de holgura vital, de individuación (Marías) o personalización para que quienes viven en ella desarrollen y expandan su personalidad, esa sociedad no será liberal” (…) “La re-creación del liberalismo no es la resurrección milagrosa de un muerto” (…) “Es la sugestión de una idea libertaria muy rica y acendrada que tiene que reajustarse históricamente, que repensarse imaginativamente y progresivamente, que ir exprimiendo sus inagotables potencialidades para las sociedades y los hombres impacientes por vivir mejor, por desarrollarse, por liberarse de las constricciones injustas. La re-creación es un paulatino deshilvanar el ovillo de la justicia en su despliegue histórico, en la encarnadura de cada sociedad. Es menester un consenso enérgico en torno de la libertad para inyectar fuerza de atracción a este liberalismo re-creado. Con la salvedad que la re-creación abre un abanico de múltiples liberalismos. Casi diríamos, uno para el estilo y la idiosincracia de cada sociedad y de cada tiempo”.

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