Por Hernán Andrés Kruse.-

El 25 de mayo de 2003 asumía Néstor Kirchner. En aquel entonces era una figura poco conocida a nivel popular. Dicha ceremonia marcó el nacimiento del kirchnerismo, una fuerza política de centro izquierda cuya columna vertebral es el peronismo, pero que lejos está de agotarse en él. A dos décadas de aquel acontecimiento cabe que nos formulemos la siguiente pregunta: ¿cómo fue posible que Néstor Kirchner alcanzara el cielo con las manos a sus jóvenes 54 años? La respuesta tiene nombres y apellidos: Kirchner alcanzó la presidencia gracias a Eduardo Duhalde y Carlos Menem.

Es bueno, una vez más, recurrir a la memoria histórica. Eduardo Duhalde se hizo cargo de la presidencia el 1 de enero de 2002 gracias a un acuerdo parlamentario con el ex presidente Raúl Alfonsín. Su meta era cumplir lo que quedaba del mandato del renunciante presidente Fernando de la Rúa. Ello significa que el 10 de diciembre de 2023 le colocaría la banda presidencial a su sucesor. En aquel momento la situación política, institucional, social y económica era pavorosa. Con Remes Lenicov como ministro de Economía, el flamante gobierno de transición pesificó la economía, es decir, blanqueó el fin de la convertibilidad. El resultado fue un crecimiento incontrolable de la inflación y de la pobreza. En materia política Duhalde negoció con los gobernadores del PJ un pacto de gobernabilidad para evitar una crisis de impredecibles consecuencias. En materia internacional no tuvo más remedio que soportar el asedio al que lo sometió el FMI, que no ocultaba su desconfianza por el bonaerense.

En ese escenario tuvo lugar un hecho dramático el 26 de junio. Ese día los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados por miembros de la policía bonaerense en la estación ferroviaria de Avellaneda. La Masacre de Avellaneda provocó una conmoción política de tal magnitud que obligó a Duhalde a adelantar las elecciones presidenciales. Su primera preocupación fue encontrar el candidato adecuado para hacerse cargo de la presidencia el año próximo. El candidato natural era el entonces gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann. Se trataba de una figura conocida a nivel internacional, cercano a Carlos Menem y bendecida por el establishment.

De haber aceptado, el Lole hubiera sucedido a Duhalde ya que no había ningún competidor capaz de hacerle sombra. Pero Reutemann se negó a competir por la presidencia. Obligado a dar a conocer públicamente los motivos de semejante decisión afirmó haber visto cosas que le disgustaron. Jamás aclaró en qué consistían esas “cosas”. Impactado por la negativa del Lole, el presidente interino se vio obligado a buscar a otro candidato del peronismo. Los más potables eran De la Sota y Felipe Solá, pero sus intenciones presidenciales naufragaron rápidamente. En consecuencia el único candidato del PJ que quedaba en condiciones de competir por la presidencia era Carlos Menem.

En aquel entonces el riojano era el enemigo íntimo de Duhalde. No hay que olvidar que durante su segunda presidencia Menem hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar que el bonaerense lo sucediera. Duhalde no podía permitir que Menem se sentara en el Sillón de Rivadavia por tercera vez. Debía, por ende, encontrar a algún dirigente del PJ dispuesto a competir con Menem. Finalmente lo logró. El elegido fue el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.

¿Por qué Duhalde eligió a Kirchner? En su edición del 28/11/014 Claudio Chaves publicó en Infobae un artículo que trata de responder a ese interrogante. Cita a Marcos Novaro quien dos días antes había publicado un artículo en La Nación sobre esta cuestión. “El doctor Duhalde me explicó en su momento”, narra Novaro, “en grabaciones que conservo en mi poder, las razones que tuvo para elegir a Kirchner como su sucesor: “Conocí a Kirchner en 1995. Concurrí a Santa Cruz ese año porque él iba por la reelección y yo había tomado la decisión de darle una mano. Nos volvimos a ver en 1998 cuando me lancé a la presidencia. En esa oportunidad coincidimos en alentar la creación de una reunión de pensadores e intelectuales, que luego se conoció como el Grupo Calafate, con el afán de construir un foco progresista capaz de disputarle al neoliberalismo reinante el centro de la escena. Se hicieron dos reuniones, una en Santa Cruz y la otra en Tanti, Córdoba. Fueron muy provechosas, puesto que mostraron al país que había dentro del justicialismo un grupo de pensadores contestatarios a la ola liberal de los noventa que buscaba anclaje en el peronismo. Al ser derrotado en las elecciones de 1999, el grupo continuó un tiempo más hasta diluirse. Pero sentó las bases ideológicas que luego se potenciarían a comienzos del nuevo siglo, frente al fracaso de la convertibilidad”.

Según Chaves “Claro y preciso ha sido Duhalde: la idea fue crear un espacio político e ideológico progresista que se apoderara de la conducción del peronismo e impusiera desde allí un clima o una atmósfera a todo el país. No hacía falta mucho esfuerzo pues, como dice Novaro, facilitaron la operatoria los acuerdos con un sector del radicalismo, liderado por Raúl Alfonsín, molesto por el rumbo que había tomado Fernando de la Rúa, tras la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez (…) En síntesis, ni Duhalde ni Alfonsín se equivocaron. ¿Querían un progresista en la presidencia? ¡Tuvieron un progresista en la Rosada!, con las consecuencias que conlleva semejante decisión. ¿Fueron sorprendidos? Puede ser. Pero lo cierto es que Kirchner no traicionó a nadie. No ha sido un problema personal. Si Duhalde y Alfonsín creyeron que se podía ser un poquito progresista, pues se equivocaron. El progresismo es una cosmovisión que, por laberintos insondables, conduce invariablemente a la pérdida de la libertad en todos los órdenes”.

Si realmente Duhalde quería que su sucesor fuera un progresista ¿por qué le ofreció la candidatura presidencial a un emblema del neoliberalismo como Carlos Reutemann? Si el Lole hubiera dicho que “sí” Duhalde lo hubiera poyado de manera incondicional. No se trató, me parece, de parte de Duhalde un intento por impedir por todos los medios a su alcance la continuidad del neoliberalismo en el poder, sino un intento por impedir que Carlos Menem retornara al poder. Se trató, me parece, de una cuestión personal. En consecuencia, Néstor Kirchner no fue bendecido por Duhalde por su progresismo sino porque fue el único instrumento que le quedaba para impedir que Menem se saliera con la suya.

Finalmente el patagónico aceptó el ofrecimiento de Duhalde. La primera vuelta tuvo lugar el domingo 27 de abril de 2003. Lo curioso de estos comicios fue la presencia de tres sublemas del PJ, encabezados por Menem, Kirchner y Rodríguez Saá, que compitieron como si fueran partidos políticos independientes. Además participaron, entre otros, Ricardo López Murphy, Elisa Carrió y Leopoldo Moreau. El ganador fue el riojano y Kirchner salió segundo. Pero el balotaje fue inevitable porque Menem fue votado por apenas el 24% del electorado mientras que Kirchner recibió el apoyo del 22% del electorado.

Consciente de que en la segunda vuelta sería barrido por Kirchner, Menem decidió no competir. Unos días antes de la segunda vuelta Menem dio a conocer a la opinión pública los motivos de su decisión. Dijo el ex presidente: “Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos pero no a la lucha”. “Hoy más que nunca la Argentina requiere contar con un poder político imbuido de la más plena y transparente legitimidad democrática. Lamentablemente, considero que este objetivo absolutamente necesario no está garantizado con el cumplimiento de la segunda vuelta electoral prevista para el domingo 18 de mayo”. “La existencia de una campaña sistemática de difamación y calumnias contra mi persona orquestadas desde el comienzo del gobierno de la Alianza y continuada durante el actual gobierno de transición ha generado las condiciones para que una importante franja de la opinión pública se pueda ver virtualmente sometida esta vez al acto de violencia moral de tener que escoger un candidato presidencial al que apenas conocen y en el que no confían”. “Por estos motivos, estimo conveniente no participar en esta segunda vuelta electoral. Comprometo desde ya todo mi respaldo y colaboración con las nuevas autoridades constitucionales para defender a rajatabla la estabilidad del sistema democrático. A los millones de argentinos que me acompañaron con su voto, a todos ellos les digo que los llevo en mi corazón, que no bajaré los brazos, y que pueden tener la absoluta seguridad que no abandono la lucha política, que ha sido y es la existencia de mi vida”. Al entrarse de la decisión de Menem, Néstor Kirchner afirmó que se trataba de un acto de cobardía: “Las encuestas que unánimemente le auguran una derrota sin precedentes en la historia electoral de la república permitirán que los argentinos conozcan su último rostro: el de la cobardía. Y sufran su último gesto: el de la huida” (fuente: Infobae, 14/5/14).

En definitiva, Carlos Menem y Eduardo Duhalde crearon las condiciones para que surgiera el kirchnerismo. El patagónico llegó a la presidencia de casualidad, por descarte. Pero eso a Kirchner poco le importó. El 25 de mayo, luego de que Duhalde le colocara la banda presidencial, pronunció un histórico discurso, cuyos párrafos más salientes fueron, a mi criterio, los siguientes:

1) “No debemos ni podemos conformarnos los argentinos con haber elegido un nuevo gobierno. No debe la dirigencia política agotar su programa en la obtención de un triunfo electoral sino, por el contrario, de lo que se trata es de cambiar los paradigmas de lo que se analiza el éxito o el fracaso de una dirigencia de un país. A comienzos de los ochenta, se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia y los objetivos planteados no iban más allá del aseguramiento de la subordinación real de las fuerzas armadas al poder político. La medida del éxito de aquella etapa histórica no exigía ir más allá de la preservación del estado de derecho, la continuidad de las autoridades elegidas por el pueblo. Así se destacaba como avance significativo y prueba de mayor eficacia la simple alternancia de distintos partidos en el poder. En la década del noventa, la exigencia sumó la necesidad de la obtención de avances en materia económica, en particular, en materia de control de la inflación. La medida del éxito de esa política, la daba las ganancias de los grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y la magnitud de las inversiones especulativas sin que importara la consolidación de la pobreza y la condena a millones de argentinos a la exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable endeudamiento externo”.

2) “En este nuevo milenio, superando el pasado, el éxito de las políticas deberá medirse bajo otros parámetros en orden a nuevos paradigmas. Debe juzgárselas desde su acercamiento a la finalidad de concretar el bien común, sumando al funcionamiento pleno del estado de derecho y la vigencia de una efectiva democracia, la correcta gestión de gobierno, el efectivo ejercicio del poder político nacional en cumplimiento de trasparentes y racionales reglas, imponiendo la capacidad reguladora del estado ejercidas por sus organismos de contralor y aplicación. El cambio implica medir el éxito o el fracaso de la dirigencia desde otra perspectiva. Discursos, diagnósticos sobre la crisis no bastarán ni serán suficientes. Se analizarán conductas y los resultados de las acciones. El éxito se medirá desde la capacidad, la decisión y la eficacia para encarar los cambios”.

3) “En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente. No se trata de cerrarse al mundo, no es un problema de nacionalismo ultramontano, sino de inteligencia, observación y compromiso con la Nación. Basta ver como los países más desarrollados protegen a sus trabajadores, a sus industrias y a sus productores. Se trata, entonces, de hacer nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos puedan aspirar a vivir mejor que sus padres, sobre la base de su esfuerzo, capacidad y trabajo. Para eso es preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y la mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá el estado cobra en eso un papel principal, en que la presencia o la ausencia del estado constituye toda una actitud política”.

4) “De la misma manera que luchamos contra la pobreza económica tendremos una conducta sin dobleces para impedir la pobreza cívica. Sólo cuando el gobierno se desentiende del pueblo es que toda la sociedad empobrece, no sólo económicamente sino moral y culturalmente. Somos conscientes de que ninguna de esas reformas serán productivas y duraderas si no creamos las condiciones para generar un incremento de la calidad institucional. La calidad institucional supone el pleno apego a las normas y no a una Argentina que por momentos aparece ante el mundo como un lugar donde la violación de las leyes no tiene castigo legal ni social. A la constitución hay que leerla completa. La seguridad jurídica debe ser para todos, no solamente para los que tienen poder o dinero. No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha sobre ellas” (fuente: Cuadernos de la militancia. Discursos de Néstor Kirchner 2003-2007. Primera parte. Ediciones Punto Crítico, 2011).

Hace veinte años el pueblo se ilusionaba una vez más. Hoy, esa ilusión, como tantas veces sucedió desde la recuperación de la democracia, es casi inexistente.

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