Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 5/6/023 Infobae publicó un artículo de Juan Bautista Tata Yofre titulado “A 80 años del golpe de Estado que le abrió las puertas del poder a un ignoto coronel Perón”. En él Yofre hace una síntesis del proceso que desembocó en el golpe militar del 4 de junio de 1943 que derrocó al presidente Ramón Castillo. Ese día se gestó el movimiento que marcaría un antes y un después en la historia argentina: el peronismo.

Para comprender lo que aconteció aquel lejano 4 de junio hay que remontarse a las elecciones presidenciales del domingo 5 de septiembre de 1937. Como bien señala Yofre ese día “la clase dirigente argentina dio otro golpe de furca en las elecciones presidenciales para suceder a Agustín P. Justo”. En efecto, el general Justo, quien había sido electo de manera fraudulenta en las elecciones presidenciales de 1931, no tenía ninguna intención de entregar el poder a la fórmula presidencial compuesta por el ex presidente Marcelo T. de Alvear y Enrique Mosca. Es por ello que bendijo todo tipo de “artimañas” para garantizar la victoria de Roberto Ortiz y Ramón Castillo. Yofre cita a Hugo Ezequiel Lezama: “Todo el mundo sabe que el presidente Agustín Pedro Justo ya ha arreglado las cosas como para que las urnas no contengan sorpresas”. Ese arreglo quedó registrado en los libros de historia como “el fraude patriótico”.

Ortiz y Castillo asumieron el 20 de febrero de 1938. Al ingresar al Salón Blanco de la Casa de Gobierno el general Justo y su vicepresidente Julio Argentino Roca (h) los esperaban para transferirles los símbolos del poder. Ese mismo día pero en la lejana Alemania, narra Yofre, Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, exclamaba: “En este Reich, todo el que tenga un cargo de responsabilidad es un nacionalsocialista”. En marzo de ese año Alemania anexaba Austria sin que Europa moviera un pelo. En abril Hitler convocó al general Keitel para que ajuste el Plan Verde, es decir la anexión de Checoslovaquia. Mientras tanto, en Estados Unidos el presidente Roosevelt no pasaba por su mejor momento ya que el pueblo estaba sufriendo los efectos devastadores de la recesión de 1937 y 1938.

Hitler no tuvo inconveniente alguno en anexar Checoslovaquia. Al año siguiente, más precisamente el 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas invadieron Polonia. Había comenzado la segunda guerra mundial. Unos meses antes había partido en un paquebote italiano un teniente coronel desconocido para la opinión pública, Juan Domingo Perón. En enero del año siguiente fue invitado a la Befana Fascista XVIII, una celebración organizada por los sectores populares. No hay acuerdo entre los historiadores sobre si Perón logró conocer personalmente a Benito Mussolini. Lo concreto es que fue en Italia donde Perón adquirió conciencia de la importancia de contar con una estructura que sirviera de apoyo logístico a la revolución que tendría lugar en 1943.

De regreso a la Argentina en mayo de 1941 observó cómo la dirigencia política malgastaba su tiempo discutiendo cuestiones nimias. Yofre cita las siguientes palabras de Alvear, cuya vigencia es aterradora: “¿Y nosotros? ¡En el mejor de los mundos! Una conmoción universal pone en peligro los ideales, los principios, las doctrinas que son esencia de nuestra nacionalidad, y nosotros, en tanto, estamos entreteniéndonos en los atrios parta que salgan elegidos Juan, Pedro o Diego”. Y agrega: “Yo, como viejo argentino, a quien por la ley de la vida, queda ya poco tiempo para estar en su país, me permito llamar la atención a mis compatriotas y decirles: Señores, mucho cuidado, estáis jugando con el destino de la patria. En vuestras manos se halla la solución que requiere con urgencia y patriotismo la República. Haced de las luchas cívicas una cuestión secundaria, para que prevalezcan los intereses permanentes de la Nación como cuestión primordial”. Lamentablemente, nadie le prestó atención.

Alvear falleció el 23 de marzo de 1942. El 9 de octubre del mismo año, Julio Argentino Roca (h). El 11 de enero de 1943, Agustín P. Justo. En aquel entonces había estallado una fuerte puja entre los aliadófilos (los enemigos de Hitler) y los neutralistas (los aliados de Hitler).Este sector tenía en mente derrocar a Castillo (había reemplazado a Ortiz, quien renunció por enfermedad) por haber elegido al empresario Robustiano Patrón Costas como su sucesor. De esa forma, el 4 de junio de 1943 (el pasado 4 de junio se cumplieron 80 años) Ramón Castillo fue destituido, siendo reemplazado por el general Arturo F. Rawson. Ese fatídico día Rawson entró a la Casa Rosada y se dirigió al despacho presidencial. Horas más tarde fue derrocado siendo reemplazado por el general Pedro Ramírez. El 17 de julio, a raíz del fallecimiento del vicepresidente Sueyro, asumió como vicepresidente de la nación el general Edelmiro Julián Farrell. Sin que nadie lo sospechara, ese día comenzaba la meteórica carrera política de Perón.

El general Pedro Ramírez había sido ministro de Guerra del derrocado presidente Castillo. Su presidencia fue bastante más prolongada que la de su antecesor. El 24 de febrero de 1944 no tuvo más remedio que renunciar. Su última decisión fue la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania y Japón. Fue reemplazado por Farrell. Perón, quien tenía a su cargo el Departamento Nacional del Trabajo, fue designado Ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del propio Farrell, del coronel Ávalos (jefe de Campo de Mayo) y a partir del 29 de febrero de 1944 con el del contralmirante Alberto Teisaire (flamante ministro de Marina). Con ese cargo Perón disponía del poder para manipular a su antojo asignaciones, destinos, promociones y cambios. Disponía, por ende, del poder para favorecer a los militares que consideraba “amigos” y desplazar a aquellos militares que consideraba “enemigos”.

Como bien señalan Floria y García Belsunce en su libro “Historia de los Argentinos”, Perón ponía al descubierto algunos rasgos de su personalidad: “capacidad intelectual, viveza (en el sentido criollo del término), pragmatismo, aptitudes maquiavélicas, sentido de la oportunidad y de percepción de algunos fenómenos nuevos para la mayoría, y también un temperamento ciclotímico que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi sin matices”. Muchas de esas cualidades las puso en práctica para resolver en beneficio suyo la seria crisis interna que aquejaba al gobierno de Farrell. En julio el conflicto entre Perón y Perlinger (ministro del Interior) se agravó. La vacancia de la vicepresidencia detonó la bomba. Una asamblea de oficiales del ejército lo eligió, por estrecho margen, vicepresidente. Apoyado por Teisaire, le informó a Perlinger que ni el ejército ni la marina estaban con él y que debía, en virtud de ello, presentar su renuncia. La presión de Perón dio sus frutos y el 7 de julio de 1944 Farrell y Teisaire nombraban a Perón vicepresidente de la nación.

A partir de entonces Perón era, simultáneamente, Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y vicepresidente de la nación. A partir de entonces nadie tuvo más poder que Perón en el país. Y actuó en consecuencia. Como ministro de Guerra reformó los estatutos profesionales de las fuerzas armadas y tuvo en consideración aspiraciones y necesidades de los uniformados. A su vez, decidió la ampliación del número de oficiales y la movilidad promocional en el interior de las fuerzas. Como político consumado que era incorporó la totalidad de una clase a partir de la obligatoriedad del sistema de conscripción. Su objetivo no era otro que “peronizar” a miles y miles de conscriptos teniendo en mente las elecciones presidenciales de 1946. Perón le dio especial relevancia a la fuerza aérea ya que la consideraba un factor esencial para garantizar el desarrollo industrial. No resultó casual que ese mismo año se creara el Banco de Crédito Industrial y que la Dirección General de Fabricaciones Militares recibiera un sólido apoyo financiero.

La política de Perón en el ámbito castrense se complementó con su política social, apoyada desde la Secretaría de Trabajo por el teniente coronel Mercante. Dicha política consistió en aumentos de salarios, en la revisión de las condiciones de trabajo, en la puesta en vigencia de estatutos protectores de los trabajadores, en la creación de los tribunales de Trabajo, en la reglamentación de las asociaciones profesionales, en la unificación del sistema de previsión social y en la extensión de los beneficios de la ley 11.729 a todos los trabajadores. Al mismo tiempo, hablaba con frecuencia con numerosos dirigentes de los niveles altos y medios de las organizaciones obreras. De esa forma, Perón fue construyendo los pilares fundamentales del movimiento político que tenía en mente: el pilar militar y el pilar sindical. Es probable que en aquel momento nadie hubiera imaginado que el país estaba en las vísperas de un punto de inflexión histórica.

Pasaron 80 años del golpe de estado que derrocó a Ramón Castillo. Fue un golpe en el que tuvo activa participación el Grupo de Oficiales Unidos (GOY) de clara ideología fascista. Dentro de esa logia Perón fue una de sus estrellas. Es bueno recordarlo porque Perón jamás dejó de ser un dirigente político situado en las antípodas de los valores de la constitución de 1853, de clara ideología liberal. También se situaba en las antípodas del marxismo. Ese 4 de junio de hace ocho décadas le abrió las puertas al líder de masas más relevante del siglo veinte, dueño de un carisma sin igual. Es probable que en aquella jornada ninguno hubiera imaginado que tres años después Perón asumiría como presidente de la república luego de haber ganado las elecciones presidenciales celebradas el 24 de febrero de 1946.

Resulta harto evidente que el orden conservador fue el gran responsable del surgimiento del peronismo. Su concepción elitista de la política, su desprecio por los trabajadores y los sectores medios y, fundamentalmente, su natural inclinación por el fraude electoral, crearon las condiciones, sin proponérselo obviamente, para que un dirigente megalómano y mesiánico como Perón se adueñara del poder. El 4 de junio de 1943 señaló el fin de una época, el fin de la hegemonía del orden conservador, y el inicio de otra, el inicio de la hegemonía peronista. Estoy seguro de que cuando Perón comenzó a escalar posiciones dentro del gobierno de facto, nadie hubiera imaginado, ni siquiera el propio Perón, que su creación política-el peronismo-seguiría vigente ochenta años después.

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