Por Claudio Valdez.-

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) prócer de “la espada, la pluma y la palabra” supo expresar que en política: “Los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan”. De esa forma en La Argentina los pueblos continúan laborando y sobreviviendo, pero el mal rendimiento de sus esfuerzos siempre dependió de la ineptitud de las dirigencias.

La desgracia política y sociocultural, así como la pobreza y miseria económica no resultan de la falta de recursos sino, más bien, de falencias en la voluntad y la ignorancia e incapacidad para la organización adecuada. Valga de reiterado ejemplo la disparidad de destinos entre el desarrollado Japón, territorio originario de una isla rocosa y La Argentina con su extensión, fertilidad territorial y variedad de recursos humanos desaprovechados irresponsablemente. Una “intencionada desidia delictiva” agregada, además de desdeñarse cualquier eficiente planificación, organización, dirección, coordinación, control y evaluación son causas del indudable resultado: necesidades insatisfechas y postración.

Dirigencias que con alternancia y sin reparos ni pudores, resultan “muy capaces” para acusarse mutuamente cuando los recambios políticos, empresariales, educativos o sindicales se presentan como inevitables por el simple “transcurso del tiempo” o cualquier otra causa, revelan al público los “voluntarios desaciertos, errores e incluso elucubradas transgresiones” que se difunden con insistencia y hasta se encausan en ameritadas demandas judiciales. Cierto es que, habitualmente entre los “políticos profesionales”, las cuestiones judiciables terminan saldándose mediante decisiones políticas. Precisamente son esos políticos quienes se ocupan de “dictar la ley” discrecionalmente apropiada; no vaya a ser que por descuido sobrevenga alguna “indeseable injusticia” que pueda exponer a la corporación en pleno.

Ante estas reiteradas circunstancias es importante recordar que: “Los que reprochan la injusticia no lo hacen por miedo a cometerla, sino por temor a sufrirla” (República, Platón, 427 a 347a.C). Patética motivación que caracteriza a nuestras dirigencias.

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