Por Luis Alejandro Rizzi.-

Una de las acepciones de la palabra “estética” es “armonía y apariencia agradable a los sentidos desde el punto de vista de la belleza”. Etimológicamente, es lo que percibimos por los sentidos y tiene que ver con lo que nos parece bello o feo, agradable o desagradable.

Sin embargo la “armonía y la belleza” tienen que ver con la vida, ya que todas las personas tienen una dimensión artística. Por eso tenemos una tendencia natural hacia lo lindo; las cosas lindas nos atraen; los aromas agradables nos causan placer, así como lo feo lo desdeñamos y los malos olores nos desagradan.

Estamos en vísperas del famoso “ballotage” que nos obliga a elegir a alguien para desempeñar la Presidencia de la Nación para lograr un fin que no es ni más ni menos que “el bien común”.

El bien común no constituye una suma de bienes individuales cuyo resultado sería algo bueno para todos; es más bien una suerte de “algoritmo” político, es un bien de y para un conjunto de personas, integrado por gente que tendrá suertes diferentes. Unos estarán mejor que otros. No podemos decir que todos los males se reducirán a “cero” porque, aunque ello fuera posible, siempre en términos relativos unos tendrán más que otros y los que menos tienen serán los pobres.

El bien común se refiere a la calidad de los bienes públicos disponibles para la gente. Luego habrá que ver cada uno de nosotros cómo los aprovechamos y para qué fin los utilizamos.

Educación, salud, seguridad, transporte, energía, infraestructura, transparencia institucional, asistencia social, son bienes públicos que deberían ser de excelencia, disponibles para todos los contribuyentes, ya que esos bienes, aunque se los pueda utilizar gratuitamente, tienen un costo que se financia con los impuestos que debemos pagar.

En este punto quiero hacer una distinción, ya que me podrían preguntar por qué motivo la utilización de esos bienes públicos la limito a los contribuyentes.

Es momento de aclarar que en toda sociedad habrá un porcentaje de personas que probablemente no puedan pagar impuestos por carecer de trabajo, carecer de una mínima formación técnica, por tener capacidades diferentes o por otros motivos que no tienen nada que ver con vicios humanos sino con la realidad de la vida.

Recuerdo aquella vieja publicidad de un vino que más o menos decía que en la vida nos pasan cosas buenas, pero implícitamente también nos decía que ocurren cosas malas, porque lo bueno y lo malo forman parte de nuestra falible naturaleza humana.

Las políticas asistenciales se deben focalizar en ese segmento de la sociedad, que por diferentes causas está en posiciones desventajosas. Unos necesitarán de ese beneficio de modo vitalicio; otros, por suerte los más, por un tiempo que podrá ser desde seis meses a tres años. Dicho de otro modo, por los plazos necesarios para que puedan convertirse en “contribuyentes” y dejar paso a otros que necesitarán de ese tipo de asistencia.

Por ello no me parece estético este planteo de pulverizar el impuesto a las ganancias a los trabajadores. Pienso que todos tenemos que pagar impuestos, pero las alícuotas se deben fijar proporcionalmente a la capacidad de pago.

El pago del impuesto no sólo es una obligación legal del contribuyente sino también ética, ya que el impuesto que pagamos no sólo se debe destinar a la oferta de bienes públicos de alta calidad sino también a los programas asistenciales necesarios para generar una verdadera movilidad social y facilitar la base mínima de la justicia social.

Pues bien, impuestos proporcionales a la capacidad de pago de la gente, una reducción o eliminación de los impuestos indirectos a bienes esenciales como todos aquellos alimentos que garanticen un buen nivel de nutrición.

La buena nutrición es un valor que no debe distinguir entre pobres y ricos, ya que debe ser un interés político de la sociedad poder tener la mejor calidad de gente y estudios recientes muestran las graves consecuencias, no ya de la desnutrición sino de la mala alimentación. Una de ellas es la pérdida de capacidad del cerebro.

Pienso, pues, en la política que nos deben proponer los dos candidatos entre los que deberemos optar.

Optar significa “intentar entrar en la dignidad, empleo, etc., a que se tiene derecho, por lo tanto, en el debate del próximo domingo 15 de noviembre, Macri y Scioli deberán respetar no sólo la estética de sus propuestas sino la propia estética del “debate”, que comprende el respeto a la ciudadanía.

La estética política debe expresarse en la racionalidad y realizabilidad de sus propuestas.

Los candidatos deberán expresar cómo mejorarán la baja calidad de los bienes públicos que el Estado debe ofrecer y garantizar. Deberán garantizar que los impuestos se destinarán a esos fines y deberán explicar cómo se asistirá a los necesitados.

La asistencia social debe tener contraprestaciones por parte de los beneficiarios; por ejemplo, obligación de mantener la escolaridad, obligación de aprender nuevos oficios o perfeccionar los ya conocidos. La asistencia no debe ser un “asistencialismo” para usar a los beneficiarios como votantes cautivos sino que debe apuntar a mejorar la calidad de vida de los más desfavorecidos.

Una de las condiciones de una sociedad justa es que las desigualdades naturales que generan desigualdades sociales y económicas se conformen de tal modo que resulten ventajosas para todos, como lo proponía John Rawls en su Teoría de la Justicia.

Los candidatos deberán mostrarnos que estamos viviendo en una sociedad antiestética en la que uno de cada cuatro argentinos está sumido en la pobreza, que el Estado gasta mucho más de lo que recauda y, además, que se gasta mal y los bienes públicos disponibles son precarios. La existencia de diversos tipos de cambio que impiden no sólo proyectos de inversión sino que en este momento el Banco Central tendría un nivel negativo de reservas estimado en U$S 1.500 millones, prohibiciones arbitrarias para importar, limitaciones discrecionales para exportar, inflación de más del uno y medio mensual, pésima calidad de nuestros sistemas educativos públicos, un sistema ferroviario precario que hace que el servicio de pasajeros a Tucumán demore casi 36 horas para recorrer poco más de un mil kilómetros, eso sí, ofrecido a un precio irrisorio.

Los ejemplos de la falta de estética de nuestras políticas explican también esa violencia implícita del mal trato al que nos vamos acostumbrando los argentinos y que nos hace creer que el temor es respeto a la autoridad.

El temor nos aleja de la política y prueba de ello es que en Argentina hoy no hay partidos políticos reales, y ese temor es causa del miedo que incluso afectó a nuestras dirigencias empresarias con una sola honrosa excepción que nos demostró que la dignidad es la mejor defensa contra el abuso y la arbitrariedad.

La dignidad es un elemento de la estética de la vida y los candidatos no deberán esmerarse en solucionar nuestros problemas ni en garantizar el logro de “absolutos” sino en proponernos tareas como lo decía Ortega: “Quiera o no, el hombre está consignado a un futuro que es siempre nuevo y distinto, llamémoslo o no progreso… La vida es siempre nueva, y cada generación se ve obligada a estrenar el vivir… Vivir… es algo que se hace hacia adelante…”

Con sólo esas propuestas, la estética argentina nos hará atrayentes, confiables y sobre todo respetables, que es la virtud imprescindible para ser alguien en la vida y para un país, la posibilidad de tener voz y voto en el concierto mundial.

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