Por Hernán Andrés Kruse.-

El gobierno de Mauricio Macri está llegando a su fin. El 27 de octubre las urnas le darán el golpe de gracia. Por estas horas estamos asistiendo a la descomposición del régimen macrista. En pocas horas el Indec dará a conocer la inflación correspondiente a agosto que seguramente superará el 4%. Los alimentos y los medicamentos han incrementado sus precios de manera alarmante mientras los sueldos y las jubilaciones permanecen congelados. La timba financiera opera a full aprovechando la existencia de varios dólares surgidos luego del resultado de las PASO. El presidente de la nación aún no se ha repuesto de la derrota del 11 de agosto y muy difícilmente lo logre, lo que complica más el panorama. Está enojado con el pueblo. No concibe que lo haya castigado de semejante manera. Así es muy difícil tomar decisiones adecuadas. Cuando el sentido común es desplazado por la locura y la irracionalidad, el resultado lógico es el fracaso.

Si algo le faltaba al régimen macrista para evidenciar su decadencia es la forma en que ha venido tratando desde hace unos días la tragedia alimentaria. Desde hace décadas que hay hambre en la Argentina pero pasó a ocupar la primera página de los diarios luego de las PASO. El gobierno reaccionó de la peor manera: negó el problema. Patricia Bullrich no tuvo mejor idea que decir que si algunos tienen hambre que se dirijan a los comedores. Según el oficialismo la oposición se está valiendo de la tragedia alimentaria para esmerilarlo de aquí al 27 de octubre. Y la oposición lo acusa de ser insensible y despiadado. En el medio están millones de compatriotas desamparados y desesperados.

El hambre se exteriorizó en las últimas horas a raíz de las multitudinarias manifestaciones que se vienen sucediendo en pleno centro de la CABA. Lamentablemente ni el oficialismo ni la oposición supieron estar a la altura de las circunstancias. Ambos sectores han coincidido en algo deleznable: politizar la tragedia. La sesión de esta tarde en Diputados no hace más que confirmarlo. Desde hace meses que el Congreso no funciona y justo ahora, a escasos días de la primera vuelta, los diputados que supimos elegir deciden trabajar. Era hora. El resultado está cantado. La emergencia alimentaria será aprobada pero toda la responsabilidad recaerá sobre Alberto Fernández luego del 10 de diciembre.

La historia se repite. Parece una maldición. A partir del 10 de diciembre de 1983 los gobiernos no peronistas terminaron sus mandatos dramáticamente. Raúl Alfonsín se vio obligado a finalizar su mandato seis meses antes presionado por la hiperinflación y los saqueos. A De la Rúa le fue mucho peor. Su gobierno duró apenas dos años. En diciembre de 2001 renunció en medio de la crisis más importante de la Argentina contemporánea. Macri, en cambio, logrará finalizar su mandato. Pero le dejará a Alberto Fernández una herencia muy pesada. Los tres mandatarios fracasaron en materia económica. Impusieron un ajuste perverso a instancias del FMI obligando a los sectores de menores recursos a hacerse cargo de la crisis. Los tres abandonaron el poder dejando al pueblo inmerso en la angustia y la desolación. Con Menem y el matrimonio K sucedió algo diferente. Lo notable es que ellos también fracasaron en materia económica. La explosión de 2001 fue la consecuencia de la convertibilidad de Cavallo. Lo que sucedió fue que la bomba le estalló a De la Rúa y no a Menem. Con Cristina sucedió algo diferente. Si bien la economía marchaba a los tumbos el 9 de diciembre de 2015 una multitud la despidió en la Plaza de Mayo. Fue un hecho inédito en la historia argentina. Mucho se habló de la pesada herencia. Si ello hubiera sido cierto entonces Macri demostró no estar capacitado para hacerle frente. La crisis que hoy nos agobia es responsabilidad exclusiva de Macri, como lo acaba de reconocer el ex presidente del BC Federico Sturzenegger.

Falta muy poco para el 27 de octubre. Ese día las urnas consagrarán a Alberto Fernández como nuevo presidente de la nación. Quiera Dios que su presidencia sea el comienzo del despegue definitivo de los argentinos.

Anexo

Una vez George Orwell lanzó esta lapidaria sentencia: “un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice”. El afamado novelista toca un tema muy sensible: la responsabilidad del pueblo a la hora de votar. ¿Fue cómplice el pueblo de Alemania al votar a Adolph Hitler? ¿Fue cómplice el pueblo de Estados Unidos al votar a Donald Trump? ¿Fue cómplice el pueblo de Brasil al votar a Jair Bolsonaro? Orwell no duda: esos pueblos fueron cómplices.

¿Qué significa el término complicidad? Complicidad significa la “participación de una persona junto con otras en la comisión de un delito o colaboración en él sin tomar parte en su ejecución material”. Apliquemos este concepto al ejemplo más extremo: el nacionalsocialismo. Hitler llegó al poder en 1933 por el voto de los alemanes. A partir de entonces y hasta el fin de la segunda gran conflagración bélica en 1945 ejecutó un plan de exterminio sistemático de judíos inédito en la historia. Alemania se pobló de campos de exterminio que humillaron a la condición humana. ¿Fue el pueblo alemán cómplice de esta barbarie? Si nos guiamos por el significado del término complicidad aquellos alemanes que votaron por Hitler en 1933 al menos colaboraron en la ejecución de la matanza de judíos sin tomar parte en su ejecución material. Vale decir que los votantes de Hitler no formaron parte ni de las SS ni de la Gestapo, ni trabajaron en de los campos de exterminio. Es altamente improbable, me parece, que todos los que votaron por Hitler en 1933 hayan participado en el exterminio de los judíos. Es probable, sin embargo, que muchos, sin hacer absolutamente nada, hayan aprobado en silencio, en el interior de sus hogares, semejante matanza. ¿Esa actitud los hace cómplices? Creo que considerarlos de esa manera es demasiado. A lo mejor apoyaron pasivamente esas atrocidades porque creían en Hitler, porque estaban fanatizados por un líder despiadado y cruel. Otros, si bien no se rebelaron, tampoco apoyaron al nazismo. Simplemente se quedaron callados para asegurar su supervivencia y la de sus familias. ¿Ello los hace cómplices? No lo creo. A Orwell le hubiera gustado que todo el pueblo alemán hubiera salido a la calle para sublevarse contra el tirano. Se trata de una gran exigencia. Los pueblos están compuestos no por héroes sino por hombres que, con sus debilidades a cuestas, tratan de sobrevivir.

La sentencia de Orwell se aplica, obviamente, al pueblo argentino, a nosotros. Si estuviéramos de acuerdo con el dramaturgo diríamos que, efectivamente, de 1983 a la fecha los argentinos fuimos cómplices de los gobiernos que elegimos en las urnas. Creo con toda sinceridad que ningún argentino entra al cuarto oscuro para elegir a un corrupto, un ladrón y un traidor. Simplemente vota para mejorar su calidad de vida o, si ello no es posible, para evitar el mal mayor. En 1989 el pueblo eligió a Carlos Menem para que terminara de una vez por todas con la hiperinflación. Tardó un año y medio en encontrarle la vuelta. A comienzos de 1991, de la mano de Cavallo, impuso la convertibilidad que garantizó la estabilidad monetaria durante varios años. En 1995 el riojano fue reelecto por la mayoría del pueblo. Por ese entonces se sabía de la corrupción en las privatizaciones. Nadie podía hacerse el distraído. Nadie podía ignorar la responsabilidad de Menem en los ataques terroristas contra la Embajada de Israel y la AMIA. Sin embargo, continuó en el poder cuatro años más. Su exitoso combate contra la inflación lo hizo posible. Quienes lo votaron privilegiaron el bolsillo. ¿Es cuestionable esa decisión? Orwell no los hubiera perdonado.

En 1999 el pueblo eligió a De la Rúa para que continuara con la convertibilidad. Fue un voto económico y no ético, como pretendía Carlos Chacho Alvarez. La incapacidad del presidente para enderezar la economía y, especialmente, para preveer el inexorable final de la convertibilidad, terminó en el estallido de diciembre de 2001. ¿Fueron cómplices de esa crisis quienes votaron por la Alianza en 1999? Por supuesto que no. En 2007 fue elegida presidente Cristina Kirchner. El pueblo premió en las urnas el éxito de Kirchner en el manejo de la economía entre 2003 y 2007. Por ese entonces mucho se hablaba de la corrupción K. ¿Fue cómplice el pueblo de esos supuestos actos de corrupción? La respuesta es negativa. Cuatro años más tarde CFK fue reelecta con el 54% de los votos. El pueblo continuó confiando en el kirchnerismo por dos razones: la aceptable marcha de la economía y el reciente deceso de Néstor Kirchner. En ese momento los medios hegemónicos hacían referencia a diario de la corrupción K, hoy investigada por la Justicia. De comprobarse la corrupción K ¿cabe acusar a quienes votaron por el kirchnerismo de cómplices de la corrupción K? Por supuesto que no.

En 2015 ganó el balotaje Mauricio Macri. Si bien la economía marchaba a los tumbos el odio a CFK determinó el resultado electoral. Desde un principio se sabía que el plan económico ortodoxo aplicado por Macri conduciría al fracaso más estruendoso. Sin embargo, en 2017, cuando el plan mostraba algunas de sus falencias, el pueblo votó por Macri. El odio a CFK continuaba vivito y coleando. Pese a que se sabía de la corrupción macrista (los Panamá Papers) millones de argentinos apostaron por Macri. ¿Ello los hace cómplices del latrocinio macrista? De ninguna manera. Lo cierto es que Orwell tampoco los hubiera perdonado. En las recientes PASO un poco más de ocho millones de compatriotas volvieron a respaldar a Macri, a pesar del descalabro de la economía y de la evidente corrupción de sus máximos dirigentes. Cuando ingresamos al cuarto oscuro el 11 de agosto sabíamos perfectamente que la plata del FMI fue destinado pura y exclusivamente para garantizar la fuga de capitales. ¿Ello significa que quienes votaron por Macri son cómplices de semejante delito? Por supuesto que no. Algunos macrista dirán que es mentira y otros decidieron privilegiar el resguardo de las instituciones republicanas.

En definitiva, si aplicáramos la sentencia de Orwell llegaríamos a una dramática conclusión: todos, de 1983 a la fecha, hemos sido cómplices de las atrocidades que fueron cometidas por los presidentes que supimos conseguir. Todos, entonces, deberíamos ser juzgados porque la complicidad es un delito. En consecuencia, la mayoría de los pueblos del mundo deberían ser enjuiciados porque por acción u omisión legitimaron el accionar de verdaderos delincuentes internacionales. Si la sentencia de Orwell se aplicara hasta las últimas consecuencias gran parte de la humanidad se vería obligada a sentarse en el banquillo de los acusados.

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