Por Luis Orea Campos.-

Uno de los personajes centrales de la serie “Billions” que se emite por Netflix es una psiquiatra extremadamente exitosa llamada Wendy Rhoades que se encarga de alinearle los patitos a los empleados del equipo de Robert Axelrod -inescrupuloso gestor de fondos de cobertura- cuando las circunstancias estresantes de la actividad financiera y bursátil los sacan de escuadra emocionalmente hablando.

Quizás Mauricio Macri debería contemplar la posibilidad de contratar un profesional de la psiquiatría como ella para optimizar la estabilidad operativa de su equipo (y de él mismo) porque hoy por hoy lo preocupante no es el drenaje de reservas, ni el déficit cuasifiscal ni la corrida cambiaria ni el acuerdo con el FMI sino que todos los integrantes del gobierno están asustados.

Y es preocupante porque el desconcierto y el susto de los funcionarios del gobierno frente a situaciones que en sus años en la actividad privada conocieron por los diarios o por informes de consultoras interesadas en mantener sus cuentas pueden llevarlos a caer en el mal de Matrasma, término que acuñó un viejo super profesor de oftalmología en el Ramos Mejía que cuando sus internos que no daban pie con bola con un paciente les dijo solemnemente que padecía el mal de matrasma y cuando le preguntaron que era ese misterioso mal les ilustró rápidamente: macana tras macana.

Sin embargo, este julepe que se llevaron los Peña, Quintana, Lopetegui, Sturzenegger & cía. puede tener su lado positivo porque por primera vez se sintieron perdidos y como señala el genio español José Ortega y Gasset en 1930 en su obra estelar “La rebelión de las masas” “el que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente, es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad”.

Y la realidad del macrismo es que ninguno tiene la más pálida idea hoy de cómo corno salir de la trampa que voluntariamente le compraron al kirchnerismo. Y la razón es muy sencilla: la trampa no tiene salida. Está todo agotado. Todas las herramientas, la presión fiscal, la tasa del BCRA, el déficit cuasifiscal, la inflación, el crédito etc., todo está al límite, la aguja del velocímetro está en el sector rojo y el puente levadizo que permite pasar a la tranquilidad está demasiado lejos y levantándose demasiado rápido para la distancia que debe recorrer el auto.

Esa es la consecuencia de la falta de estaño político. Los muchachos macristas, salvo raras excepciones (entre las que no se encuentra Macri), se comieron su vanidosa versión de sí mismos junto con la ilusión de que era todo cuestión de gestionar más o menos bien la “damnosa hereditas” (herencia dañosa) que aceptaron sin beneficio de inventario cuando asumieron el poder.

Como alguna vez dijo Einstein “es estúpido esperar diferentes resultados cuando se siguen haciendo las mismas cosas”, y el macrismo lo está corroborando fehacientemente. El atraso cambiario, el déficit cuasifiscal, el endeudamiento masivo (interno o externo) la tasa como ancla de divisas, la supuesta austeridad gubernamental y otras yerbas por el estilo son harto conocidas por la gente adulta, tanto como lo son sus resultados.

El desconcierto generalizado llevó a que ahora pasemos al capítulo del GAN (Gran acuerdo nacional) que recuerdan a Agustín Lanusse y su ingenuidad política, o a la Mesa de Diálogo de Eduardo Duhalde, o a la mesa compartida con radicales cuyas ideas -que terminaron en sendas explosiones- atrasan treinta años. Falta pedirle ayuda al Chapulín Colorado y cartón lleno

Quizás Macri tiene un buen equipo, pero está desorientado en el medio de la cancha y ya tiene varios goles en contra, llegó la hora de inventar lo que nunca se hizo como dice Julio Bárbaro en Infobae pero para eso se necesita que alguien ponga serenidad en el ánimo de los jugadores para que no sigan errando los pases y entregando la pelota al contrario y se pongan a construir juego en lugar de incinerarse en la hoguera de las vanidades.

Por eso, llamen a Wendy Rhoades, muchachos.

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