Por Hernán Andrés Kruse.-

Anoche, una vez confirmada la victoria de Lula, muchos deben haber rememorado el conocido mito del Ave Fénix. Se trata de una criatura que posee una fenomenal capacidad de resiliencia, para renacer de sus propias cenizas, para hacerse fuerte en la adversidad. Pues bien, Lula renació de sus propias cenizas. En 2016 la entonces presidente Dilma Rousseff fue eyectada del poder siendo sustituida por su vicepresidente, el traidor Michel Temer. A partir de entonces dio comienzo una infernal campaña contra el ex presidente Lula, con el obvio propósito de impedir su participación en las elecciones presidenciales de 2018. En este proceso tuvo activa participación el juez Sergio Moro, quien ocuparía un lugar relevante en el gobierno de Bolsonaro. La suerte de Lula estaba echada. Fue condenado por supuestos actos de corrupción y encarcelado. Con un PT en estado de shock, no le costó demasiado esfuerzo a Jair Bolsonaro, el Donald Trump latinoamericano, acceder al poder en 2018. Un año más tarde, la Justicia le revocó a Lula las condenas que había recibido por la llamada Operación Lava Jato, y dos años mas tarde el Supremo Tribunal Federal afirmó que a Lula no se le habían respetado sus derechos durante el proceso conducido por Moro. En consecuencia, pudo competir en las elecciones presidenciales de 2022. En la primera vuelta obtuvo una gran cantidad de votos pero no logró evitar el balotaje. La batalla final tuvo lugar este domingo. 156 millones de brasileños estaban habilitados para votar. Fue una elección sumamente reñida. Finalmente, la victoria correspondió al líder del PT por una diferencia sumamente estrecha: 50,83% contra 49,17%.

Minutos después de confirmarse su victoria, el flamante presidente dio su primer discurso al pueblo. “Esta elección que colocó frente a frente dos proyectos opuestos de país hoy tiene un solo vencedor: el pueblo brasileño. No es una victoria del PT o mía, sino del inmenso movimiento democrático que dejó de lado los intereses partidarios e ideológicos por la democracia”. “El pueblo quiere libros, en vez de armas”. “A partir del 1 de enero de 2023 voy a gobernar para los 215 millones de brasileños, no solo para los que me votaron”. “No podemos aceptar como algo normal que millones de hombres, mujeres y niños no tengan qué comer. Si somos el tercer mayor productor mundial de alimentos y el primero de proteína animal”. “Si somos capaces de exportar al mundo entero, tenemos que ser capaces de garantizar que todos los brasileños tengan acceso a las tres comidas al día”. “Brasil no puede ser conviviendo con ese inmenso foso que separa Brasil en partes iguales que no se reconocen. Brasil necesita reconocerse, necesita reencontrarse consigo misma”. “Invertiremos en la economía verde y digital, apoyaremos la creatividad de nuestros empresarios y emprendedores. También queremos exportar conocimientos”.

“Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo. Recuperaremos la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores vuelvan a confiar en Brasil”. “Es necesario recuperar el diálogo con el Poder Legislativo y Judicial, sin que ello signifique intervenir o controlar, sino reconstruir una convivencia armoniosa entre los tres poderes”. “La normalidad democrática está consagrada en la Constitución, es esa normalidad la que establece los derechos y obligaciones de cada poder, de cada institución, de las fuerzas armadas y de cada uno de nosotros”. “La constitución rige nuestra existencia colectiva y nadie, absolutamente nadie, está por encima de ella. Nadie tiene el derecho de ignorarla o de confrontarla” (fuente: Perfil, 31/10/022).

Qué duda cabe que Lula tendrá una tarea ciclópea a partir del 1 de enero próximo. Deberá gobernar un país profundamente dividido en dos sectores antagónicos, irreconciliables. El 51% de Lula y el 49% de Bolsonaro ponen dramáticamente en evidencia que, al igual que en Argentina, Carl Schmitt sigue plenamente vigente. En las horas previas a la crucial elección, la televisión registró a una diputada de Bolsonaro perseguir revolver en mano a un simpatizante de Lula. Esas escenas no hicieron más que corroborar lo que significa Bolsonaro desde el punto de vista político e ideológico: fanatismo, violencia, intolerancia, autoritarismo. Pues bien, un día después cerca de la mitad del electorado brasileño votó a Bolsonaro, es decir, legitimó a la diputada armada. Cerca de la mitad del electorado legitimó el fanatismo, la violencia, la intolerancia y el autoritarismo. Las urnas demostraron que son millones los brasileños que odian la democracia liberal, la república, la igualdad ante la ley, etc. Para los brasileños “bolsonaristas” los otros brasileños, los “lulistas”, son seres inferiores; son los otros, en suma. Para los brasileños “bolsonaristas” Lula debiera seguir estando en la cárcel y no gobernando el país. Consideran al PT una anomalía, una patología. ¿Es posible convivir con gente de estas características? A Brasil le esperan, qué duda cabe, momentos sumamente complicados.

Anexo I

Acerca de la banalización de la política

Acaba de aparecer publicado en “Redacción Popular” un artículo firmado por Hugo Presman titulado “La banalización de la política”. Apoyándose en la conocida frase de Hannah Arendt “La banalización del mal”, Presman escribe con pasión sobre el miserable rol que hoy juegan los principales columnistas políticos del monopolio mediático opositor. Como no toleran la presencia de gobernantes que aplican políticas contrarias a los intereses de los grupos dominantes, atacan con munición gruesa cada medida que adoptan. “Si se recuperan los fondos previsionales de la rapiña de las AFJP, eso se traducirá como un manotazo a los fondos de los jubilados. Si se aprueba una ley de medios audiovisuales para acotar monopolios y ampliar las voces, eso no es más que un atentado a la libre expresión y un camino indefectible a la censura. Si se considera de interés público el papel para diario cuya fabricación está en manos de una empresa hegemónica propiedad mayoritaria de los dos diarios dominantes, esto es ir contra el libre mercado”. La prensa dominante encubre la defensa de sus intereses con la defensa del preámbulo de la constitución. En 2008, durante el lockout de las patronales agropecuarias, en cada manifestación campestre flameaban cientos de banderas patrias y tronaba el grito de “¡viva la Patria”!, en una clara y contundente demostración de una concepción ideológica según la cual “el campo” es, lisa y llanamente, “la Argentina”. Toda fuerza política que tome decisiones que socaven el poder del “campo”, se transforma automáticamente en un enemigo del país. Esa prédica no hace más que enarbolar un draconiano maniqueísmo político, en virtud del cual el país queda dividido en réprobos y elegidos, en republicanos y demagogos, en demócratas y autoritarios, según que se esté con el “campo” o en su contra.

La prensa dominante se valió del fuerte temperamento del matrimonio presidencial para tildarlos de “intolerantes”, “violentos”, “dogmáticos”; de enemigos de la democracia, en suma. El término “crispación” se puso de moda y fue empleado de continuo para esmerilar la autoridad presidencial. La vehemencia de Néstor y Cristina fue presentada como una demostración de “irracionalidad” y “obsesión patológica por el poder”. Pero, como muy bien señala Presman, fue gracias al fuerte temperamento de Moreno, Belgrano y San Martín, que la Argentina se independizó de España en 1810. ¿Qué hubieran dicho Morales Solá, Grondona y compañía de haber sido contemporáneos de esos próceres? Seguramente, afirma Presman con vehemencia, hubieran acusado a Mariano Moreno, que en 1809 había escrito “La Representación de los Hacendados” y un año más tarde propuso la ejecución del “Plan Secreto de Operaciones”, de practicar un miserable doble discurso, ya que del liberalismo de 1809 pasó sin inconveniente alguno a practicar “un engendro jacobino de capitalismo de Estado” que hubiera sumido a la naciente Argentina en un feroz aislamiento internacional.

La tan denostada “crispación” estuvo presente a lo largo de nuestra historia. En mayo de 1810 los temperamentos de Moreno y Monteagudo se asemejaron a esos oleajes bravíos que arrasan con todo lo que encuentran en su camino. Una decisión como la adoptada por el Cabildo el 25 de mayo de aquel año hubiera sido imposible si sus protagonistas hubieran actuado con “mesura”, “recato” y “buena educación”. ¿Hubiese sido posible la gesta de Mayo si en lugar de Moreno y Monteagudo hubiesen estado Fernando de la Rúa y Julio Cleto Cobos? Trasladémonos ahora a julio de 1816. En Tucumán un poco más de treinta diputados de las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon solemnemente la independencia cuando el suelo patrio estaba desgarrado por las luchas fratricidas y desde el exterior asomaba amenazante el escarmiento de Fernando VII. Gracias a la crispación de esos diputados aquel 9 de julio pasó a la historia. ¿Hubiese sido posible esa gesta si en el congreso de Tucumán hubiesen estado Carlos Reutemann y Luis juez, por ejemplo? ¿Se hubiera producido la denuncia del comercio de las carnes si Lisandro de la Torre no hubiera estado en aquel decadente Senado, fiel reflejo de la década infame? Fue gracias a la gigantesca personalidad del ilustre rosarino que el humillante pacto Roca-Runcimann fue conocido por el pueblo. Estos ejemplos ponen en evidencia que los grandes acontecimientos de nuestra historia fueron posibles porque hubo caracteres crispados que tuvieron el coraje de protagonizarlos. Gracias a que tales personalidades no banalizaron la política, la Argentina progresó material y espiritualmente. Gracias a que tales dirigentes dignificaron la política, nuestro país se liberó de las cadenas del colonialismo español y de los colmillos del imperio inglés.

Quienes banalizan la política y la historia no conciben la rebeldía, la afirmación de nuevos ideales, la perturbación de las “mentiras vitales”. Quienes banalizan la política y la historia seguramente no leyeron a José Ingenieros, quien en su memorable libro “Las fuerzas morales”, escribió lo siguiente: “Rebelarse es afirmar un nuevo ideal. Tres yugos impone el espíritu quietista a la juventud: rutina en las ideas, hipocresía en la moral, domesticidad en la acción. Todo esfuerzo por liberarse de esas coyundas es una expresión del espíritu de rebeldía (…) Todos los que renuevan y crean son subversivos: contra los privilegios políticos, contra las injusticias económicas, contra las supersticiones dogmáticas. Sin ellos sería inconcebible la evolución de las ideas y de las costumbres, no existiría posibilidad de progreso. Los espíritus rebeldes, siempre acusados de herejía, pueden consolarse que también Cristo fue hereje contra la rutina, contra la ley y contra el dogma de su pueblo, lo fuera antes Sócrates, como después lo fue Bruno (…) El espíritu de rebeldía es la antítesis del dogma de obediencia, que induce a considerar recomendable la sujeción de una voluntad humana a otras humanas voluntades. En ese inverosímil renunciamiento de la personalidad, la obediencia no es a un ser sobrenatural, sino a otro hombre, al Superior (…) Este dogma lleva implícito un renunciamiento a la responsabilidad moral; el hombre se convierte en cosa irresponsable, instrumento de quien lo maneja, sin opinión, sin criterio, sin iniciativa (…) El arte y las letras, la ciencia y la filosofía, la moral y la política, deben todos sus progresos al espíritu de rebeldía. Los domesticados gastan su vida en recorrer las sendas trilladas del pensamiento y de la acción, venerando ídolos y apuntalando ruinas; los rebeldes hacen obra fecunda y creadora, encendiendo sin cesar luces nuevas en los senderos que más tarde recorre la humanidad”.

Al banalizar la política, el orden conservador la reduce a una actividad meramente lucrativa, incapaz de las grandes proezas, de las hazañas sublimes. Al banalizar la política, la derecha la aleja del pueblo, especialmente de los jóvenes, siempre proclives a perseguir ideales. El orden conservador afianza su dominación cuando la mayoría del pueblo cree firmemente que la política es una actividad banal, que sus protagonistas sólo actúan motivados por la satisfacción de espurios intereses. De esa forma, se expande como reguero de pólvora el desinterés por la política, la apatía, el desgano. Y cuando un pueblo deja de interesarse por la política, el poder económico concentrado impone sus códigos. Nada le provoca más alegría a los “mercados” que un pueblo apolítico, descreído, enojado con los políticos. Los dueños del capital festejan con champagne cada vez que la “gente” afirma delante de un micrófono o de una cámara de televisión que el idealismo y la política son como el agua y el aceite, que detrás de cada decisión del gobernante se esconde una ambición desmesurada, un acto de corrupción. Porque cuando son muchos los que se dejan convencer por los banalizadores de la política, la legitimidad democrática comienza a languidecer.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 22/5/012.

Anexo II

El Informador Público en el recuerdo

Peronismo histórico versus kirchnerismo

IP-09/03/2016

Nunca fueron fáciles las relaciones entre el peronismo histórico o tradicional y el kirchnerismo. Aunque suene paradójico, Néstor Kirchner llegó a la presidencia gracias al apoyo del aparato duhaldista, todo un emblema del peronismo histórico. Sin embargo, en su discurso del 25 de mayo de 2003, el flamante presidente aludió a la transversalidad, a la necesidad de que el kirchnerismo no se redujera al PJ tradicional sino que les abriera las puertas a otras fuerzas políticas que, sin ser peronistas, apoyaban el ideario kirchnerista. Sin embargo, muy pronto el presidente Kirchner se dio cuenta de que, sin el apoyo del aparato duhaldista, la gobernabilidad de su gobierno estaba en riesgo. Rápido de reflejos, recompuso su relación con los “barones” del conurbano bonaerense y pactó con el poderoso Hugo Moyano para garantizar su apoyo y el de su fuerza de choque si se presentaban “turbulencias”. Kirchner sentía aversión por el peronismo histórico pero, pragmático como buen peronista que era, tragó saliva y se sentó a la mesa de negociaciones para transar con el peronismo de Perón. Pero Kirchner no era un hombre dispuesto a ser un títere de Duhalde. En 2005 cortó por lo sano apoyando la candidatura a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires de su señora esposa, Cristina Fernández, quien en las legislativas de aquel año compitió nada más y nada menos que con Chiche Duhalde, la esposa del ex presidente interino. El quiebre definitivo se produjo dos años más tarde, cuando bendijo la candidatura presidencial de Cristina. Como en aquel entonces Kirchner se había convertido en el macho Alfa, nadie dentro del peronismo osó cuestionarlo. Todos sabían que Cristina sería la próxima presidente, razón más que suficiente para obedecer al jefe.

Con Cristina en el poder, el kirchnerismo mantuvo la alianza estratégica con el peronismo histórico, fundamentalmente con Hugo Moyano. Durante el largo y peligroso conflicto desatado por la resolución 125, los camioneros, comandados por el hijo de Moyano, Pablo, estuvieron cerca de entrar en combate con los campestres. Resultaba por demás evidente lo beneficioso que resultaba tanto para Kirchner como para Moyano la sociedad que habían conformado. Moyano le garantizaba a Kirchner la “paz social” y Kirchner hizo todo lo posible para ayudar al gremio camionero a incrementar notablemente el número de afiliados, es decir, la caja. Esta sociedad por conveniencia se hizo añicos el 27 de octubre de 2010, jornada de luto para el kirchnerismo y buena parte de la sociedad. La muerte de Néstor Kirchner significó en la práctica el quiebre de la relación del kirchnerismo con el peronismo tradicional. Sin Kirchner a su lado, Cristina se alejó del peronismo histórico, fundamentalmente del sindicalismo peronista de derecha. El resultado de este enfriamiento fue el esperado: Cristina y Moyano pasaron a ser enemigos irreconciliables. Durante la segunda presidencia de la viuda de Kirchner, Hugo Moyano se transformó, consciente o inconscientemente, en aliado de la oposición al kirchnerismo. La “bestia negra” pasó a ser considerada por el monopolio mediático un “alto, rubio y de ojos azules”. Como era previsible, los paros no tardaron en llegar. La guerra declarada entre Cristina y Moyano repercutió fuertemente dentro del peronismo. El liderazgo de la presidente sufrió un fuerte cimbronazo, lo que envalentonó a algunos dirigentes cercanos a independizarse. El caso más notorio fue el de Sergio Massa. El ex jefe de Gabinete creó una fuerza política “independiente” a la que denominó “Frente Renovador”, haciendo honor, quizás, al peronismo renovador de los ochenta. En las elecciones de 2013 dio el batacazo derrotando al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Cristina jamás se recuperó de ese golpe. Más adelante culparía a los servicios por haberle mentido acerca de las ambiciones del tigrense.

Con su victoria en territorio bonaerense, Massa se transformó en el más importante de los candidatos a presidente para 2015. El cisma en el kirchnerismo era cada vez más profundo. Ni lerdo ni perezoso, el peronismo tradicional, que a esa altura no ocultaba su aversión por la presidente, se hizo massista de la primera hora. El sindicalismo se mantuvo expectante pero indudablemente sentía una gran satisfacción por la sangría que estaba padeciendo el kirchnerismo. Ante este nuevo escenario, Cristina fue fiel a sí misma: dobló la apuesta. Se hizo más camporista que nunca, con lo cual no hizo más que ahondar la división dentro del peronismo. Dentro de este escenario debió moverse, contra su voluntad, Daniel Scioli. El triunfo de Massa lo obligó a modificar radicalmente de estrategia de cara a las presidenciales de 2015. No tuvo más remedio que ser más cristinista que la propia Cristina, lo que lo obligó a una sobreactuación que terminó siendo un búmeran. Scioli quedó atrapado en un callejón sin salida. Pese a que nunca fue kirchnerista, la poca audacia que demostró para independizarse de Cristina en el momento oportuno (antes de las elecciones de 2013) lo condenó a una dependencia de la presidente que dinamitó sus chances para llegar a la Casa Rosada. El peronismo se había fracturado. En esta vereda, el kirchnerismo; en la otra, el peronismo antikirchnerista o, si se prefiere, el peronismo histórico.

La fractura del peronismo no hizo más que entregarle en bandeja la presidencia a Mauricio Macri. Pese a que en el ballotage Scioli hizo una muy buena elección, los votos no le alcanzaron para ser presidente. Le faltaron, precisamente, los votos del peronismo histórico, que se inclinaron por el antiperonista Mauricio Macri. Consumada la derrota, la diáspora peronista se hizo más profunda. Como era de esperar, varios legisladores que hasta el día anterior habían jurado lealtad a Cristina, emigraron conformando un bloque independiente liderado por Diego Bossio, quien hace poco dijo sin ruborizarse que nunca había sido kirchnerista. Para echar más leña al fuego, varios gobernadores peronistas que se habían cansado de rendirle pleitesía a Cristina comenzaron a hablar bien del flamante presidente. Incluso uno de ellos, Juan Manuel Urtubey, parece ser más macrista que el propio Macri. Es probable que la fractura se haga expuesta luego de las elecciones internas de autoridades partidarias, donde el kirchnerismo no estaría dispuesto a avalar a José Luis Gioja como jefe del peronismo.

El antagonismo entre el peronismo tradicional y el kirchnerismo entró, aparentemente, en un callejón sin salida. Entre ambos sectores existen profundas diferencias que exceden lo meramente táctico o estratégico, incluso lo personal. Las diferencias se hunden en el factor ideológico, lo que obliga a rememorar la trágica década del setenta y, fundamentalmente, la decisión de la juventud peronista de abandonar la Plaza de Mayo en aquella histórica jornada del 1° de mayo de 1974, cuando el líder moribundo, luego de insultarla, dijo que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento.

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