Por Luis Alejandro Rizzi.-

“¿Cuál es entonces el verdadero problema de Milei? No está afuera. El problema de Javi es Javi. A él es a quien debemos hacerle un coaching permanente para que no estrelle el avión con todos nosotros arriba.” Alejandro Borensztein.

Parecería que Javier Milei entiende la política a partir del conflicto y así comenzó su gestión, hablando el 10 de diciembre de espalda al congreso, demostrando una cabal ignorancia al confundir a la casta política, con una “autoridad de la Nación como lo es el Poder Legislativo. A poco de asumir recurrió al dictado de un DNU, el famoso 70/23, que no sabemos si se decidió en acuerdo general de ministros, como lo dispone la constitución en su art. 99 inc. 3, o se mandó directamente como lo hacían sus antecesores.

Luego remitió el famoso proyecto de “ley bus”, que retiró a la primera objeción que le presentó la Cámara de diputados, por ignorancia del reglamento que rige el funcionamiento de la Cámara y pese a haber sido diputado durante dos años.

En ese lapso no aprendió.

Pienso que no le interesa aprender, como el maestro de Siruela, que tenía escuela y era ignorante; en el caso de Milei es más grave, porque es presidente y no tiene partido y es minoría absoluta en Diputados y en el Senado, lo que significa que, si no negocia, le será difícil implementar sus ideas para gobernar.

Sin embargo, Milei cree que el conflicto lo puede beneficiar y su política consiste en generar conflictos que hasta ahora va perdiendo y, de león carnívoro, bajó a la categoría de herbívoro y ahora, si bien dicho en un contexto de respetuosa ironía, en “jamoncito”.

Lamentablemente Milei no sabe persuadir y recurre a la agresión, o bien a la cancelación o el uso del epíteto “casta” -un significante vacío populista- o a la amenaza de la imposición mediante dictados de DNUs, sin advertir que es un medio del que se hizo tan grado de abuso que hoy parecería que el Congreso no estaría dispuesto a convalidar, en buena hora.

Milei, como Nayib Bukele, Trump, Viktor Orban, Recep Tayyip Erdoğan, Xi Jimping y el mismo Putin, son autócratas que hacen culto a que “el fin justifica los medios”, cuyo extremo es la tragedia de Lady Macbeth, un verdadero tratado de política práctica.

Decía ayer Inés Capdevila en el diario La Nación que “el dilema para el presidente ruso es, entonces, cuánto sostener sus guerras -o abrir nuevos frentes- sin quebrar del todo la economía y la paciencia de los rusos y sin exponer a su régimen a desgastes y derrotas catastróficas.”

Milei está, en diferentes situaciones, en el mismo lugar de Putin: se siente confiado en la medida que crece la conflictividad institucional. Ahora agrego: “incluso con su propia vicepresidente”, que demuestra ser su excelente cuadro político, a pesar que Longobardi dijo, en su programa de radio Rivadavia, que no le interesa entrevistarla.

Es difícil saber cuánto le sumó Villarruel a su triunfo electoral. Recordemos que no iba a ser sólo presidente del senado; tendría funciones en el ejecutivo. Lo que no sabemos es si le puede restar; pienso que sí.

Como también lo dice Capdevila, “en términos geopolíticos, los autócratas son más proclives a los conflictos [que los gobernantes democráticos] por su nacionalismo y por su necesidad de alimentar su relato sobre los ‘enemigos externos’. Putin es un ejemplo de esto”, dice, en diálogo con “La nación”, Thomas Carothers, codirector del Programa de Democracia, Conflicto y Gobernabilidad del Carnegie Endowment for International Peace.”

https://x.com/CasaRosada/status/1771898590690005440?s=20

En cierta medida, Milei es un autócrata al revés, porque, parafraseando a Maquiavelo, “no es temido” o lo es sólo por algunos de sus funcionarios, que viven pendientes de recibir su despido por algún medio o una red, como me lo fue confesado de modo personal y privado.

Pero es obvio que, a diferencia de los autócratas de verdad, no es temido, más bien, aunque parezca paradójico, se lo pretende ayudar, pese a que, en el senado, le rechazaron la designación de su mentor religioso como embajador argentino en Israel.

Es obvio a Milei le están marcado límites.

Javier Milei tiene un mérito: puso en la “mesa de los argentinos” y en lo más profundo de la “casta” la necesidad de cambios políticos.

Abrió una “caja de fracasos”, ese arcano arcón, conocido y ocultado por casi todos, pero que se mantuvo cerrado en estos cuarenta años de democracia, que intentó abrir el ingeniero Álvaro Alsogaray en la campaña de 1983. Luego su propia hija se hizo parte del problema o la cuestión.

“La libertad avanza” es sólo un slogan o una llave ganzúa, pero nada más; la libertad, como tal, es condición necesaria pero insuficiente por sí misma, porque muchos crímenes se pueden cometer en su nombre.

En fin, Javier Milei es conflictivo por su naturaleza; su personalidad tiene signos obvios, incluso para un lego, de neurosis, y su comportamiento no deja de tener morbosidad.

Por eso, Milei dice creer en las “fuerzas del cielo”, en esa supuesta religiosidad; como un verdadero “Ostra” en la tipología de Kunkel, esconde sus riesgosas frustraciones. Su verdadera religión es el “conflicto” o la “conflictividad”.

De todos modos, algo cambió en la política argentina, pero puede haber mucho gatopardismo, en especial en los “círculos rojos”; no hay uno solo, son varios.

Javier Milei está a tiempo de asumir que el conflicto lo podría llevar al helicóptero; en ese extremo lleva las de perder.

La gente no llega a fin de mes y ese sí es un conflicto que viene desde abajo hacia arriba.

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