Por Hernán Andrés Kruse.-

En uno de los tantos capítulos del libro de Germán Bidart Campos titulado “El poder”, se lee lo siguiente: “Hay tiempos en que una sociedad se neurotiza con sicosis de decadencia, de desesperación, de desesperanza, de sexomanía, de especulación financiera y económica, de odio, de miedo, de terror, de inseguridad, de fanatismo, de dependencia, y de mil cosas más. Todas son obsesiones colectivas que se desparraman como una mancha de aceite y contaminan el clima de conjunto, la convivencia, las actitudes de la gente, y repercuten en los grupos, en las personas, en los poderes sociales, con intensidad variable. Estas neurosis hacen presión en el medio social y en quienes forman parte de él; influyen en los comportamientos masivos grupales e individuales; configuran un fenómeno con connotaciones y efectos que, como dijimos, la ciencia política no puede conocer si no le llega el diagnóstico y la explicación de otras ciencias. Basta advertir la presencia de la neurosis social, sin entrar a sus causas, a sus caracteres, a sus consecuencias. A veces, son las malas políticas desplegadas desde el poder las que neurotizan a una sociedad. Otras, sin ser el poder el autor responsable de la neurosis social, es el estímulo (…) Lo que importa es saber que también en política, la neurosis es una enfermedad, es una patología.

Y ello nos encamina a una doble reflexión: el poder no debe provocar ni fomentar la neurosis social, no ha de darle pábulo, no ha de volverse cómplice de la que surge por razones ajenas al poder; y el poder ha de acudir a las terapias necesarias para contener y sanar la neurosis social, enmendándose de las actitudes y conductas con que la haya suscitado o estimulado, y adoptando los antídotos eficaces pare frenar su propagación y lograr paulatinamente su desaparición. El poder neurótico incurre en un mal ejercicio del poder. El poder que recae en una sociedad neurotizada, sea por su culpa, sea sin culpa suya, tiene que revertir la situación social con urgencia, porque la neurosis social es un alimento indigesto para el sistema político, es un ingrediente nocivo que ingresa a él como una epidemia, y que obsta a una relación normal entre poder y sociedad”.

Bidart Campos publicó este libro hace cuarenta años. Hoy la sociedad argentina está tan neurotizada como en aquel entonces. Hoy, como hace cuarenta años, estamos desquiciados. Quizá en mayor medida que en aquel lejano 1985. Cómo será nuestro desquicio que en el ballottage del año pasado el 56% del electorado (me incluyo) votó a un desquiciado como Javier Milei. El primero en advertir el desquicio mental de Milei fue el radical Gerardo Morales, un dirigente que no goza de mi simpatía. Debo reconocer, sin embargo, que estaba en lo cierto. En apenas cuarenta y cinco días Javier Milei puso en evidencia su tortuosa personalidad, su paranoia, su megalomanía, su cinismo. El sólo hecho de avalar la represión de las fuerzas de seguridad a los manifestantes en las adyacencias del Congreso lo corrobora. Tal fue el grado de locura y perversión que se apoderó de la Policía Federal, la Prefectura y la Gendarmería que en un momento varios uniformados se hicieron los matones delante de un grupo de jubilados. Sí, de jubilados.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Sara Álvarez Álvarez titulado “El fenómeno sectario y la figura del líder como piedra angular del grupo” (revista de Criminología, Psicología y Ley, 2019). Su lectura, me parece, ayuda a entender la escabrosa personalidad de quien hoy nos gobierna.

LA FIGURA DEL LÍDER SECTARIO

“El liderazgo es un fenómeno que ha existido desde siempre; si revisamos la historia, en todas las épocas de la humanidad nos encontramos con personas que han ejercido una gran influencia sobre los demás, que los han guiado y dirigido hacia objetivos específicos a los cuales la sociedad sin ser encabezada por nadie no habría podido lograr por sí misma, puesto que necesitan una brújula que la oriente. Estos orientadores son los llamados líderes: personas con gran confianza en sí mismas, una elevada capacidad para la oratoria y un alto grado de carisma, siendo gracias a todo ello aptos para transformar la visión en realidad y transmitir a sus seguidores motivación para alcanzar sus metas. Si consultamos la etimología de la palabra «líder», comprobamos que proviene del inglés leader (dirigente, jefe), forma a su vez derivada de la raíz leden que significa viajar, guiar o mostrar el camino (Espuny). Por tanto, un líder ayuda a organizar a la ciudadanía, mientras hace sentir a ésta segura para que en consecuencia se genere un buen funcionamiento social. Ser líder no es algo malo: véase por ejemplo a Mahatma Gandhi, a Martin Luther King o Nelson Mandela. Sin embargo, en la otra cara de la moneda, nos encontramos con personalidades como Adolf Hitler o Iósif Stalin, que igualmente encajarían dentro de la figura del líder.

¿Cuál es entonces la nota discordante que nos permite distinguir cuándo un líder es peligroso o perverso, de cuando no lo es? La respuesta es clara: el fanatismo. Repasando la etimología del término, encontramos que procede del vocablo fanum, que indica lugar sagrado, templo. Originariamente, fanum significó “oráculo”, y por extensión pasó a aplicarse también al lugar o templo donde se pronunciaban los oráculos. (Javaloy Mazón). Una persona que muestra fanatismo hacia algo o alguien muestra rigidez, irracionalidad e intolerancia frente a los miembros del exogrupo; es decir, hacia miembros de otras religiones, partidos políticos u otros colectivos. “En otras palabras, el fanático considera su creencia, su ideal, como algo sagrado, y como tal por encima de cualquier cosa (el mundo gira a su alrededor)” (Benoit & Cancrini). Todo lo que se aparte de sus creencias significa estar en el lado equivocado, erróneo. Además, el fanático no soporta que le contradigan (demostrándose así intolerante), enfureciéndose con aquellos que opinan diferente, ya que esa divergencia de opiniones puede llevar a que se cuestione sus propios ideales. En consecuencia, opta por convencer y ganar seguidores con tesón, haciendo proselitismo y convenciendo a otros de que lo que defiende es la única verdad que existe en este mundo.

Citando de nuevo a Benoit & Cancrini “el fanático es un hombre profundamente frustrado: necesita creer porque le resulta insoportable su caos interior; siente seguridad y certidumbre en su idea.” Por esta razón, sus creencias y su convicción en ellas sustituyen la racionalidad, y por tanto la energía y trabajo psicológico que implica la misma. De acuerdo a Enrique & de Corral, en el ámbito religioso el fanático quiere creer a toda costa algo increíble; uno no es fanático ante lo evidente, sino a lo que escapa de la racionalidad, de nuestro entender. Además, ambos autores mencionan diversos factores psicológicos de riesgo, entre los que destaca la personalidad paranoica, sobre la cual profundizaré más adelante. El fanático posee un esquema dicotómico de la realidad: las personas, los valores o las ideas son buenas o malas. O blanco, o negro; no hay gris de por medio. Lo bueno es aquello que comparte con el endogrupo, mientras que todo lo exterior a él es perverso, maligno y falso, despreciándolo. “En definitiva, el fanático odia la realidad porque puede contradecirlo, y por ello está dispuesto a morir y matar por su ideal.” (Benoit & Cancrini).

El fanatismo supone estar en la certeza de una idea, y estar en certeza de una idea significa intentar imponérsela a los demás, aunque sea por la fuerza (Enrique & de Corral). Es en este punto cuando el fanatismo adquiere relevancia criminológica, al ser un caldo de cultivo para la violencia; no nos interesa tanto en nombre de qué habla el fanático sino los efectos criminales que provoca. En este caso, la manifestación del fanatismo llevado al extremo (aunque de por sí, es un término que implica radicalismo y obcecación) nos lleva al tema que nos ocupa: el fenómeno sectario. El líder dentro de una secta es el capitán que dirige el barco y a los que van en su interior; decide la dirección, el rumbo, y dan las directrices a los demás de cómo deben actuar, tanto dentro como fuera de la secta. Decide donde trabaja cada quien, y si eres merecedor de navegar junto a él a la tierra prometida o no. Los líderes de estos grupos se han autoproclamado con diversos nombres: gurú, maestro, pastor, reverendo, profeta, swami, presidente, padre, o comandante (Benoit & Cancrini). Singer Thaler se refiere a ellos como mesías o flautistas de Hamelin. Esta última acepción me parece muy acertada, puesto que refleja de forma muy clara la relación que se da entre el líder y los adeptos: los roedores siguen, embelesados y cautivados, la música que toca el flautista; en este caso, los seguidores del autoproclamado gurú siguen sus dictados, aquello que pregona, y el individuo deja de ser un ser singular para convertirse en un ser subordinado a la idiosincrasia del grupo. Cabe puntualizar, llegados a este punto, que la persona que ocupa la cima dentro de estas organizaciones habitualmente es un hombre, de modo que emplearé el término en sentido masculino a lo largo del artículo. Eso no es excluyente para que existan mujeres que hayan estado a la cabeza de grandes grupos sectarios, como es el caso de la Secta de Heide, llamada así por su fundadora Heide Fittkau Garthe (activa en Tenerife y Alemania) (Rubio Rosales).

En la mayoría de los grupos existe la figura del líder: una persona, típicamente el fundador, que ocupa la cúspide de la estructura piramidal. Ostenta el escalafón más alto dentro de la jerarquía de la secta; como señala Rodríguez “el líder resulta una figura marcadamente inhibitoria y su carácter es de tipo autoritario”. La doctrina que profesan, en mayor o menor medida, gira entorno a un poder divino o celestial que les ha sido concedido porque son los elegidos, y actúan como vía o canal entre sus seguidores y la divinidad suprema porque son los únicos que se pueden comunicar con ella. Ello implica que el líder lo sabe y lo augura todo gracias a la sabiduría de la que ha sido dotado en exclusividad. Dentro de las sectas, se da una sumisión total al salvador o maestro, no existen espacios de divergencia o confrontación de ideas. Si surge alguna idea que contradiga sus mandatos, o sus creencias, lo considerará una amenaza: él debe tener el control total del liderazgo. Si se siente amenazado, empleará métodos que restablezcan la línea de poder, para demostrar que nadie le puede llevar la contraria porque lo que él divulga es la única verdad. Estos mecanismos pueden ir desde una mera valoración ética, a castigos físicos o psicológicos degradantes y humillantes, donde despoja al adepto de toda dignidad y humanidad (Rodríguez Carrasco).

Como señala Hassan, resulta interesante destacar igualmente el hecho de que muchos de los actuales líderes han sufrido abusos o han sido víctimas de control mental en su infancia o adolescencia; también es probable que el sujeto presente antecedentes dudosos, como consumo de drogas o un largo historial de divorcios, lo que hace aún más perturbador que en el momento en el que lidera a un grupo, algunos de sus mandamientos incluyan acciones como el consumo de estupefacientes o las bodas masivas entre miembros, o entre miembros (generalmente mujeres, aunque no tiene por qué) y el líder. Al contrario de lo que la mayoría imagina, no es que los líderes anhelen riqueza o patrimonio. A pesar de que para llevar a cabo su cometido, necesiten dinero, inmuebles o cosas materiales, lo que desean en realidad es atención y poder. El poder para los líderes termina siendo como una droga, de la cual sufren adicción: cada vez desean más y más, y es lo que les hace peligrosos. La inestabilidad psicológica que sufren, y ver como otros creen lo que anuncia, hace que el líder se llegue a creer su propia propaganda (Hassan). En resumen, siguiendo el trabajo de Singer los líderes presentan comúnmente las siguientes tres características: 1. “Los líderes de sectas son personas autodesignadas y persuasivas que afirman tener una misión especial en la vida o poseer un conocimiento especial”. 2. “Los líderes de sectas suelen ser decididos y dominantes y a menudo son descritos como carismáticos”. 3. “Los líderes de sectas centran la veneración en sí mismos”.

ESTRUCTURA Y CARACTERÍSTICAS DE LA PERSONALIDAD DEL LÍDER A NIVEL PSICOPATLÓGICO

“Si nos sumergimos dentro de la personalidad del líder de una secta, podemos ver que comprende rasgos de diferentes trastornos de la personalidad en diferente medida, principalmente de la paranoia, la megalomanía y el narcisismo, el sadismo o masoquismo y la psicopatía”.

PARANOIA

“Una de las características subclínicas principales que presentan los líderes sectarios son los rasgos paranoides (ideas delirantes) que definen en gran manera su personalidad y modo de actuar. Una personalidad paranoide se caracteriza por una desconfianza irracional e injustificada hacia los demás, que implica una interpretación errónea de la realidad de la que está plenamente convencido a pesar de no tener pruebas (o tener pruebas que son falsas o tergiversadas). Es decir: el mundo conspira contra él, y no admite discusión alguna. Esto nos recuerda a la imposibilidad de los adeptos de realizar réplicas u oponerse a las decisiones del líder, coartando la libertad individual de sus seguidores sometiéndoles a una extrema vigilancia por su parte, para mantener una firme cohesión entorno a su personalidad (Rodríguez Carrasco). Pepe Rodríguez profundiza acerca de ello, y alude a que este tipo de sujetos se sienten “iluminados”; son personas a las que se les ha encomendado una misión divina, y se ven inmersos en un deber autoimpuesto por llevarla a cabo. Más adelante, el autor continúa definiendo la paranoia y cómo podemos trasladarla al contexto que nos ocupa revisando las biografías de los líderes: “La paranoia es una psicopatología que suele coincidir en personas de elevado cociente intelectual, lo que, unido a la sistematización de sus ideas aberrantes y a que éstas no son más que una parcela dentro del conjunto de su dinámica mental cotidiana, hace que un paranoico grave pueda pasar por psíquicamente sano mientras no se aborde el tema de su delirio. Por otra parte, con esta enfermedad va asociado un enorme potencial de irradiación y convicción que, en los paranoicos expansivos, es capaz de contagiar hasta sus más descabelladas ideas delirantes a grupos o masas. El estudio de las biografías de muchos líderes sectarios conocidos aporta datos para presumirles procesos de paranoia exógena (desencadenados por entornos sociales muy adversos sobre estructuras paranoides)”. En la mencionada cita, Pepe Rodríguez emplea el término “paranoico expansivo”; Según Benoit & Cancrini, todas las sectas poseen una figura que encabeza el grupo, y que goza de un gran encanto personal y atracción: un paranoico expansivo, que infecta con sus ideas las mentes de sus adeptos y les absorbe: se convierte en “dueño de cuerpo y alma del adepto”, y en consecuencia de sus bienes y posesiones (necesarias para financiar la secta)”.

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