Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 10 de febrero, Infobae publicó un artículo de Mónica Gutiérrez titulado “Milei, una experiencia religiosa”. Como bien señala la autora, el presidente es una especie de “bicho raro” del salvaje mundo de la política. Proveniente del ámbito privado, Milei llegó a la presidencia de la nación en un momento excepcional y único del país. En efecto, nunca antes el pueblo sintió tanto hartazgo y repugnancia por la dirigencia política, sin distinción de inclinaciones partidarias. Esa bronca y esa frustración catapultaron a Milei a la cima del Aconcagua. Su rotunda victoria en el ballottage del 19 de noviembre de 2023 implicó un hecho inédito tanto en nuestro país como en el mundo. En efecto, por primera vez en la historia universal un político que adhiere al liberalismo más extremo, al anarcocapitalismo, recibía semejante alud de votos.

Apenas asumió como presidente puso en claro su determinación a jugarse el todo por el todo por su proyecto político. Para Milei no existen los grises. Es todo o es nada. Es blanco o es negro. Se aferra a sus principios ideológicos con fervor religiosa. En efecto, por primera vez desde que tengo memoria un presidente actúa más como un catequista que como un político. Ello quedó expuesto durante su visita a Israel. Lloró desconsoladamente en el Muro de los Lamentos y se fundió en un abrazo interminable con su rabino predilecto. Horas después de la caída de la Ley Ómnibus en la Cámara de Diputados, el presidente utilizó las redes sociales para publicar un fragmento del Éxodo del segundo libro de la Biblia. Se trata del versículo 19 en el que Moisés, al descender del Monte Sinaí portando las tablas de la Ley, se encuentra con un panorama que considera desolador: sus fieles están adorando a un becerro de oro. Dominado por la ira, castiga a su pueblo haciendo añicos al becerro.

Mónica Gutiérrez asemeja la reacción de Moisés con la reacción de Milei luego del fracaso de la Ley Ómnibus. Escribe lo siguiente: “La retirada de la Ley marca el inicio de una nueva etapa. Aparece un Milei muy Milei. La andanada que el libertario emprendió desde las redes sociales fue inmediata y arrolladora. Una guerra de guerrillas digital enfocada a identificar a sus enemigos y estigmatizarlos (…) La caída de la Ley de Bases deja a Milei a la intemperie. Lo exhibe desplegando una de sus más auténticas características de su personalidad. Cuando lo contradicen se enoja. Su baja tolerancia a la frustración lo convierte en un destemplado”.

La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿cree de verdad el presidente que fue elegido por las fuerzas del cielo para enterrar de una vez y para siempre un siglo de fracaso político y económico de la Argentina o es, por el contrario, un farsante que utiliza a la religión para legitimar su extremo y peligroso autoritarismo? Hasta el momento pareciera ser que estamos siendo gobernados por un fanático religioso, cínico y despiadado, que se cree la reencarnación de Moisés.

Javier Milei es, me parece, un ejemplo más de la íntima relación entre la política y la religión, en la que ésta ha servido para legitimar, además del orden social y la autoridad, a determinados regímenes políticos. Buceando en Google me encontré con un ensayo del profesor de la Universidad de Yale Juan José Linz titulado “El uso religioso de la política y/o el uso político de la religión: la ideología sucedáneo versus la religión sucedáneo” (2004). A continuación paso a transcribir la parte del escrito referida a la politización de la religión.

LA RELIGIÓN POLITIZADA

“Finalmente, hemos llegado a nuestro tema: la íntima relación entre política y religión, en la cual la religión sirve para legitimar no sólo el orden social y la autoridad, sino también un determinado régimen político —una concepción específica del Estado y de la comunidad política—. En el caso extremo, esta relación se presenta como una «ideología-sucedáneo» (Ersatz-ideologie) en contraste con la religión política, que en gran medida sirve como «religión-sucedáneo».

La iniciativa para esta fusión entre religión y política (es decir, de una religión tradicional trascendental y sus creencias, instituciones y rituales con los de la comunidad política) puede ser el resultado de dos procesos muy distintos. Por un lado, esta unión puede basarse en el deseo de las instituciones, autoridades, líderes e incluso creyentes religiosos de conseguir el apoyo del Estado contra las fuerzas secularizadoras o incluso contra los defensores de una religión política. En este caso, la unión de religión y política tiene raíces religiosas y es concebida como poner la política, el poder político y la comunidad política al servicio de la fe y de sus representantes. Por otro lado, los gobernantes políticos, las instituciones del Estado y los movimientos políticos pueden instrumentalizar la religión para ganar legitimidad y apoyos, politizando así la esfera religiosa.

La distinción que acabamos de hacer es posiblemente más analítica que descriptiva, ya que en la realidad es más probable encontrar una convergencia entre ambos objetivos, un tácito quid pro quo donde ambas partes piensen que están sirviendo a sus propios intereses: a la religión e instituciones clérigo-religiosas, por un lado, y a la política y a las instituciones políticas del régimen, por el otro, en una especie de proceso de convergencia. Esto explica la ambigüedad fundamental y probablemente la inestabilidad en último término de la politización de la religión o la «religionización» de la política. Aunque este modelo está basado en una concepción de cooperación, no es improbable que finalice en conflicto, con el régimen político pagando un coste debido a la heteronomía de la religión, o con la Iglesia pagando un coste por su implicación con un régimen cuya pérdida de legitimidad puede acabar arrastrándola. Como veremos, la Iglesia o el régimen son los beneficiarios, y en una u otra fase de la unión los que acabarán pagando el coste de la religión politizada.

Hay dos situaciones que facilitan la fusión de religión y política. Por un lado, encontramos algunos regímenes autoritarios que rechazan el individualismo y los valores de la sociedad liberal. Por otro, facilitan también esta fusión ciertas manifestaciones de nacionalismo cultural que aparecen en el proceso de construcción de las naciones o de afirmación de la identidad nacional. De nuevo, algunas veces estos dos procesos convergen en el mundo real, como sabemos por los casos de Eslovaquia, Croacia e incluso España. La politización de la religión al servicio del nacionalismo o el nacionalismo al servicio de la religión son temas centrales en los siglos XIX y XX, y conducen a un fenómeno que en algunas ocasiones se asemeja a la religión política. Las dos expresiones de religión politizada, en su forma extrema, conducen a la teocracia, donde el poder político sería ejercido por líderes religiosos en nombre de la religión o de Dios, imponiendo los valores religiosos a la comunidad.

Existe una cierta similitud entre la teocracia y la religión política, como ya hemos apuntado. Y, por lo tanto, no es una casualidad que Barrington Moore haya escrito sobre la Ginebra de Calvino como un sistema totalitario. Las teocracias son un tipo raro de sistema de gobierno y quizás, como se observa en otros casos, su inestabilidad sea paralela a los sistemas basados o vinculados a una religión política. En el gráfico 1 trato de mostrar la gama de relaciones entre religión y política; en su círculo abierto, la teocracia acaba estando próxima a la religión política. En cierto sentido, los extremos convergen. Pero hay también un abismo fundamental que separa la religión política secular y moderna de la teocracia, cuyo último referente es un dios, su profeta, su Iglesia.

La otra forma de religión extremadamente politizada es el cesáreo-papismo, tal y como pudiéramos encontrarlo en Bizancio o incluso en la Rusia zarista. En este caso, la religión toma formas que son bastante distintas y pierde algo de su capacidad para proporcionar un contrapunto moral y aún más la posibilidad para desafiar al poder, aunque para ello torne a otras dimensiones del sentimiento religioso que pueden conducir a formas íntimas como el pietismo o una expresión exuberante en la liturgia. Las consecuencias del cesáreo-papismo luterano y ortodoxo, y en especial del cesáreo-papismo ortodoxo ruso, conducirían respectivamente a esas dos formas de religiosidad. Ambas formas de expresión religiosa revelan, desde el punto de vista de la tradición religiosa, la diferencia fundamental entre el uso de la religión por el poder político en el cesáreo-papismo y la religión política moderna, secular y pseudocientífica como «religión-sucedáneo» al servicio de sistemas totalitarios. Una diferencia que puede también explicar la falta de creatividad cultural, intelectual, artística y estética asociada con la religión política y, en cambio, el florecimiento cultural de la tradición religiosa bajo el cesáreo-papismo.

Pero volvamos ahora a la variedad contemporánea de religiones politizadas que no se transforman en teocracias ni en un sistema de dominación cesáreo-papista de la Iglesia. En la religión politizada se mantienen ciertos grados de autonomía y de heteronomía en el ámbito religioso. Las Iglesias, los líderes religiosos y la jerarquía, pero también los clérigos y los seglares devotos, pueden apoyar un régimen autoritario politizando la religión para legitimar a ese régimen. Mientras, el régimen responde concediendo a la religión un estatus privilegiado en la sociedad, apoyando su institucionalización e incluso financiándola. Esta unión puede no ser iniciada por quienes están en el poder, pero sí por la Iglesia y los fieles en la esperanza de lograr tanto los valores y fines religiosos como la destrucción de las fuerzas antirreligiosas, creando la oportunidad para una auténtica recuperación religiosa en la sociedad con la ayuda del Estado. En este contexto, la politización de la religión parte de unas motivaciones y expectativas religiosas sinceras, aunque, como en todos los asuntos humanos, existen algunos motivos menos nobles. Pero no olvidemos que los clérigos son humanos y, por lo tanto, les gusta el poder, el reconocimiento y el control”.

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