Por Hernán Andrés Kruse.-

“En este sentido puede compartirse que: “Una de las principales tendencias estructurales, hoy en día, en el sistema capitalista consiste en el reforzamiento que está asumiendo, de manera hegemónica, el capital ficticio como movimiento envolvente de las demás formas que asume el ciclo del capital internacional tales como el capital dinero, el capital productivo y el capital mercancías. Además de que esta realidad explica, en gran parte, las erráticas tasas de crecimiento económico del sistema internacional y de regiones enteras como la Unión Europea, Estados Unidos y Japón (con excepción de China e India), ella coloca el problema contemporáneo de las inversiones productivas que en vez de canalizarse al crecimiento del empleo, por el contrario, se reciclan a los bancos y a las bolsas de valores de los países imperialista, referentemente, a la especulación” (Sotelo Valencia, 2006).

La opción 3, el ahorro sin inversión financiera, puede tratarse como marginal, ya que el mantenimiento de saldos en efectivo, sin que éstos otorguen ningún rendimiento, supone un importante costo de oportunidad, mayor cuando más alto sea el tipo de interés o la inflación. De todos modos, este tipo de conducta, responde a la preferencia por la liquidez keynesiana. Este tipo de ahorro es el atesoramiento, y debemos mantenerlo, al menos como una posibilidad lógica de detracción de dinero a la corriente circular de la renta. El atesoramiento en forma líquida es típico de los sectores de ingresos medios-bajos que no tienen posibilidad de acceso a invertir en las otras opciones, por lo tanto no es relevante a la hora de analizar incrementos en los ingresos de los sectores de mayor poder adquisitivo.

Finalmente el incremento del consumo de lujo, la opción 4, como muestran los datos, ha sido una de las opciones preferidas, junto con la inversión financiera, y esto es claramente una consecuencia del incremento de los beneficios y otros ingresos no provenientes de la producción en la economía mundial, que no encuentran oportunidades rentables de inversión. Como se demostró anteriormente, los consumidores de mayores ingresos, conforme fue aumentando la concentración del ingreso a partir de las reformas neoliberales, han destinado una mayor proporción de sus ingresos al consumo de bienes de lujo. Como ya se dijo, el neoliberalismo exigió reducir costos de producción para recuperar la eficacia marginal del capital, y, con ella, recuperar la tasa de beneficios, eso a su vez, conllevó la necesidad de cambiar el patrón de consumo del compromiso keynesiano, basado en el consumo de masas, por un patrón de consumo elitizado, donde es el consumo de lujo de los sectores de mayores ingresos el que cubre la brecha de demanda generada por la disminución en el consumo por parte de amplios sectores asalariados de la población que ven reducido su ingreso real. Sin embargo, esta sustitución de consumo de elite por consumo de masas también tiene un límite, debido a que el consumo de elite compite con la inversión, sobre todo en los ingresos de los grupos de mayores ingresos”.

LA INVERSIÓN PRODUCTIVA TERMINA REDUNDANDO EN UNA MEJORA PARA LOS SECTORES DE MENORES INGRESOS (DERRAME) A TRAVÉS DE LA EXPANSIÓN Y CREACIÓN DE EMPLEO

“Aun si se destinara la mayor parte de un incremento del ingreso de los sectores más altos al ahorro, y éste se dedicara a la inversión productiva, es decir, a aquella que incrementa la capacidad productiva real de la economía, y los beneficios, (sean obtenidos por ejemplo a partir de una desgravación de impuestos a las empresas, a partir de recortes de salarios reales o de cualquiera de los componentes del costo laboral, o bien a partir de una disminución de los impuestos directos a las familias de mayores ingresos), se destinaran nuevamente a la inversión productiva. Aun cumplidos todos estos supuestos no se garantizaría el incremento del empleo, ya que buena parte de la inversión productiva, ha sido destinada, no a expansiones del stock de capital fijo, creador de mayor capacidad productiva y de nuevos puestos de empleo, sino a las inversiones llamadas “racionalizadoras”. Este tipo de inversiones que, como proporción del total, ha venido incrementándose desde la década de los 70´, tiene como objetivo específicamente el ahorro de mano de obra, y la sustitución de trabajo por capital, a través de métodos de producción más intensivos en este último factor. Por lo tanto, la inversión que sustituye mano de obra por capital, no es a nivel agregado, generadora de empleo, o al menos, no lo es en la magnitud que lo hace la inversión expansiva que no modifica los métodos de producción. El “efecto desplazamiento” de mano de obra, que se produce a partir de la sustitución de trabajo por capital no logra ser compensado por la creación de nuevos puestos de empleo en la producción del capital físico ahorrador de mano de obra.

Existe una destrucción neta de empleo, a medida que los procesos productivos se van intensificando en capital. Además, y a manera de ejemplo, las calificaciones y habilidades de aquellos trabajadores que pierden su empleo debido a haber sido reemplazados por maquinarias con nuevas tecnologías, no son las necesarias para cubrir los puestos de trabajo involucrados en la producción de nueva maquinaria. Respecto de la Inversión Extranjera Directa, ésta, no es en todos los casos creadora de empleos, sino que, como dice Susan George, buena parte de la misma se dedica a destruir puestos de empleo: “No es accidente que, dependiendo del año, dos tercios a tres cuartos de todo el dinero denominado “Inversión Extranjera Directa” no se dedica a inversiones nuevas para la creación de trabajo sino a las Fusiones y Adquisiciones que casi siempre invariablemente resultan en pérdidas de empleos.” (George, 1999). Se podría afirmar que las fusiones son una forma de inversión racionalizadora, en el sentido que son la búsqueda de una mayor productividad media, o para decirlo de forma sencilla producir más con los mismos o menos factores. Un caso intermedio, es el planteado, por la inversión inmobiliaria, que como lo muestra la historia económica, puede tener un importante componente especulativo.

Para la teoría neoliberal, el ahorro debe necesariamente preexistir a la inversión, es decir, que una transferencia de ingresos a favor de aquellos que más ahorran será más eficiente a la hora de favorecer la ulterior inversión, que una transferencia hacia los sectores de menores ingresos que, como ya fue dicho, ahorran menos. Esto se anula, al menos parcialmente, con el mecanismo de crédito, ya que no es necesario que el ahorro sea previo a la inversión, sino que el crédito puede adelantar el ahorro futuro, para que luego el crédito pueda ser pagado con los rendimientos de la inversión (…). Se puede afirmar que las políticas neoliberales, tanto en los países centrales como en los países periféricos, no lograron derramar riqueza hacia los sectores de menores ingresos. Por el contrario, la aplicación de estas políticas generó una mayor desigualdad en la distribución de la renta. No sólo no se lograron resultados positivos en la distribución de la renta, sino que las tasas de crecimiento en los países de la OCDE fueron menores que en el período 1930-70, y el incremento de la productividad también disminuyó (Maddison, 1987). Como ya se señaló las tasas de desempleo son, después de 1973, en promedio superiores al período precedente. También en base a los datos estadísticos se puede afirmar que la inversión productiva (acumulación del stock de capital real) no fue el principal destino del incremento en los beneficios y otras rentas, con lo cual el “circulo virtuoso” descripto por los postulados de la teoría del derrame no pudieron cumplirse. Más devastadores aún fueron los efectos que produjeron las políticas neoliberales sobre los países subdesarrollados o en desarrollo, en particular sobre América Latina (Stiglitz, 2003), donde los organismos internacionales de crédito impusieron políticas fiscales y monetarias restrictivas, además de la desregulación y apertura indiscriminada de las economías. Como consecuencia se incrementaron notablemente la pobreza, la desigualdad, el desempleo, y otros males sociales como la criminalidad, la violencia social, la inseguridad, etc.

En síntesis, podemos concluir que la teoría neoliberal del derrame se puede resumir a partir de la siguiente cita: “Las políticas que favorecen el crecimiento, generalmente, benefician más a los pobres que aquellas políticas que favorecen la distribución. Cuando la intervención del Estado trata de modificar la distribución de la renta originada por el mercado, además de ir en contra del principio neoliberal de justicia social, genera una serie de distorsiones en el mercado que impiden que éste asigne eficientemente los recursos, por lo que a medio plazo la economía deja de crecer y los sectores populares terminan por ser los más perjudicados. Sin embargo, si el Estado se limita a favorecer que la iniciativa privada pueda crear riqueza, generando así un crecimiento económico significativo, los propios mecanismos del mercado derramarán esa riqueza entre todos los agentes económicos (efecto trickle-down), tanto por la vía del aumento del empleo y de los beneficios empresariales, como por la del abaratamiento del consumo gracias a la libre competencia, y esto termina beneficiando al conjunto de la sociedad” (Berger, 1992).

(*) Saúl Ricardo Gaviola (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales-UNMdP) y Sergio Oscar Anchorena (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales-UNMdP) titulado, precisamente, “¿Qué es lo que derrama el efecto “derrame?” (Universidad Nacional de General Sarmiento-2008).

Share