Por Hernán Andrés Kruse.-

En ocasión de la inauguración de la sede porteña del Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana y del Instituto Fray Bartolomé de las Casas, el Papa Francisco compartió un mensaje con alto voltaje político que mereció la respuesta del gobierno nacional. Dijo Francisco: “No alcanza con la legitimidad de origen, el ejercicio también tiene que ser legítimo. De qué sirve tener el poder si se aleja de la construcción de sociedades justas”. “Los derechos sociales no son gratuitos, la riqueza para sostenerlos está disponible, pero requiere de decisiones políticas adecuadas”. “El Estado es hoy más importante que nunca y está llamado a ejercer el papel central de redistribución y justicia social.

Quien le respondió a Francisco en nombre del gobierno nacional fue el vocero presidencial Manuel Adorni. “Con algunas de las frases no estamos de acuerdo y está muy bien que así sea. El papa es un líder espiritual y nosotros gobernamos la Argentina, una Argentina con problemas en absolutamente todos lados”. “El Estado, hay que ver cuál es la definición de un Estado”. “Eso no es así, lo ha dicho el Presidente en más de una oportunidad entendiendo que la Justicia social, en esta lógica de sacarle a unos compulsivamente a criterio del funcionario de turno, ha logrado en Argentina y entiendo que en el resto del mundo en donde se utilizó el Estado como se utilizó en Argentina, lo que hoy estamos viviendo, que es un 50% de pobres”. “A muchos millones de argentinos el bendito Estado presente evidentemente les ha quitado todo y no les ha dado absolutamente nada”. “El Presidente entiende que pueden ser frases muy lindas al oído pero que no han hecho otra cosa. Y está a la vista, veintipico de años hablando de Justicia Social, la verdad es que la gente no quiere eso, lo demostró en las urnas. Parte de su campaña del Presidente fue contarle a la gente cómo iba a hacer para achicar el Estado y dejar de gastar dinero” (fuente: Infobae, 28/2/024).

Para el presidente de la nación la “justicia social” es la expresión maldita. Milei está convencido de que la justicia social es la herramienta preferida de los gobiernos socialistas para empobrecer a los pueblos. Evidentemente, le resulta imposible ocultar su aversión por la justicia social o, si se prefiere, la justicia distributiva. En este sentido cabe reconocer que Milei es un genuino anarcocapitalista o neoliberal. En efecto, los emblemas de esta corriente de pensamiento jamás ocultaron su fobia por la justicia social. Quizá el caso más emblemático sea el de Friedrich A. Hayek, premio Nobel de Economía y emblema de la Escuela Austríaca de Economía.

En el capítulo IX del volumen segundo de su libro “Derecho, legislación y libertad”, Hayek desarrolla en profundidad su pensamiento sobre este tema. A continuación paso a transcribir, por razones de espacio, una parte del mismo.

EL CONCEPTO DE JUSTICIA SOCIAL

“Aunque en el capítulo precedente he defendido la concepción de la justicia como fundamento indispensable y limitativo de la ley, debo ahora atacar el abuso que de este término se hace, abuso que amenaza con destruir esa manera de interpretar la ley que la ha convertido en salvaguardia de la libertad individual. Es en cierto modo comprensible que los hombres hayan intentado explicar a los efectos globales del comportamiento de muchas personas la concepción de justicia elaborada por la conducta individual. La justicia social llegó a ser considerada atributo que deben compartir los “actos” de la sociedad, o el “trato” que ésta otorgue a los diferentes individuos o grupos. De manera similar a como el pensamiento primitivo suele abordar la interpretación de ciertos procesos regulares, los resultados de la espontánea ordenación del mercado fueron considerados fruto de la decisión de una mente capaz de proyectarlos deliberadamente; los beneficios o perjuicios recibidos por los distintos sujetos fueron así ligados a nuestros actos deliberados y, por lo tanto, susceptibles de valoración a la luz de las correspondientes normas morales. Tal concepción de la justicia “social” es directa consecuencia de ese antropomorfismo o personificación de la sociedad mediante el cual el pensamiento ingenuo intenta interpretar los procesos auto-ordenadores. El que no hayamos logrado superar todavía tales primitivos enfoques es síntoma de la inmadurez de nuestra mente; ello nos autoriza a exigir todavía que procesos impersonales (procesos que satisfacen mejor los deseos humanos de lo que pueda hacerlo una organización deliberada) ajusten sus resultados a los preceptos morales que los hombres han elaborado como guía del comportamiento individual.

El uso de la expresión “justicia social” en este sentido es relativamente reciente y quizá no haga un siglo que comenzara a ser empleada. Se utilizó, en principio, para designar los esfuerzos organizados tendientes a procurar el respeto a las normas de recto comportamiento individual. Empléase también en ocasiones a nivel académico para evaluar los efectos de las instituciones sociales. Pero en el sentido en que hoy en día es utilizada de manera más general y al que constantemente se hace referencia en la discusión pública coincide con el que durante mucho tiempo ha tenido la expresión “justicia distributiva”. Parece haber alcanzado tal significado en la época en que Stuart Mill equiparara de forma explícita ambos términos en pasajes como el que sigue (Utilitarianism, Londres, 1861): “La sociedad debe dar el mismo trato a quienes hayan prestado los mismos servicios. Este es, en términos absolutos, el más elaborado módulo abstracto de justicia social y distributiva hacia el que debieran orientarse, no sólo las instituciones sin excepción, sino también los esfuerzos de todos los ciudadanos”. Puede también servir de ejemplo el siguiente comentario: “Generalmente se considera justo el que cada persona reciba lo que merece (bueno o malo) e injusto que reciba una ventaja o quebranto que no merece. Es ésta tal vez la forma más clara y terminante según la cual, por lo general, las gentes conciben la justicia. Puesto que implica la idea de mérito, inmediatamente se plantea la cuestión acerca de la naturaleza de éste”.

Resulta significativo que el primero de los citados pasajes esté incorporado a uno de los cinco significados de la justicia que Stuart Mill distingue; y aunque cuatro de ellos se refieren a las normas de recto comportamiento individual, alude el último a una situación que puede-aunque no necesariamente-depender de una deliberada decisión humana. Mill, sin embargo, parece no haber advertido que este último significado se refiere a una realidad completamente distinta de aquellas a las que aluden las cuatro anteriores y que esta última apreciación de la “justicia social” ha de conducir a un auténtico socialismo. Tales afirmaciones, que explícitamente relacionan la “justicia social y distributiva” con el “trato” que la sociedad otorga a los individuos según sus correspondientes méritos, muestran claramente que se trata de algo muy distinto de la justicia interpretada en su sentido propio, al tiempo que revelan la razón de la vacuidad del aludido concepto. La exigencia de la “justicia social”, en efecto, está orientada no hacia el individuo, sino hacia la sociedad. Ahora bien, la sociedad, en el sentido estricto en que resulta posible distinguirla del aparato gubernamental, es incapaz de actuar según un plan específico, por lo que la exigencia de la “justicia social” se convierte en exigencia de que los miembros de la sociedad se organicen de aquella manera según la cual resulte posible asignar partes concretas del producto social a los distintos individuos o grupos. Surge así la fundamental cuestión de si existe el deber moral de someterse a un poder que intenta coordinar los esfuerzos de los miembros de la sociedad al objeto de materializar un modelo particular de distribución que se considera justo”.

Share