Por Elena Valero Narváez.-

No es necesario recurrir a un manual para saber que el nivel de vida de la gente depende de su capacidad para producir bienes y servicios. Por lo tanto la función del equipo económico debería aspirar a aumentar la capacidad productiva del país, fomentando la rápida acumulación de factores de producción y garantizando se empleen eficientemente.

Lo mejor que podría hacer el Gobierno sería ayudar a la economía manteniendo la propiedad privada y procurando estabilidad política. Aunque parece tan simple, la historia nos muestra que Argentina tuvo muchas dificultades para lograr ambas cosas. Los responsables de la política económica de varias generaciones, no aprendieron, ni tuvieron en cuenta, las fundamentales lecciones sobre el crecimiento económico. Es así que legaron a la generación siguiente un país peor en comparación con los países desarrollados, donde se sabían la lección. La renta media de esos países comparada con la nuestra continúa siendo mucho mayor.

Estamos en problemas porque, en Argentina, no se fomentó por muchos años el ahorro y la inversión local y extranjera, tampoco la educación. Fue vulnerada la propiedad privada y la inestabilidad política nos mantuvo con el corazón en la boca durante años. También se controló la economía, lastimando el comercio, reduciendo la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías, necesarias para mejorar la producción de bienes y servicios. Se impusieron elevados aranceles y otras restricciones comerciales. No hubo preocupación por el crecimiento a largo plazo, tal como quienes condujeron a nuestro país hasta 1943. En la Argentina el Estado no se interesó por el cumplimiento de los principios que permiten funcionar al mercado: competencia, reciprocidad, elección, responsabilidad y paz.

El gobierno actual expropiando empresas por temor a que “caigan en manos extranjeras”, desmayando la competencia de líneas aéreas, y desconfiando de los tratados de libre comercio, intenta volver a producir la mayoría de los bienes que consumimos en vez de disfrutar de las ganancias derivadas del intercambio mundial. Nuestro nivel de vida decae sin que haya esperanza de que cambiemos de política, seguimos equivocando el rumbo que permitió a EEUU y a Europa occidental sus increíbles innovaciones materiales y espirituales. Fue la libertad y no las alocadas decisiones de los gobiernos planificadores, lo que fortaleció la creación y el sondeo de los cambios que mejoraron el mundo.

El régimen de libre comercio tan despreciado por nuestros gobernantes ha permitido el desarrollo y multiplicación de sociedades por acciones, facilitado la creación de industrias, es decir la formación de empresas aptas para producir grandes cantidades de bienes y servicios. Gracias al incesante perfeccionamiento de la maquinaria y herramientas impuestas por la competencia y posibilitados por el gran adelanto científico y tecnológico, lograron un altísimo nivel de productividad. El progreso industrial se genera reinvirtiendo e innovando constantemente por lo cual la expansión de los mercados permite mejorar el nivel de vida a millones de personas.

Dos son las opciones que tenemos de cara al futuro: una economía basada en decisiones políticas donde el gobierno es el que resuelve qué y cómo producir, también como distribuir u otra, basada en los mecanismos del mercado, donde las ganancias de los productores y la satisfacción de las necesidades de los consumidores se complementan. Aún no sabemos la respuesta. Pero vemos, que el Gobierno, a pesar de carecer de soluciones para resolver los actuales problemas, se inclina por una cada vez mayor intervención estatal. Seguirá reduciendo el ahorro nacional, subiendo la tasa de interés y disminuyendo la inversión. Sin ella, no hay crecimiento económico a largo plazo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. El gasto público ha sido y es la forma de financiar el déficit presupuestario que reduce la tasa de crecimiento de la economía.

La profundización de la crisis nos pondrá frente a la encrucijada y apurará la decisión. Estimo que aún hay dirigentes que van a luchar por mejores ideas que las del gobierno actual. El país espera por políticas difíciles. Con buena voluntad en un país con vocación dirigista e intervencionista, se podría intentar la propuesta que hicieron Milton y Rose Friedman: un acuerdo general con “leyes autodenegantes” que delimiten lo que el Estado puede hacer. Los argentinos merecemos mejores representantes.

La democracia es un régimen político en el que está garantizada la libertad de expresión y la posibilidad de elegir y renovar a los gobernantes. Es el derecho a ser opositor lo que mejor define a un sistema democrático. La oposición tiene un papel fundamental porque constituye la manera de limitar al poder de la elite gobernante, de controlarla y de proponer nuevos caminos de gestión.

Debemos seguir confiando en la acción política creadora, sensible a lo incalculable de la vida social, por ello se la considera un arte. Los líderes políticos opositores deben levantar la voz ofreciendo programas de decisiones alternativas a las del gobierno. Deben salir a la palestra antes de que el gobierno termine, mediante artimañas, monopolizando los medios de comunicación para detener las críticas a sus decisiones.

Como dijo el gran filósofo Karl Popper, tenemos que hacer un corte muy pronunciado entre el presente al cual podemos enjuiciar, y el futuro, siempre abierto de par en par, y en el que podemos influir. Deberíamos preguntarnos, en vez de qué será lo que vendrá, qué podemos hacer para mejorar, en lo posible, el lugar dónde vivimos. El futuro depende de nosotros, de lo que deseamos, de nuestras ideas, de lo que tenemos, de cómo percibimos la realidad que nos rodea. La experiencia, la memoria y la razón pueden ser útiles herramientas si sabemos aprovecharlas para equivocarnos menos.

Share