Por Víctor E. Lapegna.-

Percibo una llamativa similitud entre el contenido de los “discursos” electorales de Daniel Scioli y Mauricio Macri con el que levantó Fernando De la Rúa en 1999, cuando era el candidato presidencial de la Alianza.

Por entonces, en uno de los “spots” publicitarios más difundidos, se veía a De la Rúa mostrando un peso y un dólar y asegurando que mantendría el régimen de convertibilidad y la paridad cambiaria que habían establecido en 1991 el presidente Carlos Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el que habían conseguido revertir la hiperinflación que en 1989 había provocado el gobierno que presidía Raúl Alfonsín y mantener la estabilidad de los precios durante ocho años.

El aviso era una síntesis del núcleo del mensaje que la Alianza transmitía al electorado: nosotros proponemos, a la vez, la continuidad de la política económica basada en la convertibilidad (que, según las encuestas, gozaba de un amplio respaldo popular) y el cambio respecto de la corrupción y la “barbarie” del menemismo.

Ese mensaje caló en la opinión pública y contribuyó a que la fórmula de la Alianza le ganara a la del peronismo que integraban Eduardo Duhalde y Ramón “Palito” Ortega, que presentaba la paradoja de que, siendo expresión del “oficialismo” y por tanto de la continuidad, tenía como un eje de su propuesta terminar con la convertibilidad, que era uno de los pilares del gobierno del que habían formado parte.

Cierto es que esa estrategia fue eficaz para ganar las elecciones pero no para gobernar, ya que el fugaz, torpe y frágil mandato presidencial de De la Rúa provocó la crisis cuasi terminal del 2001 y el abandono del gobierno, que debió asumir Eduardo Duhalde a través del procedimiento constitucional y que, acompañado por el peronismo y el pueblo, pudo sacar al país de la crítica situación que había generado la Alianza.

Mutatis mutandi (y no se me escapa la magnitud de las diferencias que existen entre aquellas elecciones presidenciales de 1999 y estas de hoy), Scioli apoya su candidatura presidencial en una suerte de combinación entre lo que representaba Duhalde y lo que decía De la Rúa. Como el primero, viene de ser vicepresidente y gobernador de la Provincia de Buenos Aires del gobierno saliente y pertenece a su misma fuerza política (entonces el Partido Justicialista, hoy el Frente para la Victoria que lo sustituyó). Pero su mensaje subliminal es que, aunque se propone continuar con los contenidos esenciales de las políticas kirchneristas, va a cambiar sus formas, con lo que se diferencia del mensaje que transmitía Duhalde en 1999 y asume el que expresaba De la Rúa.

A su vez, Mauricio Macri, con su giro discursivo de la noche del triunfo pírrico, viene a decir que propone mantener las políticas K en núcleos esenciales, aunque va a mejorar las formas de llevarlas a cabo. Es que las encuestas parecen indicar que un vasto segmento de la opinión pública quiere que se continúen algunas de las políticas y programas de la era K y es por eso que oponerse a ellas resulta “piantavotos”.

Sea cual fuere el resultado que les dé a Scioli y a Macri esta asimilación actualizada de la estrategia electoral de De la Rúa que parecen haber adoptado en estos comicios, esa percepción me suscita el siguiente temor que creo justificado.

¿Si quienes se proponen presidir la Nación guían sus propuestas en mediciones de opinión pública y no en convicciones de las que parecen carecer, como sucedió con De la Rúa en 1999, el resultado de sus eventuales mandatos no tendrá un final tan rápido y dramático como el que tuvo el gobierno de la Alianza?

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