Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del lunes 2 de mayo, “El Informador Público” publicó un artículo del profesor Guillermo Sandler titulado “Los argentinos odian la economía de mercado”, en el que lanza como hipótesis que “el argentino rechaza cualquier síntoma de economía de mercado y se inclina abiertamente por el espíritu corporativo que, sin darse cuenta, lleva a la decadencia, a la pobreza, la corrupción, a las empresas offshore y cuanta triquiñuela puede inventar para deshacerse de este estado corporativo”.

El profesor Sandler marca como línea divisoria de aguas en nuestra historia el golpe cívico-militar del 4 de junio de 1943, que derrocó al presidente conservador Ramón Castillo. A partir de entonces se implantó en nuestro país “un régimen económico-social corporativo vigente hasta la actualidad, en cuyos inicios (1943-49) promulgó 191.417 decretos/decretos-leyes/leyes de carácter económico, social y sindical, mediante los cuales se derogó “de hecho” los principios de economía de mercado contenidos en el Preámbulo de la CN de 1853. Los siguientes gobiernos civiles y militares prosiguieron, excepto raras excepciones, agregando más disposiciones corporativas. Es decir, la población argentina actual, en su mayoría, ha nacido y vive bajo esta nueva forma constitucional en referencia a los aspectos económicos, sociales y sindicales. Tratemos de analizar objetivamente nuestra interpretación de los hechos. Sólo basta observar el proceder de la dirigencia política, económica, sindical, social e intelectual”.

El profesor Sandler parte, pues, del supuesto de que antes del 4 de junio de 1943 imperó en la Argentina la economía de mercado, constituyendo su punto de origen la sanción de la Constitución Nacional de 1853-60. La economía de mercado es un sistema económico que se basa, básicamente, en los siguientes principios: a) escasa o nula intervención del Estado en la economía; b) libertad plena de los miembros de la sociedad para celebrar acuerdos económicos entre ellos; c) soberanía plena del consumidor, que se traduce en el pleno derecho de los miembros de la sociedad para comprar lo que deseen o abstenerse de hacerlo; d) competencia entre quienes producen las mercancías para vender mejores productos y a más bajo precio; e) capacidad de los productores de producir aquellas mercancías que mejor satisfacen las necesidades de los consumidores; f) la plena vigencia de la libertad económica. Así concebida, la economía de mercado únicamente puede funcionar en una sociedad altamente desarrollada política, social y culturalmente. La democracia como filosofía de vida es el sistema político que mejor se adecua a este sistema económico ya que libertad económica y libertad política son hermanas siamesas. El nivel educativo de los miembros de la sociedad también es fundamental ya que es altamente improbable que un sistema económico que se basa primordialmente en la capacidad del hombre para desplegar a full sus potencialidades pueda florecer en un ámbito donde la educación brilla por su ausencia.

Así concebida, cabe preguntarse si alguna vez la economía de mercado estuvo vigente en nuestro país. A mi entender, la respuesta es negativa. Una economía de esta índole se basa en la libre iniciativa de los hombres, en su capacidad para producir aquellas mercancías que mejor satisfagan las necesidades de los consumidores. Para ello es fundamental que el gobernante no los atosigue con decretos y disposiciones que solo persiguen asfixiarlo económicamente. La sociedad dirigida verticalmente, desde arriba por un iluminado, es la antítesis de una genuina sociedad liberal, en la que imperan vigorosos el liberalismo económico, el liberalismo político, el liberalismo jurídico y el liberalismo filosófico. Si hacemos un repaso de nuestra historia veremos que jamás estuvo vigente el liberalismo y, por ende, la economía de mercado. Porque la economía de mercado únicamente puede funcionar en una sociedad donde impera el liberalismo en todas sus fases.

Si hay algo que tipifica a nuestra historia política es la vigencia a lo largo del tiempo del principio caudillista. Los argentinos siempre nos hemos sentidos tentados a confiar nuestro destino en el hombre fuerte de turno, en el caudillo. Nuestro sistema político siempre se ha asentado en la relación directa del caudillo con las masas. El primer gran caudillo que tuvo el país fue Juan Manuel de Rosas, quien manejó los destinos del país sin permitir disidencia alguna. A raíz de ello, los intelectuales antirrosistas-Sarmiento, Alberdi, Echeverría, entre otros-debieron exiliarse. Rosas fue el típico exponente del gobierno de los hombres, de un régimen de gobierno en el que el gobernante se sitúa por encima de la ley. Luego del fin del rosismo, Urquiza, otro caudillo, intentó instalar en el país la concepción contraria, el gobierno de las leyes, sancionando una constitución liberal que, pese a respetar la cultura autóctona, consagraba varios principios insertos en la constitución de los Estados Unidos. El problema que se presentó fue que dicho texto constitucional fue desconocido por los caudillos del interior, tan autoritarios como Urquiza y sus sucesores: Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini y compañía. Éstos, pese a proclamar su fe en los principios constitucionales, ejercían el poder de manera tan autoritaria como los Quiroga y Peñaloza. Había dos Argentinas en pugna que Sarmiento inmortalizó con su expresión “civilización y barbarie”. Con semejante antagonismo era imposible que la economía de mercado pudiera existir. Con la federalización de Buenos Aires, impuesta a sangre y fuego, se afianzó el modelo de país de la Generación del Ochenta. La Argentina pasó a ser el granero del mundo, se desarrolló económicamente, Buenos Aires pasó a ser la París de Sudamérica, pero políticamente no había una democracia liberal, sino una democracia elitista, restringida. El país era regido por una élite que representaba los intereses de la oligarquía y que desconocía los derechos de los sectores medios y los sectores populares. El principio caudillista adquirió un renovado vigor con Hipólito Yrigoyen. Con el “peludo” en el poder la concepción centralizada del ejercicio del poder adquirió pleno vigor. Quizá con Alvear, su sucesor, se hubieran podido sentar las bases de una economía de mercado, pero con el golpe cívico-militar del 6 de septiembre de 1930 las posibilidades de instalar una economía de mercado fueron sepultadas para siempre. A partir de entonces y hasta el presente, rigió en plenitud la concepción del ejercicio centralizado del poder.

El símbolo de esta concepción fue Perón. Aquí cabe coincidir plenamente con el profesor Sandler al destacar la relevancia del 4 de junio de 1943 pero no como comienzo del régimen económico-social corporativo sino como su consolidación, ya que dicho régimen funcionaba desde mucho tiempo atrás. Perón fue el presidente corporativo por excelencia. Aplicó sin anestesia su concepción de la comunidad organizada que nada tiene que ver con el liberalismo político, económico, jurídico y filosófico. Perón concebía a la sociedad como un conjunto interconectado de miembros -es decir, un sistema-comandado desde el vértice superior por el jefe-él mismo, por supuesto-. En este sentido, recomiendo la lectura de “Conducción política”, donde Perón explica su concepción del ejercicio del poder. Es la antítesis de los valores consagrados por la Constitución de 1853-60. Luego de su derrocamiento en 1955 los jefes militares de la Revolución Libertadora intentaron retornar “a los buenos viejos tiempos”. Volvió a regir la Constitución de 1853-60 (Perón la había reemplazado por la Constitución de 1949) pero el régimen militar se encontró con un serio problema: el peronismo. El peronismo-y fundamentalmente el líder en el exilio-fue el gran problema argentino entre 1955 y 1973, cuando Perón es consagrado presidente por tercera vez. ¿Podía funcionar la economía de mercado en una sociedad donde había proscripciones, golpes de Estado, ataques guerrilleros y serios problemas sociales? Con Perón nuevamente en el poder, adquirió nuevamente vigencia la comunidad organizada y la doctrina del pacto social. Perón creía fervientemente en los acuerdos celebrados entre el poder político, el poder empresarial y el poder sindical, es decir, entre la élite política (él), la élite empresarial y la élite sindical. Creía que los problemas del país podían solucionarse de esa manera, con acuerdos celebrados entre los que mandan.

El 24 de marzo de 1976 fue derrocada “Isabel” Perón. Videla y compañía impusieron el régimen más corporativo de la historia, quedando Onganía en comparación como un discípulo de Von Mises. La economía de mercado no podía existir en un régimen que practicaba el terrorismo estatal, que había suprimido el Congreso y los partidos políticos y que se proponía regenerar el tejido social argentino. La economía de mercado continuó brillando por su ausencia con la recuperación de la democracia. Alfonsín impuso, a partir de 1985, las políticas de ajuste que harían estragos durante el menemato. Al ajustar, el gobernante decide cómo se distribuyen los recursos, quién gana y quién pierde, tal como sucede cuando decide devaluar. El sucesor de don Raúl, Carlos Menem, instauró la “economía popular de mercado”, expresión destinada a encubrir el feroz ajuste que impuso para reinsertar al país en el mundo. La política económica de Menem nada tuvo que ver con la economía de mercado. Se trató de una fenomenal redistribución del ingreso dirigida desde la cúspide del poder tendiente a favorecer a los amigos del poder. El menemismo fue un típico exponente del denominado “capitalismo de amigos”, que es antagónico a la economía de mercado. Con De la Rúa y Duhalde todo siguió igual. El blindaje y el megacanje fueron supuestas ayudas del FMI y el BM para que De la Rúa lograra paliar el déficit fiscal. Dicho déficit siguió vivito y coleando hasta que el gobierno tomó una de las medidas más antiliberales de la historia: confiscó el dinero de miles y miles de pequeños ahorristas con el objetivo expreso de salvar al sistema bancario. En enero de 2002 Duhalde pesificó la economía y devaluó la moneda, provocando una de las transferencias de ingresos de los sectores populares al sector concentrado de la economía más gigantescas de la historia. Una vez más, el capitalismo de amigos en su máximo esplendor. Con Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner hubo un regreso del intervencionismo estatal en la economía pero siguió vigente el capitalismo de amigos, pero, obviamente, con otros protagonistas. La economía de mercado, bien gracias. Con Macri en el poder se produjo un retorno a los noventa. Desde la cima del poder se decidieron la devaluación de la moneda, la eliminación del cepo al dólar, los tarifazos y los despidos; otra gigantesca y ominosa transferencia de recursos de los sectores populares a los grupos económicos concentrados. La oligarquía, agradecida.

No es, me parece, que los argentinos odien la economía de mercado, como expresa el profesor Sandler. No la pueden odiar porque nunca la conocieron, porque están acostumbrados (estamos acostumbrados, en realidad) a esperar todo del Papá Estado, del Leviatán todopoderoso, del caudillo iluminado que cree que con su mente extraordinaria puede resolver todos los problemas que aquejan a la sociedad. Nuestro más grave problema es que hemos decidido ser, desde nuestros orígenes, ovejas y no ciudadanos, hombres masa y no seres pensantes; hemos preferido la seguridad del paternalismo estatal a la incertidumbre de la libertad creadora, en suma.

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