Por Hernán Andrés Kruse.-

Las relaciones entre el radicalismo y el macrismo están cerca de convertirse en un volcán en erupción. Lo que se juega el año que viene es de tal magnitud-nada más y nada menos que el poder-que hay dirigentes que aparentemente tomaron la decisión de quitarse la máscara, de expresar públicamente lo que piensan. Tal sería, en principio, el caso del doctor Facundo Manes, uno de los referentes más importantes del radicalismo. El domingo pasado visitó a Luis Majul en los estudios de La Nación+. Durante la entrevista el neurocirujano criticó con inusual dureza al ex presidente Mauricio Macri. Afirmó que “hubo evidencia de que se espió a gente incluso de su gobierno”. “El populismo institucional (en alusión al gobierno macrista) lleva al fracaso de las naciones” mientras que “hay un nuevo radicalismo que está incorporando a los jóvenes”. “Hay dos liderazgos hoy en Argentina, Mauricio Macri y Cristina Kirchner. Creo que esa antinomia nos impide pensar un país y desde el nuevo radicalismo estamos tratando de hacerlo”.Cuando el periodista Luis Gasulla, quien flanqueaba a Majul, le preguntó al invitado por qué había lanzado semejante acusación cuando la Justicia había determinado que no había habido espionaje durante la presidencia de Macri, Manes expresó que él creía “que el populismo institucional es tan grave como el populismo económico” (fuente: Perfil, 3/10/022).

La reacción de la cúpula del PRO no se hizo esperar. Dijo Patricia Bullrich: “El primer gobierno de Cambiemos, con aciertos y errores, fue el primero que rompió con la hegemonía populista. Enfrente tenemos a un enemigo implacable. Aquellos que defendemos la libertad, el imperio de la ley y la democracia, no podemos dudar de qué lado estamos”. En sintonía con las palabras de Bullrich, María Eugenia Vidal manifestó: “No cuenten conmigo para difamar, ensuciar o agredir a Mauricio Macri ni a nadie de Juntos por el Cambio. Argentina ya tiene suficientes desgracias con el kirchnerismo en el poder”. Por su parte, el vehemente Fernando Iglesias dijo: “El video lo dice todo. No hay nada que agregar. Lo de Manes es inaceptable. El único objetivo posible de una declaración como esta es romper la oposición”. Y agregó: “¿Esto es lo que piensa la Unión Cívica Radical o el diputado Manes habla a título personal? ¿Tiene algo que decir Gerardo Morales, presidente del partido?” Para no quedar rezagado, el diputado Hernán Lombardi comentó: “El que se suma al espacio debe venir a construir y no venir a destruir. Debe venir a sumar y no a restar. Manes muestra una enorme confusión de tiempo y lugar” (fuente: Perfil, 3/10/022).

Más tarde el propio Manes intentó calmar las aguas. Entrevistado por Diego Sehinkman en los estudios de TN, afirmó socarronamente: “No me imaginé que iba a hacer tanto lío”.Y agregó: “El gobierno de Macri llegó con la obligación de sanear las cloacas de los servicios de inteligencia, ciertos aspectos de la influencia del poder político en la Justicia; lamentablemente es una deuda que tenemos que reconocer”. “No estoy tensionando a Juntos por el Cambio, al contrario”. Reiteró que el país “tiene populismo institucional” y remarcó que “las instituciones son la clave para el desarrollo económico del país”. Luego aludió al silencio de la UCR: “Públicamente es generar más tensión, me parece muy prudente que no se escale esto. Esta tensión permanente de la política sin ideas, atacando a las personas, no va” (fuente: Perfil, 4/10/022).

En las últimas horas la Mesa de la Conducción Nacional de la UCR, comandada por Gerardo Morales, dio a conocer una carta que se titula “Cuidar entre todos la esperanza que construyó Juntos por el Cambio”. Para los radicales, dicha alianza “es la única herramienta para terminar con este ciclo de kirchnerismo que llevó a más inflación, más pobreza y más degradación institucional”. La UCR sostiene que ayuda a fortalecer la coalición con el PRO “gestionando exitosamente provincias, municipios y universidades”. “Estamos enfocados en proveer soluciones a todas aquellas cuestiones que angustian a una sociedad muy castigada y, por momentos, escéptica”. “Cualquier manifestación que se aparte de ese rumbo, no importa de dónde provenga, lesiona la esperanza que venimos construyendo desde JxC”. “Es tiempo de aprender; cuidar este anhelo de los argentinos es responsabilidad de todos” (fuente: Perfil, 4/10/022).

La historia no miente

El momentáneo malestar provocado por el doctor Manes con sus declaraciones televisivas no debiera llamar la atención. En efecto, la historia se encarga de poner de manifiesto la pésima relación que siempre existió entre el centenario partido y el conservadorismo. Siempre fueron enemigos encarnizados, irreconciliables. Sólo en una oportunidad el radicalismo decidió “amigarse” con el conservadorismo. Fue en la histórica Convención celebrada en la localidad entrerriana de Gualeguaychú, a comienzos de 2015, donde la cúpula radical decidió tejer una alianza con el PRO para vencer al kirchnerismo. Fue una excepción que no hizo más que confirmar la regla. Y dicha regla quedó sintetizada a la perfección por el doctor Raúl Alfonsín quien en 2007, en una entrevista con Mauro Viale, afirmó: “Nosotros (por la UCR) para esa concertación que queremos hacer, tenemos límites: el oficialismo por un lado y la derecha por el otro. La derecha es Macri, por ejemplo. No podemos traicionar nuestros principios”.

Aquella sentencia de Alfonsín hace honor a la historia radical. Imaginemos que ingresamos en una máquina del tiempo. Ya no estamos en 2022 sino en septiembre de 1930. El 6 de ese mes las fuerzas armadas derrocaron al presidente Hipólito Yrigoyen, quien dos años antes había vencido holgadamente en las elecciones presidenciales. El sillón de Rivadavia fue ocupado por el general Uriburu. El gabinete se integró con conspicuos representantes del orden conservador. El poder real se había adueñado del gobierno y del país. Después del presidente de facto, emergía con luz propia el ministro del Interior Matías Sánchez Sorondo. En su primer discurso dirigido a la nación, el funcionario aseguró que el flamante gobierno tenía como objetivo fundamental asegurar lo más rápidamente posible la indispensable estabilidad institucional. Sin embargo, Uriburu tenía en mente otros objetivos. En efecto, el presidente de facto pretendía modificar de cuajo el régimen político consagrado por la constitución de 1853. En otras palabras: su intención era suplantar un régimen político que le abrió las puertas al yrigoyenismo, por otro de naturaleza corporativa, elitista y cerrado. Ello explica su férrea defensa del voto restringido y de la representación funcional de las corporaciones. Por su parte, el ministro del Interior tenía en mente un plan político que garantizara un retorno pausado al régimen constitucional reformado. Lo primero que debía hacerse era convocar a elecciones provinciales cuyo objetivo no era otro que quedarse con el control de aquellas provincias donde el antiyrigoyenismo era fuerte. El paso siguiente sería la elección de congresistas. Luego, obligar a la asamblea a consagrar las reformas constitucionales. Por último, se haría el llamado a elecciones presidenciales. Desde el punto de vista teórico no había objeciones que hacerle al plan del ministro. Pero su éxito dependía básicamente de dos cuestiones que aparentemente Sánchez Sorondo las minimizó: por un lado, la supuesta debilidad política del radicalismo; por el otro, la automática aceptación de las reformas corporativas por parte de sus opositores políticos que, sin embargo, habían estado de acuerdo en derrocar al “peludo”.

Como tantas veces sucedió a lo largo de nuestra historia, el flamante gobierno de facto subestimó a la Unión Cívica Radical. Pese a que Yrigoyen estaba recluido en la isla de Martín García y Uriburu garantizaba el orden con la ley marcial y el estado de sitio, el radicalismo conservaba intacta su estructura a nivel nacional. Si bien al comienzo de su gestión el presidente de facto era apoyado por los más relevantes factores de poder y buena parte de las fuerzas políticas (entre ellas el radicalismo antipersonalista, es decir, el radicalismo contrario a Yrigoyen), cuando quedaron al descubierto las verdaderas intenciones de Uriburu el apoyo inicial comenzó a languidecer. Las elecciones del 5 de abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires significaron el principio del fin del experimento intentado por Uriburu. Compitieron los radicales, los socialistas y los conservadores. El triunfo, para sorpresa del gobierno de facto, le correspondió a los radicales. El fantasma del regreso del yrigoyenismo comenzó a sobrevolar por el territorio del país. Sobrevino una severa crisis de gabinete que se tradujo en la caída del ministro del Interior. Mientras tanto, el radicalismo intentaba su reorganización política que se tradujo en el manifiesto de la “Junta del City”, firmada tanto por radicales antipersonalistas (seguidores de Alvear) como por radicales personalistas (seguidores de Yrigoyen).

En julio de 1931 el teniente coronel Gregorio Pomar encabezó, desde Paraná, una conspiración militar. Su fracaso le permitió a Uriburu hacer recaer toda la responsabilidad del hecho en el radicalismo. Esa decisión se tradujo en la clausura de comités radicales y periódicos del partido, en la deportación de los principales dirigentes, incluido el propio ex presidente Alvear quien hacía poco había regresado al país desde París, y en el veto a una eventual candidatura de quienes habían participado en el gobierno de Yrigoyen. Toda era legítimo si impedía el tan temido retorno. Las elecciones del 5 de abril fueron anuladas y la fórmula presidencial radical (Alvear-Güemes) para las elecciones presidenciales del 8 de noviembre de ese año fue vetada. Como reacción, los radicales pusieron en práctica dos herramientas: la abstención y la conspiración. Por su parte, el conservadorismo tejió alianzas con el socialismo independiente y el radicalismo antiyirigoyenista, dando forma a lo que se conoció con el nombre de “Concordancia” (la alianza “Juntos por el Cambio” de aquella época), cuya fórmula presidencial estaba compuesta por el hábil general Justo y Julio A. Roca (h). Proscripto el radicalismo, la oposición apoyó la fórmula presidencial integrada por Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto.

La fórmula de la Concordancia triunfó sin sufrir ningún tipo de sobresalto. Uriburu era historia. Era el momento del general Justo (el Mauricio Macri de aquella época). La restauración conservadora se había puesto en marcha. Durante los primeros años del gobierno de Justo, los radicales siguieron apostando a la abstención. En 1935 esa táctica política comenzó a languidecer. Ese año el radicalismo concurrió a elecciones para gobernador o diputados en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, Santa Fe, Catamarca, Córdoba y Buenos Aires. Obtuvo resonantes triunfos en Entre Ríos y en Córdoba. La experiencia indicaba que en comicios limpios era difícil que el radicalismo perdiera. Para evitar que los radicales se quedaran con la provincia de Buenos Aires, el gobierno de Justo impuso la táctica del “fraude patriótico”. Fue la única forma para garantizar en ese inmenso territorio la victoria de Manuel Fresco sobre el radical Honorio Pueyrredón. Dos años más tarde tuvieron lugar las elecciones presidenciales. La fórmula de la Concordancia se integró con el radical antipersonalista Roberto M. Ortiz y el conservador catamarqueño Ramón Castillo. Mientras que la Convención del radicalismo eligió la fórmula Marcelo T. de Alvear-Mosca. El triunfo de la fórmula de la Concordancia estaba asegurado. La consagración de Ortiz como presidente hizo que el dirigente conservador Federico Pinedo reconociera que la elección presidencial de 1937 lejos estuvo de ser limpia y transparente (fuente: Carlos Floria y César García Belsunce: Historia de los argentinos, ed. Larousse, Buenos Aires, 1992).

La historia no miente. Sus enseñanzas no deben ignorarse. El conservadorismo se ensañó con el radicalismo yrigoyenista, ensañamiento que tuvo la complicidad de los socialistas independientes y, lo que es peor, de los radicales antipersonalistas o alvearistas. Los radicales actuales están codo a codo con los descendientes de aquellos conservadores que en la década del treinta encarcelaron a Yrigoyen e impidieron a través de la proscripción y el fraude el retorno del radicalismo personalista al poder. Lamentable.

Martín Balza y la caída de Perón

En su edición del 4/10 Perfil publicó un artículo del ex combatiente de Malvinas y general del ejército Martín Balza. Su título demuestra claramente el tema que trata: “¿Ni vencedores ni vencidos?” Se trata del enfoque de Balza sobre uno de los acontecimientos políticos más relevantes y polémicos de la Argentina contemporánea: la Revolución Libertadora. Su propósito es brindar al lector sus propias vivencias ya que al producirse la caída de Perón el ex combatiente de Malvinas era cadete del último año del colegio militar.

Escribió Balza:

“El 16 de junio (1955) se militarizó la lucha política y se generó una metodología criminal que alcanzaría su clímax en los años setenta (…) Participaron decenas de aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea. El número de muertos civiles se aprecian en más de trescientos y el de heridos en más de seiscientos (…) El día siguiente pude apreciar personalmente los daños materiales. Elogiaron el cruel y artero ataque conocidos políticos (radicales, conservadores, socialistas, comunistas y nacionalistas). En aquel entonces muy pocos condenaron abiertamente el ataque al indefenso pueblo (…) La autollamada Revolución Libertadora-con las Fuerzas Armadas divididas-se inició formalmente en Córdoba, en la madrugada del 16 de septiembre de 1955, siendo el único golpe de Estado gestado fuera de Buenos Aires (…) El golpe triunfaría, más por la inacción de Perón, que por el poder de combate de las fuerzas rebeldes que era sensiblemente inferior a las leales. La Armada actuó con gran unidad de comando que se aglutinó masivamente con los rebeldes del Ejército. Tuvieron participación activa, y decisiva, el almirante Isaac Rojas, el capitán de navío Arturo Rial y el general retirado Eduardo Lonardi (…)”.

“Según algunos, Perón se sentía derrotado y traicionado y no buscó una alternativa que hubiera ocasionado un baño de sangre y quizás una guerra civil; sin estar definida la situación presentó su renuncia y se refugió en la embajada del Paraguay, en Buenos Aires, que rápidamente le otorgó el derecho de asilo. Lonardi asumió como presidente provisional el 23 de septiembre y proclamó una frase conciliatoria: “Ni vencedores ni vencidos”. Lo acompañó como vicepresidente el almirante Rojas. El 13 de noviembre, en forma ignominiosa y traidora, fue depuesto por sus pares y reemplazado por el desconocido general Pedro E. Aramburu, que no tuvo una actuación importante en los acontecimientos. Rojas continuó como vicepresidente (…) A partir de la asunción de Aramburu se instaló un acentuado anti peronismo en el país y en las FFAA. El criterio dominante-principalmente en los mandos medios y altos del Ejército-era manifestarse como antiperonista por sobre el rendimiento profesional (…) El saldo final de la autollamada Revolución Libertadora fue un país más dividido que nunca. Hubo vencedores y vencidos. Generó odios y una grieta sin resolver aún”.

Se trata de la típica postura de un peronista de corazón. Su testimonio es válido porque fue un testigo de aquellos dramáticos hechos. Pero se trata, en última instancia, de una opinión, y como tal puede ser refutada. Es cierto que el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 fue una salvajada incalificable. Pero este hecho, por más dantesco que sea, debe ser analizado. Y para ello no queda más remedio que situarlo históricamente. El ataque aéreo de la armada y la fuerza aérea estuvo dirigido contra Perón, no contra el pueblo argentino. Fue la respuesta atroz del gorilismo contra un presidente que en ese momento era un dictador que pretendía quedarse en el poder de por vida. Conviene repetirlo todas las veces que sean necesarias: Perón nunca fue un demócrata, jamás toleró al disidente, siempre monologó; en ningún momento aceptó las reglas de juego de la democracia liberal, en suma.

¿Pero cómo se puede acusar a Perón de dictador si era apoyado fervorosamente por millones de argentinos? La respuesta a esta crucial pregunta la brinda la ciencia política con su clásica distinción entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. La legitimidad de origen de Perón es indiscutible. Ganó en cuanta elección se presentó. Fue imbatible en las urnas. Pero en la manera de ejercer el poder Perón fue un dictador. Su primera decisión apenas asumió la presidencia el 4 de junio de 1946 lo pone dramáticamente en evidencia. Me refiero a su orden de descabezar la corte suprema, a la que consideraba enemiga del pueblo. Perón fue impiadoso con los opositores. Muchos fueron arrestados y otros se exiliaron. Jamás toleró la libertad de prensa. Prueba de ello lo constituyó su orden de confiscar el diario La Prensa, el diario antiperonista por excelencia. Perón cultivó la obsecuencia y la delación. Arrasó con la autonomía universitaria y se enemistó con la Iglesia.

Perón encolerizó a los antiperonistas, afirma Balza. Tiene razón. Ese estado de ánimo hizo eclosión el 16 de junio de 1955. La reacción de Perón no se hizo esperar. El 31 de agosto “aconsejó” desde el balcón de la Rosada a sus seguidores a que pasaran a degüello a los gorilas. El país estaba al borde de la guerra civil. En ese ambiente tuvo lugar la Revolución Libertadora. El general Balza omite referirse a las atrocidades cometidas por Perón. Para él la Revolución Libertadora se ensañó con un presidente democrático, tolerante, de buen corazón. Lo que aconteció el 16 de septiembre fue la lógica consecuencia del ejercicio despótico del poder a cargo de Perón.

Al final de su artículo el general Balza rememora el histórico mensaje del general Lonardi luego de asumir como presidente de facto: “ni vencedores ni vencidos”. En este punto hay que darle la derecha al ex combatiente de Malvinas. Sí, hubo vencedores (los gorilas) y hubo vencidos (los peronistas). Rojas y Aramburu no toleraron semejante blandura y depusieron al militar nacionalista. Según Balza, Lonardi fue traicionado. Puede ser. Pero en aquel momento Lonardi demostró que no era consciente de lo que estaba en juego. No percibió que intentar una conciliación con el peronismo inmediatamente después del derrocamiento de Perón jamás podía ser tolerado por el jacobinismo antiperonista. Era una muestra de flaqueza inaceptable para los gorilas. Aramburu, Rojas y compañía estaban convencidos de que la hora exigía determinación, firmeza y, llegado el caso, inclemencia. El retorno de Perón a la presidencia en 1973 demostró cuán equivocados estaban.

El diagnóstico de Miguel Ángel Pichetto

Miguel Ángel Pichetto, Actual auditor General de la Nación, es un dirigente político sumamente experimentado. Como se expresa coloquialmente “se las sabe todas”. Típico exponente de la política como profesión (Max Weber) Pichetto ha sabido adecuarse a la perfección a las sinuosas y complejas reglas del mundo político. Siempre medido y prudente, al menos cuando habla en público, acaba de lanzar al ruedo unas afirmaciones que merecen ser comentadas.

En diálogo con Radio 10 afirmó que en la elección presidencial brasileña del domingo pasado “jugaron los titulares, los dos líderes, Lula y Bolsonaro; es un buen ejemplo para lo que tiene que pasar en el país, no se puede hacer política con los suplentes”. “Lo que viene tienen que jugarlo los que son líderes y dirimir esa cuestión para un lado y para el otro. Es Macri de un lado y Cristina por el otro”. “La política se hace con realismo”. En relación con el alboroto que armó Facundo Manes al afirmar que había existido espionaje durante la presidencia de Macri, manifestó: “No comparto esa mirada ni tengo visiones maniqueas. Y cuidado porque los liderazgos no se eliminan con las palabras, tienen una inserción en la sociedad, tanto Macri como Cristina” (fuente: Perfil, 3/10/022).

Más tarde, en diálogo con Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano (A dos Voces), expresó: “Yo no subestimo al Frente de Todos. Creo que hay que hacer las cosas bien, trabajar seriamente y abrir un escenario de encuentro con sectores más liberales”. “Tenemos una tarea que es la construcción de un programa y la definición del liderazgo. Ningún proyecto político puede ganar una elección sin un liderazgo claro y un programa de gobierno”. Además, reiteró sus críticas a Facundo Manes: “No comparto lo que dijo, tiene derecho a expresar sus ideas, a tratar de construir un perfil, pero el ataque personal sobre temas discutibles que no están probados no ayuda a la coalición ni tampoco genera confianza. No da certeza a la sociedad, es un error” (fuente: Perfil, 6/10/022).

Al afirmar que las elecciones presidenciales del año que se avecina deben ser protagonizadas por los titulares y no por los suplentes, no hace más que agraviar a quienes, tanto en el oficialismo como en la oposición, pretenden, además de Cristina y Macri, competir por el tan ansiado cetro. Pero hay que reconocer que entre el FdT y Juntos por el Cambio hay una sustancial diferencia. En el FdT el panorama es tal como lo pinta Pichetto. Hay una única titular que no es otra que la vicepresidenta de la nación. Hoy por hoy nadie está en condiciones de hacerle sombra. En consecuencia, sigue teniendo vigencia aquella certera advertencia del entonces candidato presidencial Alberto Fernández: “Con Cristina no alcanza pero sin ella no se puede”. En la vereda de enfrente la realidad indica que Macri, sin negar todos sus pergaminos, lejos está de ser el único titular. En el PRO hay dos dirigentes que se consideran tan titulares como el ex presidente: Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Y en el radicalismo se destacan el díscolo Facundo Manes y el gobernador jujeño Gerardo Morales.

Al margen de ello una competencia en el ballottage entre Cristina y Macri daría lugar a una confrontación sin precedentes entre los dos dirigentes más relevantes del país desde 2007 a la fecha. Emergería un escenario muy similar al que se da en territorio brasileño, donde dos pesos pesados como Lula y Bolsonaro están disputando a cara de perro la crucial elección que se avecina. Ahora bien ¿por qué el ex senador nacional lanzó semejante afirmación? ¿Contó con el visto bueno del propio Macri? Porque al decir que Macri y Cristina son los titulares está reconociendo implícitamente que el ex presidente ya tiene decidido lanzarse a la campaña presidencial que se avecina. Y también que el ex presidente desea tener de rival a la ex presidenta.

Anexo

El Informador público en el recuerdo

El triunfo de Macri

09/12/2015

El 22 de noviembre tuvo lugar el histórico ballottage que consagró a Mauricio Macri como nuevo presidente de la nación. En una apretada elección derrotó a Daniel Scioli por menos de 700 mil votos sobre una masa de votos de alrededor de 25 millones. El triunfo de Macri sacudió el tablero político nacional e internacional. Por primera vez en nuestra historia será presidente a partir del 10 de diciembre un dirigente elegido democráticamente que no es ni peronista ni radical. Macri es un típico exponente del conservadorismo autóctono, miembro de la élite empresarial y partidario, según sus propias palabras, del desarrollismo. En el ballottage fue votado, en números redondos, por 12.900 mil personas, una cifra realmente impresionante. Macristas, lilitos, radicales y peronistas renovadores votaron por él. Su derrotado también hizo una gran elección. Daniel Scioli, candidato del FPV, fue votado, también en números redondos, por 12.300 mil personas. Kirchneristas e “independientes” le dieron su apoyo. La sociedad quedó partida prácticamente en dos mitades, aparentemente antagónicas.

¿Por qué ganó Macri? A mi entender, Macri ganó por aciertos propios y por defectos ajenos. Si bien es cierto que es fácil hablar con el diario del lunes, el resultado del ballottage terminó dándole la razón a Jaime Durán Barba, el arquitecto de la campaña electoral de Macri. El ecuatoriano siempre fue partidario de la preservación a ultranza de la “pureza” del macrismo, es decir, de la imperiosa necesidad de que Macri no formara una coalición con el resto de las fuerzas antikirchneristas, fundamentalmente el peronismo renovador. Aquí terció Elisa Carrió quien fue la que finalmente convenció a Macri de que se aliara fundamentalmente con el radicalismo, pero dejando de lado al peronismo renovador. Para Macri fue fundamental la decisión adoptada por la dirigencia radical en Gualeguaychú a favor de una alianza a nivel nacional con el macrismo. Sin embargo, Macri siempre fue muy claro: nunca estuvo a favor de un gobierno de coalición. Su flamante gabinete, repleto de macristas, lo pone en evidencia. En la campaña electoral Macri repiqueteó constantemente con su latiguillo preferido: la gente quiere un cambio. Sin efectuar ningún tipo de precisiones, habló continuamente de la necesidad de cambiar para que la gente vuelva a ser feliz. Los argentinos, manifestaba, merecen vivir mejor, no deben conformarse con lo que pasa hoy en el país, deben atreverse a patear el tablero. Mientras tanto, acusaba al kirchnerismo de todos los males que según él se ensañan con la Argentina. La gente está harta del kirchnerismo y, fundamentalmente, de Cristina, expresaban Macri y los suyos cada vez que visitaban un set televisivo, daban una entrevista periodística o realizaban un acto público. El objetivo de Macri era congraciarse con los “caceroleros” y, fundamentalmente, con los peronistas renovadores, fuertemente antikirchneristas. En definitiva, Macri se valió del odio a Cristina, fogoneado por el Grupo Clarín, para llegar a la presidencia. Y lo logró.

Pero la victoria de Macri se explica también por otros factores ligados íntimamente al gobierno nacional. En otros términos: la victoria de Macri se debe fundamentalmente a los gruesos errores cometidos por Cristina en su rol de presidenta de la nación y de conductora política del kirchnerismo. Como presidenta de la nación cometió, a mi entender, un error fundamental: desconocer la inflación y la inseguridad, los dos más graves problemas que vienen aquejando a la sociedad desde hace bastante tiempo. La inflación provoca, como todo el mundo sabe, la desvalorización continua de la moneda. Hoy, el billete de 100$ vale muy poco en comparación con lo que valía hace, por ejemplo, dos años. Sin embargo, tanto la propia presidente como su ministro de Economía, Axel Kicillof, jamás le dieron importancia al tema. Es más, el ministro de Economía siempre remarcó que la inflación no era un problema central de la economía. Sucede que para la sociedad, sí lo es. El otro gran problema que aflige a los argentinos es la inseguridad. La presidenta prácticamente lo ignoró durante sus ocho años en el poder. Si bien Sergio Berni siempre estuvo dispuesto a combatir ese flagelo, la gente se siente, y con razón, absolutamente desprotegida. Por último, Cristina jamás logró (o no quiso) solucionar el problema de la sucesión presidencial. Para ella había un único candidato a sucederla: Néstor Kirchner. Pero el 27 de octubre de 2010 su corazón dijo basta y a partir de entonces la sucesión presidencial pasó a ser su gran obsesión. Imposibilitada de presentarse en las presidenciales de 2015, no tuvo más remedio que bendecir la candidatura de su enemigo íntimo, Daniel Scioli, el único dirigente kirchnerista capaz de competir seriamente por la presidencia de la nación. Pero Cristina siempre sintió aversión por el gobernador bonaerense, lo que generó una situación de tensión que finalmente hizo eclosión en la recta final de la campaña electoral. En el fondo, es probable que la presidente haya preferido la victoria de Macri y no la de Scioli. La serie de cadenas nacionales que pronunció en las vísperas de la elección del 25 de octubre (primera vuelta) no hicieron más que dinamitar las chances electorales de su “delfín”. ¿Para qué las hizo, sabiendo el daño que le causaba a Scioli?

Faltan horas para la asunción del nuevo presidente de la Nación. Macri representa, ideológicamente hablando, la antítesis de Cristina. Evidentemente, el 51,40% de la sociedad se decidió por un cambio radical de la política argentina. A partir del 10 de diciembre ejercerá el poder un hombre del establishment, un mimado del poder económico concentrado, un símbolo de la concepción tecnocrática de la política. En poco tiempo se verá si la decisión es mayoría en el ballottage fue racional o simplemente un salto al vacío.

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