Por Elena Valero Narváez.-

La crisis que está entrando por la ventana entreabierta, es económica pero también institucional. El problema que tenemos se puede resumir en una antinomia: República o Dictadura. La oposición debería estar explicando la necesidad que tiene el país de superarla. Sin integración difícilmente podamos encontrar una salida a la decadente situación en la que nos encontramos. Debemos decidirnos a olvidar los grises. Lograr el orden y el funcionamiento y competencia de los poderes públicos, de acuerdo con la Constitución de 1853, desmejorada desde 1994, y menospreciada por el Gobierno actual. Ella adopta la forma representativa, republicana y federal. No es neutra, su ideología es liberal, individualista, la que prevalecía en los constituyentes de 1853. Ellos tuvieron como primer objetivo la unidad nacional que aún no se había logrado, afianzar la justicia, asegurando su ejercicio en todos los ámbitos de las relaciones sociales, promover el bienestar general, aliciente y estímulo para todos los habitantes y asegurar a todos los beneficios de la libertad.

De un nítido perfil liberal nuestra Constitución protege no solo la libertad civil sino la política, en contradicción con los sistemas autocráticos, totalitarios y autoritarios. Aspira a garantizar el goce de esos beneficios y desde su inicio, abrió las puertas de nuestro país a los extranjeros bajo el signo alberdiano de “gobernar es poblar”. Hasta 1930 su normativa fue cumplida e interpretó la realidad del país. A partir de esa fecha hubo quebrantamientos constitucionales, golpes de estado, incluso violación de los derechos individuales. La Guerra de Malvinas terminó por convencer a la gente de vivir en democracia, por eso votó en 1983 a Raúl Alfonsín quien interpretando la voluntad de la mayoría, hizo campaña recitando el Preámbulo. Los liberales creemos que si el Estado no garantiza los derechos individuales y el principio de división de poderes carece de Constitución.

La mayoría de los argentinos eligieron, en la última elección, la corriente política que representa el autoritarismo, la negación de la opinión pública institucionalizada, y la proliferación de la arbitrariedad desde los más altos niveles del Estado.

La difusión en la intelectualidad de ideas marxistas como también la aparición del entonces Coronel Perón y luego, muchos años de gobiernos kirchneristas, influyeron, y aún lo hacen, en sentido contrario al de La República. Argentina es un país enfermo, para la elite política no se aplican las leyes del estado, no hay igualdad ante la Ley, se ha deteriorado la división de poderes y los derechos civiles. El Gobierno es ajeno a los principios y normas republicanas.

La televisión nos muestra a gobernantes groseros, maleducados, arbitrarios. Y no se vislumbra, siquiera, “al matador”, como dicen los toreros, de este sistema intervencionista, dirigista, antirrepublicano, que ante el silencio de casi toda la oposición, está destruyendo las instituciones y enquistando la corrupción estructural.

El sistema de partidos, que exige no solo la existencia de partidos sino un consenso tácito o expreso, no de normas determinadas, sino de normas compartidas para el tratamiento del conflicto político y que deberían cumplirse bajo las peores circunstancias, siempre ha sido débil, más aún que los partidos. En la actualidad no es una excepción, opera con bastantes limitaciones. Ello va a constituir un problema en las próximas elecciones.

La vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner, es quien dirige el funcionamiento del Estado, es imposible disimularlo. Tiene 10 causas judiciales por lavado de activos y asociación ilícita, anomalías en otorgamientos de subsidios, direccionamiento de obras viales, firma del Memorándum con Irán por la cual está procesada por traición a la Patria, entre otras. Desea escapar del rigor de la Justicia; para alcanzar su objetivo no le importa cuáles pueden ser los costos, no le interesa “lo Justo” ni códigos y jueces neutrales. Su modelo es el de las autocracias o dictaduras.

El Estado tiene el monopolio de la fuerza, todo el aparato de la violencia depende del tipo de poder político que dirija esa estructura. El grado y naturaleza de la arbitrariedad depende por completo de la forma y el contenido que posee el ejercicio del poder político. Ya se comienza a tener miedo, vivimos, de a poco, sometiéndonos a los avatares de la arbitrariedad de aquellos que poseen la fuerza.

Estamos al borde de una crisis institucional, por obra y gracia de haber consentido con el voto, que maneje los resortes del Estado quien, astutamente, eligió gobernar desde la vicepresidencia. Con pretensiones autoritarias, cualesquiera sean las dificultades, siempre irá hacia más, decidida a todo para que la Justicia dé marcha atrás, evitando, de este modo, que se sentencie en su contra. Es por eso que halaga o persigue a los jueces según quieran o no aplicar el derecho a los hechos, pretendan o no cumplir con el desempeño de su labor oficial, deseen o no acoger o desestimar las nutridas demandas. Varios de ellos, por presión y coacción, ya son conocidos por sus intenciones de no ser “la boca que pronuncia las palabras de la ley”. Cuenta, Cristina Kirchner con la ventaja de tener los medios que le da el Estado para cumplir con sus objetivos y una personalidad que asegura la firme decisión política de lograrlo. Apenas ganaron las elecciones, no perdió tiempo, comenzó con la pretensión de reformar la Constitución argumentando, descaradamente, que no se podía gobernar con instituciones viejas. Siguieron, entre otros atropellos, los ataques a los miembros de la Corte y la pretensión, vía Alberto Fernández, de crear un Tribunal Intermedio para que revise si existe arbitrariedad en las causas. Propuso al juez Daniel Rafecas como jefe de los fiscales en la Procuración y al abogado de la vicepresidente para integrar el Consejo de la Magistratura, entre muchas otras acciones que van directamente a envilecer la Justicia. Como son tantas las causas, sería muy complicado hacerles gambeta a todas. Es por ello, que intentará debilitar al máximo lo que queda del sistema republicano y democrático. Es peligrosa, una mujer intransigente, carente de dudas, con el deseo manifiesto de decidir sobre cualquier tema, aún con ignorancia de los problemas tanto respecto del país, como del mundo. Es así como desde la tribuna despotrica contra el capitalismo, los creadores de riqueza y la propiedad privada. Endiosa al Estado porque pretende dirigirlo por muchos años. La acompañan un grupo de intelectuales devenidos en políticos, enemigos de la República y del sistema capitalista, que le dan fuerza y legitimidad a sus arbitrarias decisiones.

Una de las peores acciones del gobierno kirchnerista es arremeter contra el principio de propiedad privada, lesionándolo gravemente. Se están estrangulando los principales mercados lesionando su espontaneidad. Ello ha producido el agotamiento de la economía. Se ignora que donde el comercio, el mercado, el dinero y la propiedad son afectados profundamente por los gobiernos la riqueza disminuye drásticamente. Adolescentes de la vida, ni siquiera tienen un discurso razonado y confiable solo palabras desnutridas de sentido con solo propósitos electorales. Pero una parte del descomunal gasto público tiene cautiva a mucha gente mediante planes o sueldos para changuitas como la de cortar las calles.

En una situación tan peligrosa, cometen un grave error los detractores de la política, cuando piden que se vayan todos. Es lo que desea el Gobierno. Si logra paralizar a los partidos hacerlos vegetar y controlar a la prensa e intelectualidad opositora, se consolidará el partido y la oligarquía gobernante, afectando también a la opinión pública. El sistema político adquirirá un carácter corporativista hiriendo gravemente la democracia cuando no la eliminará completamente. Hay políticos que repiten esto sin darse cuenta que se cavan su propia fosa. El testimonio empírico rebate todas las afirmaciones referidas a denostar los pilares de la democracia.

Lo que necesitamos es saber que participaremos todos de un destino común, con metas generales tanto políticas como económicas. Eso se logra por medio de la política. El fin debería ser mejorarla. En vez de enseñar en las escuelas a odiar a nuestros padres de la Patria, debería hacerse conocer y respetar la Constitución que en gran parte imitamos de la norteamericana, primera constitución escrita que fijó derechos humanos permanentes y límites al ejercicio del poder. Nos legó el principio de organización federalista, mostrando que un poder limitado que garantiza derechos humanos esenciales, es posible. Es uno de los más grandes hallazgos en el progreso de las formas políticas de una sociedad libre orientada a armonizar la diversidad con la convivencia pacífica.

¿Cómo evitar el camino hacia la dictadura? Es lo que se preguntan varios líderes opositores y ciudadanos comprometidos en la conservación de las instituciones liberales. Creen que hay una sola forma: la unión de las fuerzas opositoras en una alianza electoral que evite, de una vez por todas, el triunfo de un gobierno con pretensiones autoritarias.

Ante un futuro por demás incierto recuerdo la sabiduría de Jorge Luis Borges: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad. Y más abominable el hecho de que fomentan la idiotez”.

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