Por Hernán Andrés Kruse.-

LA CONTINUIDAD IDEOLÓGICA DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE IRÁN

“Los rasgos esenciales del poder en la República Islámica son ideológicos y, en consecuencia, su política exterior es, asimismo, ideológica. La naturaleza del poder tanto en países industrializados como en los que ha evolucionado recientemente se basa en la promoción del sector privado, la acumulación de riqueza, el fortalecimiento de las clases medias y la expansión del PIB. En estos países, la política exterior está al servicio de tales políticas y es un instrumento de poder nacional. En una serie de países como Corea del Sur, Brasil, Malasia e incluso Turquía, tales objetivos se han generalizado y son ahora universales. Los políticos de esos países están al servicio de un propósito nacional determinado y, posiblemente, definido globalmente. Aunque se pueda entender la expansión de la riqueza económica como ideología, esta se halla al servicio del individuo medio. Como es bien manifiesto, el individuo medio en la Asia actual vive mucho mejor que hace una generación y, a diferencia de Europa Occidental, las clases medias en Asia están en aumento. Un indicador de la salud económica y de la estabilidad política de un país es su capacidad económica, social y administrativa interna de atraer inversión directa extranjera. Cuando un país se define y declara como único y exclusivo, no interesado en hacer participar a otros, pierde competencia para formar parte de coaliciones e identificar objetivos comunes con países vecinos o distantes.

En una era de sociedades e industrias interconectadas, Irán ha permanecido visiblemente fuera de las redes globales. En cierto sentido, el establishment político de Irán no puede desgajarse de la historia, de las prácticas indebidas e intervenciones de las potencias extranjeras en los siglos XIX y XX. La ideología es un medio de combatir a grandes potencias e intentar compensar los perjuicios cometidos en el pasado. En la versión iraní de la ideología islámica, mantenerse a distancia de las grandes potencias es una virtud. Aporta espacio y proporciona un potencial para desarrollar un modelo personalizado de desarrollo y sostenibilidad del sistema. De este modo, la disconformidad con las potencias extranjeras es un principio celosamente guardado en la República Islámica; las consecuencias económicas potencialmente negativas son irrelevantes. Si la República Islámica de Irán traza políticas y economías globales similares a las de Turquía y Malasia, deja de ser la República Islámica de Irán; es, sencillamente, otro país en vías de desarrollo disuelto en el sistema neorrealista global. Los líderes iraníes anhelan mantener un carácter singular y excepcional. En consecuencia, deben defender su autenticidad ideológica a cualquier precio. Es difícil pasar por alto el factor religioso de esta actitud.

La bibliografía aparecida en los círculos religiosos de Irán a lo largo del siglo XX ha abogado por la distancia y el particularismo. Con este trasfondo, el islam político evolucionó como una doctrina tanto para oponerse al régimen occidentalizado del Shah como para combatir el comunismo. En cierto sentido, lo que distingue a Irán de otros es su inclinación ideológica, no solo en su configuración interna sino también en su política exterior. Una repercusión distinta de la política exterior de Irán han sido los conflictos en materia de seguridad con la mayoría de sus vecinos y con muchos otros países en su área cercana. Debido a los principios del islam político según los cuales se aboga por los intereses de una colectividad en lugar de una nación-Estado, Irán ha apoyado un punto muerto en la relación con Israel durante más de tres décadas. Si Irán se atuviera a sus intereses nacionales según el sistema de Westfalia, podría mostrar solamente su simpatía al pueblo palestino. Pero Irán es un bastión del islam político y no puede pasar por alto la difícil situación del movimiento de liberación palestino.

Como se ha destacado antes, el islam político sitúa la política y la cultura por encima de los intereses económicos y, por tanto, no puede alinearse con las grandes potencias. En teoría, el capitalismo es rechazado y la expansión del poder nacional comercial y financiero no es valorada. En este contexto, el concepto de poder es equiparado al poder ideológico. Aunque el islam político tiene diversos fundamentos filosóficos, los resultados de sus procesos internos y de su política exterior se parecen a los del bloque del Este de los años cincuenta y sesenta. Mientras que la eficiencia, la productividad y el buen gobierno se han convertido en valores universales para una notable mayoría de países, los mecanismos de la sostenibilidad ideológica constituyen la lógica del islam político. La historia nos dice que las revoluciones no pueden triunfar y experimentar la continuidad sin una fuerza ideológica. La Revolución Iraní no es una excepción. Mientras que en los años ochenta la política exterior y su principio de “exportar la revolución” aportaron mayor vigor ideológico, en el Irán actual la ideología es mucho más necesaria en casa. La política exterior es solo su ampliación natural hacia el exterior”.

LA INTERCONEXIÓN ENTRE IDEOLOGÍA Y LEGITIMIDAD

“La soberanía y la legitimidad de la República Islámica dependen de la naturaleza ideológica de su política exterior. Todos los países definen su soberanía sobre el fundamento de sus convicciones. La República Islámica se halla establecida sobre el principio de “no normalización” con Estados Unidos y de la ilegitimidad de Israel. Si Irán modificara estas políticas y respondiera positivamente a los gestos de apertura de Estados Unidos, es posible que hiciera frente a crecientes contradicciones en su definición de soberanía nacional y legitimidad del Estado. Aún más, si Irán caracterizara a Israel como Jordania o Egipto, sus credenciales revolucionarias serían cuestionadas por el gran aparato de seguridad adoctrinado sobre bases ideológicas. Irán, inequívocamente, se distancia del nacionalismo, el laicismo y el capitalismo. En cuanto a eso, una configuración del Estado adquiere carácter exclusivo y prolonga su legitimidad y soberanía sobre bases ideológicas y el islam político. El retrato político se vuelve mucho más complejo cuando se analizan los cambios en el seno de la sociedad iraní durante las últimas tres décadas. Un arcoíris de pensamientos y actitudes políticas ha surgido durante este período. La ironía es que una gran mayoría de iraníes son mundanos y materialistas en el sentido occidental de los términos, y se interesan por los productos y servicios de los países ricos y modernos.

Por ello, debido a estas divisiones conceptuales internas, la ideología ha adquirido aún más vigor como dispositivo destinado a reforzar la sostenibilidad del sistema. Análogo a la historia egipcia y rusa, donde el arte de construir procesos de consenso es deficiente, el centralismo ideológico se convierte en la única alternativa para mantener la soberanía nacional y la legitimidad del Estado. Para complicarlo todavía más en el plano teórico, fuentes divergentes y a veces contradictorias de identidad conducen a una compartimentación de las sociedades. Si Irán adopta un enfoque distinto en su política exterior, habrá de recurrir a una distinta fuente interna de sistema de creencias, identidad y grupo de referencia. Cualquier cambio en política exterior conduce de modo natural a un distinto electorado interno. Todos los colaboradores de un sistema político dado deben adaptarse a las políticas de su establishment político. Al fin y al cabo, no está claro si los debates rivales o, aún más ambiguos, los paradigmas rivales, son posibles en un marco ideológico.

Las interpretaciones ideológicas de la realidad tienden únicamente a fomentar obsesiones. Las obsesiones a lo largo del tiempo alcanzan altos niveles de solidez y surgen como realidades intocables y sagradas. La fuerza de la rotación de la élite radica en la oportunidad de ajuste y modificaciones. La ideología exige permanencia, lo cual es contradictorio con las constantes variaciones de la condición humana. A este respecto, reorientar la política exterior de Irán obliga necesariamente a un nuevo consenso que alcanza a una diversa disposición de élites que pueden estar integradas por profesionales, empresas y una juventud expuesta a normas internacionales. Construir un consenso sobre las principales cuestiones nacionales es una desventaja esencial de los iraníes en su vieja lucha de un siglo para lograr la independencia y el progreso. Cabe argumentar que el radio de su posible nuevo consenso reemplaza el radio de un consenso ideológico. De llevarse a la práctica, la configuración del poder deberá entonces demarcarse de nuevo. El contrato social entre los iraníes se halla aún en construcción”.

LA INTERRELACIÓN ENTRE IDEOLOGÍA Y SEGURIDAD NACIONAL

“La seguridad nacional de la República Islámica se halla entrelazada con las claves y la dirección de su política exterior. La seguridad de los estados se define sobre la base de sus prioridades nacionales y sus estructuras internas. Los enemigos de Francia, por ejemplo, son el terrorismo, el deterioro medioambiental, el paro y la proliferación nuclear. La Guerra Fría determinó la seguridad y legitimidad global de Estados Unidos para unas cuatro décadas. En el sistema internacional contemporáneo, un pequeño grupo de países señala a otros países como sus “enemigos” nacionales. Sin embargo, a causa del temperamento ideológico de su sistema interno y de su conducta en política exterior, los enemigos de Irán son Estados Unidos e Israel. No obstante, la retórica y la conducta de la República Islámica han servido de chivo expiatorio ideal para que los países de Oriente Medio y los protagonistas de fuera de la región persiguieran el aumento de su poderío militar, el alcance regional, las alianzas políticas y la consolidación de la seguridad.

Es interesante subrayar que la normalización de las relaciones con Estados Unidos alterará los parámetros de la configuración del poder interno en Irán. Todos los países precisan un principio organizador esencial de su doctrina de seguridad nacional. El terrorismo adquiere tal consideración en el caso de la mayoría de países occidentales. Aunque existen numerosas cuestiones que amenazan la seguridad nacional de Irán, tales como el narcotráfico, la fuga de cerebros, la desertificación y el aumento de la población joven, ninguna puede equipararse a la importancia de los adversarios externos. La prioridad de tales oponentes sienta las bases del orden social en el país. Se trata de un instrumento altamente eficiente para edificar la razón de ser de un sistema y de todo aquello susceptible de perturbar tal razón de ser. La conducta de la República Islámica de Irán demuestra crecientemente que no puede “mezclarse” con las grandes potencias. En cierto sentido, cabe postular esta conducta sobre la base del islam político, que se considera que no puede coexistir con el capitalismo y el liberalismo. Asimismo, y desde una perspectiva filosófica, tampoco puede aceptar “la regla y primacía de otros”. En consecuencia, desde el punto de vista lógico, el islam político constituye más una reacción que un modelo y, la “democracia islámica”, una jubilosa euforia teórica que no responde a la realidad.

Por lo tanto, el enfrentamiento y la denuncia se convierten en un estilo de vida. Por ejemplo, debido a su significación geoeconómica y geopolítica, si Irán se convierte en un país miembro del G20, tendrá que redefinir su identidad, sus procesos de legitimación interna y sus prioridades en materia de seguridad nacional. La consecuencia de tal remodelación será un nuevo consenso en el país, acompañado de nuevos rostros y nuevas ideas. En sentido más arduo, tal nuevo acuerdo implicará una nueva visión mundial. Para construir un nuevo orden ideológico el compromiso requiere desde un principio una deconstrucción del orden antiguo. China constituye un ejemplo clásico; mientras la interpretación del mundo de Mao marcó la pauta de los debates sobre seguridad y economía, el país no estuvo en condiciones de interrelacionarse con el mundo exterior. Una verdadera deconstrucción del pensamiento de Mao fue un prerrequisito estratégico para emprender un nuevo rumbo.

Las divisiones contemporáneas en el plano ideológico y, por tanto, político y social de Irán en función de la tradición y la modernidad no pueden posibilitar ni reunir los requisitos de esta transformación. Además, buena parte de los discursos datan de hace casi medio siglo. Por ejemplo, las concepciones de “Estado”, “Occidente”, “administración”, “disuasión” y “poder” se hacen eco de las ideas difundidas por el movimiento de países no alineados de los años cincuenta. La seguridad nacional, entonces, es la ampliación de una defensa del orden ideológico. Como se ha destacado anteriormente, el apoyo a agentes no estatales y movimientos de liberación es valioso para reforzar la moneda de cambio para asegurar, en última instancia, la salvaguardia de una actitud ideológica. En otras palabras, mantener el modelo ideológico con todas sus derivaciones constituye el fundamento más importante de la seguridad nacional”.

(*) Mahmood Sariolghalan (profesor de Relaciones Internacionales-Shahid Beheshti University-Teherán): “La posición geopolítica de Irán en Oriente Medio” (anuario internacional CIDOB-2015).

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