Por Hernán Andrés Kruse.-

El atentado a Cristina Kirchner desnudó a la clase política. Puso al descubierto todas sus miserias morales, su carencia absoluta de códigos, su desprecio por la democracia como filosofía de vida. Expresó José Ingenieros hace más de un siglo: “En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos”. Hoy vemos con estupor cómo los apetitos devoran a los ideales, tornándose implacables e impúdicos. Hoy vemos con estupor el obsceno egoísmo de la clase política. Un egoísmo que no hace más que reflejar el imperio de la mediocracia. Tanto oficialistas como opositores dedican el tiempo a intentar sacar del grave hecho acaecido la semana pasada el mayor rédito político posible. Tanto oficialistas como opositores sólo piensan en las elecciones presidenciales del año próximo, incluida la propia Cristina Kirchner. Los graves problemas que aquejan a los argentinos los tienen absolutamente sin cuidado. Pocas veces quedó tan expuesto el desprecio de la clase política por la ciudadanía, por los millones de compatriotas que todos los días trabajan por mejorar su calidad de vida.

Da toda la sensación de que todavía no hemos tomado conciencia de lo que aconteció hace una semana en la esquina de Juncal y Uruguay, corazón de la Recoleta. Alrededor de las 21 horas, cuando la vicepresidenta de la nación arribaba a su domicilio un individuo extrajo un revolver y le apuntó directamente a la cabeza. La televisión registró la dramática escena. Increíblemente, no se produjo el disparo que hubiera acabado con la vida de Cristina Kirchner. Porque de haberse consumado el magnicidio hoy la Argentina sería el escenario de un conflicto apocalíptico. Seguramente hubiéramos descendido a los infiernos.

Pasó más de una semana y la clase política le sigue faltando el respeto a los argentinos. Porque eso es, precisamente, lo que está haciendo. Los referentes de las fuerzas políticas más relevantes sólo se preocupan por adecuar sus palabras y sus acciones a sus miserables intereses políticos. Ayer (jueves 8) los senadores nacionales de Juntos por el Cambio decidieron no asistir a la sesión convocada por el oficialismo para repudiar el intento de asesinato de Cristina Kirchner. La reacción de quienes se hicieron presentes en el recinto no se hizo esperar. Una senadora aliada del oficialismo, la riojana Clara Vega del Valle, expresó (fuente: Perfil, nota de Antonio Riccobene, 8/9/022): “Era necesario hacer un repudio colectivo de todo este Senado. Porque toda esta casa fue atacada, no Cristina Fernández de Kirchner, es la institucionalidad del país la que fue atacada y que, gracias a Dios, ese tiro no llegó a destino”. La oposición hizo pública su postura a través de un comunicado, en el que acusa al oficialismo de “politizar el hecho e intentar responsabilizar a la Justicia, los medios y la oposición como instigadores del hecho”.

Horas más tarde el senador Oscar Parrilli, en diálogo con la periodista Corina Paset (CP), expresó (fuente: Perfil, 8/9/022): “Esto tiene que marcar un antes y un después en la vida de la democracia. Es muy importante que se bajen los niveles de agresividad y de violencia, tanto verbal como física. Debemos debatir y discutir en democracia. Es necesario reflexionar al respecto”. “Los argentinos nos merecemos que esta investigación llegue a los autores materiales, a este que la Justicia ya tiene muy identificado. Pero también se tiene que tirar el piolín hacia atrás para saber si existieron autores intelectuales de este tremendo hecho. Los argentinos tenemos derecho a saber si existían o no. Si fue así, que los sancionen. De lo contrario, que se hagan todas las investigaciones para que podamos estar tranquilos los argentinos de que fue solo este grupo. Si hay alguien por detrás hay que investigarlo porque eso se merece la democracia argentina”.

Tiene razón el senador cristinista al afirmar que la investigación no debe limitarse a los autores materiales del intento de magnicidio sino también a sus autores intelectuales. Porque de no hacerlo este grave hecho quedará registrado en los futuros libros de historia como la obra de un grupo de lunáticos, de loquitos de verano que alcanzaron su momento de fama. En este punto hay que aplicar el sentido común. Resulta difícil de creer que un intento de asesinato de la dirigente política más relevante del país de las últimas dos décadas, se reduzca a unos loquitos de verano. La Justicia debe utilizar el bisturí a fondo para desenmascarar a los autores intelectuales, a quienes planificaron el magnicidio.

No opina lo mismo el columnista político de Clarín Ricardo Roa. En un artículo publicado el miércoles 7 (“Atentado contra Cristina Kirchner: un marginal en busca de protagonismo y el odio pontificando sobre el odio”) escribió: “Todo apunta a que en el fallido atentado contra Cristina no pasó más de lo que se vio, aunque mucha gente crea que hay mucho más de lo que se vio. Son cosas de un país lleno de sospechas y de incompetentes sueltos y encima a cargo de cosas muy importantes. Lo que se vio fue una vicepresidenta desprotegida por su custodia y por decisión propia, y un chiflado, lunático, desequilibrado o como se lo quiera llamar, que pudo llegar a centímetros de ella y gatillar dos veces en su cabeza una pistola (…) La Justicia no tiene ningún indicio para creer que Fernando Sabag Montiel sea un sicario. Tampoco, parte de una parodia montada por el propio kirchnerismo. Sabag Montiel vivía en una tapera, venía ese día de hacerse en Quilmes un tatuaje medio nazi y usaba una tarjeta trucha de discapacitado para viajar. Ni asesino a sueldo ni actor: un marginal en busca de protagonismo, que apareció un par de veces en Crónica TV. El problema es que ese freak estuvo ahí de matar a la vice”.

El mensaje de Roa es claro y contundente. Está dirigido a la jueza y al fiscal de la causa. “todo apunta a que en el fallido atentado contra Cristina no pasó más de lo que se vio, aunque mucha gente crea que hay mucho más de lo que se vio”, sentenció el columnista político de Clarín. ¿Acaso Roa les está “sugiriendo” a la jueza y al fiscal de la causa que el ataque contra la vicepresidenta tuvo como protagonistas exclusivos a unos loquitos de verano? ¿Acaso les está “sugiriendo” que la investigación se centre exclusivamente en estos personajes? ¿Acaso les está “sugiriendo” que ni se les ocurra investigar a sus autores intelectuales? Mario Eduardo Firmenich acaba de manifestar que quienes atentaron contra CFK buscaban encender la chispa que terminara provocando una guerra civil. Sí, una guerra civil. Si el ex líder de Montoneros está en lo cierto ¿alguien puede realmente creer que la pareja que intentó asesinar a CFK actuó por su cuenta? ¿Alguien puede creer que no hay autores intelectuales, no hay quienes dieron la orden de ejecutar a la vicepresidenta? Por el momento tanto la jueza como el fiscal están actuando con total y absoluto profesionalismo. Ojalá que finalmente se sepa toda la verdad y nada más que la verdad.

Recordando a Ricardo Balbín

El 9 de septiembre de 1981 falleció Ricardo Balbín, histórico dirigente radical. En esta época donde tanto se habla del discurso del odio, es bueno rememorar las palabras que pronunció en las exequias del entonces presidente Perón, en julio de 1974. En momentos dramáticos para el país, quien había sufrido en la década del cincuenta persecución y represión decidió que había llegado el momento de hacer algo por la paz social, severamente dañada por la guerra desatada entre la derecha y la izquierda del peronismo. He aquí lo que dijo Balbín junto al féretro que guardaba los restos del mítico general.

“Llego a este importante y trascendente lugar, trayendo la palabra de la Unión Cívica Radical y la representación de los partidos políticos que, en estos tiempos, conjugaron un importante esfuerzo al servicio de la unidad nacional: el esfuerzo de recuperar las instituciones argentinas y que, en estos últimos días, definieron con fuerza y con vigor su decisión de mantener el sistema institucional de los argentinos. En nombre de todo ello, vengo a despedir los restos del señor Presidente de la República de los argentinos, que también con su presencia puso el sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo, en una conciencia nueva, que nos pusiera a todos en la tarea desinteresada de servir la causa común de los argentinos. No sería leal, si no dijera también que vengo en nombre de mis viejas luchas; que por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la comprensión final, y por haber sido leal en la causa de la vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el Presidente muerto. Ahí nace una relación nueva, inesperada, pero para mí fundamental, porque fue posible ahí comprender, él su lucha, nosotros nuestra lucha y, a través del tiempo y las distancias andadas, conjugar los verbos comunes de la comprensión de los argentinos”.

“Pero guardé yo, en lo íntimo de mi ser, un secreto que tengo la obligación de exhibirlo frente al muerto. Ese diálogo amable que me honró, me permitió saber que él sabía que venía a morir a la Argentina, y antes de hacerlo me dijo: ‘Quiero dejar por sobre todo el pasado, este nuevo símbolo integral de decir definitivamente, para los tiempos que vienen, que quedaron atrás las divergencias para comprender el mensaje nuevo de la paz de los argentinos, del encuentro en las realizaciones, de la convivencia en la discrepancia útil, pero todos enarbolando con fuerza y con vigor el sentido profundo de una Argentina postergada.’ Por sobre los matices distintos de las comprensiones, tenemos todos hoy aquí en este recinto que tiene el acento profundo de los grandes compromisos, que decirle al país que sufre, al pueblo que ha llenado las calles de esta ciudad sin distinción de banderías, cada uno saludando al muerto de acuerdo a sus íntimas convicciones – los que lo siguieron, con dolor; los que lo habían combatido, con comprensión–, que todos hemos recogido su último mensaje: ‘He venido a morir en la Argentina, pero a dejar para los tiempos el signo de paz entre los argentinos».

“Frente a los grandes muertos… frente a los grandes muertos tenemos que olvidar todo lo que fue el error, todo cuanto en otras épocas pudo ponernos en las divergencias; pero cuando están los argentinos frente a un muerto ilustre, tiene que estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que sentimos y lo que tenemos. Los grandes muertos dejan siempre el mensaje. Sabrán disculparme que recuerde, en esta instancia de la historia de los argentinos, que precisamente en estos días de julio, hace cuarenta y un años el país enterraba a otro gran presidente: el doctor Hipólito Yrigoyen. Lo acompañó su pueblo con fuerza y con vigor, pero las importantes divergencias de entonces colocaron al país en largas y tremendas discrepancias, y como un símbolo de la historia como un ejemplo de los tiempos, como una lección para el futuro, a los cuarenta y un años, el país entierra a otro gran presidente. Pero la Fuerza de la República, la comprensión del país, pone una escena distinta, todos sumados acompañándolo y todos sumados en el esfuerzo común de salvar para todos los tiempos la paz de los argentinos. Este viejo adversario despide a un amigo. Y ahora, frente a los compromisos que tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir para el futuro, yo le digo Señora Presidente de la República: los partidos políticos argentinos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto, para servir a la permanencia de las instituciones argentinas, que usted simboliza en esta hora”.

(*) Archivo/peronista.com-documentos/declaraciones

Anexo

Emblema de la Escuela austríaca de Economía

El 22 de julio de 1926 falleció en Salzburgo un emblema de la escuela austríaca de economía: Friedrich Freiherr von Wieser. Wiesser nació en Viena el 10 de julio de 1851. Siempre mostró interés por la sociología, la historia y el derecho. En 1868 ingresó a la Universidad de Viena para estudiar derecho. Luego de leer la “Introducción en el estudio de la sociología” de Herbert Spencer, se introdujo en el mundo de la economía política. Trabajó como empleado para el gobierno durante diez años y más tarde fue becado por la Universidad de Heidelberg (Alemania) para estudiar economía política junto con quien sería otro emblema de la economía austríaca: Eugen von Böhm-Bawerk. Ambos pasaron a ser discípulos de Carl Menger, otro eminente economista de la época. Menger, Böhm-Bawerk y Wieser son considerados los padres fundadores de la escuela austriacas de economía.

Luego de superar el obstáculo del doctorado, en 1884 fue designado profesor asociado en la Universidad de Praga, donde tuvo el honor y el privilegio de suceder en su cátedra a su maestro Carl Menger hasta 1903. El destino quiso que educara a futuros brillantes exponentes de la escuela austríaca, como Ludwig von Mises, Joseph Alois Schumpeter y Friedrich A. von Hayek, su discípulo más fiel. En 1889 fue nombrado catedrático titulado y publicó “El valor natural”, donde esgrime su teoría del valor y su teoría de la imputación. Innovador y talentoso, Wieser publicó en 1891 “La Escuela Austríaca y la teoría del valor” y un año más tarde, “La teoría del valor”. En 1893 publicó “Reanudación de pagos de especie en Austria- Hungría” y en 1909, “Teoría de las rentas provenientes de suelo urbano”. En 1903 recibió un reconocimiento de la Universidad de Viena y de su volcánico cerebro surgió una teoría monetaria que se apoyaba en los análisis de Menger. En los próximos 25 años se interesó por la sociología, rama del saber que consideraba fundamental para comprender, junto con la economía, la realidad social del hombre.

En 1911 publicó “La naturaleza y el contenido principal de la economía teórica nacional” y más tarde dio a luz a una de sus obras más importantes: “Teoría de la economía social”, donde acuño la expresión “coste de oportunidad”. Se le atribuye, a su vez, la expresión “utilidad marginal” a raíz de la influencia que ejercieron sobre su pensamiento León Walras y Wilfredo Pareto, miembros de la escuela de Lausana. En 1917 fue admitido como miembro del “Herrenhaus” y fue ministro de Comercio en el gabinete de su país hasta la finalización de la primera guerra mundial. No pudo desempeñarse como él hubiera querido ya que siempre fue neutralizado por el ministro de Energía, el intervencionista Richard Riedl. En 1923 publicó “El trabajo histórico del, poder estatal” y en 1926, “La ley del poder”.

La teoría de la imputación, extraída de “El valor natural”, y la teoría del coste alternativo o de oportunidad, extraída de “Teoría de la economía social”, fueron sus contribuciones más notorias. Se considera que fue Wieser quien hizo la distinción entre bienes públicos y bienes privados (utilizada posteriormente por Hayek), y quien acuñó el concepto de utilidad marginal. También destacó la relevancia del “empresario” en el proceso de cambio económico. Estaba convencido de que el empresario simbolizaba la capacidad de iniciativa que debía tener todo hombre para liderar los cambios económicos que reclamaba la sociedad de su tiempo. Esta noción del mando fue posteriormente desmenuzada por Schumpeter cuando analizó la innovación económica. Pero fue la teoría del valor su aporte más revolucionario. En efecto, Wieser introdujo el debate en el problema del valor económico, metiendo como una cuña el cálculo objetivo en una teoría subjetiva. Intentó demostrar, nada más y nada menos, que el valor económico es una categoría natural, que cualquier sociedad racionalmente ordenada no tiene más remedio que efectuar valoraciones. Concluyó que una economía socialista no prescindir de las valoraciones.

Wieser sentó las bases de la solución matemática al problema de la determinación de los precios de los factores. Su teoría de la imputación, además de corregir eventuales errores de la teoría de Menger, continúa siendo empleada en microeconomía. Otra de sus contribuciones más notables fue la teoría del coste alternativo, ignorada por Alfred Marshall y los economistas ingleses. Apoyándose en el pensamiento paretiano, creó el concepto de utilidad marginal y el de coste de oportunidad. De esa forma, enfocó la economía hacia el análisis de la escasez y la asignación de recursos escasos. Perfeccionando la teoría de Menger, introdujo el coste de oportunidad para adecuarlo con la teoría de la utilidad marginal. No conforme con estas innovaciones, ideó su propia teoría monetaria. Pero fue su combinación de la teoría austriaca de la utilidad con una teoría evolutiva de las instituciones, su aporte más relevante. Destacó que los modelos clásicos y neoclásicos no tenían en cuenta conceptos fundamentales como la eventual aparición de monopolios y la existencia de economías de escala. Estando convencido de la inutilidad de los modelos económicos ideales para comprender la política económica, desarrolló una solución de segundo óptimo. Es aquí donde entró a tallar con fuerza el concepto de “economía social” para evaluar la eficacia de la intervención del estado en casos puntuales.

Wieser fue considerado “liberalista” por los liberales puros. En su libro “Liberalismo”, Mises se vale de la expresión “nuevo liberalismo” para designar a los socialistas que se hacen pasar por liberales. En consecuencia, Wieser, según Mises, debía ser considerado un nuevo liberal por su condición de socialista fabiano. Al comenzar sus carreras científicas, Menger, Bawerk y Wieser no centraron su atención en los problemas de política económica, particularmente en el rechazo del intervencionismo estatal proclamado por el liberalismo clásico. Lo que realmente pretendían era elaborar una teoría económica con una sólida base de sustentación. Siguiendo a Menger y Bawerk, Wieser no estuvo de acuerdo con las políticas intervencionistas que aplicaba el gobierno austríaco (al igual que todos los gobiernos de la época), sosteniendo que únicamente el libre mercado garantizaba la mayor eficiencia económica y social.

Sin embargo, su enfoque liberal desechaba los modelos ideales clásicos y neoclásicos que no tenían en cuenta los monopolios y la existencia de la economía de escala. Consideraba que el liberalismo clásico era sinónimo de “caos”. En consecuencia, debía ser sustituido por un sistema de orden. Paralelamente, se negó a admitir el esencialismo y la versión teleológica de la causalidad. Mientras la Escuela Historicista enarbolaba el método histórico, Wieser desarrolló el método lógico (tanto en su faz deductiva como en su faz inductiva). A diferencia de las ciencias naturales, que son empíricas, la economía (como la matemática y la lógica) posee un carácter apriorístico. Como no hay constantes en los fenómenos sociales, se torna prácticamente imposible la extracción de leyes históricas o al elaboración de predicciones. Para Wieser, la economía es una especie de psicología aplicada basada en la introspección, exigiendo su aproximación a la sociología para comprender adecuadamente la realidad social del hombre. Al rechazar la intervención estatal en la economía y el esencialismo y la visión teleológica de la causalidad, la escuela austríaca se ganó la desaprobación de los gobernantes, quienes preferían las concepciones de Keynes, Baran, Myrdal y Lenin. Durante la primera mitad del siglo XX, los representantes de la Escuela Austríaca sufrieron marginación y aislamiento. Debió desmoronarse el Muro de Berlín y desmembrarse el imperio soviético para que las teorías económicas liberales volvieran a ser consideradas y aceptadas.

Fuentes:

-Von Wieser: Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Henry William Spiegel: El desarrollo del pensamiento económico, Ediciones Omega, Barcelona, 1973, capítulo 23.

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