Por Elena Valero Narváez.-

La actitud arbitraria de la presidente hacia el sistema mundial de mercado afectó a todos los sectores creadores de riqueza de la Argentina. Sus ideas respondieron al pensamiento socialista: creyó que la acumulación de riqueza, propio del sistema capitalista, produce la miseria de los trabajadores. Es así como su gobierno prefirió el robo y la violencia en vez de los intercambios pacíficos del mercado.

Se apropió de todas las cajas disponibles y recurrió a la “maquinita” para emitir sin respaldo.

El pronóstico sobre la situación del país que recibirá el futuro presidente es deplorable si se tiene en cuenta el aumento de la pobreza que hasta el INDEC del año 2014 reconoce. Los ingresos subieron menos que la inflación real, el desempleo aumentó y empeoró la distribución del ingreso. Fuentes privadas calculan que el índice aumentó al doble desde que asumió la presidente en el 2017.

Si la reelección fuera por más de un período, la presidente nos hubiera igualado en la pobreza por su perseverancia irracional en negar la economía propia de la sociedad de alta complejidad, con su vasta red institucional y sus mercados generalizados.

El Gobierno no se ha enterado de que el sistema capitalista evita la pobreza. Si la desigualdad -es parte de la vida- crece con el aumento de la riqueza, no hay duda que se extiende, también, la movilidad ascendente de los sectores sociales más pobres, como lo ejemplifica desde hace décadas la prolongación de la clase media en los países capitalistas avanzados.

Los candidatos debieran, al acercarse las elecciones, referirse a las ventajas concretas a las que la gente puede aspirar a partir de dejar atrás la política autoritaria del Estado, que no permite producir de acuerdo a las necesidades de la gente.

Ya no sirven, los discursos demagógicos a los que se nos ha acostumbrado, por cadena nacional, la presidente actual.

El próximo gobernante deberá mostrar si es un buen “piloto de tormentas” para encarar la crisis económica y financiera. Tendrá que ser capaz de acercar a los sectores productivos retirando las cargas que les impiden producir y exportar. Contribuir con su política al respeto a las reglas constitucionales y atraer la confianza necesaria para incentivar el trabajo, el crédito y la inversión.

El fundador del partido UCEDE, Álvaro C Alsogaray, fue el que nos dejó la expresión “shock de confianza”, imprescindible para ser creíbles y liberar de la servidumbre a la que encadena el intervencionismo y dirigismo estatal.

Las instituciones, por obra y gracia del gobierno, están a punto de desmoronarse.

Sin seguridad jurídica, otro bien necesario, la sociedad civil seguirá aumentando los niveles de inseguridad y los empresarios invertirán en países que la aseguren. Estamos a tiempo de usar razonablemente en el mercado del voto el derecho de elegir a quienes dirigirán el rumbo que el país seguirá en los próximos años. Es un deber exigir que el complot de los poderes oficiales no vicie los comicios con el fraude.

El deterioro social, económico e institucional no nos permite volver a tener un presidente que pretenda tener el dominio de todos los resortes y factores de poder.

A la ciudadanía le conviene despertar para no abdicar de los derechos que nos permiten elegir nuestro porvenir y que explicita el artículo 14 de la Carta Magna: “…de trabajar y ejercer toda industria lícita, de navegar y comerciar, de peticionar a las autoridades, de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino, de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa, de usar y disponer de su propiedad, de asociarse con fines útiles, de profesar libremente su culto, de enseñar y aprender.”

Lo demás vendrá por añadidura.

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