Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 5 de marzo, Infobae publicó una entrevista de Robertino Sánchez Flecha a la historiadora Marcela Ternavasio. En relación con el presidente de la nación expresa lo siguiente: “Pensar que vivimos desde hace un siglo en una suerte de colectivismo, para recuperar alguno de los slogans del presente, es borrar toda diferencia y encerrar en un concepto banal, el del colectivismo, una idea que para el gobierno de Milei está asociada con el comunismo. Seguir discutiendo contra un fantasma como el comunismo, que desde la caída de la Unión Soviética no existe más, es una apelación a un pasado que ya no existe y con el cual se decide pelear y disputar. Desde esa perspectiva, no tenemos que tomar demasiado en serio las cosas de un gobierno diga en torno a la historia. Son slogans que se parecen más a frases de campaña que de gestión (…) Una cuestión común (entre Milei y Juan Manuel de Rosas) es la emergencia fulgurante de un outsider que no cuenta con ninguna de las credenciales del ejercicio de la carrera política. Y lo que me parece que es más interesante es la perspectiva que en ambos casos se tienen respecto del Poder Ejecutivo que sólo podría funcionar con la delegación de facultades. Es decir, anulando las atribuciones del Congreso que es la representación plural de la Nación, en el caso de diputados, y la de las provincias en el Senado (…) Volver a insistir en un pacto, que se parece más a un pacto hobbesiano (por el filósofo británico Thomas Hobbes), porque no se pacta nada: se bajan 10 puntos que se aceptan o se rechazan y si se rechazan, va a haber consecuencias. Y llamarlo Pacto de Mayo es una idea de historia refundacional. Entonces, esa idea de pacto hobbessiano se pone para firmarlo con los gobernadores y no con el Parlamento, que es donde se discuten las leyes y se refleja el pluralismo. Ahí también hay un gesto que se asemeja a Rosas en cuando a una relación muy conflictiva con el Poder Legislativo y con las provincias. Esto es preocupante”.

Claro que es preocupante. El presidente desprecia a los diputados y senadores nacionales. También desprecia a los gobernadores. Los desprecia porque no le rinden pleitesía. El presidente no soporta a quien piensa de manera diferente, a quien es capaz de confrontarlo, de desafiarlo. Pero tampoco soporta al Congreso como institución. Esto es lo realmente grave. Milei se siente mucho más cómodo entablando una relación directa con el pueblo, al mejor estilo Hugo Chávez, por ejemplo. Como bien señala Ternavasio está más cerca de Juan Manuel de Rosas que de Juan Bautista Alberdi.

Rosas representa el emblema de la autocracia caudillista del siglo XIX. Autoritario e intolerante, este patrón de estancia impuso durante varios años un dominio omnímodo sobre el territorio argentino. Fue el líder de masas más relevante hasta la aparición de Juan Domingo Perón. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Luis García Fanlo (facultad de Ciencias Sociales. UBA. 2017) titulado “Juan Manuel de Rosas y el Estado de Excepción”. Escribió el autor:

EL ILUSTRE RESTAURADOR DE LAS LEYES

“La relación entre Rosas y Anchorena constituye una clave fundamental para entender la naturaleza del régimen rosista, su génesis, su transformación, su construcción (…) Sólo un hombre, un Anchorena, tuvo verdadera influencia sobre él. Y por cierto que esa influencia no fue nada benéfica para el país, aunque el que la ejercitaba fuera persona de bien en la acepción lata. Pero pertenecía al grupo de hacendados cuya gran profiláctica consistía en recetar un gobierno «fuerte». En este concepto se contenía mucho más de lo que la palabra implica. El gobierno fuerte, en un país de libertad, y la República lo era en principio, debía serlo o el desorden vendría; no valía la pena entonces de haber sacudido el yugo metropolitano; ese gobierno fuerte en una democracia no está reñido con la ley. Al contrario, será tanto más eficiente cuanto más observador de las leyes sea. Pero hay que distinguir entre un gobierno «fuerte» y un gobierno de «fuerza». El primero excluye al favor como regla, tiene algo de impersonal; el otro no tiene más regla que «siendo amigo, bien está donde se halla, hay que buscarle la vuelta a la ley, que ampararlo, que salvarlo». Es algo más y peor que un gobierno de partido excluyente, es un gobierno esencialmente personal, cuasi de familia” (Lucio V. Mansilla, “Rosas: ensayo histórico-psicológico”).

Aprovechando que la guerra civil tiene como protagonistas a Paz y Quiroga, por el control del interior mediterráneo, Rosas despliega una política de acuerdos y tratados con los caudillos federales del Litoral. Paz, convertido en jefe supremo de la causa unitaria luego de derrotar a Quiroga, va deponiendo uno a uno a los caudillos federales, conformando su Liga del Interior, convocando a un Congreso Constituyente en Córdoba, al que invita a participar tanto a Rosas como a los litoraleños. El 4 de enero de 1831, y como contraposición a la liga unitaria, se firmará el Pacto Federal. El acuerdo establecía la forma republicana de gobierno, representativa y federal, estipulaba una alianza defensiva entre los firmantes, declaraban derechos y garantías recíprocas para todos los habitantes de las provincias firmantes, y creaban una Comisión Representativa, como órgano común, formada por un diputado de cada provincia y que residiría en Santa Fe. La Comisión podía declarar la guerra o hacer la paz, firmar tratados, nombrar general de los ejércitos, convocar ejércitos, reglamentar el comercio interior y exterior entre los firmantes, e invitar, cuando sea oportuno, al resto de las provincias a un Congreso Constituyente. El primer decreto de la Comisión fue declararle la guerra a Paz. En tanto, la otra cara de Rosas, la porteña, no deja de sorprender. Nombra como ministros a Balcarce y Guido, es decir, a quienes habían ocupado los mismos cargos bajo Dorrego, al mismo tiempo que instala a cargo de las finanzas a Manuel García, viejo compañero de ruta de Rivadavia desde los tiempos del Triunvirato, el Directorio y la presidencia frustrada. García es, no obstante sus antecedentes, un hombre de la plena confianza del gentleman agreement del capital financiero británico de 1824 y de su principal consorcio, la Baring Brothers.

La política de Rosas durante su primer gobierno consistió, básicamente, en mantener y reestablecer el statu quo de los intereses de los grandes hacendados saladeriles y los comerciantes porteños y extranjeros, que habían sido trastocados desde la gobernación de Dorrego. Dedicó gran parte de su gobierno a viajar por la campaña, estableciendo numerosas leyes que más se parecían a sus famosos reglamentos de estancias: policía rural, uso de animales cimarrones, reglamentación del tránsito en la campaña, reparación de iglesias, cierre de colegios, reanuda los vínculos con la Santa Sede, levanta templos en la campaña, obliga a los soldados a asistir a misa en formación, declara fiesta patria el 9 de julio. La política económica de García es abiertamente librecambista, lo que facilita la recomposición del comercio exterior a la vez que restaura las finanzas públicas a través de la renta de la Aduana. Los precios bajan, pero de resultas de la apertura indiscriminada a las mercancías extranjeras. Ferré, el caudillo correntino, dirá años más tarde, que Rosas no se diferencia de Rivadavia, y que una vez más, la política de Buenos Aires consiste en la ruina de las provincias del interior. Cumplido su mandato en 1832, Rosas se retira, una vez más, de la vida política”.

EL ROSISNO Y LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA (1835-1852)

“El 7 de marzo de 1835 comienzan los diecisiete largos años del régimen rosista. Al igual que en 1829, preceden a su unción la anárquica situación nacional y el magnicidio, Manuel Dorrego y Juan Facundo Quiroga, ambos federales aunque no en el mismo sentido que el Ilustre Restaurador de las Leyes. Ya vimos las vicisitudes que enfrentaron, solapadamente para algunos y frontalmente para otros, al mártir de Navarro con Don Juan Manuel; ahora vemos a éste entrevistándose con el caudillo riojano y tratando de convencerlo de la inconveniencia de organizar al país de una vez por todas y dictar, finalmente, una Constitución. Se aleja Quiroga de la estancia de Hortiguera y sin perder tiempo, Rosas le escribe una notable carta que nunca llegará a ser leída por el tigre de los llanos, emboscado y asesinado en la posta de Barranca Yaco. ¿Por qué escribir una carta a quien se acaba de despedir? El hecho es que el magnicidio, el de 1829 y el de 1835, conmueven al conjunto de las provincias. Es el clímax de la anarquía, de la inseguridad, de la ausencia ya no de leyes sino de mínimos códigos de convivencia aún en medio del fragor de la cruenta guerra civil, la eterna guerra civil iniciada en 1810 y que se prolongará hasta 1880.

Pero estamos en 1835. Alguien tiene que poner el orden, un tipo de orden, no cualquier orden, y acabar de una vez, por enésima vez, con los enemigos de la Patria, con esos salvajes unitarios (que a su vez estigmatizan a sus oponentes federales como bárbaros). Todos saben cuál es el tipo de orden que Rosas va a instaurar (o restaurar, según se vea desde cada una y todas las trincheras que dividen a la sociedad argentina). Es el orden de la Santa Federación para la Confederación Argentina. Es el orden de la Sociedad Popular Restauradora y la Mazorca. Es el orden del convento frente a la escuela; de la tradición hispánica frente a la ilustración francesa; del campo frente a la ciudad; de la organización nacional empírica frente a la organización nacional constitucional; de la reconstrucción territorial y política del antiguo virreinato frente a la continua segregación; de la afirmación de una causa nacional americana en continua guerra y contradicción con el extranjero, frente a la causa nacional europeizante que hace alianzas con esos extranjeros. Es, en rigor de verdad, más que un orden, un proyecto de construcción de lo argentino que se enfrenta con otro proyecto de argentinidad, o más bien, el punto de inflexión de un largo proceso de invención de la Argentina cuya próxima posta la encontraremos recién en la década de 1910, la del Centenario, sólo para que a la Argentina inventada se le oponga su reinvención revisionista.

El orden de la Santa Federación es un orden divino, católico, que necesita de un representante en la tierra para hacer terrenal la justicia de Dios. Y ante la Legislatura, también en 1829: «Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad y poniéndose en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad (…) El remedio a estos males no puede sujetarse a formas y su aplicación debe ser pronta y expedita (…) La Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y nuestra constancia. Persigamos a muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y sobre todo al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto (…) El Todo Poderoso dirigirá nuestros pasos» (Rosas). Así se expresa también, una vez más, su socio Anchorena: “Porque a la verdad estos hombres (los unitarios) pertenecen a cierta clase de monstruos que con figura humana tiene la cabeza de bestias y el corazón de fiera, que, por consiguiente, ni saben lo que es patria, ni federación, ni tienen el más pequeño sentimiento del honor, se hacen sólo expectables por sus vicios, su impiedad, su fuerza bestial y su brutal corrupción”.

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