Por Paul Battistón.-

Literalmente fue y abrazó el pasado y lo plasmó en una imagen incómodamente inexplicable de forma sencilla, además de controversialmente ubicada en un tiempo atípico sembrado de suspicacias.

Victoria tiene agenda propia; ahora también tiene arquitectura constructiva propia. Guardó en el tiempo a modo de heredera y le llevó parte de esa lealtad que en el pasado le incumplieron y lo hizo en el momento que las palabras anémicas resurgen como adorno de una fecha impuesta a la lealtad desde el ejercicio de una doctrina donde los valores son retocados acorde a capacidades morales endebles.

Ni la lealtad de juramento de los líderes militares, ni la lealtad peronista correspondieron a María Estela. La falta de la primera la arrojó del sillón, la segunda la arrojó al olvido, a excepción del instante del incidente de la rosas en la vereda de Madrid.

A la primera mujer presidenta le robaron el poder, le invisibilizaron el podio, le desobedecieron su mando y la abandonaron en pleno ejercicio. Aún resuena un “yo me rajo” (puro ejercicio de lealtad).

El tiempo juega extraño. Isabelita tiene su busto a poco trecho temporal de que lo tenga alguien que acompañó las rosas a Madrid.

Su gobierno cobijó la catástrofe como estructura. ¿Pero qué otra cosa podía hacer con peronistas como equipo técnico? Un brujo en “Bienestar social”, nada más representativo de la incoherencia innata de la doctrina. Si sólo hubiera sido brujo, no habría sido tan grave.

Le puso la firma al primero de los cuatro decretos que cargaron con el coraje de pedir el aniquilamiento de lo que debía ser aniquilado, una invasión territorial. Nada que no se pareciera a la intromisión cubana en el Congo. Balbín sería uno de los pocos sin rodeos en convertirlo en frase.

A escasos meses de llegar al fin de su recorrido como mandataria, quienes fueron elegidos para su respaldo olvidaron su lealtad. Estuvo cantado, los titulares lo anunciaban y la situación era insostenible. ¿Insostenible? Guerra civil (ignición importada), colapso económico, descomposición social, nada más que eso.

Quizás otra frase de don Ricardo (Balbín) puede haber hecho suponer a quien de frente la oía que no sólo los meses restantes del mandato de María Estela serían un problema. “Yo estoy más allá del bien y del mal”.

¿Cuál hubiera sido el efecto sobre los decretos de aniquilamiento del inevitable triunfo de la oposición? ¿Qué podría haber hecho un radicalismo proteccionista con una economía ya hundida en el fracaso de la protección? La retórica del martillo y la pluma sentada en el gobierno de un país invadido por la metralla del martillo y la hoz.

Siete años después, quien Balbín solía señalar despectivamente como el comunista, inauguraba nuestra etapa democrática.

¿Lo insostenible eran la continuidad de María Estela hasta el fin de su mandato o simplemente la continuidad?

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