Por Jorge Raventos.-

Hasta el último miércoles de mayo, el ranking de notas más leídas en los portales de los principales diarios se integraba con algunas noticias policiales y muchas curiosidades: un león que pisaba el suelo por primera vez en treinta años, investigaciones sobre el sentimiento de los animales, un misterioso círculo de humo en el mediodía de El Tigre.

Bagatelas y conjeturas

Pese a que en tres semanas se inscribirán las candidaturas de octubre y a que el lunes 25 la Presidente llenó la Plaza en una jornada autocelebratoria, la política no pareció convocar la atención de los internautas, hartos quizás de los repetidos reclamos de una interna abierta que unifique a la oposición, de los reiterados   (de a ratos despectivos) rechazos del macrismo y de los anuncios de candidatos o intendentes que cambian de casaca. Cambio chico, menudencias.

Sin novedad, no hay interés. Si los actores de la política no van a aportar hechos diferentes en tiempo y forma, para ver acción habrá que esperar a que hablen las urnas de las primarias en agosto y desnuden las relaciones de fuerza. Entretanto es tedioso discurrir sobre encuestas opacas, panqueques, conjeturas y bagatelas que no agregan nada significativo a lo esencial, que ya se sabe: hay tres espacios que disputan la presidencia; el oficialismo, con la muy probable candidatura de Daniel Scioli, encabeza la carrera y trata de ganar en la primera vuelta; el espacio del Pro y sus aliados está convencido de que puede salir segundo en octubre y triunfar en noviembre, superando en ese objetivo al espacio que reúne a José Manuel De la Sota y Sergio Massa.

Falta saber con claridad quiénes competirán por la decisiva provincia de Buenos Aires. Eso se aclarará el 20 de junio. ¿Habrá otros hechos nuevos antes de esa fecha?

La larga mano de la Justicia

En ese desierto de acontecimientos relevantes, el estallido del affaire FIFA, el miércoles 27, ofreció un verdadero oasis informativo, que inundó los medios y conquistó velozmente la atención pública.

Es que el caso no habla solamente de fútbol. Habla de corrupción y justicia, dos asuntos que desvelan a los argentinos.

En ese escándalo, además, se combinan de un modo ilustrativo varias dimensiones de la vertiginosa realidad contemporánea: negocios, deporte, espectáculo, comunicación; lo global, lo transnacional y los instrumentos legales de estados nacionales.

La policía suiza que detuvo en Zurich a ciudadanos de diferentes países, miembros de la conducción de la FIFA no lo hizo (como afirmó precipitadamente la crónica de un matutino) “por orden de la justicia de Estados Unidos”, sino, obviamente, por una disposición de la justicia helvética que acogió un pedido de tribunales estadounidenses y actuó también en función de una investigación propia.

Desde Washington, la fiscal general Loretta Lynch había acusado a los capos futbolísticos de configurar una “organización mafiosa”, y cometer “fraude masivo, sobornos y blanqueo de dinero» y solicitó colaboración para que comparezcan ante la justicia de su país porque varios de los delitos de esa colorida descripción fueron cometidos en territorio norteamericano o canalizando fondos a través de bancos o sociedades de esa jurisdicción. Corresponde que lo haga, igual que en aquellos casos en que las partes (individuos, sociedades, Estados) se acogen a la jurisdicción estadounidense.

La justicia suiza, por su parte, avanza en una investigación sobre los sobornos y coimas que habrían determinado la elección de las sedes de los campeonatos mundiales de 2018 (Rusia) y 2022 (Qatar), que es independiente de la que se desarrolla en Estados Unidos y paralela a ella. Es más que probable que en este caso las paralelas se toquen. También es probable que aparezcan nuevas líneas de investigación. Personajes argentinos están incluidos en ellas: algunos ya están siendo buscados por Interpol, otros, cuyos nombres todavía no han emergido.

La fiscal Lynch tiene bajo su lupa varias décadas de gestión de la FIFA, que incluyen una verdadera cantera de potenciales negocios non sanctos, desde la decisión irregular de sedes a las concesiones televisivas, las ventas de entradas en mundiales y certámenes organizados por la Federación Internacional de Fútbol y hasta el manejo de resultados por motivos políticos o asociados a los capitales del juego.

El modus operandi de la entidad madre reproduce a menudo el que se emplea en muchas entidades adheridas.

Temeroso de que, ante estas novedades, la sede rusa de 2018 sea revisada, Vladimir Putin cuestionó los procedimientos judiciales con un argumento singular: los imputados -dijo- “no son ciudadanos estadounidenses. Estados Unidos no tiene nada que ver con el caso». Error jurídico: el juez natural es aquel en cuya jurisdicción se concreta el ilícito, no importa la nacionalidad del reo. En rigor, la idea de que los delincuentes deben ser juzgados por magistrados de su propio país cuando delinquen en otro territorio es un principio que aplicaban las metrópolis colonialistas y que los procesos de descolonización volvieron anacrónicos.

¿Ganará la impunidad?

Pero ahora estamos en la era de la globalización y se producen dos fenómenos convergentes. Las autonomías nacionales ceden terreno a un orden universal en gestación, que supone, a la larga, una justicia planetaria. La Corte Penal Internacional es un embrión de ese fruto futuro, si bien aún no reconocida por todos los actores del escenario mundial.

Luego están las cuestiones de hecho: las naciones están cada vez más próximas en el espacio comprimido por el desarrollo; las fronteras se han vuelto permeables a los flujos migratorios, turísticos, financieros o comunicacionales. Se extiende la transparencia: es cada vez más difícil, por ejemplo, tener “cuentas bancarias que no se puedan descubrir”. Existe ya una opinión pública mundial que pesa sobre muchos acontecimientos e influye sobre autoridades y poderes locales. Todo sumado, se vuelve arduo, inclusive para estados reticentes, resistir la cooperación judicial con otros países en casos clamorosos que están inscriptos en delitos mundialmente condenados: crímenes de lesa humanidad, terrorismo, corrupción rampante. Cuando se traspasan esos límites se ponen en marcha engranajes de la globalización que tarde o temprano llegan al blanco.

A veces lo hacen transgrediendo los principios vigentes: fue el caso de la pretensión (en casos, exitosa) del juez español Baltasar Garzón (rentado ahora del gobierno argentino tras haber sido impugnado por la justicia de su país), quien consiguió hacer valer criterios de justicia universal actuando desde un sistema judicial local (el del reino de España) y usurpando de facto el principio del juez natural para entender en hechos ocurridos en otras naciones. En virtud de las cuestiones que invocaba, esas transgresiones fueron admitidas y hasta aplaudidas. Señal, así sea sesgada, de la progresiva disolución de un orden que admitía o facilitaba inmunidades, amparos o aguantaderos para ciertos delitos.

Que en estas circunstancias la mayoría del Congreso de la FIFA haya votado la re-reelección de su Presidente y aprobado su relato autoabsolutorio indica, quizás, que hay mayorías que no sintonizan adecuadamente ni con la verdad ni con el ritmo de los tiempos.

De esa terca persistencia del señor Blatter no habría necesariamente que deducir que esta historia ha concluido. El propio Blatter intuyó que “vendrán tiempos peores”. Hay muchos que, en circunstancias parecidas, tienen presentimientos análogos.

Lo dicho: el affaire FIFA no habla sólo de fútbol. De te fabula narratur.

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