Por Hernán Andrés Kruse.-

La primera cadena nacional de Alberto Fernández

«Buenas noches a todos y todas.

La primera vez que les hablé de la pandemia les dije que mi prioridad era cuidar la salud de los argentinos y las argentinas. Algunos creyeron que las medidas que impulsaba eran exageradas. Pero la experiencia demostró que era necesario ganar tiempo para evitar que se sature el sistema de salud. Y así, poder salvar vidas. La pandemia se ha hecho mucho más larga de lo que todos esperábamos. Quienes fuimos elegidos para gobernar tenemos la obligación de saber que esta situación crítica afecta a toda la sociedad. Todos los argentinos y argentinas, al igual que todos los habitantes del planeta, padecemos la pandemia. Conozco muy bien las consecuencias económicas y sociales que ella depara. Soy muy consciente del impacto que provoca en la salud. También en las dificultades para encontrarnos con nuestros afectos. Sé del trabajo solidario de quienes cuidan a las personas mayores. Sé del compromiso y del empeño para acompañar a los niños y las niñas, a quienes les ha tocado atravesar mucho tiempo de su infancia en este contexto. Todas nuestras actividades se han visto afectadas. Tengo muy presente el esfuerzo que todo esto genera. Sé que en algún momento muchos sentimos cansancio de las limitaciones y hartazgo de la pandemia. Un año después quiero que conozcamos cuál es la situación, cuáles son las dificultades y cómo debemos abordarlas. El mundo va a tener que convivir con la pandemia. También nosotros. Aprendimos a producir con Covid. Aprendimos a educar con cuidados. Aprendimos a cumplir los protocolos en todo tipo de establecimientos. Aprendimos a cuidarnos en actividades deportivas, culturales y encuentros familiares. Mi mayor preocupación sigue siendo la salud, salvar vidas y cuidar la recuperación económica. Trabajamos para que esa recuperación empiece a sentirse en la vida de la gente. Cuando vemos la situación epidemiológica de la Argentina y vemos lo que sucede en la región, es evidente que tenemos importantes desafíos.

Hay 3 problemas muy importantes. El primero es que en muchos países con la llegada del otoño, o incluso antes, se inició una segunda ola, en muchos casos con niveles de contagios y fallecimientos muy elevados. El segundo problema es que el Covid ha tenido mutaciones y nuevas variantes, algunas de las cuales son mucho más contagiosas y con severa letalidad. El tercer problema es que hay escasez global de vacunas. Sólo 18 países han recibido el 88% de las vacunas que se han distribuido hasta ahora. La gran mayoría de los países está en un gran desierto, con pocas vacunas o sin ningún acceso a ellas. Además, hay un retraso global en la entrega de vacunas. Hay problemas de producción, logísticos, de insumos, ante una complejidad absolutamente excepcional. Cada país firma contratos para la compra de vacunas. Si analizamos cuánto recibió hasta ahora cada uno del total que compró, surge un dato impactante. Sólo 15 países recibieron hasta ahora más del 10% de las vacunas que compraron. Esta es la realidad del mundo de 2021: la escasez, la desigualdad y la demora de las vacunas. Hoy conversé con los 24 gobernadores y gobernadoras. Analizamos la situación y consensuamos medidas. Para afrontar el otoño y el invierno tenemos un Plan que incluye dos dimensiones: vacunación y cuidados. El año pasado nos cuidamos para ganar tiempo para fortalecer el sistema de salud. Supimos conseguir un incremento de 47% de las camas de terapia intensiva, incorporamos 3.300 respiradores, hicimos 12 hospitales modulares. Fue por ese tiempo y ese trabajo colectivo que no saturó el sistema de salud. Fue por eso que cada persona que lo necesitó pudo acceder a la atención sanitaria.

Este año tenemos que cuidarnos mientras avanza el Plan de vacunación más grande de nuestra historia. Por eso, una vez más los invito a trabajar unidos, sin importar las diferencias ni políticas ni sociales. Queremos el cuidado colectivo y la vacunación. Trabajamos de manera coordinada con las 24 jurisdicciones y con toda la sociedad argentina. Para prevenir y reducir todo lo posible el impacto de la segunda ola, les pido que todos y todas respetemos las principales medidas de prevención: Dos metros de distancia, uso adecuado del barbijo, higiene de manos, mantener los ambientes ventilados y realizar actividades al aire libre. Quiero que sepan que las nuevas variantes del virus hacen riesgoso viajar. Está totalmente desaconsejado viajar al exterior. Quienes lo hagan, al regresar deberán aislarse y tener cuidados estrictos. Las fronteras continuarán cerradas para turistas extranjeros, como lo están desde el 24 de diciembre. Los argentinos y argentinas hemos aprendido a cuidarnos. Ahora que llega el otoño tenemos que reforzar esos cuidados. Cuanto más lo hagamos, habrá menos contagios y fallecidos. Donde no hay cuidado colectivo, cualquier sistema de salud puede desbordar. Todo este cuidado colectivo es clave mientras logramos que lleguen las cantidades de vacunas que necesitamos. En el desierto global de vacunas, nosotros ponemos toda nuestra energía, la capacidad financiera del Estado y su logística en comprar nuevas dosis. Organizamos que sean trasladadas y distribuidas a cada cuidad, a cada barrio, a cada pueblo, a los lugares más remotos del país. Mi objetivo es que la vacuna llegue lo antes que sea posible a cada uno y a cada una.

Queremos que se puedan vacunar todos los habitantes del país. El Estado Nacional compra, recibe y distribuye a las provincias en forma proporcional a la cantidad de habitantes. ¿Eso se está cumpliendo bien? Sí. ¿Estamos acelerando la cantidad de personas vacunadas por semana? Sí. ¿Está resultando todo tal como esperábamos? No. Porque hay dilación global en la producción de vacunas. Nosotros hemos firmado contratos para adquirir más de 65 millones de dosis y seguiremos firmando nuevos contratos. Al igual que sucede en todo el mundo, las vacunas que habíamos adquirido lamentablemente están demorando más tiempo en llegar. Nuestros proveedores han tenido dificultades para escalar la producción y no han podido entregar en el tiempo que habían previsto. La verdad es que incluso los países más ricos han tenido negociaciones y tensiones con los proveedores. Hasta hoy llegaron al país 4 millones de dosis, un 6% de las dosis que hemos contratado. Trabajamos con firmeza para vacunar a todos y todas. Cerca de 3 millones de dosis se han aplicado a argentinas y argentinos. La semana pasada se vacunaron 723 mil personas en el país, 100 mil personas por día. La Argentina tiene la capacidad de vacunar 4 millones y medio de personas por mes, pero aún no contamos con las dosis suficientes. Aunque el problema de la escasez global continúa, llegarán nuevas dosis en los próximos días. Trabajamos de modo incansable para adquirir todas las dosis necesarias. Somos optimistas en lorgrarlo. Detrás de cada persona vacunada les puedo asegurar que hubo mucha, pero mucha gente, trabajando silenciosamente para hacer la compra, la distribución, garantizar la cadena de frío, hacer la aplicación adecuada y registrar a cada persona vacunada. Para que eso suceda es imprescindible un Estado presente.

Nuestra voluntad política ha sido acompañada por el enorme compromiso de los trabajadores de la salud. Todos conocemos a una persona que ya ha recibido por lo menos una dosis. Cada día que pasa, hay más argentinos y argentinas que ponen el brazo con emoción y satisfacción. Eso nos causa una enorme alegría. También seguiremos fortaleciendo al sistema de salud. Mientras desde el Estado avanzamos en estos objetivos, necesito pedirle a toda la sociedad un enorme compromiso para cuidarnos. Necesitamos mucha prevención y mucha responsabilidad individual y colectiva. La pandemia no terminó. Debemos extremar los recaudos para que el Covid no nos vuelva a aislar. Si toda la sociedad se cuida vamos a lograr que el impacto de la segunda ola sea lo menos dañino posible. Trabajamos para sostener las actividades sociales y económicas. Nuestro enorme agradecimiento a todo el personal de salud y a todas y todos quienes trabajan en el cuidado colectivo. Quiero reiterar todo mi afecto para quienes han perdido un ser querido. Tenemos que saber que cuando hayamos avanzado en la vacunación estaremos empezando a controlar la pandemia. Solo entonces podremos mirar hacia atrás y podremos recordar estos momentos desafiantes que hoy vivimos. Cuando eso suceda, habremos aprendido de este tiempo y la sociedad argentina podrá estar orgullosa de sobreponerse a estos enormes desafíos. No voy a ceder en mi empeño. Voy a seguir cuidando a todos los argentinos y argentinas. Voy a poner todo mi esfuerzo para avanzar semana a semana con la vacunación. Voy a trabajar con ustedes, unidas y unidos, por un país mejor.»

Fuente: Página/12, 19/3/021

Macri quiere retornar a la Rosada en 2023

Si alguien creyó en algún momento que Mauricio Macri se retiraría de la política tras la dura derrota sufrida en 2019 se equivocó groseramente. El ex presidente de Boca Juniors es un animal político y como tal odia perder. El golpe que sufrió en las últimas presidenciales aún no lo asimiló. Todavía sigue enojado, malhumorado, embroncado. El retorno a la escena política pública era, pues, una cuestión de tiempo. Finalmente, el 18 de marzo Macri utilizó el Centro de Convenciones Buenos Aires para decirle a la opinión pública que está dispuesto a competir por la presidencia en 2023. Imitando a su antecesora, Macri presentó un libro titulado “primer tiempo”. Fue la excusa elegida para volver al ruedo.

La presentación del libro de Macri debe haber llenado de felicidad al gobierno nacional. En estos momentos tan delicados, plagados de incertidumbre y desasosiego, la reaparición fulgurante de Macri le permitió a Alberto Fernández, muy vapuleado últimamente, tomarse un respiro. Si algo necesitaba en estos momentos el oficialismo era escuchar las críticas de uno de los dirigentes políticos con peor imagen negativa del país. Macri no hizo otra cosa que darle el gusto. El líder de JpC parece no darse cuenta de que aún están muy frescos en la memoria del pueblo los errores y horrores que cometió mientras estuvo sentado en el sillón de Rivadavia. Seguramente muchos de quienes lo vieron en televisión deben haber creído que estaba en plena campaña de 2015. Es que el ex presidente habló como si nunca hubiera sido presidente.

En la charla que mantuvo con Pablo Avelluto, su ministro de Cultura, expresó, entre otros conceptos, lo siguiente (fuente: Memo-política, economía, poder, 19/3/021):

«Faltaron muchas reformas que hicieron que todo no fuese suficiente».

«El kirchnerismo es una expresión final del populismo; la Argentina entra en el sendero del crecimiento racional. Lamento no haber encontrado el camino para evitar este retroceso, que el prólogo de la transformación hayan sido estos cuatro años».

«Ser el cambio es saber dialogar, y Juntos por el Cambio expresa eso, significa trabajar en equipo, gestionar, poner el ego en su lugar y siempre pensando en el para qué estamos acá, que es para que los argentinos vivan mejor».

«No nos tocó la versión del peronismo más amigable».

«El 2023 no va a tener nada que ver con el 2015: vamos a poder con mayor apoyo político que Juntos por el Cambio vuelva al poder con la enseñanza adquirida».

«Los del sector privado entienden la problemática mundial, el tema es la decisión a ceder privilegios que han acumulado durante décadas frente a la situación cómoda. Ellos saben que el sistema argentino está trabado, que no genera empleo formal hace rato y que aumenta el empleo informal».

«El statu quo es una fábrica de pobres, entonces lo que hay que hacer es subirse al cambio, porque el cambio es inclusión. Modernizarse es incluirse, mientras que el populismo predica que cualquier cosa que viene de afuera es el enemigo, y hay que defenderse. Hay que animarse profundamente a encarar este proceso de cambio».

«No existe la magia ni los atajos, existe la cultura del trabajo y respetar al otro dentro de una Argentina previsible».

«Para los argentinos, hoy es más claro que nunca: seguir defendiendo los privilegios de pocos no va a llevarle una a oportunidad a la mayoría».

«Definirnos como un gobierno gradualista fue una forma muy elegante de disfrazar la enorme debilidad política que teníamos».

«Seguro que hoy teníamos igual o más vacunas que Chile para todos los argentinos».

Realmente el cinismo de Macri carece de límites. Durante su gestión no hizo más que favorecer a una élite financiera depredadora y voraz aplicando un clásico programa de ajuste, a pesar de que durante la campaña electoral había prometido que el ajuste no formaría parte de su vocabulario económico. Entre 2015 y 2019 aumentaron descontroladamente la inflación, la pobreza, el desempleo, las tarifas, la inseguridad, etc. Es cierto que al asumir no contaba con mayoría propia ni en Diputados ni en Senadores. Pero el triunfo que obtuvo en las elecciones de 2017 lo transformó en el político más poderoso del país. Tuvo en sus manos una oportunidad histórica para comenzar a sacar al país de la decadencia y el atraso. Todos sabemos qué sucedió a posteriori. La incapacidad del “mejor equipo de los últimos 50 años” lo obligó a arrodillarse ante el FMI, a rogarle a Lagarde que le diera una mano. La ayuda se materializó en uno de los más importantes desembolsos de la historia del FMI, originando una pavorosa deuda externa que deberán pagar las futuras generaciones de argentinos.

Cuesta creer que los máximos referentes de JpC consideren a Macri un paladín de los valores republicanos. ¿Significa entonces que el aceitado sistema de espionaje montado por el gobierno tuvo como objetivo salvaguardar los derechos y garantías individuales consagrados en la constitución? Macri fue un presidente rencoroso y vengativo. Ahí están las fotos del ex vicepresidente Boudou, arrestado en paños menores en su domicilio, como prueba irrefutable. ¿Había necesidad de humillar de esa forma al caído? Ahí está su decisión de castigar al pueblo por haber tenido la osadía de haberle hecho morder el polvo de la derrota en las PASO de 2019. Inmediatamente después de conocerse la estrepitosa caída del oficialismo el dólar comenzó a subir alocadamente, provocando terror en la población. ¿Alguien puede creer que Macri no tuvo nada que ver con semejante devaluación? Ahí esta su decisión de no impedir el vencimiento de dos millones de vacunas durante la gestión de Adolfo Rubinstein. Ahí está su decisión de intentar garantizar la impunidad de los máximos responsables de la tragedia del ARA San Juan.

El gobierno de Macri fue lisa y llanamente oprobioso. ¿En algún momento hizo una autocrítica de su gestión? No ¿Qué autoridad moral tiene entonces para criticar al gobierno de Alberto Fernández? Ninguna, obviamente.

Alberto Fernández y el fuego “amigo”

Luego de confirmarse la aparición con vida de Maia el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, tuvo un serio altercado con Eduardo Villalba, segundo de Sabina Frederic, ministra de Seguridad nacional. Berni le recriminó a Villalba su intención de sacar rédito político de la situación. Con Diego Santilli como testigo privilegiado Berni increpó de mala manera a Villalba e incluso, según narra la prensa, lo sujetó del cuello. El escándalo fue tapa de todos los diarios, lo que le permitió a Berni ocupar el centro del escenario político durante algunas horas.

En su edición del día de la fecha (viernes 19) Marcelo Bonelli escribe en Clarín que el gobernador Kicillof estaría preparando un relato para usar en la campaña electoral según el cual la inflación que agobia al pueblo tiene como únicos responsables a los empresarios. Lo “curioso” es que semejante relato no hace más que perjudicar a Martín Guzmán, quien en estos momentos está intentando en Estados Unidos convencer al mundo empresarial y al FMI que su programa económico es sustentable, no se aparta de los dogmas revelados de la ortodoxia.

En política no existen casualidades sino causalidades. ¿Alguien puede creer que tanto Berni como Kicillof tomaron semejantes decisiones porque se les dio la gana? Ambos dirigentes responden a Cristina Kirchner, la poderosa vicepresidenta de la nación. ¿Alguien puede suponer que Berni decidió zamarrear al segundo de Frederic y Kicillof preparar un relato que perjudica a Guzmán sin el okey de CFK? La respuesta es obvia. El silencio de Cristina no hace más que confirmar que ambos actuaron siguiendo sus directivas.

Ahora bien ¿por qué CFK avala gestos y relatos que, en definitiva, no hacen más que perjudicar las chances electorales del gobierno? ¿Acaso la vicepresidenta pretende que Alberto Fernández pierda o gane por un escaso margen? ¿Acaso la vicepresidenta pretende que el resultado electoral entierre definitivamente los sueños reeleccionistas del presidente? Es vox populi que el sueño de Cristina es ver a Máximo sentado en el sillón de Rivadavia. Su mira está puesta más que en las presidenciales de 2023, en las de 2027. Para que Máximo sea presidente en 2027 es fundamental que Alberto Fernández quede reducido a la categoría de “presidente de transición”, que sea un presidente encargado pura y exclusivamente de allanarle a Máximo el camino a la presidencia.

Para que ello suceda es fundamental que Alberto Fernández no gane las elecciones de este año con holgura. Si ello sucede al día siguiente lanzará su campaña por la reelección en 2023, lo que podría perjudicar seriamente los planes cristinistas. Es vital para CFK y Máximo que este año el presidente pierda o, si gana, que se trate de una victoria pírrica. Lo único que les importa es que el presidente quede tan afectado por el magro resultado electoral que se resigne a finalizar su mandato lo más dignamente posible.

¿Si Máximo no se presenta en 2023 quién será entonces el candidato presidencial del FdT? Feinmann y Viale lanzaron como hipótesis la fórmula Massa-Kicillof. Si finalmente ésa termina siendo la fórmula del FdT Massa quedaría reducido a la categoría de “presidente de transición”, tal como sucedió con su antecesor. Pasaría a la historia, igual que Alberto Fernández, como la marioneta de CFK.

Todo esto puede sonar descabellado pero nunca hay que perder de vista que CFK es un verdadero animal político, una dirigente ambiciosa e implacable que considera que el poder le pertenece a ella y a Máximo, y a nadie más. El resto es sólo material decorativo.

La situación es extremadamente grave

La situación por la que está atravesando el país es extremadamente grave. Esta afirmación la hemos escuchado innumerables veces durante las últimas décadas, señal elocuente de la incapacidad de la élite política de encontrar soluciones duraderas a los problemas que nos martirizan desde hace tanto tiempo.

Ir al supermercado se ha convertido en un verdadero suplicio. Los precios de los alimentos están por las nubes y los billetes con que uno cuenta para comprarlos son cada vez más escasos. El consumo, por ende, se cae a pedazos. No debería causar ninguna sorpresa que en poco tiempo aparezca el tan temido desabastecimiento, flagelo que nos tuvo a maltraer en varias etapas de nuestra historia contemporánea.

Hablar de la inflación resulta tedioso pero no queda más remedio que hacerlo. Todo parece indicar que la inflación de 2021 superará el 50% si se tienen en cuenta los altos porcentajes inflacionarios de enero y febrero. Incapaz de controlarla el gobierno no tiene mejor idea que valerse de los antiquísimos e ineficaces controles de precios. Evidentemente el gobierno encabezado por Alberto Fernández es incapaz de aprender de las enseñanzas de la historia económica en esta materia. Incapaz de confiar en la iniciativa privada considera que la única manera de domar a los precios es ejerciendo sobre ellos una férrea marcación personal, como lo hacía Roberto Mouzo sobre el centrodelantero rival de turno.

La historia económica argentina ha demostrado hasta el cansancio que los controles de precios sólo conducen a más inflación, a un mayor deterioro de la capacidad adquisitiva del salario. La inflación destruye la moneda, licua su valor, destroza toda posibilidad de ahorro e inversión. Hoy, como tantas veces sucedió en el pasado, no tenemos moneda. ¿Qué hará el gobierno? ¿Se atreverá a reemplazar el papel pintado actual por una nueva moneda, tal como hizo Alfonsín en 1985? Parece poco probable que Alberto Fernández esté dispuesto a ello, al menos por ahora.

Si la situación económica es grave ¿qué decir de la situación sanitaria? Estamos a punto de quedarnos sin vacunas justo cuando los expertos hablan de la inminencia de una segunda oleada de coronavirus. No hay que ser un epidemiólogo para darse cuenta de que ello es altamente probable. Basta con observar lo que está aconteciendo en Brasil, arrasado por una nueva oleada de coronavirus y con el sistema de salud al borde del colapso. También están atravesando por una delicada situación Paraguay, Chile y Uruguay, países que el año pasado eran considerados en Argentina como modelos de combate al virus. Ni qué hablar de un país del primer mundo como Francia, cuyo gobierno se ha visto obligado a imponer una nueva cuarentena.

En el aspecto institucional la situación es harto complicada. La asunción en Justicia de Martín Soria implica la definitiva cristinización del gobierno de Alberto Fernández. Para la corporación judicial se trata, lisa y llanamente, de una declaración de guerra. Para el oficialismo es fundamental reformar radicalmente la justicia. Para la oposición esa reforma encubre el deseo del gobierno de contar con jueces adictos que consagren de una buena vez la inocencia de la vicepresidenta.

Ante semejante escenario Alberto Fernández optó-a esta altura poco importa si por convicción o forzado por Cristina-por la confrontación. De aquel presidente conciliador y dialoguista de diciembre de 2019 y comienzos de 2020 no queda absolutamente nada.

Un grotesco show mediático

En horas de la mañana apareció la niña Maia, quien se encontraba desaparecida desde el lunes. Una persona la encontró en las inmediaciones de la estación Universidad de Luján del tren Sarmiento. Maia es una de las tantas nenas que viven a la intemperie, fruto de la feroz exclusión social que azota al país desde hace décadas. El lunes la madre de Maia hizo la denuncia correspondiente y al poco tiempo comenzó una verdadera cacería en la que participaron las fuerzas policiales porteña y bonaerense. A raíz del impacto mediático del suceso aparecieron en televisión, al mejor estilo de los sheriffs de antaño, los ministros de Seguridad de la CABA y la provincia de Buenos Aires, Diego Santilli y Sergio Berni, asegurando que la aparición con vida de Maia era la prioridad número 1.

Lo notable es que la desaparición de Maia acaparó de tal manera la atención de la opinión pública que todos los canales de cable se dedicaron pura y exclusivamente al caso de manera ininterrumpida desde que se tuvo conocimiento de la desaparición hasta esta mañana. Afortunadamente la nena fue encontrada sana y salva, y el cartonero que la secuestró quedó detenido.

Durante varios días asistimos a un grotesco show mediático. A veces daba la sensación de que la televisión estaba pasando una de las clásicas películas yanquis sobre policías y secuestradores. Lo que más impactó fue, me parece, el impresionante despliegue de las fuerzas de seguridad para dar con el paradero de la nena. Finalmente Maia apareció pero no por la eficacia policial sino porque una persona la encontró e inmediatamente hizo el aviso correspondiente.

Tanto Berni como Santilli deben sentirse exultantes pero en la intimidad seguramente deben reconocer que de no ser por ese llamado providencial lo más probable es que la búsqueda aún continúe. Lo único que importa es que Maia está aparentemente en buen estado de salud y con su atribulada madre. Ahora bien ¿a partir de ahora, qué? Como estamos en un año electoral lo más probable es que tanto el presidente de la nación como el lord mayor porteño las reciban con bombos y platillos agradeciendo a las fuerzas de seguridad que hicieron posible el “rescate” de Maia. Aprovecharán la oportunidad para mostrarse dolidos, compungidos y aliviados por el desenlace de lo que pudo ser una tragedia. Se tratará, obviamente, de una puesta en escena.

Cuando se atenúe la excitación que provocó el caso todo volverá a la “normalidad”. La inseguridad seguirá aumentando, al igual que la inflación. Guzmán intentará convencer al FMI de que su programa económico es sólido y sustentable mientras todos los indicadores económicos demuestran exactamente lo contrario. El presidente tratará de convencernos de que no es un títere de la vicepresidenta. Y el pueblo seguirá como hasta ahora, angustiado por una pandemia y una economía que se empecinan en no darle tregua.

Pasaron 29 años

El 17 de marzo de 1992 la embajada de Israel, emplazada en plena Recoleta, voló por los aires. Una poderosa bomba la pulverizó. El hecho causó una conmoción mundial. Como el atentado se había cometido en territorio extranjero, la causa recayó en la Corte Suprema, en aquel entonces bajo el dominio de la mayoría automática menemista. El criminal ataque mató a 22 personas e hirió a cerca de trescientas, muchas de ellas de extrema gravedad.

Hasta el día de la fecha se desconoce la identidad tanto de sus autores intelectuales como materiales. Fue el primer atentado de semejante magnitud acaecido en territorio argentino. La justicia jamás investigó a fondo. La impunidad terminó imponiendo sus códigos. A diferencia de lo que aconteció dos años más tarde, el atentado contra la embajada de Israel jamás acaparó la atención de la opinión pública. Este asesinato en masa quedó increíblemente en el olvido. Sólo los familiares de las víctimas, en su intimidad, los recuerdan.

Jamás se sabrá a ciencia cierta quiénes fueron los autores del ataque ni las razones que los llevaron a cometer semejante acto de barbarie. Durante un tiempo se habló del grupo terrorista Hezbollah pero nunca se pudo probar su autoría. ¿Fue una venganza del mundo árabe por la traición que para dicho mundo habría significado la decisión de Menem de enviar dos buques de guerra al Golfo Pérsico en 1990? Es tan solo una hipótesis.

Lo real y concreto es que el gobierno menemista no movió un dedo para forzar una investigación como corresponde. Al día siguiente todo siguió como si nada hubiera ocurrido en ese fatídico 17 de marzo de 1992. ¿Fallaron los servicios de inteligencia? ¿Hubo complicidad local? Y la pregunta más importante ¿por qué Carlos Menem se cruzó de brazos?

Son preguntas que jamás tendrán una respuesta certera.

El fin del albertismo

Alberto Fernández siempre fue consciente de que el ofrecimiento de Cristina de encabezar la fórmula presidencial no fue fruto de su espíritu de grandeza. Supo desde el principio que Cristina lo eligió porque reunía dos condiciones fundamentales: por un lado, era incapaz de conseguir votos propios; por el otro, su hábil cintura política posibilitaría al FdT sumar aquellos votos peronistas no kirchneristas. Sabía muy bien que el fantasma de Héctor J. Cámpora lo perseguiría desde el vamos. Alberto Fernández debe haber meditado mucho sobre estas cuestiones desde el momento del ofrecimiento hasta el día de su asunción. Político con una gran experiencia debe haberse formulado desde el principio la siguiente pregunta: “¿pasaré a la historia como el títere de Cristina o como el fundador del albertismo?”

Alberto apostó por la segunda alternativa. Por su parte, Cristina siempre supo que ésa sería su apuesta. Era evidente que Alberto no podía embestir de entrada contra su poderosa vicepresidenta ya que ello hubiera significado el fin del FdT. Durante sus primeros meses como presidente-desde su asunción hasta el día en que impuso la cuarentena-Alberto Fernández adoptó un rol pasivo, como aquel boxeador que utiliza los dos o tres primeros rounds para evaluar a su rival. Pero hubo un hecho que lo obligó a entrar en combate, es decir, a comenzar a gobernar en serio: el coronavirus. Al igual que el resto de los presidentes del mundo, Alberto Fernández no estaba preparado para hacer frente a un virus desconocido. Aconsejado por un grupo de expertos el 19 de marzo de 2020 impuso una cuarentena sumamente estricta que se fue renovando cada dos semanas. Al principio la estrategia dio sus frutos. En comparación con otros países, el número de contagios y de muertes en Argentina era bajísimo. Esa tendencia se prolongó durante los meses de abril y mayo. Fue el momento de mayor popularidad del presidente. Todas las encuestas coincidían en otorgarle una imagen positiva superior al 80%. A pesar del costo económico que el presidente estaba pagando por la cuarentena, el grueso de la población lo apoyaba.

Estaban dadas todas las condiciones para que el presidente pusiera en marcha su proyecto político que seguramente incluía la reelección en 2023. Nadie osaba criticarlo, ni siquiera Cristina. Pero al despuntar el invierno el castillo que había comenzado a edificar comenzó a resquebrajarse. La razón fundamental fue el aumento geométrico de los contagios y muertes ocasionados por el virus. En ese momento el presidente perdió el control de la situación. Y como lógica consecuencia aparecieron las primeras críticas de la oposición. En los meses siguientes el panorama empeoró de manera dramática. El drama que estaban padeciendo Brasil y Chile, por ejemplo, amenazaba con trasladarse a la Argentina. Alberto había dejado de ser aquel presidente todopoderoso que aparecía en televisión acompañado por Kicillof y Larreta. Aquel Alberto componedor y dialoguista dio paso a un Alberto nervioso, enojado y dubitativo. Fue entonces cuando entró en escena Cristina.

A fines de 2020 la vicepresidenta aprovechó un acto en el estadio único de La Plata para descerrajar munición gruesa sobre el gabinete de Alberto. “Hay funcionarios que no funcionan”, sentenció. La alusión a Losardo era harto evidente. Creo que en ese momento el presidente comprendió que en este país sólo se gobierna a cara de perro. Y es probable también que al escuchar a Cristina haya comprendido que el albertismo fue un sueño pasajero. El 1 de marzo de 2021 el presidente pronunció un duro discurso, propio de una campaña electoral y no de un mensaje a la Asamblea Legislativa. El poder Judicial fue el eje de sus palabras. El 4, en su alegato por la causa dólar futuro la vicepresidente le declaró la guerra a dicho poder. Y el lunes siguiente, en un reportaje televisivo, el presidente anunció el fin de Losardo como ministra de Justicia. Luego de varios días de aparente incertidumbre, Alberto Fernández anunció el nombre de su reemplazante: el diputado rionegrino Martín Soria.

La llegada de Soria al gabinete significó el fin del albertismo o, si se prefiere, la rendición incondicional de Alberto. Aquellas arengas en pos de la unidad y el respeto pasaron a ser reliquias históricas. A partir de ahora veremos a un presidente desafiante, dispuesto a pisar el acelerador a fondo. De aquí en adelante veremos a un presidente total y absolutamente “cristinizado”, a merced de la voluntad de su poderosa vicepresidenta. Ahora seguramente estará adquiriendo conciencia que Cristina lo eligió sólo para ser un presidente de transición, un presidente que allane el camino de Máximo Kirchner a la Rosada.

Desilusión

En las presidenciales de octubre de 2019 voté por el FdT. Jamás fui peronista pero en ese momento estaba convencido de que el país necesitaba un presidente como Alberto Fernández. No es que se tratara de un estadista como Domingo Faustino Sarmiento o Arturo Frondizi, pero me pareció que era el presidente adecuado para un momento extremadamente delicado. La mala gestión de Cristina durante su segunda presidencia y la pésima gestión de Macri habían dejado al país a la deriva, con una economía destrozada y unas instituciones quebradas. La sociedad estaba más agrietada que nunca, con dos bandos enfrentados a muerte.

En ese contexto Alberto Fernández asumió el 10 de diciembre de 2019. Su discurso fue excelente. Fue un llamamiento a la concordia y a la paz social, al reencuentro de los argentinos. Dijo algo que nunca se lo escuché a otro presidente: “yo no poseo la verdad absoluta. Mi verdad es sólo relativa y quien piensa de otra manera no es mi enemigo”. Fue un canto a la tolerancia, al respeto mutuo, a la aceptación del pluralismo ideológico. Por fin, me dije, un presidente que se dirige al pueblo de esa manera.

Era consciente de que Alberto Fernández carecía de poder. Estaba sentado en el sillón de Rivadavia por voluntad de su vicepresidenta. Era lógico que me preguntara-como seguramente lo hicieron millones de compatriotas-si Alberto tendría el temple suficiente para gobernar sin depender de su poderosa mentora. El gabinete que lo acompañó al comienzo de su gestión fue la prueba más elocuente de su decisión de ejercer el poder de manera autónoma. Era un gabinete marcadamente albertista, a juzgar por el gran número de ministros que le respondían, como Santiago Cafiero, Matías Kulfas, Marcela Losardo, María Eugenia Bielsa y otros.

Lamentablemente, con el correr de los meses el malhumor de Cristina comenzó a hacerse evidente a raíz del enojo que le provocaba la inacción de Losardo como ministra de Justicia. Ese estado de ánimo estalló a fines del año pasado cuando en el estadio único de La Plata la vicepresidente habló de los funcionarios que no funcionaban. Fue un momento de quiebre en la relación entre el presidente y la vice. Sin embargo, el 1 de marzo el presidente pareció reconciliarse con Cristina al pronunciar un discurso de barricada en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Su eje fue el Poder Judicial y no ahorró críticas a su funcionamiento. El 4, en su histórico alegato Cristina arremetió con fiereza contra la corporación judicial. Era evidente que las horas de Losardo en el gobierno estaban contadas.

En una entrevista con un periodista militante amigo Alberto Fernández reconoció que el ciclo de Losardo había concluido. “La noté muy agobiada”, expresó. Una semana más tarde el presidente anunció quién sería su reemplazante: el diputado nacional rionegrino Martín Soria. De aquel Alberto Fernández conciliador no quedó ningún rastro. Hoy el presidente intenta mostrarse tan iracundo y confrontador como Cristina. Evidentemente llegó a la conclusión de que la tolerancia y el respeto no cuajan con la manera en que se ejerce el poder en la Argentina.

Una vez más un presidente perdió una magnífica oportunidad para sacar al país de la ciénaga en que se encuentra desde hace muchísimo tiempo. Lamentablemente Alberto Fernández quedará registrado en los libros de historia como el presidente que aceptó mansamente que Cristina le licue toda su autoridad, obligándolo de aquí al fin de su mandato a ser su marioneta. Una pena.

Hacia la cristinización total del gobierno

En la primera parte de la memorable trilogía sobre la historia de Vito Corleone, hay una escena donde Michael Corleone (Al Pacino) le dice a su consigliere (Robert Duvall) que dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos dejaba de ocupar ese cargo. Don Vito Corleone (Marlon Brando) intentaba consolar al consigliere diciéndole que la decisión de su hijo contaba con su total apoyo. Los Corleone habían decidido eliminar a los jefes de las otras familias mafiosas que le habían declarado la guerra. Para don Vito y su hijo, Tom Hagen (Duvall) no reunía las condiciones para afrontar el complejo escenario bélico que se avecinaba.

Alberto Fernández imitó en cierta manera a Michael Corleone al tomar la decisión de prescindir de los servicios de Marcela Losardo. Había llegado a la conclusión de que en virtud de lo que se avecinaba lo mejor para el gobierno era contar con un ministro de Justicia proclive a la confrontación. Así lo reconoció en una entrevista televisiva la semana pasada. Losardo, manifestó el presidente, estaba agotada. En otros términos: la ministra no estaba en condiciones de acompañarlo en la difícil empresa que está dispuesto a acometer.

Luego de una semana finalmente el presidente dio a conocer la identidad del nuevo ministro de Justicia: el diputado nacional Martín Soria, hijo del histórico dirigente peronista rionegrino Carlos Soria, quien fue jefe de la SIDE durante el gobierno de Duhalde. Martín Soria, pese a no tener vinculación con La Cámpora, es hoy uno de los alfiles más importantes con que cuenta el gobierno en su embestida contra el Poder Judicial. En la cámara de Diputados ha pronunciado vehementes discursos en contra del lawfare y se refiere a Comodoro Pro, en obvia mención al histórico edificio de los tribunales federales.

La designación de Soria cuenta, obviamente, con el visto bueno de CFK. Es probable que hubiera preferido a alguien de sus incondicionales pero que el cargo esté ahora en manos del diputado rionegrino no le disgusta. Peor hubiera sido que la reemplazante de Losardo hubiese sido Vilma Ibarra, por ejemplo. ¿Y qué se puede decir del presidente? ¿Está satisfecho con la presencia de Soria en el ministerio de Justicia? Da toda la sensación de que, en el fondo, no lo está. Lo real y concreto es que le bajó el pulgar a Losardo asfixiado por la presión de CFK. Alberto Fernández, me parece, fue incapaz de apoyar a su “amiga” hasta las últimas consecuencias. A diferencia de Michael Corleone, quien dejó afuera a Tom Hagen por convicción, Alberto Fernández despidió a Losardo por conveniencia. No hay que olvidar que el presidente, desde el advenimiento de la democracia, fue capaz de trabajar con Alfonsín, Menem, Cavallo, Néstor y Cristina Kirchner, Sergio Massa y nuevamente con CFK. Es un dirigente que siempre supo acomodarse a las nuevas circunstancias. Es un experto en el arte del camaleonismo político, de cambiar de colores según la ocasión. Al asumir enarboló la bandera del diálogo. Ahora, enarbola la bandera de la confrontación.

Alberto Fernández es consciente de que muchos argentinos lo consideran una marioneta de CFK. Creo que a esta altura de los acontecimientos al presidente esa opinión lo tiene sin cuidado. Como genuino hombre político sólo le interesa el poder. La providencia quiso que llegara a la presidencia de la nación y si para conservar el cargo se ve obligado a arrodillarse ante CFK, no dudará en hacerlo. De hecho, ayer comenzó a hacerlo al avalar la llegada de Soria al ministerio de Justicia.

Groucho Marx inmortalizó la frase “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Alberto Fernández es uno de sus más fieles discípulos.

Estamos viviendo horas decisivas en lo institucional

Efectivamente, estamos viviendo horas decisivas en lo institucional. Decisivas e inéditas. No recuerdo un duelo de semejante magnitud entre el presidente y su vicepresidente por encontrar el reemplazo más adecuado de un ministro. Siempre, por más débil que haya sido su autoridad, el presidente decidió él mismo quién debía ocupar el cargo ministerial vacante. Me viene a la memoria la crisis institucional de marzo de 2001 cuando un frágil De la Rúa despidió a José Luis Machinea reemplazándolo por Ricardo López Murphy. Dos semanas más tarde el presidente lo echó y lo sustituyó por Cavallo. Estamos hablando de “Chupete” quien meses más tarde abandonaría la Casa Rosada en helicóptero. Pero mientras fue presidente jamás negoció el reemplazo de algún ministro.

Lo de Alberto Fernández es, pues, insólito. En la edición de hoy (lunes 15) de Infobae, Matías Russo Coroman titula su artículo de la siguiente manera: “A una semana de anunciar la salida de Losardo, Alberto Fernández negocia con la vicepresidente el nombre de su reemplazante”. ¿Cómo el presidente va a negociar con la vicepresidente quién reemplazará a Losardo? ¿Cómo el político más poderoso del país va a negociar con quien es, en lo institucional, su subalterna, quién será de aquí en adelante el/la ministro/tra de Justicia? ¿Es consciente el presidente que con esta demora se está cavando su propia fosa? ¿Será, como lo insinúa Luis Majul, que se entregó?

Se pueden elaborar numerosas hipótesis pero lo real y concreto es que Alberto Fernández no está a la altura del cargo que ocupa. Jamás debería haber echado a Losardo, una de sus lugartenientes preferida. El lunes de la semana pasada, al anunciar por televisión que había decidido prescindir de sus servicios por encontrarla “agobiada”, su autoridad comenzó a derretirse como un helado expuesto al sol. ¿Cómo hará, de aquí al fin de su mandato, para imponerla? Porque a partir de la salida de Losardo ningún ministro, salvo los cercanos a CFK, se sentirá respaldado por el presidente. Ni siquiera Vilma Ibarra.

Alberto Fernández está en una situación límite, muy bien analizada por Tenembaum en un artículo publicado por Infobae este domingo (“El golpe palaciego que acorrala al presidente”). Considera que CFK lo está obligando a optar entre romper definitivamente con el cristinismo o someterse a sus caprichos. La ruptura con CFK implicaría la génesis del albertismo, de una nueva corriente interna del peronismo liderada por el presidente. Esa decisión lo transformaría en el enemigo público número 1 de CFK y La Cámpora, pero al mismo tiempo contaría con el respaldo del peronismo anti K, que es mayoritario. Si claudica ante la presión de CFK pasará automáticamente a ser un títere de la vicepresidenta.

Hasta ahora da toda la sensación de que el presidente tiene intención de tirar la toalla. Todo dependerá de quién sea el/la reemplazante de Losardo. Si el cargo cayera en manos de un/a albertista el presidente recuperaría la autoridad. Si, por el contrario, el/la reemplazante es un/a dirigente del riñón de CFK pasará a la historia como la marioneta de Cristina. El problema es que si Alberto Fernández se sintiera con confianza hubiera designado inmediatamente al/a la sucesor/a de Losardo. En realidad, no la hubiera echado. Para agravar la situación hoy (lunes 15) se cumple una semana de la salida de Losardo y el presidente continúa negociando con CFK su reemplazo.

Ojalá me equivoque pero da toda la sensación de que el presidente está a un paso de la rendición incondicional. Si el reemplazo de Losardo es un soldado de CFK no hará más que confirmarlo.

Hannah Arendt y la dominación totalitaria

(primera parte)

Ser y Sociedad-22/11/011

El 14 de octubre de 1906 nació en Alemania Hannah Arendt, una de las más prestigiosas intelectuales del siglo XX. Experta en filosofía política, padeció la ignominia del nazismo y se refugió en Estados Unidos. Defensora del pluralismo ideológico, los derechos y libertades individuales, y la dignidad de la persona, dejó para la posteridad un buen número de libros. Uno de los más importantes es “Los orígenes del totalitarismo” (1951) donde estudia con sagacidad y lucidez extremas la naturaleza del más nefasto de los regímenes políticos inventados por el hombre. Consta de tres partes: en la primera Arendt toca la cuestión del antisemitismo; en la segunda, la del imperialismo; y en la tercera, la del totalitarismo.

La policía secreta

Arendt culmina su análisis del totalitarismo centrando su atención en la etapa posterior a la obtención del poder donde la policía secreta juega un rol gravitante. Arendt considera que sólo hubo hasta el momento dos regímenes totalitarios: el nacionalsocialismo a partir de 1938 y el bolchevismo a partir de 1930. Es interesante cómo diferencia estas formas de dominación de otras formas de dominación a las que califica de despóticas o tiránicas. El nazismo y el bolchevismo presentan caracteres totalitarios inéditos en la historia y no pueden, por ende, derivarse de los regímenes unipartidistas. En éstos sus partidarios se apoderan de la administración pública y de todos los cargos de gobierno, con lo cual emerge una simbiosis entre el aparato estatal y la estructura del partido único, cuyos miembros pasan a ser propagandistas del nuevo régimen. “Este sistema es “total” sólo en un sentido negativo, es decir, en el de que el partido dominante no tolerará otros partidos, oposición alguna ni libertad de oposición política” (pág. 512). Luego de obtener el poder el unipartidismo respeta el antiguo vínculo de poder entre la organización estatal y el partido. Su naturaleza revolucionaria se limita al dominio absoluto del gobierno por parte de los miembros del partido único. El totalitarismo es mucho más radical. Apenas conquista el poder se esmera en destacar las diferencias entre el estado y el movimiento, y por impedir que sus instituciones, de índole revolucionaria, sean absorbidas por los tentáculos estatales. Este objetivo se logra con el ascenso a la cúspide estatal de aquellos miembros del partido totalitario que son considerados de segundo nivel. El poder queda en manos del movimiento, con lo cual el estado y el aparato militar pasan a ser cáscaras vacías.

El estado pasa a ser la fachada exterior del movimiento totalitario, su cara visible en el resto del mundo. Los que ejercen el mando totalitario se dirigen a los gobernantes de los otros países tal como lo hacían en su propio país con los partidos parlamentarios o con los otros sectores del propio partido antes de la conquista del poder. Les obsesiona presentar al mundo una imagen de normalidad y racionalidad en el ejercicio del poder. Por encima del aparato estatal se yergue majestuosa la verdadera estructura del poder totalitario manejada por los servicios de la policía secreta. ¿Cómo se explica la relevancia otorgada por el movimiento totalitario a la policía secreta y, paralelamente, el palpable desdén por el poder del ejército? Ello se debe “a la aspiración totalitarias a una dominación mundial y su consciente abolición de la división entre un país extranjero y el país propio, entre los asuntos exteriores y los internos” (pág. 513). Eficaces para defender el país de una agresión foránea, las fuerzas armadas han demostradas ser ineficaces en momentos de guerra civil. Incluso en épocas de guerra emergen serias dudas sobre su valor. Como el jerarca del movimiento totalitario está convencido del dominio planetario, considera que el resto de los mortales son rebeldes que han cometido el peor de los delitos: la alta traición. De ahí su preferencia a valerse de la policía secreta para implantar su dominio sobre los territorios invadidos.

La policía secreta no constituye una creación inmediatamente posterior a la implantación del movimiento totalitario. Arendt destaca lo útil que también fue antes de ello. En efecto, en los momentos previos al éxito del proceso revolucionario los agentes de la policía secreta se desparramaron por varios países haciendo tareas de espionaje. A raíz de ello pasaron a constituir los jefes secretos del servicio exterior dedicándose de lleno a la tarea de formar quintas columnas, controlar el funcionamiento de las sucursales del movimiento totalitario y, lo más importante, crear las condiciones paras que ese terreno sea propicio para la imposición totalitaria. “En otras palabras, las ramas internacionales de la policía secreta son las correas de transmisión que transforman constantemente la ostensible política exterior del estado totalitario en potencial asunto interno del movimiento totalitario” (pág. 514). El totalitarismo presenta, entonces, un carácter planetario que lo obliga a considerar el mundo como un todo unitario a conquistar. Es la manifestación perversa y ominosa del fenómeno de la globalización.

Al comienzo del régimen totalitario la policía secreta y las columnas de élite del partido aún ejecutan aquellas tareas propias de otras formas de dictadura y de los regímenes de terror de antaño. En ese momento sus miembros centran su esfuerzo en la localización de los enemigos secretos del régimen y los antiguos camaradas de ruta, tareas que es ejecutada paralelamente con el reclutamiento de vastos sectores de la población en organizaciones frontales y la “reeducación” de los antiguos miembros del partido para la realización de tareas de espionaje. Esta etapa de la implantación del totalitarismo adquiere especial peligrosidad para los hombres y mujeres comunes ya que se premia la delación. Un vecino, por ende, puede transformarse en un enemigo mucho más peligroso que un miembro de la policía secreta. Esta primera fase llega a su fin con la pulverización de la resistencia, tanto interna como externa.

Luego de la eliminación de los enemigos considerados “auténticos”·y puesta en marcha la persecución de los “enemigos objetivos”, comienza verdaderamente la etapa del terror totalitario. Utilizando como pretexto la necesidad de implantar el socialismo o de transformar un pueblo en un objeto de experimento revolucionario, el totalitarismo legitima su necesidad de dominación total. En este punto Arendt destaca un aspecto por demás interesante: los totalitarismos han puesto en evidencia que la utopía de dominación mundial es realizable sin importar si acecha la derrota o se acaricia la victoria. Cuando el nazismo estaba siendo pulverizado por las bombas aliadas Hitler continuaba regocijándose con la matanza de los judíos y el establecimiento de “fábricas de la muerte”. “Fuese cual fuese el resultado final, sin la guerra nuca hubiera sido posible quemar los puentes y realizar algunos de los objetivos del movimiento totalitario” (pág. 515). Arendt hace una sagaz distinción entre la expansión totalitaria y la expansión imperialista, y entre la policía secreta despótica y la policía secreta totalitaria. “Si la diferencia principal entre la expansión totalitaria y la imperialista es que la primera no reconoce distinción entre el país propio y un país extranjero, entonces la diferencia principal entre una policía secreta despótica y una policía secreta totalitaria es que la última no persigue los pensamientos secretos ni utiliza el antiguo método de los servicios secretos, el método de la provocación… descansa en la diferencia entre el sospechoso y el enemigo objetivo” (págs. 516/517).

Hernán Andrés Kruse

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