(El país lanzado a la Luna desde una plataforma surrealista)

Por Luis Américo Illuminati.-

«Houston, tenemos un problema». Ésta fue la famosa frase que dijo en 1970 uno de los astronautas de la Apolo XIII, cuando avisó a la base de lanzamiento de Houston al estallar primero un tanque oxígeno y desprendido después un segundo tanque, problema que hizo fracasar la misión de llegar a la Luna, por lo cual debieron iniciar el regreso seis días después cuando el módulo finalmente con la ayuda de los ingenieros de la Nasa descendió con un paracaídas sobre el Océano Pacífico sur.

Un aviso similar tendríamos que enviarle todos los argentinos de buena voluntad al Papa Francisco y difundirlo a través de todas las redes sociales luego de pedir al cielo la intercesión de Juan Pablo II (canonizado en 2014 por el mismo Francisco) que, en vida, dos veces nos salvó del desastre. La primera vez lo hizo en 1978 cuando para evitar la guerra con Chile, envió al Cardenal Antonio Samoré. La segunda vez, fue en 1982, cuando intercedió por la Argentina sino Gran Bretaña hubiera tomado graves represalias.

Nuestra insensata presidente quiere llegar a la Luna y ha embarcado al país entero a bordo de un cohete que le vendieron Venezuela, China y Rusia: un armatoste obsoleto al que le fallan todos los botones del tablero, nada responde. Si no descendemos pronto en paracaídas, el insólito cohete puede estallar en mil pedazos. ¡Francisco, tenemos un problema! ¡Votarán los adolescentes!

Es un secreto a voces entre los residentes bolivianos de la Argentina que manifiestan a quien quiera oírlos, que hace cuatro años atrás, la presidenta argentina ganó gracias al millón de votos que consiguió de los bolivianos. Sin embargo, hasta ahora ningún juez argentino investigó los dichos de aquel diplomático argentino que en Cochabamba, Bolivia, dijo lo ocupado que estaba pues el 90% de los bolivianos legales e ilegales que están ahora en la Argentina, pasaron por su oficina para que les preparase la documentación a fin de nacionalizarse.

Paralelamente, funcionarios de la cancillería argentina reconocieron que en la primera mitad de ese año habían ingresado por la frontera de Salta y Jujuy casi 1.000.000 de bolivianos para sacar el DNI y votar en las elecciones. Son muchos las voces que coinciden en señalar que la actividad del narcotráfico aumento en forma alarmante en coincidencia con la radicación de los bolivianos en los barrios humildes de capital federal y conurbano bonaerense.

El voto de los adolescentes es ahora el nuevo “plan maquiavélico” del kirchnerismo o, mejor dicho, elucubrado por el “ultracristinismo”, facción partidaria del justicialismo a la que, en rigor, habría que denominar “Los lunáticos” por el permanente delirio de poder que tiene la viuda de Néstor Kirchner, conductora, porfiada mujer que, temerariamente, va sentada frente a los comandos de la estrafalaria nave espacial -la ex República Argentina-, sin ver que ésta se eleva en tirabuzón.

Puesto que votarán los adolescentes de 16 años (inimputables para ser condenados por delitos), debidamente adoctrinados, que es lo mismo que decir manipulados, entonces los adultos mayores -padres, tíos, abuelos y toda persona mayor de 70 años-, tendrán la obligación ineludible de votar a otros candidatos para neutralizar semejante maniobra electoral.

Muchos son los que seguramente me señalarán la inutilidad de enviarle a Francisco un aviso de esa naturaleza, los entiendo, pues con mucha razón argumentarán que el Papa no puede inmiscuirse en cuestiones internas de ningún país y, mucho menos en las de su país de origen. Otros dirán que Francisco colabora con ella y que no hará absolutamente nada. A tales reparos, me adelanto a contestarles que Francisco conoce perfectamente los problemas que atraviesa la Argentina y que ni remota ni ocultamente renegará jamás a su ciudadanía de origen. Parece una verdad de Perogrullo, pero hay que decirla.

Es por eso que tengo la firme esperanza que nuestro Papa Francisco no se desinteresará de los temas donde se juega el destino de su país en las próximas elecciones presidenciales, máxime si llegara a existir la posibilidad de que las mismas llegarán a no ser limpias ni transparentes. Hasta ahora, Francisco ha sido muy amable con la figura presidencial que no es la extravagante persona que la representa. Es obvio que no puede denostarla ni combatirla públicamente.

Hay gente que no entendió a Francisco y lo criticó por las veces que recibió oficialmente a Cristina Fernández, pero creo que, no recibirla no hubiera sido una actitud inteligente, pues de esta manera Francisco le ha dado una lección de hidalguía que ella confunde y cree que por ese motivo se lo ha ganado como amigo, sin advertir que el ex Cardenal Bergoglio, hoy Papa, vilipendiado antes por ella y su difunto esposo, ha sublimado el refrán que dice que “lo cortés no quita lo valiente”.

La cortesía que devolvió Francisco a los denuestos que antes le había dirigido Cristina, es la cortesía que define Octavio Paz, como “una cualidad del espíritu, una segunda naturaleza, una aristocracia del corazón que no se funda ni en los privilegios de la sangre ni en los de la riqueza”. Es una cortesía que nace de la práctica constante de la sindéresis y la ataraxia, antiguas virtudes de los griegos.

Creo que, hasta el momento, la simpatía y la gentileza que exhibe Francisco han sido sus armas diplomáticas o estratégicas. Pero de allí a pensar que la cautela, la prudencia y su bonhomía lo han convertido en un convidado de piedra frente a la virulenta e innegable corrupción que, como gangrena, padece su patria, hay una distancia muy grande. Intuyo que como devoto cristiano las intenciones de sus oraciones secretas sólo él y el Todopoderoso las conocen, máxime si son para revertir una situación peligrosa para la tranquilidad de sus compatriotas y que conspira contra el bien común.

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