Por Luis Alejandro Rizzi.-

Es conocida la trama de la película de Juan José Campanella, filmada hace unos doce o catorce años, no recuerdo, sobre un club de barrio que no pudo superar el paso del tiempo y ante su inviabilidad económica sólo su terreno conservó valor económico para un proyecto inmobiliario y por una escasa diferencia de votos entre sus socios resolvieron la venta que obviamente ocasionó su cierre.

Por esas idas y vueltas de la vida el club real donde se filmó parte de la película parecería que se encontró con el destino de “Luna de Avellaneda” ya que no podría sostener el costo de la energía consecuencia de los ajustes hechos por el gobierno nacional.

En la misma situación han quedado muchos clubes de barrio que paradojalmente podían continuar su existencia manteniéndose en una suerte de informalidad legal, valga el oxímoron, como ocurre con un alto porcentaje de nosotros.

No cumplían con reglamentaciones vigentes, acumulaban deudas y finalmente sus escasos ingresos resultaban insuficientes para mantener su precaria supervivencia que era defendida como un trofeo de inútiles éticas y épicas.

Además LUNA DE AVELLANEDA nos muestra una radiografía del argentino medio en dos personajes opuestos pero que forman parte de nuestra idiosincrasia común.

Uno de ellos uno de esos tipos que es el ejemplo del “roba pero hace”, en el caso ofrece cambiar el club por un proyecto destinado a los juegos de azar y doscientos puestos de trabajo para sus socios que no eran más de sesenta o setenta y por el otro lado el honesto inútil incapaz de descubrir que toda tradición actual en su momento fue una expresión de modernismo.

Las tradiciones son validas mientras las sabemos conservar en la actualidad pero el tradicionalismo es una expresión de atraso y de incapacidad para labrar el futuro.

La vida no es vitalicia, la vida es más bien tarea diaria y fundamentalmente criterio para establecer prioridades. Todo no se puede.

En la película hay un breve diálogo de uno de los personajes muy querible pero sumergido en sus propias frustraciones y en un momento se pregunta:

¿Cómo se hace para cambiar?

“habría que averiguarlo” le responden.

Y luego le rematan la respuesta diciendo “Hacé lo que puedas…”

El tema es precisamente ese, pero no sólo basta con “hacer lo que se pueda” si no además “hacer lo que se debe hacer” que no es más que buscar la perfección desde nuestra imperfecta naturaleza humana. En cierto modo la vida es una búsqueda permanente.

Vienen a cuenta esta digresión porque como lo tratábamos de explicar en una nota anterior (MACRI: convicción o soberbia), la sociedad argentina parecería sorprendida por la forma de ser de Mauricio Macri que se presenta como uno de nosotros en sus hábitos cotidianos.

Pero además un presidente con “convicciones” que son las que le permiten ir corrigendo sus errores.

Macri no especula, en el sentido vulgar de la expresión, lo demostró con el veto, atribución constitucional, a la llamada ley de “declaración de emergencia ocupacional”, preanunciándolo desde el inicio de la discusión del respectivo proyecto, lo que para muchos fue un signo de inoportunidad, ya que para lo que conocemos como política tradicional, los vetos no se debe anunciar.

Para Mauricio Macri las alianzas no se tejen con oportunistas ni con soberbios, sino con convencidos aunque difieran en las ideas.

Con los “convencidos” es posible el diálogo, pero no lo es ni con los fanáticos ni con los soberbios porque ellos viven encerrados en su dualismo, para ellos no hay terceros. Para los “k” eran y siguen siendo “ellos” y “nosotros”.

El convencido es perseverante y el soberbio u oportunista es obcecado o fanático, o las dos cosas a la vez.

El convencido hace culto a la dignidad propia y ajena y la dignidad como lo explicó Alejandro Katz es la condición necesaria para crear una sociedad comunitaria, o como lo señaló alguna escuela sicológica allá por la década del 60, la comunidad debe ser un “nosotros”, es decir una sociedad que eleve a la categoría de derechos el cumplimiento de las obligaciones y el respeto hacia los otros y a la vez proponer y respetar prioridades.

No se debe confundir distribución del ingreso, con planes sociales, tarifas irrisorias de los servicios públicos, jubilaciones fijadas en su mayoría por abajo del salario vital mínimo o incapacidad del estado para resolver problemas.

No es transfiriendo recursos desde los sectores transables a los no transables que se puede generar bienestar, aunque así lo declame. Ese juego de transferencias solo ha generado un gasto público no financiable genuinamente, salarios altos medidos en dólares, lo que es una ficción pero también debemos reconocer bienes y servicios no transables, también muy caros medidos en dólares, lo que es una realidad.

Esta distorsión es la que generó esa cultura media que “Luna de Avellaneda” puso de manifiesto hace ya varios años y que hoy está representada por un intolerable nivel de pobreza que ronda el 30% de la población y de indigencia que está en el 5 o 6 por ciento.

Una cultura que hace culto, valga la redundancia, de una ética inútil aplicada a esfuerzos que no conducen a nada y que se exhiben como esfuerzos épicos que al final invisibilizan la pobreza que pretende asistir, así podríamos resumir el fundamento intelectual de nuestros últimos gobiernos.

Si “LUNA DE AVELLANEDA” no se hubiera vendido hoy sería una ruina mas, pero como los recursos de esa venta se destinaron a un casino que no sabemos si realmente se construyó, también sirvieron para otra desmesura fomentar los hábitos lúdicos de la gente.

En fin nadie pensó en Dalma la nena que en LUNA DE AVELLANEDA aprendió a bailar “valet”… probablemente haya aprendido a usar una máquina “tragamonedas”…y no es lo mismo…

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