Por Hernán Andrés Kruse.-
El 30 de octubre de 1983 fue, qué duda cabe, un punto de inflexión histórica. Ese día Raúl Alfonsín lograba lo que hasta ese momento siempre había sido una misión imposible: vencer al peronismo en elecciones transparentes, sin proscripciones. La victoria del líder radical provocó un cambio abrupto del sistema de partidos. La histórica hegemonía del peronismo había sido reemplazada por el sistema de partidos bipartidista, una característica medular de toda democracia desarrollada. Fue una contribución gigantesca a la cultura cívica de los argentinos. Recuerdo como si fuera hoy la tensión que se vivió en aquella histórica jornada. Éramos millones quienes ese día rezamos para que se produjera el milagro. Cerca de la medianoche, cuando la televisión confirmó la victoria de Alfonsín, miles y miles de argentinos salieron a las calles a festejar. El júbilo popular era indescriptible. ¡El peronismo había perdido! Alfonsín había puesto fuera de combate al gigante imbatible. En lo personal fue, políticamente hablando, el día más feliz de mi vida. Jamás olvidaré la felicidad de mis padres y de mi tía. Jamás olvidaré el sonido de las miles de bocinas de los autos que pasaban por la calle donde estaba nuestro hogar. Hoy, a cuarenta años de aquella proeza, al recordar la felicidad de mis seres queridos gracias a la hazaña protagonizada por Alfonsín no puedo dejar de estremecerme.
A continuación paso a transcribir el histórico discurso de Alfonsín en la 9 de Julio el 26 de octubre de 1983. Su vigencia es sencillamente aterradora.
“Argentinos: se acaba…se acaba la dictadura militar. Se acaban la inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción. Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra. Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. La Argentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen los argentinos. Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo. Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo se construye la república. Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que hacer con la patria. Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha electoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias, dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo. Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de los dos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidad de conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son los objetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y los hombres, para alcanzarlos. No es suficiente levantar la bandera de justicia social, hay que construirla y hacer que permanezca. Las conquistas pasajeras, frágiles, las borran de un plumazo las dictaduras. Y entonces, es el pueblo el que paga los errores de los gobiernos populares. No puede haber más equivocaciones.
Hay que saber gobernar a la Argentina. Éste no es un tiempo para improvisar, para debilitarse en luchas internas. Hay demasiado trabajo que hacer para que se carezca de la unidad de mano necesaria para enfrentar todos los problemas que nos deja la dictadura. Los más altos dirigentes justicialistas han dicho que las elecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganar Perón, así como el Cid Campeador venció muerto una batalla. Me pregunto, como se preguntan millones de argentinos, entonces, ¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo pregunto al igual que millones de argentinos, porque todos recordamos muy bien lo que ocurrió cuando murió Perón. En ese momento, se produjo una crisis de autoridad que ocasionó grandes daños al país. En esos años, hubo quienes tomaron decisiones desacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo quienes procedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de manera criminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadie sabía realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis de autoridad creada por la muerte de Perón, al no poder ser resuelta por el partido gobernante, colocó a la Nación más allá de la voluntad, e incluso de la buena voluntad, de los que deseaban fervientemente consolidar un gobierno popular al servicio del pueblo.
Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social y a la escalada de la violencia. El llamado Rodrigazo inauguró hiperinflación y la especulación más desenfrenada. Esta inflación galopante, desatada en junio de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos los salarios. La reacción justa e inevitable de los trabajadores ahondó un creciente desorden social. Entretanto, la acción de las Tres A, desplegada con toda intensidad e impunidad, había suscitado un clima de violencia generalizada. Sobre este telón de fondo, en medio del caos económico y el desorden social, nos vimos envueltos en un juego enloquecido de terrorismo y represión que se fue ampliando de manera incontenible. Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado leña al fuego en esos años de desorientación y crisis. El radicalismo no intentó aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo para que se mantuvieran las instituciones de la república. Pero la crisis de autoridad suscitada por la muerte de Perón resultó inmanejable y tuvo consecuencias trágicas. La más evidente, que todos sufrimos, fue la de ofrecer el pretexto esperado por las minorías del privilegio para provocar el golpe de 1976 y sumir a la Nación argentina en el régimen más oprobioso de toda su historia.
Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación y desencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparato productivo del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinos y enriqueció desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos. Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante el extranjero y endeudaron al país en una forma que nadie hubiera podido imaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa. Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y terminaron corrompiendo todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos más solemnes. Vinieron con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se ocuparon de imponer el temor a la inmensa mayoría de los argentinos. Vinieron con el pretexto de instaurar el orden y acabar con la violencia y desataron una represión masiva, atroz e ilegal, acarreando un drama tremendo para el país, cavando un foso de sangre deliberadamente, impulsado por algunos grupos privilegiados con el designio de enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con el pueblo argentino a fin de entorpecer o impedir la vialidad de cualquier futuro gobierno popular. Vinieron con el pretexto de imponer la paz e incitaron a la guerra, hasta que, usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todos los argentinos, se embarcaron irresponsablemente en el conflicto de las Malvinas.
Nadie puede imaginar que sea responsable de estas tragedias la masa de hombres y mujeres argentinos que creían en Perón. Por el contrario, ellos, como la inmensa mayoría de los argentinos, han sido las víctimas de tales males. Pero sería irresponsable no reconocer que la crisis de autoridad que siguió a la muerte de Perón desembocó en una situación inmanejable para el partido entonces gobernante. Así cundieron el desconcierto y el descreimiento y se dejó el campo libre para la aventura del régimen militar y los intereses espurios, de adentro y de afuera, que se encaramaron en el poder. Es una lección amarga que los argentinos no podemos ni debemos olvidar porque, si no, las desgracias volverán a repetirse. Detrás de esa lección hay otra más profunda que tampoco deberemos olvidar. La crisis de autoridad que se vivió al morir Perón abrió una disputa por el poder en la que predominaron la prepotencia y la violencia. Pero con la prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el pueblo argentino: con ellas sólo se benefician los pequeños grupos que las manejan mientras casi todos los argentinos se perjudican. Peor aún: por ese camino corremos el peligro de quedarnos sin país. Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impiden construir. Es la violencia alternativamente ejercida por unos y otros grupos minoritarios, ya sea la violencia física, económica, social o política, la que nos obliga a comenzar siempre de nuevo, la que viene a destruir lo que a duras penas levantamos un día y nos fuerza a empezarlo otra vez al día siguiente.
¿Qué industria vamos a tener si cada dos o tres o cuatro años las fábricas se cierran y pasan otros tantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de cero? ¿Qué sindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos desde afuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos a través del tiempo por su libre decisión, ejerciendo con pasión pero con tranquilidad la crítica que permite corregir errores y mejorar las cosas? ¿Qué educación vamos a tener si la intolerancia y la prepotencia llevan periódicamente a echar maestros y profesores, a cerrar aulas y laboratorios, a destruir una y otra vez en pocos días lo que tanto trabajo y tantos años cuesta levantar en cada ocasión? Y así podríamos seguir con cada tema, con cada actividad. ¿Cómo nos vamos a quedar inermes ante los intereses extranjeros si destruyéndonos una y otra vez a nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos? Los argentinos, casi todos los argentinos, tenemos en nuestra boca el amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar porque periódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos. Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con la violencia y la prepotencia sólo sirve para lo que ellas sirven, es decir para destruir. Es poco o nada lo que se puede construir con la violencia y la prepotencia. Y así es como está nuestra desgraciada Nación.
La crisis de autoridad sólo será resuelta restableciendo la autoridad, es decir la capacidad para conciliar, la aptitud para convencer y no para vencer. Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer, porque estamos proponiendo lo que todos los argentinos sabemos que necesitamos: la paz y la tranquilidad de una convivencia en la que se respeten las discrepancias y en la que los esfuerzos para construir que hagamos cada día no sean destruidos mañana por la intolerancia y la violencia. Proponerse convencer sólo tiene sentido si estamos dispuestos también a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos la libertad y la tolerancia entre los argentinos. Proclamamos estas ideas no sólo porque nos parecen mejores, sino –y sobre todo– porque sabemos que constituyen el único método para que los argentinos nos pongamos a construir de una vez por todas nuestro futuro. Esto es, simplemente, la democracia. Y cuando denunciemos a quienes proponen, de uno u otro modo, perpetuar la violencia, la prepotencia o la intolerancia como método de gobierno, no queremos ni nos importa denunciar a una o varias personas determinadas. Lo que nos preocupa, y lo que nunca dejará de preocuparnos, es impedir que ese método destructivo siga imperando en nuestra patria, que siga aniquilando los esfuerzos de todos los argentinos, que siga condenándonos, como nos condenó hasta ahora, a ser un país en guerra consigo mismo. Hay quienes creen, por tener demasiado metida dentro de sí mismos la prepotencia, o por soñar con soluciones mágicas e inmediatas, que ser tolerantes es ser débiles. Se confunden por completo.
Para ser tolerantes y para hacer imperar la tolerancia se requiere mucho más firmeza que para ser prepotentes. En primer lugar, se necesita firmeza consigo mismo para no caer en la tentación de abusar del propio poder. ¡Cuánto mejor estaríamos hoy si en las Fuerzas Armadas hubiera existido el buen criterio, el correcto criterio de usar las armas que el pueblo les entregó para defenderlo eficientemente contra las Fuerzas Armadas de otros países y no para ocupar el gobierno de la república! ¡Cuánto mejor estaríamos si casi todos los gobiernos no hubieran cedido a la tensión de declarar el estado de sitio –medida excepcional y extrema según la Constitución– para vencer sus dificultades en vez de procurar convencer a la población, aceptar sus críticas y garantizar el reemplazo pacífico de los gobernantes! Pero también se requiere mucha firmeza para impedir, de una vez por todas, que vuelvan a triunfar los profetas de la prepotencia y de la violencia. Después de las desgracias que sufrimos, el pueblo argentino entero habrá de impedirlo. Nunca más permitiremos que un pequeño grupo de iluminados, con o sin uniforme, pretenda erigirse en salvadores de la patria, mandándonos y pretendiendo que obedezcamos sin chistar. Porque sabemos que sólo podremos levantarnos de estas ruinas que nos oprimen mediante el esfuerzo libre y voluntario de todos, mediante el trabajo oscuro y cotidiano de cada uno. Ningún obstáculo será insuperable frente a la voluntad inmensa de un pueblo que se pone a trabajar, si cerramos definitivamente el camino a la prepotencia y la violencia y la destrucción con las que nos amenazan.
Estas ideas constituyen nuestra primera propuesta básica: que sea claro el método con el que vamos a construir nuestro propio futuro, el método de la libertad y de la democracia. Nuestra segunda propuesta fundamental, además del método con el que actuaremos, señala el punto de partida del camino que nos propondremos recorrer: el de la justicia social. Es innecesario reiterar la gravedad de la situación actual del país, la peor de toda su historia. Pero sí es un deber de todos entender que hay quienes sufren más que otros. Nuestro punto de partida, que sabemos compartido por la inmensa mayoría de los argentinos, apela a un formidable esfuerzo de solidaridad y fraternidad con los que están más desamparados, con los que más necesitan entre todos los que necesitan. Vamos a construir el futuro de la Argentina y comenzaremos por construirlo ya mismo para quienes menos tienen. Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños con hambre entre los niños de la Argentina. Esos niños que sufren hambre son los más desamparados entre los desamparados y su condición nos marca con un estigma que debe avergonzarnos como hombres y como argentinos. Nuestra apelación a la fraternidad y la solidaridad entre los argentinos es mucho más que un impulso ético. Hay en ella un propósito político en el sentido más profundo de la palabra. Porque la riqueza de un país no está en su territorio ni en sus bienes, ni en sus vacas ni en su petróleo: está en todos y cada uno de sus habitantes, en todos y cada uno de sus hombres y mujeres. Es el trabajo, la capacidad de creación de los seres humanos que lo habitan, lo que da sentido y riqueza a un país.
Por eso, cuando nos proponemos privilegiar el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más postergados, estamos proponiendo rescatar, lo más rápidamente posible, la mayor fuente de nuestra riqueza, el mayor capital de nuestra patria: es la voluntad de terminar con la inacción a que fueron condenados millones de hombres y mujeres para que sumen su esfuerzo a los otros millones de hombres y mujeres que están trabajando. Es la voluntad de conseguir cuanto antes una mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener iguales oportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él al bienestar de todos. Es voluntad de terminar con los que están injustamente relegados porque la sociedad no les ofrece ni les permite lo que debe ofrecerles y permitirles en la Argentina justa y generosa que vamos a construir. Es la voluntad de acabar con la falta de techo y comida, de educación y de salud, que castiga a tantos compatriotas y que nos priva a todos de la contribución que podrían dar a la nación. Es la voluntad de terminar con la discriminación ejercida contra nuestras mujeres argentinas por la subsistencia de costumbres retrógradas. Ese pueblo unido en el trabajo, en la libertad y en la justicia social. Vamos a tener que constituir la valla más formidable que los argentinos levantaremos para impedir nuevas frustraciones. Sobre esa voluntad, nuestro gobierno actuará con toda la energía y la firmeza que el pueblo está esperando para que nunca más los pequeños grupos de privilegiados de adentro, ni los grandes intereses de afuera, quiebren las instituciones y sometan a la Nación.
Y ahí no habrá ninguna antinomia, porque es falso que las haya, como son falsas las acusaciones que imprudentemente algunos lanzaron. No habrá radicales ni anti-radicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando se trate de terminar con los manejos de la patria financiera, con la especulación de un grupo parasitario enriquecido a costa de la miseria de los que producen y trabajan. No habrá radicales ni anti-radicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militar que pretenda dar un nuevo golpe. Sabemos que, como argentinos, son innumerables quienes aprendieron que detrás de las palabras grandilocuentes con las que se incita a los golpes está, ahora más que nunca, la avidez de unos pocos privilegiados dispuestos a arruinar al país y grandes intereses extranjeros dispuestos a someterlo. La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinciones ni banderas, y el gobierno al frente, terminarán para siempre con cualquier tentativa de recrear la perversa e ilícita asociación de miembros de las cúpulas de las Fuerzas Armadas, formando un partido militar, para aliarse una vez más con la élite parasitaria de la patria financiera a fin de conquistar y usufructuar el poder en su propio beneficio. No habrá radicales ni anti-radicales, ni peronistas ni antiperonistas sino argentinos unidos para enfrentar el imperialismo en nuestra patria o para apoyar solidariamente a los países hermanos que sufran sus ataques.
La construcción y la defensa de la Argentina la haremos marchando juntos, aceptando en libertad las discrepancias, respetando las diferencias de opinión, admitiendo sin reparos las controversias en el marco de nuestras instituciones, porque así y sólo así podremos lograr la unión que necesitamos para salir adelante. Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los hombres, se templa con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han templado y ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades que deberemos superar. ¡Y las vamos a superar! Tenemos el inmenso privilegio, entre los países del mundo, de disponer de un territorio extenso y lleno de posibilidades que esperan ser explotadas. Frente a un pueblo que despliegue con vigor su capacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre piedra su futuro, impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya haciendo, no hay dificultad que no pueda superarse. Éste es nuestro propósito, ésa es la voluntad en que nos empeñaremos todos los argentinos, ése será nuestro gobierno. Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejor que ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad del trabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuando entreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón de Presidente a quien el pueblo argentino haya elegido libre y voluntariamente”.
(*) Alfonsín.org
31/10/2023 a las 4:10 PM
Se la comieron en un sanguchito a la famosa democracia, hoy somos las víctimas de las mafias políticas y los poderosos dirigentes.
31/10/2023 a las 5:48 PM
TODO MAL KRUSE, DECIS CUALQUIER COSA, ESTAS CONFUNDIDO Y ABSOLUTAMENTE EQUIVOCADO EN EL RAZONAMIENTO, PORQUE DEMOSTRAS QUE SOLO TENES IDEALISMO, PERO NADA DE LOGICA.
MUCHAS DE LAS COSAS QUE DECIS, SON EXACTAMENTE AL REVES.
PERO HOY NO TENGO TIEMPO Y GANAS, QUIZAS OTRO DIA TE HAGA UNA CRITICA MAS DETALLADA, AUNQUE SE QUE ES INUTIL, NADA CAMBIARA TU OBTUSA MANERA DE PENSAR.
31/10/2023 a las 5:49 PM
LO CIERTO ES QUE EL GOBIERNO MILITAR, FUE LA CONSECUENCIA, DEL TERRORISMO GUERRILLERO, QUE ESTABA ASOLANDO NUESTRA PATRIA.
LOS POLITICOS QUE ESTABAN EN EL PODER EJECUTIVO DE ISABEL Y LOS LEGISLADORES, PEDIAN POR LA INTERVENCION DE LAS FUERZAS ARMADAS.
LAS POLICIAS HABIAN SIDO SUPERADAS POR LA DELINCUENCIA SUBVERSIVA, APOYADA POR ESTADOS EXTRANJEROS.
LOS DECRETOS DE ALFONSIN 157/158, EN SUS CONSIDERANDOS DICEN DE LA GRAVEDAD DEL ATAQUE GUERRILLERO Y DE LOS MILES DE ASESINATOS, Y LOS INTENTOS DE COPAMIENTOS DE PUEBLOS Y UNIDADES MILITARES.
ISABEL, LUDER, CAFIERO, RUCKAUF, EMERY, BEMITEZ DECRETARON ANIQUILAMIENTO ( SE ANIQUILA A LA PERSONA QUE ACTUA) NO SE ANIQUILA EL ACCIONAR, ASI ES EN TERMINOS MILITARES.
HABIA CONMOCION INTERNA Y VACIO DE PODER.
EDS HISTORIA NO RELATO.
31/10/2023 a las 10:29 PM
Este sátrapa fue la desgracia de l nación el nefasto defensor de terroristas asesinos Raúl Alfonsin es el responsable de la decadencia argentina y que hace veinte años sus amiguitos terroristas estén en el gobierno tampoco te olvides que los jóvenes idealistas de la coordinadora estuvieron en el ataque al regimiento de la tablada en 1989 memoria y no fanatismo socialista
31/10/2023 a las 5:57 PM
SOY MOGO, EL DECRETO 158/83 DE ALFONSIN, DICE CLARAMENTE QUE EL TERRORISMO GUERRILLERO, QUIZO DECLARAR ZONA LIBERADA, PARTE DEL TUCUMAN E INTERNACIONALIZAR EL CONFLICTO.
PARA ELLO YA HABIA MANDADO A UNO DE LOS SANTUCHO A FRANCIA PARA ESA OPERACION.
ISABEL TENÍA OBLIGACION CONSTITUCIONAL DE DEFENDER A LA POBLACION ARGENTINA, DEL ATAQUE DE LA SUBVERSION ARGENTINA, INTEGRADA POR ELEMENTOS BOLIVIANOS, CHILENOS, URUGUAYOS Y ALGUNOS AMERICANOS Y EUROPEOS ( JUNTA COORDINADORA REVOLUCIONARIA).
LA PATRIA SE DEFENDIO, HUBO DEFENSA PROPIA, COMO HOY DICE NETHANYAU EN ISRAEL
LA ARGENTINA SE DEFENDIO, NO HAY DIFERENCIAS
31/10/2023 a las 11:07 PM
Dr. Mondongo, asi es nomas, usted tiene razon.
En el Cafe de Ironics, hemos explicado varias veces que, lo sucedido aqui, fue el escenario «caliente» de la guerra fria.
Por lo tanto el pais sufrio una agresion externa, llevada a cabo por agentes internos, organizados en celulas guerrilleras.
Aptos para combatir en ciudades densamente pobladas.
El termino aniquilar, quiere decir «reducir a la nada», por lo tanto si se refiere a una persona es matarla y en el supuesto que se refiera al movimiento subversivo, usted no puede reducir a la nada un movimiento subversivo, sin antes aniquilar a sus miembros, no creo que piense que puede hacerlos cambiar de idea.
Disculpe la disgrecion Don Mondongo, pero su apellido me da hambre. Es una de mis comidas predilectas. Especialmente si esta hecho con librillo.
PD:
Le conteste yo, porque Soy Mogo, esta en la franja de gaza (en este momento), combatiendo al Capital (parece que se hizo peronista, como algunos radicales)
01/11/2023 a las 12:10 PM
¿Librillo? un manjar difícil de conseguir.
Coincido con usted don Ironics, también prefiero el librillo para preparar buseca porque a veces el mondongo resulta un tanto duro.
El 20 voy a preparar buseca, me gustaría compartirla con usted y los muchachos.
01/11/2023 a las 11:41 AM
Las parábolas de la democracia y de Alfonsín
Por Sergio Crivelli 31.10.2023 – La Prensa
Cuarenta años después del triunfo de Raúl Alfonsín la democracia con la cual se educa, se come y se cura muestra una performance decepcionante. Pobreza en niveles inéditos, economía al borde una vez más de la hiperinflación y el gobierno de turno dando muestras grotescas de ineptitud. Falta de combustibles, de insumos médicos, de alimentos en los supermercados, entre otras penurias tan innecesarias como injustificables El grueso de la responsabilidad de esta situación recae en la dirigencia política: falta de un proyecto de progreso social, burocratización y niveles de corrupción astronómicos. Se han transformado en prácticas impunes el uso del poder para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes y para el beneficio económico de familiares y allegados, así como el nepotismo.
Pero no sólo la falla es de una dirigencia convertida en casta, en un grupo de privilegiados que entienden la representación popular como un atajo a la fortuna personal. Falló también el sistema en su capacidad de corregir esas aberraciones. Falló la sociedad en señalar el camino a seguir. Fracasó el control social. Fallaron los votantes, aunque esa sea una opinión impopular que los políticos y los medios evitan expresar.
No de otra manera puede ser explicado el hecho de que el partido y los candidatos salpicados con el lamentable escándalo de corrupción del ex intendente de Lomas de Zamora hayan vuelto a ganar en ese municipio con el 50% de los votos y que el partido gobernante haya ganado con el 45% de los votos una provincia donde la pobreza arrasó a más del 60% de los niños.
CLIENTELISMO
Los especialistas en opinión pública atribuyen lo ocurrido a distintas causas. Una es el clientelismo que ha fidelizado el voto de los sectores más pobres que reciben beneficios del Estado a través de la maquinaria electoral del peronismo. El peronismo y sus voceros suelen atribuirlo a la falta de una alternativa atractiva desde la oposición. Una tercera causa es la falta de una verdadera voluntad de cambio. No sólo los votantes, sino también los poderes fácticos, empresarios, sindicatos, medios, la Iglesia, etcétera, se adaptaron al sistema que funciona desde hace casi ocho décadas y se resisten a cualquier intento de modificarlo.
La situación ha desembocado en otro desafío al sistema. La capacidad de autocorrección de la democracia será puesta nuevamente a prueba el 19. De un lado la continuidad del modelo empobrecedor cuyo resultado es obvio; del otro, una coalición de último momento entre apóstoles del cambio que oscilan desde la extravagancia al fracaso en el turno presidencial 2015-2019.
A lo que hay que agregar que el diagnóstico de las causas que llevaron a la actual decadencia es sencillo; lo difícil es que el paciente tolere el remedio. Por lo tanto los problemas que se presentan en el horizonte no se resuelven con ningún reagrupamiento de dirigentes. No se trata de que los radicales transen con Massa o los macristas con Milei. Se requiere un replanteo profundo, un cambio cultural que sólo un nuevo liderazgo puede imponer. Hace 40 años la sociedad votó a Raúl Alfonsín creyendo que obraría el milagro de revertir el proceso de larga decadencia. La experiencia demostró que era un falso vocero del cambio y que fue en los hechos un agente infalible de la continuidad. Sus herederos lo están confirmando una vez más.