Por Alberto Buela.-

Invariablemente cada vez que doy una charla o dicto una conferencia me preguntan si hay filósofos argentinos, y siempre respondo: sí, los hay.

Gente joven como Gustavo Trifiló de Junín, Diego Chiaramoni de Lomas de Zamora, Mateo Dalmasso de Mendoza, Lalo Ruiz Pesce de Tucumán, Francisco González Cabañas de Corrientes, Fernández Pagano en Jujuy, Ricardo Povierzin, para nombrar solo a siete.

Pero además están los investigadores mayores como Roberto Walton en fenomenología, Francisco García Bazán en gnosticismo, Celina Lértora en pensamiento americano colonial, Josefina Regnasco en filosofía de la tecnología, todos de Buenos Aires. Joaquín Meabe en Corrientes, Jorge Roetti en Bahía Blanca, Cristina Roth en Trelew, Daniel von Matuschka en Mendoza, William Darrós en Rosario.

¿Son todos filósofos? No lo sé, pero a varios de ellos los tengo por tales.

Pero con seguridad, que debe de haber veinte más que no conozco.

Ahora bien, ¿qué es un filósofo o, mejor aún, quién es un filósofo? Según Platón, es aquel que tiene una visión del todo y el que no, no lo es. (República). Alfred Whitehead dice lo mismo. Henry Bergson afirma que es aquel que tiene una idea y la aplica al todo de lo que es o existe.

Pero como todo hombre es radicalmente filósofo, como dice Aristóteles, pues cada uno de nosotros tiene una explicación para la vida y la muerte. En definitiva, todos filosofamos.

De ahí que tantísimas veces se nos presentan personas que nos dicen que ellos son filósofos y nosotros guardamos prudente silencio.

El asunto es saber ¿cuándo uno es formalmente filósofo?

Por lo pronto no existe un colegio o corporación que diga quienes son o quienes no, dado que no se pueden fijar honorarios por temas, trabajos a meditar.

Existe sí, el título de profesor, licenciado o doctor en filosofía que emiten las universidades, pero eso no garantiza que su poseedor sea filósofo.

En un nivel superior están los maestros de filosofía, su número es muy reducido, que son los grandes y buenos profesores que nos ahorran lecturas intrascendentes, confusas o poco significativas.

Argentina ha tenido, en comparación con otros países americanos algunos grandes maestros de filosofía como Ángel Vasallo, Izurieta Craig, Eugenio Pucciarelli, Andrés Mercado Vera, Conrado Eggers Lan, Amelia Podetti, Emilio Komar, Coriolano Alberini, Miguel Vestraete, Diego Pró, Ricardo Maliandi, Arturo García Astrada, Casaubón, Alberto Moreno, Risco Fernández, Lucia Piossek, Héctor LLambías, Alberto Caturelli, Octavio Derisi, etc.

Todos ellos crearon un caldo de cultivo de la filosofía que permitió que se destacaron tres o cuatro filósofos: el primero, sin lugar a dudas, Nimio de Anquín, el único doctor honoris causa por una universidad europea de la altura de Mainz=Maguncia, a sugerencia de Joachín von Rintelen y con la venia de Heidegger. Luego Juan Luis Guerrero con su primer sistema de estética en castellano. Después Silvio Maresca y sus trabajos sobre la singularidad y Miguel Ángel Virasoro y su libertad, existencia e intuición metafísica. Carlos Cossio y su teoría original teoría egológica y Rodofo Kusch con su negación en el pensamiento popular.

En último lugar a Carlos Astrada, aun cuando no me piace, porque de todos, es el único que algo es leído por los estudiantes y profesoritos. Su fama radica más porque Heidegger un día lo mencionó que per se ipsem.

Faltan muchos, seguramente, pero este es, grosso modo, el panorama que tengo de aquellos que intentan filosofar en nuestro país.

Siguiendo nuestro método festina lente, esto es, escribir rápido sobre un tema o problema determinado y pasarlo a los amigos para en un segundo momento incorporar sus correcciones o sugerencia y así poder escribirlo más lentamente, podemos decir que de estos “filósofos argentinos” Astrada no tiene ni sistema ni idea conductora fuerza sobre la que haya pivoteado, pues fue heidegeriano, peronista, marxista y maoísta. Kusch tomó el “estar siendo” de un ignoto sociólogo como el santiagueño Canals Feijoó. Maresca no terminó de desarrollar su teoría de la subjetividad. De Guerrero se perdió su mejor trabajo sobre la formación de la conciencia nacional y Cossio se limitó al derecho. Con lo que nos quedan, estrictamente hablando, dos filósofos: Virasoro y de Anquín. Al primero no lo lee ni la hija, según me consta, que es para colmo profesora de filosofía y sobre el cordobés, recién este año se puede consultar su bibliografía completa: www.nimiodeaquin.com.ar.

Ex cursus

Los pseudo filósofos, afirma Epicuro, son aquellos que le hacen el mayor daño a la filosofía, y así aparecieron como conejos sacados de la galera de la Daia en la televisión en esta época de Internet: Feinnmann, Rozitchner, el asesor de Macri; Forster, el asesor de Fernández; Tomás Abraham, medias Ton Ciudadela, Aguinis, médico filósofo; Kovadloff, traductor del portugués, Dario Sztajnszrajber, que no sabe que el dios Dioniso no es Dionisio, y ahora, como último producto del extrañamiento de la filosofía, Miguel Wiñasky.

De estos falsos filósofos, por dignidad de la filosofía, me niego hablar.

Buena noticia para la filosofía en Argentina.

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