Por Hernán Andrés Kruse.-

El 19 de noviembre tuvo lugar un hecho histórico sin precedentes en la República Argentina y en el mundo. Ese día 14 millones y medio de argentinos le dieron el triunfo en las urnas a Javier Milei. Lo más increíble es que se trata de un economista que profesa las ideas del anarco-capitalismo o liberalismo libertario, cuyo emblema intelectual es el profesor Murray N. Rothbard. Pero más increíble aún es el hecho de que Milei era, hasta no hace mucho, un panelista que divertía a la audiencia con sus extravagancias. En 2021 dio la primera gran sorpresa al ser electo diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Nadie imaginó, probablemente ni siquiera el propio Milei, que dos años más tarde se transformaría en el presidente de la nación. El libertario apabulló en las urnas al histórico sistema de partidos cuya génesis tuvo lugar en 1983. También apabulló a quienes lo subestimaron, lo ridiculizaron, a quienes jamás lo tomaron en serio.

Milei es un experto en el arte de lanzar frases rimbombantes, frases que no pasan inadvertidas. Una de ellas es, me parece, la siguiente: “Carlos Menem ha sido el mejor presidente de la historia”. De manera pues que el libertario, a un paso de su asunción, pondrá en marcha un gobierno que intentará parecerse al del riojano. Prueba de ello es su bendición a Martín Menem, hijo de Eduardo Menem, hermano del ex presidente, para que se haga cargo de la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación. Por si ello no resultara suficiente, el libertario no se ha cansado de afirmar que apenas asuma enviará al Congreso un paquete legislativo que me hace recordar a la Ley de Reforma del Estado impulsada por Menem apenas comenzó su gobierno. Por si ello no resultara suficiente, el doctor Rodolfo Barra será el nuevo abogado del Estado a partir del 10 de diciembre.

Lo que está aconteciendo en el país en los momentos previos a la asunción de Milei me recuerda a los momentos previos a la asunción de Menem en julio de 1989. Es cierto que hoy no padecemos la hiperinflación y los saqueos a los supermercados, pero el clima de agobio e incertidumbre son similares. Pero también hay, cabe reconocerlo, una enorme expectativa por lo que dirá Milei en el Congreso. ¿Hará una descripción detallada y descarnada de la herencia recibida? ¿Informará al pueblo sobre el contenido del paquete de leyes mencionado? Lo único que deseo es que no defraude la expectativa popular generada en torno a su figura.

Por mi parte, aconsejo que prevalezca la precaución. ¡Tantas veces nos ilusionamos y tantas veces nos tomaron el pelo! Lo concreto es que Milei idolatra a Carlos Saúl Menem. Todos recordamos cómo terminó la larga experiencia menemista en el poder. Quiera Dios que el gobierno libertario que comienza este 10 de diciembre no tenga el mismo fin.

A continuación paso a transcribir partes del discurso pronunciado por Menem el 8 de julio de 1989 en el Congreso. Aconsejo su lectura ya que, como bien afirmó Jorge de Santayana, “quien olvida su historia está condenado a repetirla”.

“Quiero inaugurar este momento trascendental que vivimos, con un pedido, con un ruego, con una convocatoria. Quiero que mis iniciales palabras como presidente de los argentinos, sean una elevación al cielo, a nuestras mejores fuerzas, a nuestra más vital esperanza. Ante la mirada de Dios y ante el testimonio de la historia, yo quiero proclamar: Argentina, levántate y anda. Argentinos, de pie para terminar con nuestra crisis. Argentinos, con el corazón abierto para unir voluntades. Hermanas y hermanos, con una sola voz para decirle al mundo: “Se levanta a la faz de la tierra, una nueva y gloriosa nación”. Este gobierno de unidad nacional que hoy nace, parte de una premisa básica, de una realidad que debemos admitir, para ser capaces de superar: todos, en mayor o menor medida, somos responsables y copartícipes de este fracaso argentino. Y entre todos, sólo entre todos, seremos artífices de un cambio a fondo y de una transformación positiva. Sobre estas ruinas, construiremos todos juntos el hogar que nos merecemos. Sobre este país quebrado, levantaremos una patria nueva, para nosotros y para nuestros hijos. Sobre esta crisis que nos paraliza y nos carcome, sacaremos coraje para sentirnos orgullosos y seguros de nuestro destino. A cada trabajador, a cada joven, a cada empresario, a cada mujer, a cada jubilado, a cada militar, a cada niño, yo le digo: hay un lugar vacante desde el cual se construye el porvenir. Y ese lugar nos está esperando. Hay que decir la verdad, de una vez por todas. La Argentina está rota. En esta hora histórica, comienza su reconstrucción. Yo proclamo solemnemente ante mi pueblo, que a partir de este momento se inicia el tiempo del reencuentro entre todos los argentinos. El tiempo de una gran reconquista nacional. Hombre a hombre, metro a metro, pedazo a pedazo, comunidad a comunidad, institución a institución, alma a alma. Pueblo a pueblo.

Se terminó el país del “todos contra todos”. Comienza el país del “todos junto a todos”. Por eso, al hablar ante el Honorable Congreso y ante la expectativa del mundo, deseo que mi voz llegue a cada casa, que habite en cada corazón, que comparta cada mesa, que abrace a todos y cada uno de los argentinos que en estas horas viven instancias difíciles, dramáticas, decisivas y fundacionales como nunca. Yo no traigo en mis palabras promesas fáciles ni inmediatas. Yo no traigo el simplismo de la demagogia. Yo no traigo la simulación ni el engaño. Yo llego con la realidad sobre mis espaldas, que siempre es la única verdad. Sólo puedo ofrecerle a mi pueblo: sacrificio, trabajo y esperanza. Sacrificio, trabajo y esperanza. Sólo puedo asegurarle que seré el primer argentino a la hora de la austeridad, de poner el hombro, de apretar los dientes, del esfuerzo. Del esfuerzo de todos y no de unos pocos. No existe otra manera de decirlo: el país está quebrado, devastado, destruido, arrasado. El legado que estamos recibiendo es el de una brasa ardiendo entre las manos. El de una realidad que quema, que lacera, que mortifica, que acosa, que urge solucionar. La inflación llega a límites escalofriantes. La cultura de la especulación devora nuestro trabajo. La producción es hoy más baja que en 1970, la tasa de inversión es negativa. La educación es un lujo al que pocos acceden. La vivienda, apenas una utopía de tiempos pasados. El hambre, moneda corriente para millones de compatriotas. El desempleo, una enfermedad que se cierne sobre cada vez más amplios sectores de nuestra comunidad. El dolor, la violencia, el analfabetismo y la marginalidad, golpean a la puerta de nueve millones de argentinos. De nueve millones de hermanos, que hoy no pueden ni tan siquiera nutrirse correctamente, vestirse, aprender, conocer la dignidad. De nueve millones de voluntades que están quebradas, frente a un país que ha visto descender dramáticamente su nivel general de vida. Esta es la evidencia, señores. Este es el cuadro de situación. Sin embargo, no pretendo que mi primer mensaje como presidente de todos los argentinos, sea un mensaje de lamentos, de quejas, de resignación. Mis iniciales palabras no pretenden ser una lágrima derramada sobre la Argentina de ayer. Sueñan con llegar a ser un canto de optimismo sobre la Argentina de mañana. No son un lamento sobre lo que pudo haber sido y no es. Son un llamado a la imaginación, al trabajo creativo, a la ilusión puesta en el porvenir y no en el pasado.

Ahora, cuando todos me escuchan, yo podría detenerme a enumerar en detalle cada uno de nuestros dramas, de nuestras carencias, de nuestras estadísticas vergonzantes. Yo podría elevar dedos acusadores, transformarme en fiscal de un fracaso político, erigirme en censor de una historia de decadencia. Podría apelar a cifras que marcan el increíble deterioro de nuestra situación nacional. Pero sería redundante. Sería inútil. Sería inoportuno. Mis palabras estarían de más. Porque cada uno de los argentinos conoce perfectamente hasta dónde ha llegado esta crisis, que todo lo derrota y que todo lo destruye. Porque toda la ciudadanía sabe que no miento, si afirmo que estamos viviendo una crisis dolorosa y larga. La peor. La más profunda. La más terminal. La más terrible de todas las crisis de las cuales tengamos memoria. Por eso, esta crisis no es una excusa. Esta crisis es una oportunidad. Esta crisis es un desafío. Por eso, no les vengo a hablar de tiempos perdidos. Los vengo a convocar para el nacimiento de un nuevo tiempo. De una nueva oportunidad. Tal vez la última. Tal vez la más importante, decisiva y clave oportunidad de nuestros días. El país más hermoso es el que todavía no construimos. El día más glorioso es el que todavía no amaneció. El futuro más promisorio no es lo que va a ocurrir. Es lo que vamos a ser capaces de construir, todos juntos. Todos unidos. Este es el desafío ante el cual venimos a responder los argentinos. El desafío de poder transformar esta crisis en un escenario fértil. Este es el momento de aplicar la reflexión y la imaginación. Es el momento de la idea, pero también es el tiempo de la creación y del atrevimiento. Es la hora de eliminar lo caduco y dar la bienvenida a lo que nace. Es el momento de la audacia: creativa, de la innovación, del coraje. El pueblo argentino eligió el camino de la democracia con sentido social. Optó por la libertad y la justicia. Por la paz y el desarrollo. El pueblo argentino se decidió por la transformación de nuestra decadencia. Por la superación de nuestros mezquinos desencuentros. Por el esfuerzo colectivo. El pueblo argentino votó por la epopeya de la unidad nacional. Por eso, nuestro gobierno es un gobierno de unidad nacional. Para nosotros, la unidad nacional no se consolida detrás de proyectos hegemónicos, ni de actitudes paternalistas, ni de arrebatos pasionales, ni de emociones pasajeras. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no puede depender del mandato de un hombre, del capricho de un partido, de la imposición de un sector. El gobierno de unidad nacional es propiedad de todos los argentinos. Nadie puede sentirse indiferente. Nadie puede sentirse no convocado.

No vamos a administrar la decadencia. Vamos a pulverizar esta crisis. No vamos a transar con la mediocridad. Vamos a hacer un culto de la excelencia. A veces se necesita audacia para proclamar una idea. Pero se necesita mucha más valentía para estar dispuesto a escuchar una idea que no sea propia. La apuesta es difícil, lo sé, pero también estoy absolutamente convencido de que sin unidad nacional no hay posibilidad alguna de despegue. Nuestro futuro común no existe todavía. Pero sí existe nuestro presente. Y desde este presente es que se impone la necesidad de estrechar filas, sumar voluntades y elevar nuestros objetivos hacia un destino de grandeza. Porque Argentina sin grandeza no puede ser realmente Argentina. Porque una Nación sin todos sus sectores conjugados en un verdadero trabajo colectivo no es realmente una Nación. Lo sé muy bien: muchos compañeros hoy manifiestan asombro ante esta generosa convocatoria que hemos formulado en todos los niveles de nuestra comunidad. A todos ellos les digo: unidad no significa, uniformidad. Unidad no significa obsecuencia. Unidad no significa confusión. Formulamos este llamado a las demás expresiones políticas y partidarias, desde una clara identidad. No somos soberbios, porque la soberbia es un lujo que sólo pueden darse los necios. No somos ingenuos, pero tampoco somos obcecados. A la Argentina la sanamos entre todos los argentinos o la Argentina se muere. Se muere. Esta es la cruel opción. Por eso no vamos a perder tiempo para concretar la reconciliación de todos los argentinos. Lo pediré una y mil veces. Lo repetiré. Si es necesario lo exhortaré hasta el cansancio. Lo diré casa por casa, familia por familia, sector por sector, hogar por hogar. Ha llegado la hora de que cada’ argentino tienda su mano al hermano, para hacer una cadena más fuerte que el rencor, que la “discordia, que el resentimiento, que el dolor, que la muerte que el pasado. Ha llegado la hora de un gesto de pacificación; de amor, de patriotismo. Tras seis años, de vida democrática no hemos logrado superar los crueles enfrentamientos que nos dividieron hace más de una década. A esto yo le digo basta. A esto el pueblo argentino le dice basta, porque quiere mirar hacia adelante; con la seguridad de estar ganándose el futuro, en lugar de sepultarse en el ayer. Entre todos los argentinos vamos a encontrar una solución definitiva y terminante para las heridas que aún faltan cicatrizar. No vamos a agitar los fantasmas de la lucha. Vamos a serenar los espíritus. Vamos a decirle que jamás se alimentará un enfrentamiento entre civiles y militares, sencillamente porque ambos conforman y nutren la esencia del pueblo argentino. Nuestra política de unidad nacional no tan sólo se agotará con dar vuelta esta página dolorosa.

Vivimos en una economía, de emergencia. Estamos en una auténtica situación de emergencia económica y social. Y es bueno que el país lo sepa con crudeza: de esta tragedia nacional no vamos a poder salir sin realizar un esfuerzo. Un esfuerzo que será equitativo, pero que abarcará a todos y cada uno de los sectores sociales. Nadie como el justicialismo tiene autoridad y legitimidad para asumir una política de este tipo. Nuestro pueblo sabe que si hoy este gobierno le pide un sacrificio es para obtener una recompensa, un resultado concreto, una mejora tangible en su situación de vida. Este es el horizonte que no estamos dispuestos a traicionar. Tenemos el deber patriótico de decirlo, de advertirlo, de anticiparlo: los resultados no serán todo lo urgente y rápido que nosotros deseamos. Pero también tenemos el coraje para asumir un juramento ante la conciencia de nuestra gente: vamos a avanzar en el rumbo correcto, vamos a caminar de la mano de los más humildes y más desposeídos, vamos a poner la economía al servicio de la dignidad del hombre argentino. Entiéndase bien: la primera y fundamental batalla que deberá ganar esta economía de emergencia es la batalla contra la hiperinflación. El principal enemigo contra la justicia social es la hiperinflación, que devora salarios y bienestar en millones de hogares argentinos. Este ataque frontal que nos proponemos requiere el apoyo decidido y comprometido de la dirigencia política, empresarial y gremial, para que respalden nuestra acción y para que la confrontación sectorial no termine aniquilando la totalidad del aparato productivo. Sería un hipócrita si lo negara. Esta economía de emergencia va a vivir una primera instancia de ajuste. De ajuste duro. De ajuste costoso. De ajuste severo. Pero la economía argentina está con la soga al cuello, y ya no queda lugar para los titubeos. La justicia social, para nosotros, se va a conjugar con un solo verbo: producir, producir y producir. La justicia social va a establecer un sistema con reglas claras, con necesarios premios y castigos, y con las reformas de fondo que el país reclama. Al desatar este nudo perverso del vértigo inflacionario vamos a poder encaminarnos por la senda de la reactivación. Que quede bien en claro: en la Argentina quedan abolidos, a partir de hoy, los privilegios de cualquier signo. Así como en 1813 los fundadores de la patria nos libraron de la esclavitud, hoy venimos también a librarnos del privilegio. Desde el Estado nacional vamos a dar el ejemplo, a través de una cirugía mayor, que va a extirpar de raíz males que son ancestrales e intolerables. Porque creemos en la justicia social vamos a poner al Estado nacional al servicio de todo el pueblo argentino. Vamos a sentar las bases de un Estado para la defensa nacional, y no para la defensa del delito o de la coima.

Como todos sabemos y sufrimos, la deuda externa, imprudentemente contraída durante más de una década, significa una pesada carga para el pueblo argentino. Pero constituye además, un compromiso de honor para la República, tal como tantas veces lo reafirmara el general Perón. Por eso, será atendida por mi gobierno, con la colaboración de los acreedores, y con la aprobación de vuestra honorabilidad. Vamos a requerir fórmulas flexibles de negociación, y un compás de espera, para terminar con el déficit, equilibrar las finanzas y poner en marcha la revolución productiva que nos permitirá exportar más, generando así las condiciones necesarias para cumplir con nuestras obligaciones. Asimismo, facilitaremos el retorno y la movilización del ahorro argentino, hoy atesorado en el país o colocado en el exterior. En definitiva, vamos a respetar los compromisos contraídos, pero también vamos a reclamar comprensión, solidaridad y prudencia, porqué en el mundo de hoy, con su enorme interdependencia, no existen problemas aislados o reducidos a un grupo de naciones. Como ya lo estamos demostrando, no le tenemos absolutamente ningún miedo a las audacias creadoras, a las sanas rebeldías, a las transformaciones mentales y políticas, capaces de poner a la Argentina de pie y sacarla de esquemas hoy superados por la marcha de un mundo en constante evolución. Hermanos de todas las naciones: En este tiempo fundacional, la independencia económica significa para este gobierno la derrota de nuestro estancamiento, la victoria de la producción, el triunfo del desarrollo. La independencia económica es desenterrar petróleo, extraer minerales, incrementar nuestras exportaciones, comerciar de igual a igual con el resto del mundo, afirmar un espacio de decisión autónomo, transformar la voluntad del país en acción. Como diría Eduardo Mallea, uno de nuestros grandes pensadores, la Argentina fue hasta ayer “un desierto de palabras”. Yo les aseguro que, a partir de este instante, la Argentina inicia la independencia de la retórica, del inmovilismo, de la insensatez. Vamos a hablar con los hechos, y no tan sólo con los discursos. Por eso, para este gobierno de unidad nacional la soberanía política significa transformar a cada argentino en presidente de su destino, en lugar de convertirlo en un esclavo del pesimismo y la resignación. La soberanía pasa por la liberación de todos los recursos y potencialidades del país. Por una auténtica explosión de iniciativas individuales y comunitarias, en el marco de un país que ofrezca oportunidades para todos. La soberanía pasa por la participación de todo argentino en la construcción del país.

Como ciudadano latinoamericano, quiero afirmar que la soberanía no puede realizarse sobre ninguna forma de colonialismo, sobre ningún modo de humillación. Sobre ninguna violación de legítimos derechos. En mi carácter de presidente de los argentinos, vengo a asumir un irrevocable compromiso. Voy a dedicar el mayor y más importante de mis esfuerzos, en una causa que libraré con la ley y el derecho en la mano. Será la gran causa argentina: la recuperación de nuestras islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Hermanos argentinos: El gobierno que hoy se inicia va a ser un gobierno fuerte. Pero con la fuerza de la solidaridad, y no con la fuerza de la barbarie. Con la fuerza de la Convicción, y no con la fuerza de la violencia. Con la fuerza de la razón, y no con la fuerza del temor. No vamos a protagonizar un gobierno autoritario. Vamos a protagonizar un gobierno con autoridad. Y para que la autoridad sea genuinamente autoridad, debe tener sólidas bases morales. Creer que nuestra crisis es solamente política o económica, es una simplificación. Nuestra crisis es profundamente moral, y corroe a amplios sectores de nuestra comunidad. Vivimos una instancia terminal, que debemos eliminar a tiempo, porque corremos peligro de disolución. Que una sociedad sea inmoral, es grave. Pero esa inmoralidad trae en sí misma otro mal: que una sociedad no sea realmente una sociedad. La falta de solidaridad nos anuló durante mucho tiempo. En la Argentina, cualquiera tuvo fuerza para deshacer, pero nadie tuvo fuerza para hacer. Este es el circulo perverso que ahora, todos juntos, comenzamos a revertir. Por eso, vengo a anunciar ante los representantes del pueblo, que a partir de este momento el delito de corrupción en la función pública, será considerado como una traición a la patria. Así como vamos a investigar los ilícitos cometidos en los últimos tiempos, también vamos a ser inflexibles con nuestros propios funcionarios. Aspiro a que mi gobierno sea un ejemplo de austeridad, de limpieza, de patriotismo. El gobierno del pueblo no puede ser prioridad de sus dirigentes. Porque la corrupción administrativa es un acto verdaderamente criminal, que como tal hay que señalar ante la conciencia y la opinión de nuestra ciudadanía.

La Argentina tiene que dejar de ser el país de los grandes negociados, y tiene que pasar a ser el país de los grandes negocios. Ante la pregunta agónica y urgente de para qué sirve la democracia, pretendo que cada uno de mis funcionarios responda: “Si la democracia no sirve para hacer más feliz a la gente, no sirve para nada”. Si la democracia no sirve para ofrendar nuestra honestidad, capacidad y lealtad, no sirve para nada. Esta será la línea central de nuestra gestión. Vamos a desmitificar la política. Vamos a transformar a nuestro gobierno en un plebiscito cotidiano frente a la dignidad y la decadencia. Vamos a romper con todos los tabúes. No llegamos al poder para calentar una silla. Llegamos al poder para servir a nuestra gente. Para dar y no para recibir. Porque, como decía Eva Perón: “Amar es servir”. No vamos a detenernos frente a las tentaciones, o frente a los falsos apóstoles del desencanto. Yo prefiero que mi pueblo me agradezca durante un siglo, a que los adulones me aplaudan durante un año. Yo no pretendo rodearme de amigos de esta democracia que tan sólo sepan elogiarla. Yo aspiro a tener amigos que también sepan defenderla. Pretendo que millones de pechos se alcen como un solo pecho, cuando lleguen los momentos de tribulación y de dificultades. En cada una de las áreas de gobierno, estamos dispuestos a mantener esta conducta. Vamos a tener la convicción necesaria como para no detenernos, no demorar el paso, no escatimar soluciones, no dudar. Pero también vamos a tener la lucidez indispensable para no caminar en círculos, para no aislarnos en el frío e impersonal ejercicio del poder. Esta será una gestión de cara a la gente, cerca de sus necesidades y anhelos, atenta a los reclamos y expectativas de toda la Nación. Por eso, en este inicial mensaje como presidente de los argentinos, yo no he querido traerles una receta técnica, un recitado de medidas instrumentales, un conjunto de fórmulas abstractas para superar nuestra crisis. Pensé, mejor, en retratarles el espíritu y el alma de la tarea que nos espera. En los próximos días, y sucesivamente, cada uno de los ministros y responsables de las diferentes áreas de gobierno, brindarán una descripción detallada del estado en que reciben sus funciones, y de los programas que se llevarán adelante para concretar el cambio tan ansiado. Esta inmensa emergencia nacional, requerirá un contacto directo con toda la población, un intercambio de opiniones, un debate fecundo para poder instrumentar las políticas más adecuadas. Cada argentino, tiene a partir de hoy el derecho y la responsabilidad de conocer la marcha de su gobierno. Cada argentino tiene el deber y la prerrogativa de exigir a sus hombres públicos transparencia, honestidad, aptitud, claridad en cada uno de sus actos.

Pueblo argentino: Pueblo de la larga espera. Pueblo del heroísmo cotidiano. Pueblo de la ilusión inquebrantable. Pueblo del nuevo tiempo. Yo hice de mi campaña un canto de esperanza. Y pretendo hacer de mi gobierno un acto de fe. Yo te convoco para que caminemos juntos en esta era distinta. Sé que el camino estará lleno de tropiezos, de dudas, de problemas. El comienzo será durísimo. Pero también sé que cuando un pueblo se decide al trabajo, es invencible. Vamos a demostrar que no nos merecemos un presente de marginación. Vamos a demostrar que podemos hacer juntos una patria de hermanos. Como Jorge Luis Borges, yo también digo, en esta hora, la Argentina no puede cometer el peor de los pecados: el pecado de no ser feliz. Y aunque el cielo todavía esté nublado, y muchos dolores asomen en el horizonte, vale la pena recordar aquella sentencia de don Leopoldo Marechal: “El pueblo siempre recoge las botellas que se tiran al mar con mensajes de naufragio”. Por eso, en este día inaugural para todos los argentinos, yo elevo mi corazón a Dios Nuestro Señor. Le pido soñar, sin ser esclavo de mis sueños. Le pido amor, porque sólo con amor nacerá una Argentina nueva. Le pido paciencia, sin inquietarme en mi esperanza. Le pido sabiduría, sin creerme ni demasiado sabio ni demasiado torpe. Le pido prudencia, para no caminar olvidando a los pobres de toda pobreza. Le pido humildad, para no creerme ni demasiado poderoso ni demasiado débil. Le pido fortaleza, para comprender que la verdadera fuerza es siempre la fuerza de la fe. Le pido paz, para escuchar mejor la voz del pueblo, que siempre es la voz de Dios. Una voz que hoy se alza como una oración, como un ruego, como un grito conmovedor: Argentina, levántate y anda. Argentina, levántate y anda. Argentina, levántate y anda”.

Pocas veces un presidente argentino se burló de manera tan descarada del pueblo. Quiera Dios que Milei no lo imite.

(*) archivohistorico.educ.ar

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