Por Hernán Andrés Kruse.-
En su edición del 17 de noviembre Infobae publicó un artículo de Ernesto Tenembaum titulado “Guerra Santa: esa recurrente obsesión libertaria”. El autor comienza su reflexión con la siguiente advertencia: “Si los cristianos no luchan, serán destruidos sin piedad. Si sus líderes los siguen educando en la cobardía y la sumisión, jamás lucharán”. Estas palabras fueron pronunciadas hace pocos meses por Agustín Laje, el más destacado ideólogo del gobierno libertario presidido por Javier Milei. En ese momento Laje arremetió con inusitada violencia contra la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos que tendrían lugar en París y que se caracterizó por un despliegue de diversidad cultural y sexual.
Más atrás en el tiempo (mayo de 2019) Laje habló ante una nutrida concurrencia juvenil en un teatro de Belgrano. Uno de los presentes era Javier Milei. El ideólogo libertario embistió contra el mejor futbolista de la historia: “¿Por qué yo tendría que respetar a un cerdo comunista como Diego Maradona?” Más adelante, expresó lo que muchos argentinos piensan y no se atreven a hacerlo público: “Estas viejas de mierda (por las Madres de Plaza de Mayo) son unas viejas hijas de puta. Eso es lo que son. Criaron chicos para matar y cuando a esos chicos los mataron fueron a llorar estas viejas hijas de puta”.
Agustín Laje refleja a la perfección el pensamiento de Javier Milei. Para el presidente Argentina está obligada moralmente a librar una batalla cultural definitiva contra el socialismo, causante de todos nuestros males y nuestras desgracias. Este escenario torna imposible todo diálogo, toda predisposición a escuchar a quien piensa diferente. Este escenario torna imposible el liberalismo como filosofía de vida, en suma.
En 2022 la editorial Sekotía (Argentina) publicó un libro de Laje titulado “La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha”. A continuación paso a transcribir el capítulo dedicado a la batalla cultural. Es, lisa y llanamente, un llamamiento a la guerra santa.
QUÉ ES UNA BATALLA CULTURAL
“Una teoría sobre la batalla cultural ha de posar su mirada sobre los cambios que se suceden, que se impulsan y que se resisten en la dimensión cultural de una sociedad. Con ello debe entenderse: los cambios que acontecen en el nivel de lo simbólico, de las costumbres, los valores, las tradiciones, las normas, los lenguajes, las ideologías. No son pocas las dificultades que emergen de inmediato: los factores que están en la base de los cambios culturales son variados y a menudo están interrelacionados. Los cambios culturales no tienen por qué ser siempre el producto de batallas. Más aún, los cambios culturales a veces ni siquiera suponen fricción alguna. Por ello, una teoría sobre la batalla cultural debiera no simplemente posar su mirada sobre los cambios culturales y las resistencias, sino también definir con claridad una serie de características que demarquen con precisión aquello que constituye en concreto una batalla cultural. Eso mismo se intentará a continuación”.
PRIMERA CARACTERÍSTICA: “la cultura no es simplemente el fin de una batalla cultural, sino también su medio. Como sugerí más arriba, los cambios sociales sobrevienen por factores de diversa índole y que pueden ocurrir en distintas dimensiones de la vida social (política, económica, militar, familiar, etcétera). Una batalla cultural tiene por fin la promoción de un cambio, o bien la resistencia al mismo, que tendría lugar fundamentalmente en la dimensión cultural de la sociedad. Pero la batalla cultural no se determina solo por el fin de tipo cultural, sino también por el medio que se emplea, al menos de forma preponderante, para conseguir ese fin. En efecto, los factores que están en la base de los cambios culturales son variados y a menudo están interrelacionados. Una innovación tecnológica puede generar importantes cambios culturales, de la misma forma que los cambios culturales muchas veces allanan el camino para innovaciones tecnológicas. Las revoluciones políticas suelen proponerse cambios culturales, pero es raro ver revoluciones políticas triunfantes que no hayan estado precedidas por alteraciones culturales. Las guerras, por su lado, entrañan cambios culturales para las partes, aunque ciertas novedades culturales muchas veces están en la base de la propia guerra.
Así, tan cierto es que introducir una tecnología de la producción, como por ejemplo el arado, puede generar toda una forma nueva de ver el mundo como que nuevas doctrinas religiosas, a su vez, pueden contribuir a consolidar una forma de producción, si se sigue aquello de Max Weber respecto de la ética protestante y el capitalismo. Tan cierto es que una revolución como la francesa, según describió magistralmente Augustin Cochin, desplegó tras su triunfo y durante su período de terrorismo estatal jacobino un proyecto de ingeniería cultural seguramente inédito hasta entonces como que los orígenes de dicha revolución no pueden ser explicados sin subrayar los cambios culturales que ya se venían sucediendo en el Ancien Régime, el cual hizo de los filósofos y escritores los nuevos líderes políticos de aquella sociedad, tal como enseñó Alexis de Tocqueville. Y tan cierto es que una guerra como la de Vietnam resultó ser el catalizador de nuevas formas contraculturales en los Estados Unidos como que el nazismo y la misma Segunda Guerra Mundial resultan inseparables de las novedades de la cultura de masas políticamente instrumentalizada.
Las fuentes del cambio cultural, como se aprecia, son variadas. Algunas veces es más fácil divisar las económicas, otras las tecnológicas, otras las políticas y otras las militares. A menudo se trata de un simple ejercicio analítico, tras el cual se esconden interrelaciones muy complejas que se desanudan al separar las partes para su correspondiente análisis. Pero, con independencia de la fuente, lo que aquí interesa verdaderamente cuando se habla de «batalla cultural» es la dimensión donde esa batalla se efectiviza, y para hablar de «batalla cultural» esa dimensión debe ser, desde luego, la cultura misma. Es decir, un cambio al que debería prestarse aquí especial atención es aquel que ocurre en la cultura fundamentalmente por la cultura. Así, no cae bajo el interés de una teoría de la batalla cultural aquel cambio cultural que se concreta a través de, por ejemplo, la presión armada que un ejército ocupante ejerce sobre una población para que esta adopte nuevos valores. La palabra clave aquí es «armada», porque si esa presión la llevara adelante ese mismo ejército, pero con arreglo no a sus armas, sino a medios de propaganda o al dominio sobre instituciones educativas, por ejemplo, entonces podríamos bien hablar de una «batalla cultural» no solo por el objeto de esa batalla (los valores, las formas de vida, etc.), sino también por el medio en el que ella se desenvuelve (instituciones culturales y esfuerzos simbólicos). De la misma manera, no caería tampoco bajo el interés de una teoría sobre la batalla cultural un cambio cultural que provenga de la introducción de una nueva tecnología, como pueden ser ordenadores conectados a una red mundial, a menos que esa tecnología sea puesta al servicio de generar cambios culturales conscientemente direccionados. Y así sucesivamente.
Lo que a una teoría de la batalla cultural debiera interesarle, en efecto, son los esfuerzos por el cambio (o conservación) cultural. Pero no cualquier tipo de cambio o conservación, sino aquel que, ante todo, se opera preponderantemente dentro de la propia esfera cultural. La esfera cultural, a su vez, debe ser entendida como una dimensión social compuesta por instituciones y actores, tácticas y estrategias, específicamente culturales. Finalmente, lo específicamente cultural ha de entenderse como aquello que, sobre todo en un nivel simbólico e intangible en su contenido significativo, caracteriza el modo de ser de grupos humanos de diversos tamaños (como ya se ha dicho: lenguaje, costumbres, normas, creencias, valores, etcétera). Así pues, la primera característica de la «batalla cultural» es que el objeto de esa batalla es el dominio de la cultura, pero que no hay batalla cultural allí donde la esfera cultural no aparece, al mismo tiempo, como botín de la batalla y como terreno de su propio desarrollo. La cultura es, al unísono, aquello que está en juego y aquello donde se juega lo que está en juego”.
SEGUNDA CARACTERÍSTICA: “la batalla cultural supone un conflicto de cierta magnitud (y en esta medida una batalla cultural es una forma o instanciación de lo político). Es evidente que hay cambios culturales que sobrevienen sin conflictos significativos. Durante los primeros años del decenio de 1930, los antropólogos norteamericanos pusieron de moda la palabra «aculturación» para referirse a los cambios culturales que ocurrían cuando dos culturas diferentes se ponían en contacto. La palabra «sincretismo», de manera similar, fue adoptada por la antropología para señalar aquellos casos donde la aculturación transcurre sin mayores sobresaltos en función de procesos de reinterpretación de los nuevos elementos culturales que son adaptados a la cultura que los recibe. Herskovits, por ejemplo, supo señalar cómo ciertas comunidades de negros en América adoptaron el catolicismo e identificaron divinidades africanas con santos católicos. Mutatis mutandis, dentro de una misma cultura las innovaciones culturales a veces son recibidas sin demasiadas fricciones y no redundan en un conflicto de ningún tipo de relevancia social. Por ofrecer un ejemplo contemporáneo, la música electrónica tuvo algunas resistencias por parte del mundo del rock y del pop en general, pero finalmente diversos músicos optaron por una suerte de sincretismo musical que redundó en extrañas mixturas que dieron lugar a nuevos «mainstreams» dentro de aquel mundo.
Pero va de suyo que este tipo de casos no pueden ser de interés para una teoría sobre la batalla cultural, bajo la cual la propia noción de batalla sugiere la existencia de un conflicto de magnitud, de una «lucha» en el sentido weberiano, de una disputa a partir de la cual el cambio que sobreviene es entendido sobre la base de antagonismos y colisiones evidentes. El problema es claro. Es el conflicto cultural como base de una lucha cultural lo que aquí importa, pero ¿a qué se refiere aquello de conflicto cultural de magnitud? John Beattie ha explicado de forma muy clara que la antropología procura distinguir dos tipos de conflicto cultural. «Primero, existen aquellos conflictos y cambios que se mantienen dentro de la estructura social existente. […] Operan dentro del marco normativo existente, se pueden resolver en función de sistemas compartidos de valores y no constituyen un reto para las instituciones existentes». Este tipo de conflicto cultural, que podría llamarse «conflicto cultural ordinario», activa los mecanismos de reajuste social a los que se hacía referencia más arriba. Su magnitud no es capaz de provocar ningún «cambio de paradigma», ningún cambio estructural. Por ejemplo, si dentro de los límites de la familia compuesta por un hombre, una mujer y sus hijos sobreviene un conflicto cultural dado por una relajación de las costumbres que ha aumentado los casos de infidelidad en la pareja, se tiene un conflicto, aunque no se ve cómo podría este generar un cambio significativo en la estructura de la misma institución familiar.
Pero, continúa Beattie, el segundo tipo de conflicto que los antropólogos estudian puede provocar «un cambio de la índole del sistema mismo: algunas de las instituciones que lo componen se alteran de tal manera que ya no “engranan” como antes con otras instituciones existentes». Este tipo de conflicto aparece allí cuando emerge con fuerza una visión radicalmente distinta respecto de los elementos culturales, que ponen en peligro la constitución misma de estos últimos. Siguiendo con el mismo ejemplo relativo a la institución familiar, el conflicto que se desencadena cuando aparece con fuerza la idea de que la familia ya no debería definirse como un grupo integrado por un hombre, una mujer y sus hijos, sino que dos hombres, dos mujeres, o lo que a cualquiera se le ocurra puede ser de idéntica manera considerado una «familia», interpela las mismas bases de la institución en cuestión, en sus funciones reproductivas en este caso, redefiniéndola por entero.
La distinción puede quedar más clara todavía si pensamos lo propio en el campo de la política. Todo sistema político procura resolver conflictos. En la democracia representativa, por ejemplo, se establecen mecanismos electorales para dar resolución al conflicto que supone el recambio de las autoridades políticas. El conflicto, pues, es la base de toda contienda electoral, pero se trata de un conflicto que lejos de poner en crisis al sistema político, constituye su propio fundamento, su propia razón de ser, activando por ello los mecanismos de reajuste que quita a unos políticos del poder para colocar a otros. Frente a una rebelión o, más todavía, una revolución, el conflicto ya no se resuelve dentro de los marcos del propio sistema, sino que se apela a una redefinición de las estructuras políticas y sus instituciones, dando sentido a la noción de cambio social anteriormente discutida.
La segunda característica, en suma, de toda batalla cultural, es la presencia de un conflicto cultural de magnitud, bajo el cual lo que está en juego no es el mero reajuste, sino el cambio cultural significativo. Los conflictos culturales ordinarios pueden generar tensiones, pero nunca batallas. En una batalla existe la sensación de que efectivamente se está desarrollando un combate por la cultura y de que, en otras palabras, en una batalla no se disputan pequeñeces, sino cosas relevantes”.
21/11/2024 a las 11:13 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Milei, entre Lula y el Gordo Dan
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
20/11/024
El pragmatismo de Javier Milei, que lo llevó a reconciliarse con el otrora detestado comunista Xi Jinping, presidente de la China compradora de exportaciones argentinas, no fue tan intenso. No lo fue, al menos, como para frenar los insultos permanentes del universo libertario contra el periodismo independiente, ni para desactivar un acto de su militancia más parecido a las viejas organizaciones insurgentes marxistas o peronistas de los años 70 que al funcionariado estatal de La Cámpora. Es probable que Milei no haya aprobado explícitamente este último y preocupante acto realizado en San Miguel por un centenar de personas para lanzar la agrupación mileísta Las Fuerzas del Cielo. Milei se balanceó en los últimos días entre Donald Trump, Emmanuel Macron y la reunión del G20 en Río de Janeiro, donde él fue diferente, que es lo que se proponía, sin romper con el club más selecto de la economía mundial.
La economía argentina no está entre las 20 economías más importantes del mundo, que es lo que supuestamente agrupa el G20, pero está ahí desde los tiempos del menemismo, cuando ese grupo de naciones no era tan importante como lo es ahora. Más le vale a Milei conservar ese lugar para la Argentina. El G20 cobró relevancia sólo después de la gran crisis económica internacional de 2008. Sea como fuere, Milei sorprendió porque la política esperaba que el Presidente no firmara nada en Brasil, sobre todo porque gran parte de los borradores habían sido elaborados por el gobierno del presidente Lula da Silva, presidente pro tempore también del G20.
Lula volvió al gobierno de Brasilia muy distinto de lo que fue en sus primeras dos presidencias. Regresó más ideologizado y menos conciliador. Tal vez la cárcel (que le impidió ser candidato frente a Jair Bolsonaro en 2019) lo convirtió en el hombre rencoroso que antes no era. Nunca sabremos si Milei se propuso también distender la tensa relación con Lula, como lo hizo con Xi Jinping, y si fue el presidente brasileño el que le puso un férreo límite a esa intención del mandatario argentino. Para los chinos, los agravios políticos prescriben antes de los seis meses estipulados aquí por Cristina Kirchner. Pero es cierto también que Milei los llamó “comunistas” a los funcionarios chinos (etiqueta que estos detestan), pero no “corruptos”, como lo calificó a Lula. En rigor, de Lula dijo que era “comunista y corrupto”. De todos modos, el mismo día en que la frialdad entre ellos casi se palpaba, Brasil y la Argentina firmaron el más importante acuerdo de provisión argentina de gas a Brasil que se extraerá de Vaca Muerta, que podría llegar a los 30 millones de metros cúbicos diarios en apenas cinco años. También Lula es pragmático: no perdonó la ofensa personal, como lo mostraron las elocuentes fotografías que LA NACION publicó ayer en su primera página (Lula le negó solo a Milei una sonrisa en el posado oficial), pero se olvidó de esos insultos cuando debió decidir como presidente de su país. Para Milei, a su vez, Lula puede ser “comunista”, pero es también un buen comprador del gas de Vaca Muerta.
El Presidente podrá decir que no renunció a sus ideas porque las expuso en los documentos y en su discurso. Es cierto. Pero también es cierto que finalmente firmó el documento de Brasil del G20 y evitó, de esa manera, que por primera vez no hubiera una declaración firmada por todos los miembros de ese organismo. El presidente de Francia, Macron, a quien nadie puede identificar con la izquierda comunista o socialista (para recurrir a las categorías políticas en desuso que usa Milei) tuvo especial influencia en el mandatario argentino para que este no arruinara la fiesta de Río de Janeiro. Macron y Milei disienten en muchos temas importantes, pero lograron enhebrar una relación de respeto mutuo. Disienten, por ejemplo, en la envergadura que los líderes actuales deben darle al cambio climático. Macron es un entusiasta militante de la defensa del medio ambiente y un hombre convencido de que la acción de los seres humanos llevó al universo al actual nivel de deterioro de las condiciones naturales. Al contrario de lo que sostienen organizaciones internacionales y documentos científicos, Milei asegura que no existe el cambio climático y que, en todo caso, es “otra mentira del socialismo”. Su principal obsesión consiste en diferenciarse de la Agenda 2030, aprobada por las Naciones Unidas, que fundamentalmente promueve la erradicación de la pobreza, el cuidado del medio ambiente y la reducción de las desigualdades. La existencia de algunas cosas a las que se opone es perfectamente comprobable, pero influye en él más la ideología que la prueba. En otras cosas, es verdad que en el mundo se impusieron los trazos gruesos de la cultura woke, definida ya por las ideas progresistas más que por las que se oponían al racismo, que es como se inició en los Estados Unidos. A veces, y con ideas totalmente diferentes, el presidente argentino se parece demasiado a su antecesora Cristina Kirchner, quien también anteponía la ideología y la inferencia en el diseño de la política exterior.
Milei dejó aislado al país en votaciones en las Naciones Unidas, en las que ni siquiera fue acompañado por Estados Unidos y por Israel, los países a los que considera sus principales aliados en el mundo. Un ejemplo fue la votación de la semana pasada en el plenario de la ONU en la que se votó una resolución que promovía eliminar cualquier forma de maltrato público o privado de las mujeres y las niñas. ¿Quién se puede oponer a un objetivo tan noble si no está cegado por las anteojeras ideológicas? La Argentina votó contra esa resolución absolutamente sola. ¿Para qué aislar al país otra vez, aunque se lo haga en nombre de principios diferentes?
En el fin de semana en el que Milei iba de Macron a Lula, algunos de sus seguidores más fanatizados, liderados por el médico santiagueño Daniel Parisini, más conocido como el Gordo Dan en las redes sociales, lanzaban la corriente Las Fuerzas del Cielo con escenografía similar a la del imperio romano. Esa decoración llevó a la suposición de que detrás del lamentable evento libertario estaba el poderoso asesor presidencial Santiago Caputo, a quien le gusta jugar con los cachivaches de la Roma imperial, aunque algunos deslizaron que fue su hermana, Karina Milei, quien autorizó el acto. Nadie sabe si el Presidente estuvo al tanto de lo que sucedería en el partido bonaerense de San Miguel entre tanto ajetreo internacional, que incluyó una reunión con Trump en la residencia de Mar-a-Lago, en Florida, a mediados de la semana anterior.
Resulta importante saber qué grado de conocimiento tenía el jefe del Estado de esa reunión porque allí se dijeron palabras realmente peligrosas para la paz social del país. Por ejemplo, se señaló a esa organización nueva (Las Fuerzas del Cielo) como el “brazo armado de La Libertad Avanza”, el partido del Presidente, y también como su “guardia pretoriana”. Como quien no sabe lo que dice, anunciaron que “las unidades básicas libertarias están en auge”. Las unidades básicas eran, hasta ahora, locales partidarios que pertenecían solo del peronismo. ¿O el mileísmo es una corriente interna del peronismo? Nadie responde. Luego, aclararon que el “brazo armado” se refería solo a los celulares. Pésima metáfora en un país que todavía no puede establecer la cantidad de muertos que hubo en los enfrentamientos, abiertos o encubiertos, entre la guerrilla y los militares. Todo insinúa que hubo más ignorancia de la historia reciente que premeditación en esas referencias. “Los fanáticos son siempre iletrados”, resumió un legislador del propio oficialismo. Después de 40 años de democracia, el país no logró alcanzar un consenso democrático para hacer un relato objetivo (o más cercano a la verdad) sobre aquellos años 70 en los que mataron tanto guerrilleros como militares.
Más allá de la aclaración posterior sobre los celulares y el “brazo armado”, lo cierto es que el contexto de ese acto fue claramente violento. Se habló de una “cruzada” de los fanáticos de Milei, a los que se identificó como “soldados” de una “batalla cultural” definitiva contra “los enemigos”. ¿Quiénes son los enemigos? Ellos los señalaron en San Miguel: “Los zurdos de mierda”. La violencia estuvo en las palabras, no en los celulares. El eterno péndulo de la política argentina se movió otra vez. Pasamos de la violencia woke de Cristina Kirchner a la violencia de la derecha mileísta. Volvieron a ampliar el ellos y a encoger el nosotros. La crítica al periodismo no estuvo ausente –cuándo no–, aunque esta vez la personalizaron en la figura del periodista Marcelo Longobardi, al que llamaron “periodista ensobrado”.
¿Por qué creen que pueden difamar sin probar nada? ¿Por qué tanta arrogancia? Longobardi es un periodista independiente que ejerció su derecho a la crítica con todos los gobiernos. Las alusiones a él tuvieron una carga de violencia y de rencor impropios de un partido en el Gobierno. Y es preocupante, además, porque el Estado tendrá siempre más fuerza que cualquier periodista o medio periodístico. Esta injusta descalificación de Longobardi se suma a la novedad según la cual el oficialismo decidió reinstalar la idea de Milei sobre la imposición a los medios periodísticos del impuesto del IVA (ya hubo un anuncio oficial), del que estaban exceptuados junto con los libros, los espectáculos deportivos, los shows, el teatro y el cine. El IVA se les impondría solo a los medios periodísticos, mientras las otras actividades seguirían exceptuadas. No hay ejemplo más claro de que el único propósito del Gobierno es dañar a los medios periodísticos, justo cuando estos deben enfrentarse a la transición entre el periodismo gráfico y el digital. A Milei solo le importan las redes sociales, que han hecho una importante contribución a la difusión de la información pública, pero también han servido para diseminar información falsa, para insultar y para difamar, muchas veces desde el anonimato. El presidente argentino se opuso en Río de Janeiro a un párrafo de la declaración conjunta que precisamente exhortaba a limitar la circulación de la falacia y las ofensas en las redes sociales.
Las Fuerzas del Cielo del Gordo Dan, como se ve, no están solas. Un Gobierno las avala, explícita o implícitamente. ¿Por qué desnaturalizaron tanto una frase que está en el Antiguo Testamento, como es las fuerzas del cielo? ¿Dónde encontraron un dios tan violento, cruel y vengativo?
21/11/2024 a las 11:16 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
En el mundo imaginario de Milei tampoco se come vidrio
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
20/11/024
Javier Milei estuvo sometido en los últimos días a su examen personal más severo de política exterior desde la llegada al poder. La severidad tuvo que ver con la participación en un ecosistema distinto de todos los que había frecuentado hasta ahora fuera de la Argentina. No han sido pocos: realizó 16 viajes, algo menos de la mitad (7) sólo a Estados Unidos. Allí vio a Donald Trump como candidato; días atrás como presidente electo. Participó de cumbres conservadoras y frecuentó a su amigo y futuro ministro trumpista, el multimillonario Elon Musk. Antes había estado en la cumbre de Davos, con un mensaje sorprendente, y en el encuentro del G7 en Bari, Italia, donde resultó arropado por su amiga, la premier Giorgia Meloni.
En la cita del G20 en Río de Janeiro el contexto resultó otro. Con dos aristas, entre un montón, muy salientes. Tuvo de anfitrión a Lula da Silva y debió cruzarse en una bilateral con el premier de China, Xi Jinping. Al presidente brasileño le había disparado un par de veces los calificativos de “comunista” y “corrupto”. En campaña electoral había asegurado que jamás comerciaría con el “comunismo chino”. Hubo frialdad evidente con el líder del PT. La diplomacia no exige ningún certificado de amistad. Con Xi Jinping se habría exhibido cauto y circunspecto. China insiste con la reactivación de las obras en las represas de Santa Cruz. El Gobierno estaría tentado de solicitarle a Beijing algún favor adicional con los swaps. Tal vez el tema se profundice si el líder libertario puede finalmente concretar su viaje oficial a China. Esa posibilidad permanece todavía en veremos.
La cordura de Milei, con una sola alusión en el foro a sus temas discordantes con la agenda global, responde al equilibrio al que estará obligado de ahora en adelante para no afectar el otro vínculo que le enciende la esperanza de extender por el planeta la que denomina “batalla cultural”. La afinidad con Trump contra los postulados de la Agenda 2030, entre los que se cuenta el cambio climático, los asuntos de género y las minorías que ningunean el libertario y el republicano.
Existe entre Milei y Ji Xinping, por otra parte, una cuestión de fondo que nadie conoce como se desarrollará a partir de enero, cuando Trump ingrese de modo formal en la Casa Blanca. El presidente electo está dispuesto a ejecutar una política proteccionista del mercado interno. Que implicará fricciones inevitables con China por el fuerte arancelamiento que sufrirán sus productos. ¿Podrá Milei, en ese marco, hallar un punto de equilibrio que termine arrojando rédito para la economía nacional?
No resultará tan sencillo, con seguridad, como fue hallar alguna hendija económica conveniente con el “comunismo” de Lula. El líder del PT profesa su ideología de centro izquierda, aunque no vaciló en aliarse con la derecha rancia de San Pablo para regresar al Planalto. No mastica vidrio. Así puede explicarse, además, su orden de avanzar en un entendimiento con el ministro de Economía argentino, Luis Caputo, para la provisión futura de gas de Vaca Muerta a las industrias paulistas. La novedad fue anunciada por el ministro de Energía de Brasil, Alexandre Silveira: “Gas más barato para Brasil”, comunicó por la red X. Propiedad de Musk, amigo de Milei, y con la cual el peteísmo tiene recurrentes conflictos. Falta un largo trayecto para que aquel gasoducto, convertido en una de las pocas políticas de Estado sostenida de la Argentina, pueda hacer realidad el pacto proclamado.
Por ahora ese ejercicio de pragmatismo político estaría postergando las diferencias ideológicas y políticas. Brasil viene presionando a la Argentina y otros países de la región por el refugio concedido a más de 150 militantes bolsonaristas acusados de haber participado en el intento de copamiento del Planalto, días antes de la asunción de Lula. Daniel Rafecas, el juez que una vez Alberto Fernández propuso para la Procuraduría General, ordenó días pasados la detención de 61 militantes de Jair Bolsonaro. Hasta ahora cayó uno solo de ellos, en Jujuy.
Milei evitó en Rio de Janeiro hablar sobre aquel pleito. Llamó la atención, incluso, la celeridad con que la delegación argentina resolvió que fuera suscripto el documento final que emitieron los participantes del foro cuyo centro de gravedad, por inspiración de Lula, fue el combate contra la pobreza. Tampoco el Presidente estaría dispuesto, al menos por ahora, a masticar vidrio. El rechazo a aquel texto, como había trascendido, hubiera dejado a la frágil Argentina en una incomodísima situación.
Milei se guardó espacio para fijar la postura crítica. La firma la estampó. Tanto le interesó señalar las diferencias que el Gobierno en un largo comunicado explicó que “a casi 70 años de haberse inaugurado este sistema de cooperación internacional, llegó la hora de reconocer que este modelo está en crisis, porque desde hace tiempo que está en falta con su propósito original”.
El apunte de Milei, en verdad, parece compartido por otros mandatarios del G20. Hubo alguien que habría persuadido al mandatario argentino sobre la conveniencia de establecer una batalla desde adentro antes que tironear el mantel de la mesa. Se pudo apreciar en Río de Janeiro que Emmanuel Macron fue uno de los mandatarios que más estuvo dialogando con Milei. Se los observó conversar animadamente, a las risas, en la primera foto conjunta del G20 que, por fallas de protocolo, excluyó a Joe Biden, a Giorgia Meloni y Justin Trudeau, de Canadá. En el retrato de cierre el único ausente fue Milei.
Macron ha sido el primer presidente de Europa que abrió las puertas de París al líder libertario. Su pensamiento está anclado en el centro político. Esa ubicación le permitió una y otra vez evitar la llegada al poder de Marie Le Penn, la mujer de extrema derecha. Macron simboliza un impulso inicial de la Agenda 2030. Creyente, por otra parte, de la necesidad de políticas que ayuden a atenuar los efectos del cambio climático, con manifestaciones recurrentes. Pero se habría establecido entre ellos una corriente de afinidad personal capaz de matizar todas aquellas miradas políticas divergentes.
Macron estuvo en la Casa Rosada el fin de semana pasado antes de la cumbre en Rio de Janeiro. Milei lo invitó a saludar desde el balcón a la gente que paseaba por la Plaza de Mayo. Valdría recordar un episodio, además, para comprender la sensibilidad que le provoca al libertario la relación con Francia.
Después de obtener la Copa América, los jugadores de la selección argentina celebraron con cánticos que se entendieron ofensivos contra Francia, a la que había derrotado en la final de la Copa del Mundo en Qatar. Victoria Villarruel, la vicepresidenta, celebró ese desenfado. Antes que la cancillería gala formulara una queja, la secretaria general y hermana del Presidente, Karina Milei corrió hasta la sede diplomática francesa en Buenos Aires y se excusó delante del embajador Romain Nadal.
Gesto que supo reflejar tres cosas. El lugar que para el Presidente ocupa Macron. Las diferencias crecientes con Villarruel. La antesala del despido de la ex canciller Diana Mondino, sustituida al final por Gerardo Werthein.
21/11/2024 a las 11:21 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La broma del “Gordo Dan”
Pablo Mendelevich
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
20/11/024
No hace falta irse a la Italia de Mussolini para encontrar camisas negras. El general José Félix Uriburu llamaba “Camisas negras argentinos” a los miembros de la Legión Cívica Argentina, grupo político y paramilitar que él mismo formó con “hombres patriotas” capaces de encarnar “el espíritu de la revolución de septiembre y que estuvieran moral y materialmente dispuestos a cooperar en la reconstrucción institucional del país”.
Para poder cooperar con mayor eficacia los muchachos recibían entrenamiento militar. Atacaban y secuestraban opositores, a quienes en muchas ocasiones torturaban.
De la Legión Cívica surgió la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), fundada por Juan Queraltó en 1937, organización que con cierta autonomía acompañó al peronismo en su surgimiento, pero que quedó subordinada en forma plena -vertical, cabría decir- a Perón partir de los años cincuenta, cuando pasó a manos de Guillermo Patricio Kelly. Se convirtió entonces en un grupo de choque del gobierno. La ALN ya no tenía vocación por las profundidades del debate ideológico como los fascistas de Queraltó, ocupada como estaba en hostigar al antiperonismo y sobre todo en romperles los huesos a comunistas, republicanos españoles refugiados en Buenos Aires y periodistas de los diarios liberales.
El sociólogo José Luis de Imaz (1928-2008), autor de la célebre investigación Los que mandan, había sido aliancista en su juventud. La ALN, escribió, terminaría “por convertirse en un hato de matones, delincuentitos reales o potenciales, y de presuntos grupos parapoliciales, hasta el estruendoso final wagneriano de 1955″. Referencia ésta a la irrupción de la Revolución Libertadora, cuando dos tanques Sherman del Ejército pulverizaron la sede de la ALN, en San Martín y Corrientes.
Está claro que aquel nacionalismo de ultraderecha fuertemente antisemita no tenía las mismas ideas que quienes ahora se llaman libertarios, por más que ambos coincidieran en aborrecer a “los zurdos de mierda” con idéntico fervor. Pero tal vez sea oportuno recordar que la mayor parte de las cosas ya están inventadas. Existe un largo historial de grupos extremistas paragubernamentales creados para apuntalar la patriótica causa oficialista cuya propensión a la violencia ha sido un rasgo persistente. También está la Triple A, desde luego, terrorismo de estado conducido directamente por funcionarios, como lo eran José López Rega y su jefe de prensa Jorge Conti.
El sábado pasado, con participación de simpatizantes, militantes y funcionarios, hubo en un salón de San Miguel (partido bonaerense que alguna vez lo eligió a Aldo Rico como intendente), un acto oficialista con escenografía fascistoide en el que se anunció la creación de una agrupación llamada Fuerzas del cielo definida como “el brazo armado” de La Libertad Avanza. Dos días después el diputado Agustín Romo, uno de los organizadores, aseguró que había sido una broma, ya que Daniel Parisini (“El Gordo Dan”), el orador, aclaraba en una parte no difundida que él se había referido al brazo armado “con el arma más poderosa del siglo XXI”, el celular.
En el video que circuló se lo ve a Parisini exponiendo en un atril debajo de un cartel colgante con problemas de concordancia: “Argentina será el faro que ilumina al mundo”. Faro, además, es una palabra de reminiscencias mussolinianas. Así también denominaron a la fundación convocante.
“Fuerzas del cielo, que se está formando hoy aquí entre nosotros, es el brazo armado de La Libertad Avanza”, dice Parisini. En ese momento mira para abajo. Su mano izquierda disimula un ayuda memoria. Repasa la siguiente oración y la despacha: “Es la guardia pretoriana del presidente Javier Milei”. Aplausos y gritos. “…Todos sus soldados más leales, los que estuvieron desde el principio y los que van a estar hasta el final”. Más aplausos y más gritos. “Y vamos a estar hasta el final defendiendo el proyecto de país de nuestro líder Javier Milei y defendiendo sus ideales”. A continuación la concurrencia recita junto con el orador, como un mantra, el compendio de ideales que Milei suele repetir.
El lanzamiento del sello celestial no será un derroche de hondura dogmática pero la ambientación sí trasunta intención, planificación y esmero. En banderas rojas se leen las palabras propiedad, libertad, vida, Dios, Patria y familia. Las tres últimas, del léxico fascista, ya habían generado polémica cuando formaron parte del discurso de Milei en el acto de Parque Lezama. Casualmente Georgia Meloni, por estas horas de visita en la Argentina, tuvo que explicar durante la campaña de 2022 que ella no usaba “Dios, Patria y familia” para honrar a Mussolini sino que a su juicio conformaban un manifiesto de amor que atraviesa los siglos.
La referencia a la guardia pretoriana y a la tentación de ser parte de ella para defender a Milei por lo menos parece más rocambolesca. En el gobierno que lucha contra los privilegios tal vez no sepan que esa escolta de los emperadores romanos tenía el atractivo de que a sus miembros se les pagaba mucho mejor que al legionario estándar.
¿Pero para qué necesitaría Milei una guardia pretoriana si cuenta con un centenar de custodios profesionales? ¿O es esta otra metáfora como la de los celulares y lo quieren cuidar en las redes más de lo que ya lo hace el “ejército” de trolls? Mejor no decirles pretorianos, entonces, porque es un término asociado con la intriga, las conspiraciones, la traición. Y si no que lo diga Calígula.
La broma de hablar de un brazo armado del partido del gobierno, si lo fue, no parece haber causado gracia fuera del círculo de los autores y de la fábrica digital de ondas expansivas regenteada por Santiago Caputo. Suscitó una catarata de repudios esta expresión “brazo armado”, aunque muchos políticos opositores no evaluaron el episodio en el terreno estricto de la literalidad sino como una aviesa provocación premeditada. Si se diera crédito a la explicación de que se hablaba de celulares y no de armas de fuego, con mayor o menor satisfacción se podría desanudar la trampa retórica. Pero faltaría explicar el decorado. ¿Por qué razón la ambientación remitía a un contexto histórico e ideológico armónico con lo que se dijo que no se había querido decir?
Brazo armado es una expresión que hasta un escolar desaconsejaría usar en una arenga política en un país todavía traumatizado por la violencia de hace medio siglo. Hablar de grupos armados para metaforizar la “guerra” digital indica en el mejor de los casos ignorancia. Cero en historia. Las dimensiones que puede alcanzar la ignorancia se volvieron tenebrosas el día que una diputada nacional libertaria explicó que había ido a visitar a Alfredo Astiz a la cárcel porque no tenía idea de quién era.
Hubo y sigue habiendo en el mundo brazos armados de partidos, de carteles de droga, de dictaduras. Los grupos armados, que son centenares, van desde ETA y Estado Islámico hasta Águilas del Torbellino (brazo armado del Partido Social Nacionalista Sirio), las Caravanas Iconoclastas por el Librealbedrío (anarquistas chilenos), el Frente Revolucionario Unido (movimiento revolucionario de Sierra Leona financiado con diamantes de sangre), el Movimiento de Milicias de Estados Unidos (paramilitares de ultraderecha), Los hermanos de los bosques (guerrilleros georgianos originarios de Abjasia), Los voluntarios para la defensa de la patria (grupo de Burkina Faso antijihadista). Ninguno es como Fuerzas del cielo, un brazo armado de mentira, sólo una broma. Todos cargan decenas, quizás miles de muertos. No resultados digitales.
21/11/2024 a las 11:25 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La broma del “Gordo Dan”
Pablo Mendelevich
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
20/11/024
No hace falta irse a la Italia de Mussolini para encontrar camisas negras. El general José Félix Uriburu llamaba “Camisas negras argentinos” a los miembros de la Legión Cívica Argentina, grupo político y paramilitar que él mismo formó con “hombres patriotas” capaces de encarnar “el espíritu de la revolución de septiembre y que estuvieran moral y materialmente dispuestos a cooperar en la reconstrucción institucional del país”.
Para poder cooperar con mayor eficacia los muchachos recibían entrenamiento militar. Atacaban y secuestraban opositores, a quienes en muchas ocasiones torturaban.
De la Legión Cívica surgió la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), fundada por Juan Queraltó en 1937, organización que con cierta autonomía acompañó al peronismo en su surgimiento, pero que quedó subordinada en forma plena -vertical, cabría decir- a Perón partir de los años cincuenta, cuando pasó a manos de Guillermo Patricio Kelly. Se convirtió entonces en un grupo de choque del gobierno. La ALN ya no tenía vocación por las profundidades del debate ideológico como los fascistas de Queraltó, ocupada como estaba en hostigar al antiperonismo y sobre todo en romperles los huesos a comunistas, republicanos españoles refugiados en Buenos Aires y periodistas de los diarios liberales.
El sociólogo José Luis de Imaz (1928-2008), autor de la célebre investigación Los que mandan, había sido aliancista en su juventud. La ALN, escribió, terminaría “por convertirse en un hato de matones, delincuentitos reales o potenciales, y de presuntos grupos parapoliciales, hasta el estruendoso final wagneriano de 1955″. Referencia ésta a la irrupción de la Revolución Libertadora, cuando dos tanques Sherman del Ejército pulverizaron la sede de la ALN, en San Martín y Corrientes.
Está claro que aquel nacionalismo de ultraderecha fuertemente antisemita no tenía las mismas ideas que quienes ahora se llaman libertarios, por más que ambos coincidieran en aborrecer a “los zurdos de mierda” con idéntico fervor. Pero tal vez sea oportuno recordar que la mayor parte de las cosas ya están inventadas. Existe un largo historial de grupos extremistas paragubernamentales creados para apuntalar la patriótica causa oficialista cuya propensión a la violencia ha sido un rasgo persistente. También está la Triple A, desde luego, terrorismo de estado conducido directamente por funcionarios, como lo eran José López Rega y su jefe de prensa Jorge Conti.
El sábado pasado, con participación de simpatizantes, militantes y funcionarios, hubo en un salón de San Miguel (partido bonaerense que alguna vez lo eligió a Aldo Rico como intendente), un acto oficialista con escenografía fascistoide en el que se anunció la creación de una agrupación llamada Fuerzas del cielo definida como “el brazo armado” de La Libertad Avanza. Dos días después el diputado Agustín Romo, uno de los organizadores, aseguró que había sido una broma, ya que Daniel Parisini (“El Gordo Dan”), el orador, aclaraba en una parte no difundida que él se había referido al brazo armado “con el arma más poderosa del siglo XXI”, el celular.
En el video que circuló se lo ve a Parisini exponiendo en un atril debajo de un cartel colgante con problemas de concordancia: “Argentina será el faro que ilumina al mundo”. Faro, además, es una palabra de reminiscencias mussolinianas. Así también denominaron a la fundación convocante.
“Fuerzas del cielo, que se está formando hoy aquí entre nosotros, es el brazo armado de La Libertad Avanza”, dice Parisini. En ese momento mira para abajo. Su mano izquierda disimula un ayuda memoria. Repasa la siguiente oración y la despacha: “Es la guardia pretoriana del presidente Javier Milei”. Aplausos y gritos. “…Todos sus soldados más leales, los que estuvieron desde el principio y los que van a estar hasta el final”. Más aplausos y más gritos. “Y vamos a estar hasta el final defendiendo el proyecto de país de nuestro líder Javier Milei y defendiendo sus ideales”. A continuación la concurrencia recita junto con el orador, como un mantra, el compendio de ideales que Milei suele repetir.
El lanzamiento del sello celestial no será un derroche de hondura dogmática pero la ambientación sí trasunta intención, planificación y esmero. En banderas rojas se leen las palabras propiedad, libertad, vida, Dios, Patria y familia. Las tres últimas, del léxico fascista, ya habían generado polémica cuando formaron parte del discurso de Milei en el acto de Parque Lezama. Casualmente Georgia Meloni, por estas horas de visita en la Argentina, tuvo que explicar durante la campaña de 2022 que ella no usaba “Dios, Patria y familia” para honrar a Mussolini sino que a su juicio conformaban un manifiesto de amor que atraviesa los siglos.
La referencia a la guardia pretoriana y a la tentación de ser parte de ella para defender a Milei por lo menos parece más rocambolesca. En el gobierno que lucha contra los privilegios tal vez no sepan que esa escolta de los emperadores romanos tenía el atractivo de que a sus miembros se les pagaba mucho mejor que al legionario estándar.
¿Pero para qué necesitaría Milei una guardia pretoriana si cuenta con un centenar de custodios profesionales? ¿O es esta otra metáfora como la de los celulares y lo quieren cuidar en las redes más de lo que ya lo hace el “ejército” de trolls? Mejor no decirles pretorianos, entonces, porque es un término asociado con la intriga, las conspiraciones, la traición. Y si no que lo diga Calígula.
La broma de hablar de un brazo armado del partido del gobierno, si lo fue, no parece haber causado gracia fuera del círculo de los autores y de la fábrica digital de ondas expansivas regenteada por Santiago Caputo. Suscitó una catarata de repudios esta expresión “brazo armado”, aunque muchos políticos opositores no evaluaron el episodio en el terreno estricto de la literalidad sino como una aviesa provocación premeditada. Si se diera crédito a la explicación de que se hablaba de celulares y no de armas de fuego, con mayor o menor satisfacción se podría desanudar la trampa retórica. Pero faltaría explicar el decorado. ¿Por qué razón la ambientación remitía a un contexto histórico e ideológico armónico con lo que se dijo que no se había querido decir?
Brazo armado es una expresión que hasta un escolar desaconsejaría usar en una arenga política en un país todavía traumatizado por la violencia de hace medio siglo. Hablar de grupos armados para metaforizar la “guerra” digital indica en el mejor de los casos ignorancia. Cero en historia. Las dimensiones que puede alcanzar la ignorancia se volvieron tenebrosas el día que una diputada nacional libertaria explicó que había ido a visitar a Alfredo Astiz a la cárcel porque no tenía idea de quién era.
Hubo y sigue habiendo en el mundo brazos armados de partidos, de carteles de droga, de dictaduras. Los grupos armados, que son centenares, van desde ETA y Estado Islámico hasta Águilas del Torbellino (brazo armado del Partido Social Nacionalista Sirio), las Caravanas Iconoclastas por el Librealbedrío (anarquistas chilenos), el Frente Revolucionario Unido (movimiento revolucionario de Sierra Leona financiado con diamantes de sangre), el Movimiento de Milicias de Estados Unidos (paramilitares de ultraderecha), Los hermanos de los bosques (guerrilleros georgianos originarios de Abjasia), Los voluntarios para la defensa de la patria (grupo de Burkina Faso antijihadista). Ninguno es como Fuerzas del cielo, un brazo armado de mentira, sólo una broma. Todos cargan decenas, quizás miles de muertos. No resultados digitales.
21/11/2024 a las 11:29 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Libertarios contra las PASO y los debates presidenciales: más ánimo populista que liberal
Marcos Novaro
Fuente: TN
(*) Notiar.com.ar
17/11/024
Con las reformas electorales que está empujando estos días el oficialismo se comprueban dos leyes de hierro que gobiernan los pasos de Milei. La primera: cada vez que a él le sobra una moneda, porque logra un poco de aire para tomar la iniciativa, la invierte en polarizar, emprender o profundizar alguna batalla cultural que entusiasme a sus más fieles seguidores y acorrale incluso a sus aliados.
La segunda: las iniciativas más virulentas de Milei, y las afirmaciones agresivas con que las justifica, van dirigidas a provocar una reacción escandalizada y auto invalidante en sus adversarios. Que quedan discutiendo lo que al Presidente le conviene: la “amenaza fascista”, su propia responsabilidad en alguna experiencia de gestión o política fracasada, un episodio hoy ya irrelevante del pasado o cualquier otra tontería sin interés para la gran mayoría del público, permitiéndole a aquel seguir ocupando el centro de la escena y mostrándose como el único que moldea la agenda.
Se ocupa de problemas concretos y es capaz de empujar el país en alguna dirección, cualquiera sea. Porque los demás no tienen ninguna idea propia, o deben dar explicaciones por las que profesan, y en cualquiera de los dos casos solo sirven como punching ball del líder.
Es lo mismo que hizo Trump con sus adversarios, tanto en su primer mandato como en la última campaña electoral. Y le funcionó de maravillas, porque los demócratas casi siempre mordieron el anzuelo. Y en vez de aprender de la experiencia para lidiar mejor con él fueron extremando aún más sus reacciones: aumentaron la dosis de la medicina esperando que así tuviera efecto, y pasaron de escandalizarse ante la “amenaza autoritaria” a denunciar un fascismo en ciernes. Se abrazaron, en suma, a la república y perdieron ese instinto populista tan necesario en la política contemporánea, y que en tiempos de Barak Obama todavía les permitía esquivar trampas como estas.
¿Están camino a sufrir el mismo destino los opositores locales al mileismo? Al menos muestran cierta propensión a hacerlo. Unos, desde el kirchnerismo y la izquierda, porque soñar que combaten la “amenaza fascista” es lo único que parecen tener a mano para combatir el desánimo y la dispersión en sus filas. Y otros, los ex miembros de JxC, porque su existencia misma es cuestionada por cada avance libertario, y vienen de protagonizar un espectacular suicidio colectivo inspirado por la ocurrente consigna “república o populismo”, con la que pretenden insistir, un poco desesperados ante el peligro de extinguirse. Pese a que, como se sabe, la inmensa mayoría eligió ya entre distintas variantes de populismo, y lo más probable es que lo siga haciendo.
Pero la vida sigue y les brinda oportunidades para enmendarse. Y la ofensiva oficialista por imponer su paquete de reformas electorales, que se presentó por primera vez dentro de la Ley Bases original, luego se dejó de lado y ahora, sintiéndose el gobierno más consolidado, vuelve a ponerse en el tapete, más allá de cómo ha sido concebido siguiendo las dos leyes de hierro mencionadas, no deja de serlo.
Que con ellas Milei pretende acorralar a los demás con una discusión polarizada e invalidante de cualquier posición alternativa es bastante evidente: las opciones que plantea son defender “los intereses de casta” o apoyar el “imperio de la más amplia libertad”. Libertad que, en este terreno igual que en otros, consistiría para los libertarios en debilitar los criterios de equidad y equilibrio y eliminar toda regulación pública. Incluso las que se ha demostrado contribuyen a facilitar el acceso de los individuos a los mercados. En este caso, al mercado político.
Y persiguen estas reformas además, de modo aún más abierto, el objetivo vital para el gobierno de borrar del mapa a los moderados: porque les dificultan cualquier camino para competir en pie de igualdad y para formar alianzas, tanto en el campo opositor como en el propio, el oficialista.
El paquete en cuestión tiene por principal bandera terminar con las PASO que, como se sabe, han funcionado hasta aquí bastante mal, porque no estimulan la competencia dentro de las fuerzas políticas, son muy caras y, combinadas con el frecuente desdoblamiento de las elecciones, obligan a los ciudadanos a concurrir a las urnas 3 o hasta 4 veces en un año, un total despropósito.
Pero lo cierto es que, más allá de sus muchos defectos, el sistema vigente favoreció la formación de alianzas. Como prueba la experiencia de Cambiemos, que las utilizó para legitimar a sus líderes y candidatos desde su misma formación, en 2015, hasta que se convirtió en Juntos por el Cambio y finalmente naufragó, el año pasado. Es por eso que sus exintegrantes, tanto los que sueñan con aliarse ahora con los libertarios, como los que esperan hacerlo con el peronismo disidente u otras fuerzas, bregan por reformar la ley de 2009, no suprimirla: proponen hacerlas optativas tanto para partidos como para ciudadanos, abaratarlas e introducir otros cambios para relegitimarlas y favorecer la competencia entre corrientes en pugna, de modo de volverlas más útiles para sostener acuerdos pluripartidistas.
Y es por lo mismo que a La Libertad Avanza no le interesa nada de eso, y prefiere hacer tabla rasa. Pues el oficialismo, igual que el kirchnerismo, apuesta a no tener que competir por la composición de sus listas el año que viene con ningún aliado, al menos no con ninguno en condiciones de imponer condiciones. Y seguro tampoco va a haber en su seno disidencias organizadas, con las que sus líderes vayan a verse en la necesidad de negociar algo de eso: a los que podían reclamar ese rol ya los han marginado o neutralizado, todo va a pasar por las manos de jefes inapelables.
Se entiende entonces que desde ambos extremos del espectro político coincidan en este punto: libertarios y kirchneristas imaginan un sistema político dominado por movimientos personalistas, no por partidos, y por decisiones unilaterales, que se impongan sin contrastación alguna en sus espacios. Y si los ciudadanos quedan, en consecuencia, obligados a elegir entre dos opciones polarizadas, mejor.
Así, justo en simultáneo a que Milei y su gobierno se describan “poniendo el último clavo en el ataúd de Cristina”, descuelguen cuadros evitistas con la misma enjundia que ponía Néstor contra las imágenes de Videla, y sobreactúen aún más anulando jubilaciones de privilegio a diestra y siniestra, estén promoviendo leyes para moldear un sistema de competencia en que solo queden en pie ellos y la señora.
El resto del paquete de reformas va más o menos en la misma dirección: con unas pocas excepciones, apunta a debilitar a los partidos. En particular a los que no tengan acceso a las fuentes más opacas de financiamiento, como son las cajas negras del Estado -como las de de inteligencia-, las sindicales y las empresarias. Para lo cual se pretende eliminar la asignación pública de espacios de publicidad en radio y televisión, tal vez la única innovación positiva en este campo de la era K, subir los límites a los aportes corporativos y suprimir controles, que es cierto actualmente no son muy efectivos, pero suprimirlos no parece ser la mejor forma de resolverlo. Paradójicamente, mientras prácticamente se elimina el financiamiento público de las campañas, se mantiene el regular de las fuerzas partidarias, que suele ser el de uso más opaco y menos utilidad para los votantes.
También se busca eliminar las reglas establecidas en los últimos años para los debates presidenciales y liberar incluso a los candidatos de la obligación de participar en ellos, con la excusa de que deberían “espontáneamente acordar entre sí las condiciones para debatir”. Una buena forma de permitir que quienes lleven ventaja en la competencia no le den oportunidad a sus adversarios más débiles de ponerlos en aprietos.
Lo único que parece ir en dirección a mejorar el sistema de partidos es la elevación muy acotada del mínimo de votos necesario para que puedan seguir compitiendo, de 2 a 3% de los votos, y la necesidad de contar con avales en 10 en vez de 5 distritos para el reconocimiento de las fuerzas nacionales. Ambas modificaciones podrían servir para acotar la impresionante cantidad de partidos actualmente existente, que solo sirve para fragmentar el sistema y debilitar a las fuerzas con chance de volverse competitivas frente a las principales.
Pero el desafío principal, en particular para esas fuerzas, que hoy son sobre todo las del centro político, y están como el jamón del sándwich, acorraladas entre Milei y Cristina, va a ser debatir estas iniciativas sin aparecer ante el público defendiendo intereses de casta, ni un sistema al que la mayoría de la gente, sea por buenos o malos motivos, le desconfía. Y ofrecer alternativas mejores, tanto en términos republicanos como liberales. Es decir, más favorables al ejercicio de los derechos políticos por parte de los individuos.
Alternativas que en este caso, para su fortuna, son bastante fáciles de formular y justificar. Pero requieren algo más: que dejen de pelearse y dividirse, y recuperen una mínima capacidad de coordinación entre ellas. Como la que consiguieron cuando negociaron con el Gobierno la Ley Bases, la reforma del impuesto a las ganancias o el proyecto de boleta única.
Finalmente tienen una ventaja de su lado, que deberían ser capaces de hacer pesar: en estos temas tienen mucho más know how, más acuerdos y por tanto más chances de lograr que el oficialismo se vea obligado a apoyar sus propuestas, de las que tiene éste de imponer las suyas junto al kirchnerismo. Al que no le importa la suerte de los debates presidenciales, las PASO ni el financiamiento de las fuerzas con menos sostén corporativo. Pero tampoco va a querer regalarle tantas ventajas al Gobierno.
21/11/2024 a las 12:44 PM
AL DOCTOR EN POLITICA Y FILOSOFO EXCELSO, NO LE GUSTAN LAS CRITICAS, POR ESO SE ESCRIBE Y SE CONTESTA SOLO.
UN DATO QUE REVELA QUE NO QUIERE ESCUCHAR OTROS PENSAMIENTOS POR TEMOR A CONVENCERSE QUE NO TIENE RAZON. MUESTRA SU DEBILIDAD ARGUMENTAL.
PARECE UN UNIPERSONAL EN EL TEATRO DIGITAL DEL INFORMADOR PUBLICO.
PODRIAMOS TITULAR LA OBRA: » SOLILOQUIO DE UN COMEGATO», QUE TUL !!