Por Hernán Andrés Kruse.-

A comienzos de agosto Javier Milei, quien luego obtendría un resonante triunfo en las PASO, hizo público su plan de gobierno en caso de sentarse en el Sillón de Rivadavia a partir del 10 de diciembre. En ese momento el libertario afirmó con vehemencia que La Libertad Avanza es la única fuerza política que cuenta con un plan de gobierno concreto capaz de terminar de una vez por todas con la inflación, el desempleo y las crisis sanitaria, educativa, alimentaria y habitacional que vienen mortificando a los argentinos desde hace mucho tiempo. Milei está convencido de la imperiosa necesidad de ejecutar una profunda reforma del Estado, lo que en la práctica implicaría la eliminación de numerosos ministerios, jefaturas de Gabinete y despidos de los empleados públicos contratados este año. También proyecta el cierre o la eliminación de aquellas empresas públicas y organismos estatales que no son más que guaridas de los ñoquis de la política, en obvia alusión a los militantes de La Cámpora.

Como era previsible semejantes anuncios provocaron escozor en el oficialismo. Es lógico que ello sucediera ya que el plan de gobierno del libertario se sitúa en las antípodas ideológicas del Estado de Bienestar enaltecido por Juntos por el Cambio. En este punto es conveniente destacar lo siguiente: Javier Milei lejos está de ser un desquiciado, como lo afirman muchos. Por el contrario, el libertario se expresa de semejante manera porque está imbuido de los principios económicos, políticos y filosóficos del liberalismo libertario, o lo que es lo mismo, del anarcocapitalismo. Sus dichos sobre el Estado no hacen más que reflejar lo que piensan sobre el tema los más preclaros exponentes de esta corriente de pensamiento, como Murray N. Rothbard. Uno de sus libros más conocidos lleva por título “Anatomía del Estado” (Auburn: Mises Institute, 2000 (1974). A continuación paso a transcribir partes de su obra que reflejan diáfanamente su pensamiento sobre el Estado.

LO QUE EL ESTADO NO ES

“El Estado es considerado casi universalmente como una institución de servicio público. Algunos teóricos veneran al Estado como la apoteosis de la sociedad; otros lo consideran como una amigable, aunque algunas veces ineficiente, organización para el logro de fines sociales; pero casi todos lo consideran como un medio necesario para lograr los objetivos de la humanidad, un medio a ser contrapuesto al “sector privado” y que usualmente gana en esta competencia por recursos. Con el surgimiento de la democracia, la identificación del Estado con la sociedad se ha redoblado, hasta el punto que es común escuchar la expresión de sentimientos que virtualmente violan todos los principios de la razón y el sentido común, tales como “nosotros somos el gobierno”. El útil término colectivo “Nosotros” ha permitido que un camuflaje ideológico haya sido extendido sobre la realidad de la vida política. Si “nosotros somos el gobierno”, entonces todo lo que un gobierno le haga a un individuo no es sólo justo y no-tiránico, sino también voluntario de parte del individuo involucrado. Si el gobierno ha incurrido en una enorme deuda pública la cual debe ser pagada gravando a un grupo en beneficio del otro, la realidad de la carga es oscurecida al decir que “nos lo debemos a nosotros mismos”; si el gobierno recluta a un hombre, o lo encierra en prisión por sus opiniones disidentes, entonces “se lo hizo a sí mismo”, y por lo tanto, nada grave ha sucedido. De acuerdo a este razonamiento, cualquier judío asesinado por el gobierno Nazi no fue realmente asesinado, sino que debe haber “cometido suicidio”, ya que los judíos eran el gobierno (el cual fue democráticamente electo) y, en consecuencia, cualquier cosa que el gobierno les haya hecho fue voluntario de su parte.

Uno pensaría que no es necesario elaborar sobre este punto, y sin embargo la gran mayoría de la población cree en esta falacia en menor o mayor grado. Debemos entonces enfatizar que “nosotros” no somos el gobierno, el gobierno no es “nosotros”. El gobierno no representa en ningún sentido preciso, a la mayoría del pueblo. Pero aún si lo hiciera, aún si el 70% de la población decidiera asesinar al restante 30%, eso sería de todas formas asesinato y no suicidio voluntario de parte de la minoría masacrada. A ninguna metáfora organicista ni calmante irrelevante de que “todos somos parte del otro” debe permitírsele oscurecer este hecho básico. Si, entonces, el Estado no es “nosotros”, si no es la familia humana juntándose para decidir sobre sus problemas comunes; si no es una reunión de una logia o “Country Club”; ¿qué es el Estado? Brevemente, el Estado es aquella organización en la sociedad que intenta mantener un monopolio sobre el uso de la fuerza y la violencia en una determinada área territorial; en particular, el Estado es la única organización que obtiene sus ingresos, no a través de contribuciones voluntarias o el pago por servicios prestados, sino a través de la coerción. Mientras que otros individuos o instituciones obtienen sus ingresos por medio de la producción de bienes y servicios y por la venta voluntaria y pacífica de dichos bienes y servicios a otros individuos, el Estado obtiene su renta mediante el uso de la compulsión, es decir, la amenaza de la cárcel y la bayoneta. Luego de usar la fuerza y la violencia para obtener sus ingresos, pasa a regular las demás acciones de sus súbditos individuales. Uno pensaría que la simple observación de todos los Estados a lo largo de la historia y sobre todo el globo terráqueo, sería suficiente prueba de esta afirmación; pero el aura de mito ha envuelto por mucho tiempo las actividades del Estado, que cierta elaboración es necesaria”.

CÓMO SE PRESERVA EL ESTADO A SÍ MISMO

“Una vez que el Estado ha sido establecido, el problema del grupo o casta dominante es cómo mantener su dominio. Mientras que la fuerza es su modus operandi, su problema básico y de largo plazo es ideológico. Pues para continuar a cargo, cualquier gobierno (no solamente uno democrático) debe tener el apoyo de la mayoría de sus súbditos. Este apoyo, se debe hacer notar, no necesariamente debe ser entusiasmo activo, muy bien puede ser resignación pasiva, como ante una inevitable ley de la naturaleza. Mas apoyo debe haber, en el sentido de aceptación de algún tipo; de otra manera la minoría de gobernantes del Estado eventualmente sería abrumada por la activa resistencia de la mayoría del público. Debido a que la depredación debe ser mantenida a partir de los excedentes de la producción, es necesariamente cierto que la clase constituyente del Estado -la burocracia permanente y la nobleza- debe ser una minoría bastante pequeña del país, aunque puede, desde luego, comprar aliados entre los grupos importantes de la población. Por lo tanto, la principal tarea de los gobernantes es siempre asegurar la aceptación activa o resignada de la mayoría de los ciudadanos.

Por supuesto, uno de los métodos para asegurarse apoyo es la creación de privilegios. Por lo tanto, el rey solo no puede gobernar, debe tener un grupo considerable de seguidores quienes disfrutan de las prerrogativas del dominio, por ejemplo, los miembros del aparato estatal, tales como la burocracia permanente o la nobleza consolidada. Pero este método garantiza solamente una minoría de seguidores ávidos y, hasta la fundamental compra de apoyos a través de subsidios y el otorgamiento de privilegios no es capaz de lograr el consentimiento de la mayoría. Para lograr tal consentimiento la mayoría debe ser convencida por medio de la ideología de que su gobierno es bueno, sabio, al menos inevitable y ciertamente mejor que las alternativas concebibles. La tarea social fundamental de los “intelectuales” es promover dicha ideología entre la gente. Pues las masas de hombres no crean sus propias ideas, es más, ni siquiera piensan a través de ellas independientemente, sino que siguen pasivamente las ideas adoptadas y diseminadas por el cuerpo de intelectuales. Los intelectuales son, por lo tanto, los “formadores de opinión” en la sociedad. Y ya que precisamente lo que el Estado necesita desesperadamente es el moldeamiento de la opinión pública, la base de la antigua alianza entre el Estado y los intelectuales se hace clara. Es evidente que el Estado necesita a los intelectuales; no es tan evidente por qué los intelectuales necesitan al Estado. En pocas palabras, podemos afirmar que el sustento de los intelectuales en un mercado libre nunca está demasiado seguro, pues estos deben depender de los valores y elecciones de las masas de sus compatriotas y es precisamente característico de las masas que generalmente están desinteresadas en los asuntos intelectuales.

El Estado, por otro lado, está dispuesto a ofrecerles a los intelectuales una posición permanente dentro del aparato estatal y, por lo tanto, renta segura y la panoplia del prestigio. Pues el intelectual será recompensado generosamente por la importante función que desempeña para los gobernantes, grupo del cual ahora pasa a formar parte. La alianza entre el Estado y los intelectuales fue simbolizada por el deseo ansioso de profesores de la Universidad de Berlín durante el siglo XIX de formar la “guardia intelectual de la Casa de Hohenzollern”. En la actualidad, debemos notar el comentario revelador de un eminente académico marxista en relación al estudio crítico del profesor Wittfogel sobre el antiguo despotismo oriental: “La civilización que el profesor Wittfogel está atacando tan amargamente era una que podía convertir poetas y académicos en funcionarios”. De innumerables ejemplos, podemos citar el desarrollo reciente de la “ciencia” de la estrategia, al servicio del brazo más violento del gobierno, el militar. Además, una institución venerable, es la del historiador oficial o de la “corte”, dedicada a proporcionar la visión del gobernante sobre sus propias acciones y las de sus predecesores. Muchos y variados han sido los argumentos mediante los cuales el Estado y sus intelectuales han inducido a sus súbditos a apoyar su hegemonía. Básicamente la cadena del argumento puede ser resumida así: (a) los gobernantes estatales son hombres grandiosos y sabios (gobiernan por “gracia divina”, son la “aristocracia” de los hombres, son los “expertos científicos”), mucho más grandiosos y sabios que los buenos pero bastante simplones súbditos y (b) la hegemonía del gobierno es inevitable, absolutamente necesaria y muchísimo mejor que los indescriptibles males que surgirían después de su caída.

La unión de la iglesia y el estado fue una de las más antiguas y exitosas de estos instrumentos ideológicos. El gobernante o era bendecido por Dios o, en el caso de muchos despotismo orientales, él mismo era Dios; por lo tanto, cualquier resistencia a su dominio sería blasfemia. Los sacerdotes estatales realizaban la labor intelectual básica de obtener el apoyo popular e incluso la adoración de los gobernantes. Otra arma exitosa era inspirar miedo de cualquier forma alternativa de gobierno o desgobierno. Los gobernantes actuales, se mantenía, proveen a los ciudadanos de un servicio esencial, por el cual deben estar de lo más agradecidos: protección contra criminales esporádicos y merodeadores. Pues el Estado, para mantener su propio monopolio de la depredación, en efecto se aseguraba que el crimen privado y esporádico fuese mantenido al mínimo; el Estado siempre ha sido celoso de su propio dominio. Especialmente el Estado ha sido exitoso en siglos recientes en inspirar miedo de otros gobernantes. Ya que la superficie terrestre del Globo ha sido parcelada entre Estados particulares, una de las doctrinas básicas del Estado fue identificarse a sí mismo con el territorio que gobernaba. Como muchas personas tienden a amar su tierra natal, la identificación de dicha tierra y su gente con el Estado era un medio de hacer trabajar al patriotismo natural a favor del Estado. Si “Ruritania” estaba siendo atacada por “Walldavia”, la primera tarea del Estado y sus intelectuales era convencer a los habitantes de Ruritania de que el ataque era realmente contra ellos y no simplemente contra la casta gobernante. De esta forma, una guerra entre gobernantes fue convertida en una guerra entre pueblos, con cada pueblo saliendo en la defensa de sus gobernantes, bajo la creencia errónea de que los gobernantes los estaban defendiendo a ellos.

Este truco del “nacionalismo” ha sido exitoso solamente, en la civilización Occidental, en siglos recientes; no hace mucho tiempo que las masas de súbditos consideraban las guerras como batallas irrelevantes entre distintos grupos de nobles. Numerosas y sutiles son las armas ideológicas que el Estado ha empuñado durante siglos. Un arma exitosa ha sido la tradición. Mientras más largo sea el tiempo que el gobierno del Estado ha sido capaz de preservarse a sí mismo, esta arma es más poderosa; pues entonces las dinastía X o el Estado Y tiene el peso aparente de siglos de tradición tras de sí. La adoración de nuestros ancestros se convierte entonces en un medio no tan sutil de adoración de nuestros gobernantes ancestrales. El mayor peligro para el Estado es la crítica intelectual independiente; no hay mejor manera de reprimir dicha crítica que atacando cada voz aislada, cada promotor de nuevas dudas, como un profano violador de la sabiduría de sus ancestros. Otra potente fuerza ideológica es depreciar al individuo y exaltar la colectividad de la sociedad. Puesto que cualquier gobierno necesita aceptación de la mayoría, cualquier peligro ideológico para dicho dominio sólo puede surgir a partir de unos pocos individuos de pensamiento independiente. La nueva idea, mucho menos la nueva crítica idea, necesita comenzar como una opinión de una pequeña minoría; por lo tanto, el Estado debe cortar dicha visión de raíz ridiculizando cualquier idea que desafía las opiniones de las masas. El “Escuchad sólo a vuestro hermano” o “ajústese a la sociedad”, por lo tanto, se transforman en armas ideológicas para aplastar la disidencia. Con tales medidas las masas nunca aprenderán sobre la inexistencia del traje de su emperador.

También es importante para el Estado hacer parecer inevitable su dominio; aún si su reinado es impopular será enfrentado entonces con resignación pasiva, como atestigua el aparejamiento familiar de “muerte e impuestos”. Un método es inducir al determinismo historiográfico en oposición a la libre voluntad individual. Si la dinastía X nos gobierna, esto es debido a que las “Leyes Inexorables de la Historia” (o la Voluntad Divina, o el Absoluto, o las Fuerzas Materialistas Productivas) lo han decretado así y nada que un endeble individuo pueda hacer podría cambiar ese decreto inevitable. También es importante para el Estado inculcar a sus súbditos una animadversión por cualquier “teoría de conspiración de la historia”; pues la búsqueda de “conspiraciones” significa una búsqueda de motivos y la atribución de responsabilidades por las fechorías históricas. Sin embargo, si cualquier tiranía, corrupción o guerra agresiva impuesta por el Estado, no fue causada por los gobernantes del Estado, sino por las misteriosas y secretas “fuerzas sociales”, o por el imperfecto estado del mundo, o si de alguna manera todo el mundo fuese responsable (“Todos somos asesinos”, proclama un eslogan), entonces no tiene sentido que la gente se sienta indignada y se levante en contra de tales crímenes. Además, un ataque contra las “teorías de conspiración” significa que los súbditos se harán más crédulos al tragarse las razones de “bienestar general” que siempre son presentadas por el Estado para dedicarse a cada una de sus actividades despóticas. Una “teoría de conspiración” puede desestabilizar el sistema al causar que el público dude de la propaganda ideológica del Estado.

Otro método probado y auténtico para doblegar a sus súbditos a la voluntad del Estado es inducir sentimientos de culpa. Cualquier incremento en el bienestar privado puede ser atacado como “avaricia escandalosa”, “materialismo” o “excesiva opulencia”; el producir ganancias puede ser atacado como “explotación”, “usura”; intercambios mutuamente beneficiosos denunciados como “egoísmo” y, de alguna manera, siempre llegando a la conclusión que más recursos deben ser desviados del sector privado al “público”. La culpa así inducida hace al público más presto a aceptar exactamente eso. Pues mientras las personas individuales tienden a dejarse llevar por la “avaricia egoísta”, la incapacidad de los gobernantes de comprometerse en intercambios se supone que debe representar su devoción a causas más elevadas y nobles, siendo aparentemente la depredación parasítica moral y estéticamente magnánima en comparación con el trabajo pacífico y productivo. En la presente, más secular, época el derecho divino del Estado ha sido suplido mediante la invocación de un nuevo dios: la Ciencia. Se proclama ahora que el gobierno del Estado es ultracientífico, al constituir planificación por expertos. Pero, a pesar que la “Razón” es invocada más frecuentemente que en siglos anteriores, esta no es la verdadera razón del individuo y su ejercicio del libre albedrío; esta es aun colectivista y determinista, implica agregados integrales y la manipulación coercitiva de los pasivos súbditos por parte del Estado. El creciente uso de la jerga científica les ha permitido a los intelectuales del Estado tejer apologías obscuras del Estado que sólo habrían sido ridiculizadas por los habitantes de una época más sencilla. Un ladrón que justificase sus robos diciendo que en realidad él ayuda a sus víctimas, al estimular las ventas minoristas con sus gastos, hallaría muy pocos conversos; pero cuando esta teoría es disfrazada con ecuaciones Keynesianas y referencias impresionantes al “efecto multiplicador” desafortunadamente posee más convicción.

De manera que el asalto al sentido común continúa, cada época realizando la tarea a su propio modo. De manera que, siendo el apoyo ideológico algo vital para el Estado, este debe intentar impresionar incesantemente al público con su “legitimidad”, para distinguir sus actividades de los meros bandidos. Sus constantes asaltos al sentido común no son un accidente, pues como Mencken vívidamente mantuvo: “El hombre promedio, cualesquiera que sean sus otros errores, al menos ve claramente que el gobierno es algo que está fuera de él y de la generalidad de sus semejantes -es decir, un poder separado, independiente y hostil, sólo parcialmente bajo su control y capaz de causarle gran daño. ¿Es un hecho insignificante que robar al gobierno es considerado en todas partes como un crimen de menor magnitud que robar a un individuo, o aun a una corporación? Lo que está detrás de todo esto, creo yo, es un profundo sentido del antagonismo fundamental entre el gobierno y la gente a la que gobierna. Este es entendido, no como un comité de ciudadanos escogidos para encargarse de los asuntos comunales de toda la población, sino como una corporación separada y autónoma, principalmente avocada a la explotación de la población para el beneficio de sus propios miembros [los del Estado]… Cuando un ciudadano privado es robado, una persona valiosa es privada de los frutos de su trabajo y ahorros; cuando un gobierno es robado lo peor que pasa es que ciertos granujas y parásitos tendrán menos dinero para jugar que antes. La noción de que ellos se ganaron ese dinero nunca es considerada; para la mayoría de las personas sensibles dicha noción sería ridícula”.

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