Por Hernán Andrés Kruse.-

La crisis de 2001 aún está fresca en nuestra memoria. El 1 de diciembre Domingo Felipe Cavallo dispuso una virtual confiscación del dinero que los pequeños y medianos ahorristas tenían depositado en los bancos. Los grandes ahorristas no tuvieron problema alguno ya que en los días previos sorpresivamente hicieron los retiros correspondientes de sus fortunas. Información privilegiada, que le dicen. La implosión de la convertibilidad era inminente y el gobierno de la Alianza no podía permitir que recayera sobre los bancos. “¡Hay que salvar a los bancos!”, gritó desaforado Cavallo antes de instaurar el “corralito”. Cavallo salvó a los bancos pero condenó a la desesperación a millones de argentinos que, luego de ahorrar durante años, vieron como en un santiamén su dinero se evaporaba. Una nueva demostración de poder del orden conservador, una nueva demostración de su frialdad e inhumanidad. El “corralito” no fue, pues, un problema exclusivamente económico. Fue un problema profundamente humano. Porque lo que hizo el gobierno de la Alianza fue jugar con la vida de millones de compatriotas, muchos de ellos ancianos desvalidos. Algunos, aquejados por graves dolencias, fallecieron al no poder retirar a tiempo el dinero que necesitaban para curarse. El caso del conocido periodista García Blanco fue el más notorio. Apenas conocida la decisión del gobierno de imponer el “corralito”, los damnificados salieron a la calle para exigir la devolución de su dinero. Al compás de las cacerolas, los centros financieros de las principales ciudades del país se transformaron en “zonas de guerra”. Los bancos, protegidos por gruesas vallas metálicas, se transformaron en guarniciones militares. Fue vergonzoso ver a miles y miles de personas, muchas de ellas mayores, descerrajar toda su furia contra los bancos. Se vivieron momentos de alta tensión, no sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sino también en el resto de las ciudades más importantes del país. Pero nadie imaginó lo que sucedería el 19 y el 20 de diciembre. El 19 cayó un miércoles. El calor ya era agobiante y el malhumor social crecía constantemente. Durante la mañana se produjeron varios saqueos contra supermercados protagonizados por personas humildes, tal como había acontecido en las postrimerías del gobierno de Alfonsín. Tiempo después De la Rúa culparía de los saqueos al por entonces gobernador bonaerense Carlos Ruckauf. Mientras los supermercados eran el blanco de la desesperación de los humildes, los bancos lo eran de la ira de los sectores medios y medios altos. Una situación horrorosa. Pero aún faltaba lo peor. Ese miércoles por la tarde De la Rúa decidió decretar el estado de sitio para garantizar el orden público. Fue la gota que rebalsó el vaso. Horas más tarde, cuando la noche se acercaba miles y miles de ciudadanos, en Buenos Aires y en varias ciudades del país, salieron a la calle haciendo sonar las cacerolas en señal de hartazgo por la situación. En ese momento comenzaron a exigir que todos se fueran del poder. La anomia se había apoderado de la Argentina. El gobierno quedó al borde del knockout. Cerca de la medianoche la Plaza de Mayo estaba colmada de furiosos manifestantes mientras Cavallo estaba virtualmente preso en su propio domicilio. La situación del ministro era insostenible. Creyendo que eyectándolo del poder De la Rúa lograría recuperar el control social, no hizo más que cometer un grosero error de cálculo. El despido de Cavallo no logró amainar la furia cacerolera. Los manifestantes iban por todo, iban por el propio De la Rúa. Con el correr de las horas los caceroleros comenzaron a retirarse siendo ocupadas las calles por otro tipo de manifestantes. Ahora quienes “protestaban” eran activistas profesionales. El jueves 20 amaneció tenso y caluroso. La chispa que encendió el incendio fue la decisión de la caballería de arremeter contra las Madres. A partir de entonces la situación se descontroló de manera harto peligrosa. La televisión comenzó a registrar verdaderos combates entre las fuerzas de seguridad y los activistas, mientras los carros hidrantes cumplían con su función. La Plaza de Mayo perdió su habitual fisonomía. Había pasado a ser una zona de guerra. Lo peor sucedió cuando aparecieron los muertos, más de treinta en todo el territorio nacional. Promediando la tarde, De la Rúa invitó al peronismo a conformar un gobierno de unidad nacional. Sus máximos referentes, atrincherados en San Luis, se limitaron a esperar su inminente caída. Solo y abatido, el presidente firmó la renuncia de puño y letra y abandonó la casa Rosada en helicóptero.

Es bueno tener memoria, es bueno recordar nuestras tragedias que tanto costaron en vidas humanas. La de diciembre de 2001 no fue la excepción. El país estaba al borde de la anarquía. Afortunadamente, la clase política se puso los pantalones largos y logró restablecer el orden político y jurídico según lo establece la Constitución Nacional. Lamentablemente, se perdieron vidas humanas, lo más preciado que existe sobre la tierra. Inexplicablemente (o quizás no tanto), aún hay quienes en el país pareciera que no han aprendido de la historia. Si no, no se explica cómo una dirigente de la envergadura de Elisa Carrió haya dicho hace unos días que sectores cercanos al kirchnerismo duro tienen intención de socavar la legitimidad del gobierno de Macri. Perfecta conocedora de nuestro duro pasado, sabe muy bien el peso de sus opiniones. Consciente de los revuelos que provoca, salió a provocar una vez más con una acusación temeraria, echando más leña a un fuego que amenaza con expandirse. Lo mismo cabe decir respecto a uno de los columnistas más leídos del país, Joaquín Morales Solá, quien el miércoles 8 de junio publicó en La Nación un artículo titulado “Maniobras montadas sobre un delicado momento social”, en el que advierte sobre la probabilidad de un intento de parte del kirchnerismo duro de desestabilizar al gobierno de Cambiemos. Dice el autor: “(…) El núcleo duro del kirchnerismo está propalando la idea de que un sector importante de la sociedad sufre el hambre de manera insoportable” (…) “En ese espacio socialmente sensible (el conurbano bonaerense), siempre vacilante, los cristinistas están llamando a futuras movilizaciones hacia los supermercados, según información que recibió el gobierno de Macri de intendentes propios y de peronistas que aspiran a un proyecto de poder más ambicioso que el caos” (…) “es cierto que el plan económico de Macri atraviesa el peor momento en cuanto a sus repercusiones sociales. De hecho, el presidente debió rectificar el nivel de los aumentos tarifarios” (…) “El cristinismo teme que el segundo semestre sea más benévolo socialmente y que los argentinos comiencen a percibir un alivio en la inflación, en la oferta de empleo y en la capacidad de compra” (…) “La empresa de encuestas Isonomía constató en su última medición que la gestión del presidente tiene el apoyo del 63% de la sociedad. Pero también verificó que lo que más apremia a la sociedad ahora es la economía. No obstante, mejoraron las buenas expectativas respecto del futuro económico y hasta del empleo. Por primera vez, apareció una expectativa menor de inflación respecto del mes pasado. En síntesis: una mayoría social sabe que el momento que atraviesa es malo, pero confía en que Macri puede ser la solución. En este contexto, el cristinismo teme que la realidad contradiga su versión apocalíptica del futuro. Algunos intendentes y ex intendentes peronistas, y sobre todo del Frente para la Victoria, están recorriendo los barrios más carenciados del conurbano, donde pronuncian discursos de fuego sobre la situación social” (…) “Algunos de ellos (los intendentes peronistas) escucharon decir a Carlos Kunkel…que hay que “forzar el éxito”. Esto es: apurar el supuesto fracaso de la administración del presidente. En los “intentos de agitación”, según la fórmula elegida por una alta fuente del gobierno nacional, también militan el infaltable Luis D´Elía y Fernando Esteche…Un papel no menor en este plan lo cumplen los dirigentes de La Cámpora (o algunos de ellos), entrenados para ejercitar una suerte de foquismo” (…) “El cristinismo habría decidido usar el peor momento económico de Macri para forzar (según el término de Kunkel) el fracaso del presidente” (…) “Si se hurga en la composición de los conspiradores, la primera constatación es que significan una minoría política. La segunda comprobación es que son una fuente de preocupación para la mayoría peronista; ésta sabe que ni el foquismo, ni el cristinismo fanático, ni la conspiración evidente constituyen un proyecto de poder, que es el único proyecto del peronismo. Los conspiradores podrían separarse en tres grupos. Uno está integrado por los jóvenes exaltados de La Cámpora, que tienen su explicación: la exaltación y el fanatismo suelen formar parte de la juventud. Un segundo grupo está compuesto por dirigentes impregnados por una ideología nacionalista y antigua que desprecia a Macri. La última está constituida por los que fueron jóvenes peronistas revolucionarios y ahora son viejos y perdieron el poder. El problema sin solución de éstos es que carecen de tiempo para volver a vivir, desde el centro del poder, una primavera cristinista”.

El gobierno de Cambiemos estaría, pues, en peligro. Grupos kirchneristas dominados por el fanatismo y el odio de clase estarían conspirando contra Macri. Su objetivo sería desestabilizar el conurbano para socavar la legitimidad del nuevo gobierno. Cuesta creer que un columnista político experimentado como Morales Solá haya escrito tan burda chicana política. Porque en eso consiste su artículo. El gobierno de Cambiemos ha adoptado medidas muy antipáticas, pero eran necesarias para “sincerar” la economía., quiere hacernos creer Morales Solá. Como los nostálgicos del kirchnerismo no quieren saber nada con dicho sinceramiento, han decidido conspirar contra el presidente de la nación. En consecuencia, si en el segundo semestre hay manifestaciones contrarias al gobierno, ello se deberá a un plan conspirativo perfectamente diseñado por Carlos Kunkel y sus “camaradas”. Demasiado burda la operación política de Morales Solá. Porque él sabe muy bien que la realidad es harto diferente. En efecto, lo que sucede es que Macri y su “equipo” creyeron que con su sola presencia en el poder al día siguiente lloverían los dólares y se produciría una inmediata invasión de inversiones foráneas. Creyeron que en pocos meses nadie se acordaría del kirchnerismo porque la “bomba neutrónica” que dejaron como herencia sería desactivada en poco tiempo. La verdad es que se estrellaron contra una realidad muy dura y complicada. Obsesionados con el sinceramiento de la economía se lanzaron a tomar medidas que no hicieron más que profundizar los problemas que nos aquejaban al término del segundo mandato de Cristina. Lejos de aminorar, la inflación aumentó. Lo mismo cabe decir respecto al desempleo. La moneda cada día vale menos y la inmensa mayoría de las familias argentinas hacen malabarismos para llegar a fin de mes. Macri y su “equipo” creyeron que tomando de entrada una serie de medidas “antipáticas”, en el segundo semestre comenzaría la bonanza. Ello no sucedió. El segundo semestre se presenta tanto o más sombrío que el primero. Gabriela Michetti lo acaba de ilustrar con la imagen del túnel oscuro. Recién el año que viene, reconoció, podrían aparecer los primeros síntomas de reactivación económica. Hoy el panorama es harto difícil porque a la alta inflación se le suma un alto desempleo. Inflación más desempleo es estanflación. Estamos, efectivamente, al borde de la estanflación y ello no es responsabilidad de La Cámpora ni de Kunkel sino de un gobierno que cree que no molestando a los “mercados” la economía volverá a marchar viento en popa. Si durante el segundo semestre-y Dios quiera que ello no suceda-se producen cimbronazos sociales, el único responsable será un gobierno insensible e impiadoso, que prioriza el interés de la oligarquía sobre el interés de la clase trabajadora.

Share