Por Italo Pallotti.-
La vida cotidiana nos va llevando en esta Argentina de la desazón y la angustia de modo permanente a plantearnos qué quedó de aquella época juvenil, donde a pesar, por ejemplo, de la pobreza y la falta de recursos para emprender pequeñas cosas, en el fondo había una mirada, aunque inconsciente, de un mañana que traería alguna bonanza, un futuro promisorio, o simplemente la posibilidad de una vida en paz; cualquiera fuera el encuadre que diéramos a nuestro estudio o trabajo. Existía en el fondo una mirada de nuestros mayores que no nos permitían ser mudables, inconstantes en nuestros procederes; y porque además la sociedad estaba estructurada de tal manera que imprimían, entre ambos, familia y comunidad reglas que marcaban a fuego el camino para ser útiles a ella. No había, por entonces, déspotas resentidos o secuaces que se prestaran a un juego peligroso que contaminaran el cuerpo social. Tampoco elementos que generaran tanto suplicio, tanta bronca. En general, a pesar de los errores, la meta era el futuro. Porque, sobre todo, la línea entre el bien y el mal quedaba perfectamente definida. Y la mente, esa cosa intangible, pero de alcances poderosos se encarga de manejar nuestros recuerdos; aparece y nos indaga de continuo lo que somos y quienes son quienes nos rodean.
Dicho esto, hoy nos cachetea una realidad que nos ha hecho retroceder de un modo casi feroz, demoledor de anhelos. Aquellas utopías que supimos abrazar, se esfumaron. Las devoró un tiempo en que la educación y los ejemplos fueron triturados por comportamientos contra natura. Todo es incierto, Todo cubierto de una banalidad e ignorancia que produce dolor. Todo en un varieté de unos contra otros, en pequeñas tragedias, donde tanto la vida, como los principios son deglutidos por una especie de fantasmal tragamonedas, donde eso que insertamos con afán se lo consume el brutal comportamiento de un alguien que, aún sin conocerlo, nos produce un daño terrible.
Hay momentos, como el actual, en que esa catarata irracional del semejante tiene nombre y apellido. Tantos como los que quisiéramos olvidar y sin embargo están ahí como una rémora infecciosa de la que la sociedad no puede liberarse. Varios episodios con personajes que por incapacidad manifiesta del cuerpo social o por inacción de la Justicia pululan entre nosotros. Sin que ello pretenda ser una crónica concluyente, veamos: Cristina tratando de cachivache al Presidente en un pasaje más de su grosería conceptual. Víctima de un micromundo que se le opaca. El expresidente Fernández, en uno de sus habituales tours por Tribunales, para la nada, mientras sus causas parecen formar parte del chiquitaje tribunalicio. El preso (en Córdoba) que se percibe mujer, recala en el pabellón de mujeres; viola y embaraza. Todo trucho, feo. La muerte (entre cientos) inexplicable de los dos niños. Los ministros de Seguridad que hablan, sugieren, se sacan culpas y nada parece cambiar. Los Centros de Hormonización en la provincia de Bs.As. Oprobio. Desmentida y como siempre dos verdades, o dos mentiras, según de qué lado. Los mapuches que reaparecen. Jones Huala reivindica la lucha armada, tan campante como en sus viejos tiempos de andanzas. Un gobernador (Kicillof) jaqueado por una delincuencia que aterra. Sin novedad. Los piromaníacos patagónicos sembrando el horror. Todo esto en una representación siniestra. En una lúgubre sin razón que duele y mancha. Sombría, tenebrosa. Mientras, los políticos trenzan posibles alianzas para sostener la carpa en pie; no vaya a ser cosa. Las provincias, haciendo las suyas, poco aportan, siguen de fiesta veraniega. En tanto, asoma un desesperado intento del gobierno nacional, para ver si zafamos, como dice el título de “El lado oscuro”. Tal como se describe, más arriba, pues la realidad abruma.
08/02/2025 a las 12:16 PM
Bien califica Ítalo Pallotti de «Lado oscuro» a la realidad del país. Rememorando; a partir del gobierno del «padre de la democracia» Raúl Alfonsín (1983) La Argentina resultó el país de todas las «jodas»: «Joda A, Joda B y Joda C».