Por Carlos Tórtora.-

Dos éxitos de la política exterior de Mauricio Macri pasaron a condicionar la evolución de la política interna.

La primera es la resolución del juez neoyorquino Thomas Griesa condicionando el levantamiento de las trabas que le impiden a Argentina el pago de su deuda reestructurada a que el país derogue las leyes Cerrojo y de Pago Soberano, entre otros puntos.

La segunda es la anunciada visita de Barack Obama al país el 23 y 24 de marzo.

En el primer caso, se dispara la necesidad de que haya un acuerdo en las dos cámaras del Congreso para que se deroguen las leyes Cerrojo y de Pago Soberano. En Diputados, Sergio Massa tiene la clave para reunir el número de bancas. En el Senado, el peso numérico de la bancada radical es decisivo. Macri, para demostrarle a Griesa y los acreedores que controla la situación y puede cumplir, deberá entonces negociar con dos fuerzas que claramente marchan por carriles distintos. Massa creería que, por más que solucione el pago a los holdouts, el costo del ajuste debilitaría al macrismo y le abriría a él el camino para la presidencia en el 2019. La UCR tiene, por su parte, una interna muy compleja. Aplaudir el acuerdo con los holdouts institucionalmente reabriría viejas heridas y, desde Ricardo Alfonsín hasta Leopoldo Moreau, encontrarían servida en bandeja la oportunidad para sacar a relucir el discurso antiimperialista de siempre. Esto, a su vez, se traduciría en la movilización callejera de casi todo el espectro de izquierda, que encontrará un combo perfecto en la combinación entre Griesa, Obama y el ajuste.

Hasta ahora, usando su cintura, Macri viene consiguiendo evitar las confrontaciones de alto riesgo. Anunció, por ejemplo, la baja de ganancias pero dejó sin fecha el cambio de escalas. Inició despidos masivos de ñoquis K pero luego dio marcha atrás para evitar que se incendiara el conurbano. Apoyó el procesamiento de Milagro Sala pero sus funcionarios negociaron con Luis D’Elía y Emilio Pérsico, cuyas estructuras no resisten un leve análisis sobre su manejo de los fondos públicos. En materia de política de Derechos Humanos, se cuidó al máximo de mantener la continuidad y de frecuentar a Estela Carlotto, para evitar que la izquierda pudiera hablar de un avance derechista. En fin, como síntesis de todos los ejemplos, la Procuradora General Alejandra Gils Carbó, jefa de Justicia Legítima y de la masa de fiscales K, sigue en su cargo negociando en condiciones no tan malas.

Los idus de marzo

En fin, los denodados esfuerzos del gobierno para atenuar los conflictos están llegando a su punto límite: Griesa y Obama acaban de poner en marcha el realineamiento de la política nacional. La última vez que un presidente de los EEUU pisó suelo argentino fue en noviembre del 2005 en Mar del Plata para participar de la Cumbre de las Américas. Entonces presidente, Néstor Kirchner lo enfrentó públicamente denostando el proyecto del ALCA. Hugo Chávez organizó un contracumbre y las huestes de Quebracho saquearon el centro de la ciudad ante el beneplácito de los funcionarios K. El antecedente anterior no fue menos memorable. Fue la visita de Bush padre el 3 de diciembre del ‘90, mientras el coronel Mohamed Seineldín ordenaba el último levantamiento carapintada y las balaceras se hacían sentir a pocos metros de la Casa Rosada.

Ahora, en un contexto menos dramático, lo que se viene no dejaría de ser determinante para el realineamiento interno de fuerzas. No por nada CFK eligió marzo para reaparecer públicamente. Si el macrismo consigue darle la puntada final al acuerdo con la UCR y Massa, le dejará libre el campo opositor al kirchnerismo, que sabe que ya no puede disponer a su antojo de todas las estructuras peronistas pero que sigue siendo la primera minoría dentro del PJ.

En otras palabras, cuando empieza a jugarse la pulseada por el control del PJ (Eduardo Duhalde acaba de pedir la intervención judicial del PJ), el acuerdo con los holdouts y el abrazo con Obama le abren a Cristina el liderazgo natural de la oposición. Es obvio que esto tiene sus beneficios para el gobierno: ella es casi imposible que pueda volver al poder y el rechazo que cosecha en la sociedad es altísimo. Se parece bastante al rol que jugaba Raúl Alfonsín durante las dos presidencias de Carlos Menem. Nadie podía discutirle su presencia como jefe de la oposición y del radicalismo, pero como adversario presidencial era irrelevante. El resurgimiento K es por ahora el mejor negocio político para el PRO, ante un conjunto de gobernadores del PJ que no atinan a salir del pasado ni a hacerse cargo del futuro.

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