Por Hernán Andrés Kruse.-

“Democracia plena, participativa, no tuvimos, como lo ha recalcado Germán Carrera Damas, hasta el fin de la guerra Federal, desde el «Decreto de Garantías» (agosto 18,1863) del general Juan Crisóstomo Falcón. Y democracia contemporánea desde la gran manifestación del 14 de febrero de 1936, causante del lanzamiento, siete días después, del «Plan de Febrero» (febrero 21, 1936) del general López Contreras, asunto bien estudiado por Manuel Caballero. Y la revolución socialista, que tanto se propala, no existe. Cayó con el Muro de Berlín el 10 de noviembre de 1989. Así que la palabra revolución ya no tiene sentido ni vigencia. Sólo puede ser aceptado el vocablo, cambio, y éste en el sentido que le dio Augusto Mijares. Al estudiar a Simón Rodríguez nuestro ensayista encontró esta observación de don Simón: «donde no hay proyecto no hay mérito». Así la alteración que requerimos para nosotros los venezolanos, como concluye Mijares, no puede ser sino una cosa: «Proyecto y no violencia; doctrina y no gesticulación y palabras». Es decir: avance, corrección, comprensión del presente, nunca retroceso.

Es imposible referirse a personas como Simón Rodríguez sin pensar que fueron revolucionarios tanto en la acción como en el pensamiento, sus máximas están todavía en vigencia. Esos pensadores, a los cuales hay que añadir otros como Cecilia Acosta o el propio Juan Vicente González, así haya sido el corifeo de los conservadores durante la guerra Federal y así haya cantado loas a la bala que acabó con la vida de Zamora. Ellos y otros muchos, como el sabio José María Vargas, pusieron las bases de la República liberal entre nosotros y ésta tendió su amplio arco hasta los días de la tiranía gomecista que fue una dictadura que se rigió por las leyes del liberalismo, como lo demostró Manuel Caballero en su “Gómez tirano liberal” (1993).

Ellos, los liberales, y los pensadores positivistas después, y los hombres de la generación de 1928 y de 1936 trazaron las bases de lo que es Venezuela, su esencia y su identidad. Y no pueden ser llamados reaccionarios aquellos que cambiaron las bases y las instituciones de funcionamiento de la sociedad venezolana. Sociedad que ahora está en crisis, volviendo hacia atrás, pero que un día no lejano encontrará de nuevo sus cauces democráticos leyendo y aprendiendo de memoria otra vez lo que nuestros grandes pensadores vieron, observaron y nos enseñaron. Y el mensaje de todos ellos está más vivo ahora que nunca, viviente como están las máximas del nuevo liberalismo expuesto por grandes hombres de esta hora de globalización como fue el caso del letonio británico Isaiah Berlin en sus “Cuatro ensayos sobre la libertad”.

EL PREDICADOR LAICO

“Como el mismo Uslar lo declaró una vez «Yo he tenido siempre la vocación irresistible de plantear cuestiones centrales…de mi país». Así fue permanentemente su actividad como predicador laico, siempre lo fue. Incluso hasta su última hora, en aquellos años finales en que el país lo olvidó y no escuchó sus consejos. Perteneció Uslar por esa vocación de predicar al país sobre el sendero que debía tomar a aquel grupo de hombres quienes, como escribió Picón Salas, fragmento que nos da gusto volver a citar, «representaron la previsión, la prudencia, la búsqueda de un pensamiento nacional afincado en la realidad de nuestra existencia histórica y servidor de ella» (Compresión…, p. 115). Uslar fue uno de esos venezolanos inconformes como el mismo lo anota en su ensayo  “La prédica del país ideal» (de su libro “Pizarrón”) de «fría actitud de positivo pesimismo», quienes nos llaman la atención en torno a la forma desgraciada con que los venezolanos hemos hecho uso de nuestros recursos. Uslar, siguiendo al padre Aguado, el autor de la primera “Historia de Venezuela”, quien se refería, en 1575, a lo infeliz que era la vida del país. Pensamiento retomado, en 1723, por Oviedo y Baños cuando señalaba en su “Historia” que la tierra tenía todo para hacer felices a sus habitantes pero que faltaba aptitud para realizarlo. A esa familia de pensadores entre los que se cuentan Sanz, Bolívar, Bello, Roscio y García de Sena, Simón Rodríguez y Cecilia Acosta, Toro, Codazzi y Juan Vicente González, pertenece Uslar Pietri, cuyos escritos están sostenidos por una viga fundamental: la prédica del país ideal.

Por ello Uslar Pietri habló durante décadas en tono patético, alzó su voz para señalar que Venezuela tal y como estaba iba hacia la ruina y se podía convertir, como lo vaticinó Miranda, en «presa de los extranjeros, no en clase de propiedad extranjera, sino dominando ellos y nosotros haciendo los gastos como propietarios obligados a mantener productiva la finca» (América Espera). Intentando «despertar conciencias, acicatear voluntades, pedir remedios», en forma tácita, espontánea, estos varones de excepción invocan la necesidad de cambiar el país real, frente al cual se sienten inconformes. Por ello no les inquieta ser calificados de líricos e imprácticos por aquellos que se han acomodado a las cosas, a los que piensan que Venezuela siempre ha sido como es. Frente a éstos, durante cinco centurias, podemos seguir «ese nunca roto hilo de la prédica del país ideal».

Uslar hizo eso. Señaló los problemas del país. Desde aquel momento en que «siendo muy joven y vivía en París» se dedicó a prepararse para servir a Venezuela. Había comprendido que al morir Gómez el país debía emprender otra ruta. Por eso no desaprovechó la ocasión y supo asomarse al mundo europeo. Por ello, una vez fallecido el anciano caudillo, pudo ingresar en la política, acompañar a López Contreras y a Medina en su modo creador de gobernar. Desde 1936 escuchamos a Uslar llamando la atención sobre la necesidad de «sembrar el petróleo», denunciando el gran festín en el que se ha tornado el país como consecuencia del oro negro. Uslar, a tiempo y destiempo, urgió a reformar el Estado, a cambiar el modelo educativo y diseñar el tipo de educación que necesita el país, a escoger entre ranchos y desarrollo. Consciente del valor que tiene el hombre que usa la palabra, como en su relato “La pluma del Arcángel”, reflexionó, en “La isla de Robinson”, en lo grave que es para los pueblos no escuchar la voz de los pensadores. De allí que en esa novela no sólo recree la vida de Simón Rodríguez sino que también intente descifrar el alma nacional.

El angustiado predicador laico discurrió también en torno a los problemas de la literatura. En ese campo, como lo anota Juan Liscano, su presencia ha sido tan singular que «ningún intelectual de su tiempo escapa a la influencia de sus apreciaciones estéticas, culturales y muchas veces sociales e históricas». En sucesivos momentos Uslar dejó su huella: cuando en 1928 introdujo la vanguardia; en 1934, al llamar la atención sobre la gran mutación producida en la literatura europea en el período de entre guerras; cuando en 1950, al inaugurar su cátedra de Literatura Venezolana en la Universidad Central de Venezuela, se interrogó en torno a sí nuestras letras estaban en crisis, si eran representativas; cuando en 1958, al incorporarse a la Academia Venezolana de la Lengua, se preguntó sí existía la literatura venezolana; cuando lo vimos plantear «el vasallaje de una parte de nuestra intelectualidad»  o argumentar sobre la validez de la crítica.

Aunque Uslar nunca se consideró un historiador sino más bien «un venezolano consciente de vivir dentro de la historia, tejido en sus hilos, enfrentado a sus enigmas, atado a su curso y necesitado de entenderla para poder vivir y justificar la vida en forma más plena». En sus cavilaciones nuestra historia nunca estuvo ausente. A través de ellas quiso comprender esta «estación de máscaras» que es Venezuela. Con esas palabras la definió este padre de la Venezuela contemporánea que fue Arturo Uslar Píetri”.

UN FINAL SOLITARIO

“Uslar se movió siempre entre mucha gente y en la política entre multitudes que lo aclamaron, como se le ve en la novela “Gritando su agonía” de Argenis Rodríguez. Sin embrago, vivió en sus últimos años en aquella inmensa soledad en la cual lo encontró, en su casa y biblioteca de la avenida Los Pinos de La Florida, Milagros Socorro, cosa que ella misma registró en su crónica »Aquel amigo invisible». Fueron pocos los que lo visitaban en aquellos tiempos, tan dolorosos para él por ver la desolación y disolución en la que había entrado el país. Y además solitario desde la muerte de su amada esposa Isabel Braun Kerdel y de todos sus amigos, esos que no se pueden sustituir. Claro, siempre estuvo la presencia de su querido hijo Federico (1944-2007), quien lo sobrevivió seis años porque también su hijo Arturo (1940-1990), el mayor, había fallecido en los años noventa, legándonos él también varios libros de los cuales cualquier lector se encantaría como es el caso de “Hasta 100 hombres”.

A veces en ese tiempo venían algunos periodistas, sobre todo de la televisión, como César Miguel Rondón. Por la casa de Uslar, en esos años finales, sólo aparecía casi siempre Eduardo Casanova, cuyo afecto indiscutido por Uslar databa de su adolescencia, de los días de la casa de Tanaguarena y siempre le fue fiel. Eduardo fue la muestra del vivo interés que Uslar siempre tuvo por los jóvenes de Venezuela, a quien estimuló mucho y a quienes colocó, como nos sucedió a nosotros cuando apenas teníamos veinticinco años, en lugares de servicio a la literatura y la historia que aquí se escribía. Para esos años finales ya Astrid Avendaño había escrito su vasto libro sobre el pensamiento político del maestro: “Arturo Uslar Pietri, entre la razóny la acción”.

También fue, para sostener largo diálogo con él, Rafael Arráiz Lucca, gracias a cuyos coloquios tenemos una larga entrevista con sus palabras postreras y su biografía. Nos referimos a “Ajuste de cuentas” y a su “Arturo Uslar Pietri o la hipérbole del equilibrio”. Una tarde Arraiz llevó a Juan Liscano allá y Uslar y él sostuvieron el último diálogo con muchas dificultades: el maestro veía muy mal y nuestro gran crítico y poeta no oía bien. Allí se dijeron adiós. A los pocos meses ambos habían muerto. Allí sucumbió Arturo Uslar Pietri al comienzo de una noche, calladamente, después de haber platicado un rato con Miguel Angel Burelli Rivas. Es y seguirá siendo siempre, como él mismo lo dijo el día que llegó a los ochenta años, «El viejo soldado de la esperanza que se declara presente”.

EL LEGADO DE LA HORA POSTRERA

“Pero ni siquiera en aquella hora última dejó de ser el predicador laico que siempre fue. Esto confió al grabador de Arráiz Lucca sobre nuestro presente como país, palabras dolorosas, desoladoras: «Yo no soy optimista, soy muy pesimista, es que uno no ve qué puede pasar en Venezuela. Desde el punto de vista del azar, pues puede pasar cualquier cosa, pero desde el punto de vista de un desarrollo más o menos lógico, no se ve, no hay propuesta para Venezuela. No hay partidos políticos, los aparentes dirigentes que hay son una gente de muy segundo orden, estamos muy corrompidos. No nos podemos comparar con otros países cercanos, con Colombia no nos podemos comparar, ni con Perú mismo y no digamos con Argentina, Uruguay o el Brasil, que es esa inmensidad. Estoy muy angustiado con esto que está pasando con este país. Este es un momento muy malo, muy peligroso, hay mucho dinero, muchísimo dinero y no hay orientación. La educación es un desastre, la política espantosa, no hay debate, el país está sin rumbo, sin destino, sin clase dirigente, hay aventureros, pícaros, gente que tira la parada. Ahora hablamos de revolución, es muy curioso, la idea de revolución desapareció del mapa.

En este momento no queda ningún poder revolucionario en el mundo, menos en Venezuela, claro, y Cuba. Lo trágico es el nivel de la gente que nos gobierna. Yo oía a Chávez el domingo, qué cantidad de disparates dijo y con qué autosuficiencia, con qué arrogancia. Éste es un país muy infortunado. Era muy difícil que aquí las cosas hubieran pasado de otra manera, porque éste fue siempre un país muy pobre y muy atrasado, aislado, lleno de inestabilidad, de golpes Estado, de eso que llaman revoluciones y, además, apareció esa riqueza inmensa del petróleo en manos del Estado, que provocó una distorsión total. Si alguien se atreviera a hacer un estudio sobre la idea de revolución en Venezuela, se vería lo que ha costado, lo que ha significado, lo que contiene, lo que expresa, es lamentable. Ya le digo, yo estoy en un estado de ánimo muy malo, no tengo esperanzas, estoy como en el infierno de Dante. Aquí no hay de dónde agarrase, es lastimoso un país sin clase dirigente, aluvional, improvisado, improvisante, improvisador. Hay que ver lo que hubiera sido este país con esa montaña de recursos, si el gobierno hubiera tenido un poquito de sentido común”.

Esas fueron sus palabras finales, su legado a pensar por nosotros mismos, su testamento para buscar la dicha, el auge, la suerte, la bonanza y el equilibrio para todos los venezolanos.

(*) R. J. Lovera De-Sola (escritor, ensayista, crítico literario y bibliógrafo): “Arturo Uslar Pietri: Predicador laico” (conferencia literaria en la UCAB).

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