Por Jorge Raventos.-

El año electoral que culmina en octubre ya se ha puesto en movimiento, notoriamente con los comicios porteños de hace dos domingos.

Aunque ha producido efectos sobre el paisaje político general, la victoria obtenida ese día por La Libertad Avanza en las elecciones municipales de la Capital ha sido probablemente sobreestimada.

El fenómeno que dominó plenamente esa elección fue el ausentismo: de cada 100 personas habilitadas a elegir, 47 decidieron abstenerse de hacerlo. Como podría haber dicho Macedonio Fernández: “Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe”.

Lo cierto es que la abstención triplicó en número al primer beneficiario del voto positivo, el candidato libertario Manuel Adorni, quien con poco más del 30% de los sufragios emitidos, consiguió el respaldo del 16% ciento del padrón.

El bajo presentismo puede ser interpretado como una renovada expresión de hastío social ante un sistema de partidos que ni siquiera con la abrupta incorporación del nuevo personal que introdujeron los libertarios de Javier Milei consigue congraciarse con el público.

Puede alegarse que la circunstancia de que la del domingo 18 fuera la primera experiencia en el distrito de una elección municipal separada, haya tenido incidencia en el desinterés ciudadano. Pero ese hecho no alcanza para explicar la magnitud del fenómeno, aunque pueda haber influido en algo.

Ciertamente, cuando las municipales coinciden con una elección presidencial, se benefician de un arrastre del interés que esta despierta. La elección de Mauricio Macri en 2015 y la de Alberto Fernández en 2019 obtuvieron presentismos altos, que superaron el 80%. La de Milei, en 2023, llegó al 77% por ciento. Pero lo cierto es que todas las elecciones realizadas desde 1983 –no solo las presidenciales- superaron el 70 por ciento de presentismo; la única excepción fue la de 2021, que tuvo lugar en tiempos en que se mantenían restricciones derivadas de la pandemia. Pero incluso esa, con 68% de voto positivo, supera largamente el 47% alcanzado el 18 de mayo. Habrá que esperar a septiembre en la provincia de Buenos Aires y a octubre, con elecciones nacionales, para verificar si el ausentismo que se vio en la ciudad autónoma (y que ya se había observado en los comicios de Chaco, Salta y Jujuy) se trató de una reacción ocasional o si estamos ante un hecho de mayor densidad potencial.

Es con ese marco general de apatía o protesta silenciosa contra el conjunto de la oferta política que hay que analizar la distribución del voto positivo capitalino que sustanció las peleas en la dirigencia del sistema político, en lo que Javier Milei llama “la casta”. En ese contexto los libertarios pudieron festejar porque cumplieron con creces su principal objetivo: aplastar porcentualmente al oficialismo porteño.

La encarnación de esa estrategia es la secretaria general de la Presidencia. Muchas veces menospreciada en su capacidad política, Karina Milei organizó el partido La Libertad Avanza a nivel nacional y desafió deliberadamente al macrismo en su propia sede central, la ciudad autónoma, para iniciar las tareas de demolición de su hegemonía porteña. En ambas materias cosechó triunfos.

Resultado: el macrismo quedó electoralmente jibarizado. De los casi 800.000 votos que recaudó un año y medio atrás, en la primera vuelta electoral de 2023, se redujo a los 262.000 que premiaron a la boleta encabezada el domingo 18 por Silvia Lospennato. Una caída de 500.000 votos y de 25 puntos porcentuales, haber sido numéricamente doblado por la lista de Manuel Adorni y haber aterrizado en el tercer puesto del ranking en el distrito que ha gobernado las últimas dos décadas no es una performance precisamente prometedora para el macrismo.

Más bien le otorga plausibilidad a los análisis que decretan el fin del Pro aunque no se trate necesariamente de un final, sino de un caso de metempsicosis, de transmigración espiritual. O de “republicanismo intermitente”, como lo caracterizó con ingenio el presidente de la Coalición Cívica, Maximiliano Ferraro.

Lo que sí es claro es que la autoridad del apellido Macri ha quedado muy abollada y que la magnitud del fracaso electoral del Pro empuja a una parte considerable de sus cuadros dirigentes a mimetizarse más plenamente con su verdugo y a colaborar con él virando del amarillo al violeta. La Casa Rosada ya ha conseguido virtualmente ese objetivo en relación con las elecciones que en septiembre y octubre tendrán lugar en la provincia de Buenos Aires.

Con su alejamiento del escenario de la derrota y la cesión de la conducción táctica a Cristián Ritondo, Macri facilita el proceso de traspaso al redil libertario del electorado amarillo que le queda. Culmina así una parábola. Había intentado cooptar a Milei durante la campaña presidencial de 2023, maniobra que no prosperó pero debilitó las candidaturas de su propia fuerza. Así dejó a Patricia Bullrich fuera del balotaje. Luego, con el Pacto de Acasusso, levantó sin contraprestación las barreras. Reducido más tarde a quejoso catador de milanesas en Olivos, simuló creer que los golpes que recibía desde el poder no eran provocados por el Presidente, sino por los dos malévolos catetos que cierran el triángulo de hierro. Finalmente mantuvo un mensajeo amable por “teléfono rojo” con el Presidente y, más tarde, decidió ignorar el desdeñoso gesto con el que Milei rechazó el saludo del intendente Jorge Macri en la Catedral, durante el Te Deum. Son todos indicios de que Macri ya no está interesado en ningún “segundo tiempo” y da señales de que se prepara para dejar el campo de juego. Quizás le baste con la garantía de que más tarde no le mostrarán ninguna tarjeta roja.

La miniatura electoral porteña termina abriendo la puerta a una consolidación de la sedicente oferta liberal, constituida desde la presidencia con la jefatura de Milei, el rol central del sello libertario y la presencia -escoltando su órbita- del macrismo, de algunas fuerzas localistas de origen provincialista, peronista o radical.

Ese conglomerado no tiene ni raíz común, ni el fervor de una gesta nueva, ni siquiera una intención compartida de juntarse bajo un mismo pabellón. Lo que hay es el reconocimiento de que Milei ha puesto en marcha un programa simple (que hasta el momento ha funcionado) para moderar sensiblemente la inflación y alcanzar el equilibrio fiscal y que, aunque no tiene fuerza ostensible ni en el Congreso ni en los territorios, pudo hacer retroceder la competencia de Macri y demuestra tener capacidad de castigo.

No será mucho, pero es suficiente para mantener la iniciativa política. Las fuerzas de lo que convencionalmente se denomina oposición, están dispersas o –caso del peronismo, el fragmento más numeroso- maniatado en su propio cepo: no termina de liberarse de la hegemonía kirchnerista, que es una garantía de fragmentación interna, aislamiento e impotencia estratégica. En la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador Kicillof intenta saludablemente tomar distancia de la matriz K de la que él mismo emergió, el ancla representada por la corriente “camporista” obstruye sus pujos de autonomía y es muy probable que contribuya a la victoria del mileísmo en la mayoría de las secciones electorales del distrito. El kirchnerismo perdió en la provincia la mayoría de las elecciones de medio término que le tocó presidir,

Aquí vale la pena volver a considerar el tema del ausentismo. Que casi la mitad de los votantes falten a la cita es sin duda una vulnerabilidad política, aunque se trate de una contestación referida ni única ni principalmente referida al gobierno nacional sino de una respuesta al conjunto del sistema político. Sin embargo, un ausentismo de gran envergadura como el que se vio en la Capital, puede ser numeroso y revelador, pero no constituye una contestación organizada ni la expresión de una alternativa, sino otra manifestación de la dispersión y atomización predominantes. En cualquier caso, mientras el traspaso a la red libertaria tiene las tranqueras abiertas y un gobierno nacional que lo cobija, no hay otras vías construidas aún.

La clave está más allá de la ciudad autónoma: depende de la suerte de las reformas que Milei encarna, la primera de las cuales –pero no la única ni la última- es la erradicación de la inflación, a la que el Presidente le puso fecha: mediados de 2026. Un año más. A esa altura la sociedad espera no solo que los precios se estabilicen, sino que los sueldos recuperen lo que vienen perdiendo y que la producción y el empleo crezcan visiblemente; también que, además de la economía, Milei atienda las fragilidades del sistema político y deje de incurrir en agresiones que dañan la convivencia y perjudican la gobernabilidad.

La elección de medio término luce como una oportunidad para el gobierno para adquirir fuerza en planos donde el segundo puesto de Milei en 2023 y la carencia previa de una estructura política propia no lo permitieron.

Pero una victoria como la que prevé la Casa Rosada puede también ser una tentación de hegemonismo, como la que afectó al kirchnerismo en 2011, cuando la señora de Kirchner obtuvo el 54% de los votos y su inmediato perseguidor, Hermes Binner, recibió el 18%. Poco después, el gobierno K se proponía el objetivo de “vamos por todo”. Que terminaría en nada. En 2015 ganó Mauricio Macri.

Más allá de una coreografía en la que, a juzgar por las últimas elecciones distritales, apenas participa la mitad de la población adulta del país; y

mientras se observan choques inter e intrapartidarios y parece intensificarse el proceso de centrifugación del sistema, conviene prestar atención a otros fenómenos, que anclan ese desorden y lo ordenan, no en el eje de los partidos o las ideologías, sino en el de los territorios y los intereses más terrenales.

En un momento en que parecen afianzarse los poderes locales, los gobernadores se reúnen, deliberan y encabezan reclamos de sectores productivos de sus regiones, desde el rechazo a las retenciones hasta las quejas por aperturas  comerciales inopinadas que amenazan a las producciones locales o el pedido de una indispensable reactivación de la obra pública. Paralelamente, empiezan a agruparse intendentes de ciudades importantes (comenzaron los intendentes de capitales provinciales del norte grande) con la misma lógica de sostener necesidades de sus gobernados.

Gobernadores e intendentes se convocan y dialogan independientemente de sus pertenencias partidarias: el diálogo va abriendo coincidencias que las banderías particulares a menudo oscurecen. Esos poderes tendrán voz y voto a partir del balance que arrojen los recuentos electorales que culminan en octubre.

Share