Por Italo Pallotti.-

Cuando todo parece aquietarse, en nuestro país, en referencia a los actos reñidos con la moral y las leyes, un nuevo episodio aparece para sacudir la modorra de un pueblo que no termina de asimilar los desbarajustes que dejó un gobierno como el kirchnerismo, cuyo historial de corrupción se encuentra entre los más desfachatados que algún ciudadano de buena cuna pudo siquiera imaginar. La cadena de violaciones a las normas de convivencia institucional y política no puede menos que llenarnos de asombro. Cuando en una nota anterior refería a ¿“todos limpitos”?, a uno le queda la, aunque lejana, expectativa que de a poco se comience a limpiar, pero en serio, las secuelas de aquellos comportamientos poco menos que impuestos a fuego de la pésima mala praxis y, consecuentemente, una acción que tiene por efecto arruinar y pervertir el estado natural de las cosas; dicho en otras palabras, los sucesos lisos y llanos de la corrupción endémica.

Resulta complejo entender hasta cuándo estos personajes encubiertos en una maraña de protecciones sistémicas seguirán asolando, en un caso, los bienes y, en otro, las conductas que pertenecen a la nación en su conjunto. Desde los bolsos de López, las valijas de Antonini Wilson, la expedición naviera de Insaurralde, la troupe de la Rosadita, lo del “monotributista” Lázaro Báez y otra interminable lista, hasta el reciente del senador Kueider (historia en desarrollo), vuelven a poner en escena una lista de verdaderos sabandijas que, unos por elección de un dedo para la función pública y otros por el voto popular, encuentran el cobijo necesario para mancillar y burlar la confianza depositada en ellos. Lo más dramático es que cuando se los descubre con una obscena cantidad de dinero, más otra mezcla variopinta de bienes o excentricidades que siempre fueron escamoteados a las arcas del Estado, la primera reacción es “no es dinero que me pertenece”; como si con esa salida pudieran zafar de un escarnio, primero de la población, y luego de la justicia. Siempre las dos verdades; en el fondo las dos mentiras.

Más oprobioso es que tras estos actos aparecen las formas de tratar de salvar el pellejo propio o de algún “protector”. Es de tal o cual partido, se argumenta. ¿Debía favores, es testaferro, cómplice, o simplemente es un vulgar delincuente? Y en el interín cada uno de los aludidos se corre a un costado malicioso, absurdo, escudados poco menos que en “a mí no me miren”, o con la “defensa” a ultranza, casi ridícula, desde una banca, o desde un medio adicto, que desde el fanatismo y la obsecuencia hace de la verdad una porquería; como si la ciudadanía no supiera que cada uno tiene su cuota de ropa sucia para exhibir; porque un terreno lleno de sospechas y evidencias, tantas veces, los deja desnudos. Huérfanos de razón. Rumbo al suplicio. Cadáveres políticos.

Estamos en una especie de Caja de Pandora. Es hora que los argentinos dejemos fluir toda la miseria que supimos conseguir, tristemente, y nos aferremos a una pizca de ilusión que ayude a quienes gobiernan y toda la ciudadanía tomar las cosas en serio de una buena vez; para no tener que preguntarnos cada día: ¿Cuál será el último o el próximo?

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