Por Hernán Andrés Kruse.-

“Divido las cuestiones de hoy según cinco titulares: Cuestiones sobre la paz; Cuestiones de gobierno; Cuestiones sobre sexo; Cuestiones sobre drogas; Cuestiones económicas. Sobre las cuestiones de paz seamos pacifistas al máximo. Con respecto al Imperio, no creo que haya ningún problema importante, excepto en India. En otros lugares, en lo que respecta a los problemas del gobierno, el proceso de desintegración amistosa ahora está casi completo, para el gran beneficio de todos. Pero en lo que respecta al pacifismo y los armamentos, solo estamos al principio. Quisiera correr riesgos en interés de la paz, como en el pasado hemos asumido riesgos en interés de la guerra. Pero no quiero que estos riesgos asuman la forma de un compromiso para hacer la guerra en varias circunstancias hipotéticas. Estoy en contra de los pactos. Promover que todas nuestras fuerzas armadas defiendan a Alemania desarmada contra un ataque de Francia en la plenitud del poder militar de esta última es una tontería; y asumir que participaremos en cada guerra futura en Europa Occidental no es necesario. Pero estoy a favor de dar un muy buen ejemplo, incluso a riesgo de ser débil, en la dirección del arbitraje y el desarme.

Paso a continuación a las cuestiones del gobierno, un asunto aburrido pero importante. Creo que en el futuro el gobierno tendrá que asumir muchos deberes que ha evitado en el pasado. A estos efectos, los ministros y el parlamento serán inservibles. Nuestra tarea debe ser descentralizar y delegar donde sea que podamos, y en particular establecer corporaciones semiindependientes y órganos de administración a los que se encomendarán los deberes del gobierno, nuevos y viejos, sin afectar el principio democrático y la soberanía en última instancia del parlamento. Estas cuestiones serán tan importantes y difíciles en el futuro como lo han sido la cuestión de las inversiones (franchise) y las relaciones de las dos cámaras en el pasado.

Las cuestiones que agrupo como de sexo no han sido cuestiones de partidos en el pasado. Pero eso fue porque nunca fueron, o rara vez, tema de discusión pública. Todo esto ha cambiado ahora. No hay otros temas sobre los que el gran público en general esté más interesado y pocos que sean objeto de una discusión más amplia. Son de la mayor importancia social. No pueden evitar provocar verdaderas y sinceras diferencias de opinión. Algunos de ellos están profundamente involucrados en la solución de ciertas cuestiones económicas. No tengo dudas de que las cuestiones de sexo están a punto de entrar en la arena política. Los comienzos muy crudos implicados por el movimiento pro sufragio femenino fueron solo síntomas de problemas más profundos y más importantes debajo de la superficie. El control de la natalidad y el uso de anticonceptivos, las leyes matrimoniales, el tratamiento de delitos sexuales y anormalidades, la posición económica de la mujer, la posición económica de la familia. En todos estos asuntos, el estado actual de la ley y de la ortodoxia aún es medieval, fuera de contacto con la opinión civilizada y la práctica civilizada y con lo que las personas, educadas y sin educación, se dicen unas a otras en privado. Que nadie se engañe a sí mismo con la idea de que el cambio de opinión sobre estos asuntos solo afecta a una pequeña clase educada en la corteza de las pasiones humanas.

Que nadie suponga que son las mujeres trabajadoras las que se sorprenderán con las ideas de control de la natalidad o la reforma del divorcio. Para ellas, estas cosas sugieren una nueva libertad, la emancipación de la tiranía más intolerable. Un partido que discutiera estas cosas abierta y sabiamente en sus reuniones descubriría un nuevo y vivo interés en el electorado, porque la política trataría una vez más de asuntos sobre los que todos quieren saber y que afectan profundamente a la vida de cada cual. Estas cuestiones también se entrelazan con problemas económicos que no se pueden evadir. El control de la natalidad toca por un lado las libertades de las mujeres, y por otro lado el deber del Estado de preocuparse tanto por el tamaño de la población como por el tamaño del ejército o el monto del presupuesto. La situación de las mujeres asalariadas y el proyecto del salario familiar afectan no solo a las mujeres, la primera en el desempeño del trabajo remunerado y el segundo en el desempeño del trabajo no remunerado, sino que también plantea la cuestión de si los salarios deberían ser fijados por las fuerzas de la oferta y la demanda de acuerdo a las teorías ortodoxas del laissez-faire, o si deberíamos comenzar a limitar la libertad de esas fuerzas según lo que es «justo» y «razonable» teniendo en cuenta todas las circunstancias.

Las cuestiones sobre drogas en este país están prácticamente limitadas a la cuestión de la bebida, aunque me gustaría incluir el juego en este asunto. Espero que la prohibición de las bebidas alcohólicas y de los corredores de apuestas sea buena. Pero esto no resolvería el asunto. ¿Hasta qué punto se puede permitir la humanidad aburrida y sufriente, de vez en cuando, un escape, una emoción, un estímulo, una posibilidad de cambio? Ese es el problema importante. ¿Es posible permitir licencias razonables, saturnalias permitidas, carnaval santificado, en condiciones que no arruinen ni la salud ni los bolsillos de los fiesteros, y protejan de la tentación irresistible a la clase infeliz que, en América les llaman adictos?

No puedo ofrecer aquí una respuesta, sino que debo concentrarme en la más grande de todas las cuestiones políticas que también son aquellas sobre las que estoy más calificado para hablar: las cuestiones económicas. Un eminente economista estadounidense, el Profesor Commons que ha sido uno de los primeros en reconocer la naturaleza de la transición económica en medio de las etapas que estamos viviendo, distingue tres épocas, tres órdenes económicos, de los cuales estamos entrando en el tercero. La primera es la era de la escasez, «ya sea por ineficiencia o por violencia, guerra, costumbre o superstición». En ese período «existe el mínimo de libertad individual y el máximo de control comunitario, feudal o gubernamental a través de la coerción física». Este fue, con breves intervalos en casos excepcionales, el estado económico normal del mundo hasta (digamos) el siglo quince o dieciséis. Luego viene la era de la abundancia. «En un período de extrema abundancia, existe el máximo de libertad individual, el mínimo de control coercitivo a través del gobierno, y la negociación individual reemplaza al racionamiento». Durante los siglos diecisiete y dieciocho luchamos para salir de la esclavitud de la escasez hacia el aire libre de la abundancia, y en el siglo diecinueve esta época culminó gloriosamente con las victorias del laissez-faire y del liberalismo histórico. No es sorprendente ni desacreditable que los veteranos del partido miren atrás hacia esa edad más fácil.

Pero ahora estamos entrando en una tercera era, que el Profesor Commons llama el período de estabilización, y que caracteriza como «la alternativa real al comunismo de Marx». En este período, dice, «hay una disminución de la libertad individual, impuesta en parte por decisiones gubernamentales, pero principalmente por decisiones económicas por medio de acciones concertadas, ya sean secretas, semiabiertas, abiertas o arbitrarias, entre asociaciones, corporaciones, sindicatos y otras agrupaciones de fabricantes, comerciantes, trabajadores, granjeros y banqueros». Los abusos de esta época en los ámbitos del gobierno son el fascismo por un lado y el bolchevismo por el otro. El socialismo no ofrece un camino medio, porque también surge de los presupuestos de la era de la abundancia, tanto del individualismo del laissez-faire como del juego libre de las fuerzas económicas. Ante estos últimos, casi solos entre los hombres, todavía se inclinan lastimosamente los editores de portada, ensangrentados y con los ojos vendados. La transición de la anarquía económica a un régimen que apunte deliberadamente a controlar y dirigir las fuerzas económicas a favor de la justicia social y la estabilidad social, presentará enormes dificultades tanto técnicas como políticas. Sin embargo, sugiero que el verdadero destino del nuevo liberalismo es buscar su solución.

Sucede que hoy tenemos ante nosotros, en el caso de la industria del carbón, un ejemplo práctico de los resultados de la confusión de ideas que ahora prevalece. Por un lado, el Tesoro y el Banco de Inglaterra están aplicando una política ortodoxa del siglo diecinueve basada en el supuesto de que los ajustes económicos pueden y deben ser provocados por el juego libre de las fuerzas de oferta y demanda. El Tesoro y el Banco de Inglaterra todavía creen o, en cualquier caso, lo hicieron hasta hace una o dos semanas, que las cosas seguirían el supuesto de la libre competencia y la movilidad del capital y el trabajo, y que eso ocurre en la vida económica de hoy. Por otro lado, no solo los hechos, sino también la opinión pública, se han alejado mucho en dirección a la época de estabilización del Profesor Commons. Los sindicatos son lo suficientemente fuertes como para interferir con el juego libre de las fuerzas de la oferta y la demanda, y la opinión pública, aunque con queja y con más de una sospecha de que los sindicatos se están volviendo peligrosos, apoya a los sindicatos en su principal argumento de que los mineros de carbón no deberían ser víctimas de crueles fuerzas económicas que nunca pusieron en marcha.

La idea del partido del viejo mundo, según la cual se puede, por ejemplo, alterar el valor del dinero y luego dejar que las fuerzas de la oferta y la demanda realicen los ajustes consiguientes, pertenece a los días de hace cincuenta o cien años, cuando los sindicatos eran impotentes, y cuando se permitió que el Juggernaut económico se estrellara a lo largo de la carretera del progreso sin obstrucción e incluso con aplausos. La mitad del manual de sabiduría de nuestros estadistas se basa en suposiciones que alguna vez fueron ciertas, o parcialmente ciertas, pero ahora son cada vez menos verdaderas día a día. Tenemos que inventar una nueva sabiduría para una nueva era. Y mientras tanto, si queremos hacer algo bueno, debemos parecer poco ortodoxos, problemáticos, peligrosos, desobedientes con los que nos engendraron. En el campo económico, esto significa, en primer lugar, que debemos encontrar nuevas políticas y nuevos instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas, de modo que no interfieran intolerablemente con las ideas contemporáneas sobre lo que es adecuado y apropiado para los intereses de estabilidad social y justicia social.

No es un accidente que la etapa inicial de esta lucha política, que durará largo tiempo y tomará muchas formas diferentes, debería centrarse en la política monetaria. Las interferencias más violentas con la estabilidad y la justicia, a las que se sometió el siglo diecinueve, según debida satisfacción a la filosofía de la abundancia, fueron precisamente las que se produjeron por los cambios en el nivel de precios. Pero las consecuencias de estos cambios, particularmente cuando las autoridades se esfuerzan (endeavour) por imponernos una dosis más fuerte que la que nunca deglutió el siglo diecinueve, son intolerables para las ideas modernas y las instituciones modernas. Hemos cambiado, en grados insensibles, nuestra filosofía de la vida económica, nuestras nociones de lo que es razonable y lo que es tolerable, y lo hemos hecho sin cambiar nuestra técnica o nuestras máximas de manual. De ahí nuestras lágrimas y problemas. Un programa del partido debe desarrollarse en sus detalles, día a día, bajo la presión y el estímulo de eventos reales; es inútil definirlo de antemano, excepto en los términos más generales. Pero si el Partido Liberal va a recuperar sus fuerzas, debe tener una actitud, una filosofía, una dirección. Me he esforzado por indicar mi propia actitud hacia la política, y dejo que otros respondan, a la luz de lo que he dicho, la pregunta con la que comencé: ¿Soy un liberal?”

(*) Conferencia de Keynes en la Liberal Summer School (Cambridge) en agosto de 1925.

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