Por Hernán Andrés Kruse.-

La conmemoración de Semana Santa nos invita a reflexionar sobre la figura fundamental del cristianismo y, qué duda cabe, de la historia del hombre. Me refiero, obviamente, a Jesús. La pregunta que muchos todavía se formulan es la siguiente: ¿existió Jesús? Desde el siglo pasado hasta la actualidad la mayoría de los historiadores que se especializaron en la Edad Antigua coinciden en afirmar la existencia histórica de Jesús. Fue un predicador judío que vivió a comienzos del siglo I en Galilea y Judea, en plena juventud fue bautizado por Juan el Bautista y luego pasó a ser un maestro itinerante. Su mensaje fue considerado peligroso por el sistema de dominación vigente en aquel tiempo. Fue arrestado en Jerusalén y juzgado por las autoridades judías, para luego ser entregado al gobierno romano y crucificado por orden de Poncio Pilato, el prefecto romano de Judea (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia libre).

Jesús fue el emblema de la rebeldía, del inconformismo. Creía firmemente en la igualdad de los hombres. Afirmaba sin hesitar que cada hombre era una persona digna de respeto. No toleraba el despotismo, la arbitrariedad, la impunidad con la que se manejaban los poderosos de su época. El sistema de dominación lo consideró un peligro porque, además de enarbolar “ideas disolventes”, gozaba de un gran predicamento popular. Para Poncio Pilato era, lisa y llanamente, un subversivo. Por eso ordenó su crucifixión rodeado de malvivientes.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Juan Esteban Londoño (Magister en Ciencias Bíblicas de la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica) titulado “Jesús, el hombre rebelde (2013). Efectúa un pormenorizado análisis de la rebeldía de Jesús frente a las autoridades políticas, las autoridades religiosas, las leyes de pureza e impureza y la manera como fue ejecutado.

LA REBELIÓN DE JESÚS FRENTE A LAS AUTORIDADES POLÍTICAS

“La investigación sobre el Jesús histórico, llamada la Third Quest ubicada en la línea de Theissen y Horsley, ha llegado a la tesis que el hombre de Nazaret fue un hombre rebelde, disconforme con la ocupación romana. Los evangelios conservan alguna memoria de Jesús como líder popular en conflicto con los líderes de Jerusalén y el imperio romano, aunque la interpretación posterior se concentró en enmarcarlo en una elevada cristología que borró sus actitudes sociales frente a la realidad en que vivía. Escritores como Gonzalo Puente Ojea señalan que, debajo de la capa de los relatos que intentan presentar a Jesús como una persona no tan peligrosa para el imperio, se esconde una memoria profunda de rebelión. El evangelio de Marcos trata de minimizar la actitud de insubordinación debido al riesgo que tiene para la época de guerra en que escribe. Sin embargo, el pasaje de 8, 27-38 reconoce, tras la declaración de Pedro: “Tú eres el Mesías”, el mandato de que no lo digan a nadie, como un reconocimiento de los peligros que implicó para Jesús y sus primeros seguidores su actitud frente al imperio.

Un hombre reconocido por el pueblo como posible ejecutante de las promesas de restauración social, proveniente de una casta no sacerdotal y con duros cuestionamientos al ejercicio de la monarquía. Una alternativa al mesianismo de violencia estricta, pero que no oculta su actitud de desacato ante los poderes de la época. Los discursos de Q muestran a un Jesús rebelde, que se opone a las medidas represivas de la religión hebrea y el imperio romano. El tema dominante que atraviesa a Marcos y a Q es el reinado de Dios, prometido a los pobres y los hambrientos; la remisión de las deudas y la vuelta a los banquetes de los ancestros; la expulsión de los demonios, símbolo del imperio pagano y la renovación social y económica. El reinado de Dios, centro del discurso de Jesús, no tiene una definición concreta en los evangelios. Las alusiones a él se dan mediante parábolas, semillas sembradas, ovejas encontradas, banquetes en los que participan los cojos, los mancos, los lisiados; en ellas se expresa un deseo de renovación espiritual y social, que transformará los cimientos de Israel en relación consigo mismo y con los demás pueblos.

Aguirre, siguiendo a Albertz, señala que la concepción del reinado de Dios viene del Primer Testamento. Se trata de una oposición a los reinados opresores de los pueblos extranjeros. Surge como un anti-modelo que cuestiona los gobiernos helenistas y posteriormente romanos, y busca suscitar resistencia y esperanza en un pueblo que sufre. Textos como Daniel 2,44 e Isaías 52,7 lo testifican. El reinado de Dios es una forma literaria de reñir con los gobiernos presentes, una figura que le permite a Jesús poner en duda los reinados de los hombres: el de Herodes, el de Roma; un modelo que se antepone a la teología imperial y que propone algo mejor, aunque no pueda limitarse a las palabras: hijos que vuelven, padres que perdonan, extranjeros marginados que sanan hombres heridos; fuertes distinciones entre quienes acogen a los necesitados y los que los rechazan.

El maestro itinerante es uno de estos que tienen hambre, sed y frío (Mt. 25, 31-45). Los destinatarios principales de su utopía son los pobres (Lc. 7, 22; Mt 11, 5; Lc. 6, 20). Es decir, las personas que gimen bajo un tipo de necesidad básica, como el hambre, la sed y la enfermedad; los despreciados por la sociedad vigente, como los sencillos, pequeños, marginados y pecadores; los que están abajo en la historia. A quienes el euaggelion romano no es una buena noticia, se les celebra la irrupción de algo nuevo; se está acercando, se anuncian comidas, bodas, juicio, inversión de situaciones: “derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc. 1, 52-53), como preludia el canto de María.

El Jesús histórico encabeza un movimiento popular con una fuerte impronta religiosa, pero también de influencia social y política. Las curaciones y los exorcismos son expresiones de la victoria del reinado de Dios sobre el imperio. No hay una propuesta sistemática, eso es claro. Tampoco defiende la resistencia a través de la violencia. No hay evidencia contundente para afirmar que esté aliado a movimientos armados como los zelotes. Sin embargo, su mensaje va encaminado hacia la liberación de la gente oprimida por la situación social, espiritual y política. Su impulso puede concebirse como una rebelión que protesta y propone una pequeña comunidad que viva un igualitarismo justo y unas relaciones de mutuo apoyo socio-económico. Los milagros y las curaciones, indiscutiblemente aceptados entre los historiadores, aparecen como liberación espiritual y misericordia individual, pero también como parte de un programa mayor de sanación personal y social, donde las personas excluidas se sienten parte de un cuerpo incluido y de una nueva comunidad.

El evangelio de Marcos refleja cómo Jesús presenta un mensaje de renovación no sólo espiritual, sino una voz de protesta y una alternativa comunitaria. El juicio de Dios no sólo está dirigido contra el pecado individual, sino también contra los líderes del pueblo, los romanos y sus gobernantes de Jerusalén, que eran la fachada del orden imperial ante el pueblo palestino. Su sospecha ante la acumulación de riquezas (Mc. 10, 25; Lc. 16, 13) y sus conflictos con las élites urbanas de Jerusalén lo muestran opuesto al enriquecimiento individual. Imagina una alternativa a la economía política basada en la comunión de bienes y la despreocupación por la acumulación (Mt. 6, 25-34). De esta manera intenta desmantelar los mecanismos de enriquecimiento injusto y abrir los tesoros del reinado de Dios, las riquezas de la tierra, para todas las personas. La comunidad de Hechos comprendió muy bien su mensaje: “Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común (…) No había entre ellos ningún necesitado” (4, 32-36).

Las relaciones sociales de la Palestina del siglo I están regidas por las relaciones de patronazgo, un sistema piramidal que considera que una persona y su familia deben rendir tributo, honor, información y servicios a patrones más poderosos, a cambio de ganar méritos con ellos y recibir beneficios de autoridad, influencia, reputación, posición y riquezas. Los clientes son personas de estatus más bajos, obligados ante los que están más arriba en el escalafón. Pues bien, Jesús rompe con aquella visión piramidal al enseñar a sus seguidores a servir: “Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar benefactores. Ustedes no sean así; al contrario, que el más importante entre ustedes se comporte como si fuera el último y el que manda como el que sirve” (Lc. 22, 23- 24). Esta es una dura crítica contra el sistema social en que se desenvuelve, una inversión total de valores: la afirmación de la igualdad, de la dignidad de las personas frente a las relaciones abusivas.

Con respecto a Herodes, rey idumeo de Palestina, Jesús dice poco. Empero las relaciones de su precursor y tal vez maestro, Juan el Bautista, indican la actitud de estos profetas ante el llamado rey. Juan es asesinado por Herodes. Theissen, cuya fuente es Josefo, hace notar que el Bautista muere por causas políticas. Herodes ve cómo Juan se hace popular y teme que inicie una rebelión. Cuando a Jesús le mencionan que Herodes lo busca para matarlo, dice de una manera desafiante, incluso incómoda para los cristianos posteriores: “Vayan a decir a ese zorro: mira, hoy y mañana expulso demonios y realizo sanaciones; pasado mañana terminaré” (Lc. 13, 32). Más adelante se verá que Jesús también muere por razones políticas.

Con respecto a la relación con el César, hay pocos registros en los evangelios. Tal vez por depuración sospechosa a la hora de presentar a un Jesús más digerible para el público greco-romano; tal vez por miedo a vincularse abiertamente con un hombre rebelde asesinado por el imperio. Mas queda la memoria de un caso paradigmático: la oposición de Jesús a pagar tributo al emperador. Lucas 23, 2 sugiere que esto fue comprendido como una rebelión contra César, y no como un permiso para pagar impuestos. La cuarta filosofía pensaba en aquella época: “Si Dios es el exclusivo Amo y Señor, si el pueblo de Israel vive bajo el exclusivo dominio de Dios, todo pertenece a Dios, y las implicaciones para el César son obvias” (Horsley). ¿De quién es la imagen que aparece en la moneda? Del César. Mientras que la imagen de Dios está en el ser humano (Gen. 1, 26). Todo es de Dios. A Él hay que darlo todo. Al César, no hay nada que darle, o mejor, una moneda; es una burla al emperador romano, como si fuera un mendigo. Dar a Dios lo que es de Dios: todo. Al César lo que es del César: una moneda”.

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