Por Hernán Andrés Kruse.-

LA REBELIÓN FRENTE A LAS AUTORIDADES RELIGIOSAS

“Jesús no solamente es un hombre rebelde frente a las imposiciones coloniales de Roma, también lo es frente a la religión institucional. Xabier Pikaza, en su estudio sobre el evangelio de Marcos, señala: “Jesús no viene a mantener o sancionar el orden israelita de lo puro y lo impuro sino a transformarlo de manera subversiva”. En los evangelios, no aparece el término religión. No se le puede buscar terminológicamente, pero sí de manera fenomenológica. La palabra más cercana con la que nos referimos a religión es “tradición”, en griego paradosis. Esta palabra es comprendida como reglamentación tradicional; una enseñanza que se transmite y se recibe de generación en generación, en forma autoritaria, con la obligación de observarla.

En el evangelio de Marcos aparece esta palabra cinco veces, todas ellas referidas en el capítulo 7, con una mirada negativa, pues este tipo de tradiciones se anteponen a la vida misma y a la dignidad humana. En los sinópticos aparece solamente en el evangelio de Mateo (15, 2-3, 6), como un texto paralelo a Marcos, y por lo tanto tomado de Marcos como fuente. La acepción es similar, la de oponer el mandamiento de Dios a las tradiciones de los hombres: “Y así en nombre de su tradición ustedes invalidan el precepto de Dios” (Mt. 15, 6b). Pablo usa la misma palabra para referirse a las enseñanzas de la religión judía recibida de sus padres, con un matiz de celo exagerado: “en el judaísmo superaba a todos los compatriotas de mi generación en mi celo ferviente por las tradiciones de mis antepasados” (Gal. 1,14). Y también la usa para referirse a las tradiciones cristianas, en sentido positivo, que son enseñanzas recibidas acerca de Jesús y que han sido transmitidas apostólicamente (1 Cor. 11, 2). Las epístolas post-paulinas se refieren a ellas, en sentido negativo, como vanas prácticas y creencias humanas (Col. 2, 8); pero también de forma positiva, como la retención de las enseñanzas de los apóstoles para comunidades posteriores (2 Ti 2, 15).

De esta manera, se puede observar el doble carácter de las tradiciones. Son válidas para mantener la memoria de una comunidad, pero cuando se convierten en institución por encima de la vida, terminan oponiéndose al mandamiento del amor. Jesús no pretende atacar a la religión por ser religiosa o porque albergue tradiciones. Él mismo está inmerso en una cultura llena de memoria, fiestas, oraciones, relatos y leyes, mas no se deja amordazar por ellas cuando ellas se olvidan del propósito para el que fueron creadas. Él toma distancia, pues la vida es el lugar privilegiado de la fe. Es en las realidades de cuerpos maltratados y personas excluidas donde percibe lo Divino y encuentra una religión (religare) como conexión con lo Sagrado. La comunidad se hace espacio de vida. La vida prima sobre los reglamentos. Esto no lo comprenden los más tradicionalistas”.

LA REBELIÓN DE JESÚS FRENTE A LAS LEYES DE PUREZA E IMPUREZA

“Una de estas tradiciones específicas son las leyes de pureza e impureza (katharos, akatharos). Esta distinción hace parte de un universo simbólico de sentido, constitutivo y conservador de la sociedad, que marca toda la conducta de los judíos del siglo I. En el mundo mediterráneo dominaban los valores del honor y la vergüenza. En el mundo palestino, en particular, la categoría de lo puro y lo impuro que se hallaba en lo más alto de la pirámide de los valores. Este par de palabras designa positiva o negativamente las condiciones espiritualizadas de las originales mancillas físicas en personas o en objetos. La impureza es básicamente definida como aquello que se opone a la santidad y que debe ser separado de tal esfera. Impureza, consecuencia del constante ataque de poderes malignos y demoníacos, amenaza para Israel, sus casas y su tierra. Ante los acosos de lo impuro, hay que proteger cuidadosamente el lugar donde mora la Deidad en Israel. Y hay que hacerlo principalmente por medio de ritos de purificación, quitando lo impuro como si fuera una costra.

El evangelio de Marcos presenta a Jesús actuando en un mundo amenazado por Satán (considerado un espíritu impuro) y dominado por la obsesión de la pureza. El Maestro se mueve entre los impuros y los que se consideran puros, según las tradiciones judaicas. Él no es ni lo uno ni lo otro; lo que busca es liberar a los llamados impuros de la esclavitud espiritual, emocional y social en que se encuentran, pero también a los que se consideran puros, esclavos de unas leyes que los aplastan como seres humanos y no les dejan disfrutar del reinado de Dios que ha venido con poder. Jesús no repara en tocar a un leproso para sanarlo (1, 40-45). La lepra es vista en ese momento como uno de los síntomas más graves de impureza, tanto en la Torah como en la Misná. Según Levítico 13, 45, el leproso debe andar errante, fuera de los muros de la ciudad, gritando: “¡soy impuro, soy impuro!”. El leproso que aparece en el evangelio viola la ley (Torah) al acercarse a Jesús.

No obstante, Jesús también se deja tocar, traspasando los límites: “Si alguno, sin darse cuenta, toca a una persona impura, manchada con cualquier clase de impureza, cuando se entere, se vuelve culpable” (Lev. 5, 3). Jesús lo sabe y lo toca, quiere que el hombre sea libre, no importa que se vuelva ritualmente excluido; para él priman la compasión y la solidaridad. Jesús busca superar las normas de pureza legal para acercarse a los excluidos. Tal cercanía compasiva lo pone en el plano de los impuros, de los que no son completamente humanos según la religión de la pureza. Es por esto que los especialistas en religión institucional, los escribas, lo llaman endemoniado y servidor de Satanás, y sus propios familiares piensan que está loco (Mc. 3, 21-30). Él persiste sobre la exclusión que recibe y decide identificarse con los marginales.

En otro episodio de Marcos, los discípulos recogen espigas un sábado. Luego Jesús sana a un hombre en ese mismo día (2, 23; 3, 6). Para el judaísmo, la comunidad se reúne el sábado en torno a las leyes; para Jesús, es en torno a lo humano. La ley permitía calmar el hambre cortando espigas al pasar por un sembrado, excepto en día sábado (Ex. 34, 21; Dt. 23, 26). Jesús reconsidera las leyes cuando hay hambre, cuando hay enfermedad. “El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado” (2, 27). En el capítulo 5 de Marcos, Jesús trasciende los límites de la religión institucional para sanar a dos mujeres “impuras” (5, 21-43). Como señala Pikaza, ambas mujeres están vinculadas por una misma enfermedad: son signo de impotencia del pueblo israelita a causa de sus leyes de exclusión.

El texto es carta magna de la libertad de la mujer cristiana frente a los códigos judíos de exclusión de las mujeres. La hija del jefe de la sinagoga ha llegado a su mayoría de edad (12 años) y se deja morir (tal vez por anorexia o depresión) debido a que tiene que enfrentar su condición de mujer: pasará a ser casada y tener hijos. Ella muere en su cama. Jesús la llama a la vida. De su padre y de su madre depende la fe para aceptarla como humana antes que como mujer muerta según los cánones judíos. La mujer hemorroísa lleva 12 años muerta, excluida de la religión y de la sinagoga. De ella depende su fe y transformación como mujer digna. Jesús opta por salvarlas a las dos y volverlas a la vida. Llama a la una, se deja tocar por la otra; desafía los límites de lo permitido.

Jesús no sólo confronta las leyes, también se deja tocar por la realidad. Una mujer sirofenicia, pagana, le pide que sane a su niña, “poseída por un espíritu inmundo” (7, 24-30). Jesús ha traspasado los límites de su tierra; ahora no está protegido por los tabúes culturales. Al principio, se muestra etnocéntrico: “Deja que primero se sacien los hijos. No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos” (7, 27). La mujer razona frente a él: los perritos de igual forma esperan las migas de pan, a los perritos se les da. Con ello transforma la mentalidad de Jesús, y él sana a la hija. La mujer pagana y su hija se revelan como personas. Jesús opta por ellas.

El capítulo 7 de Marcos muestra la diferencia entre una pureza religiosa y una pureza liberadora. Hay una acalorada discusión con los fariseos, que acusan a Jesús de que algunos de sus discípulos toman alimentos sin lavarse las manos según el ritual de purificación. El maestro propone: “No hay nada afuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que lo hace impuro, es lo que sale de él” (7, 15). En esta breve sentencia, refleja la que ha de ser la práctica de la Iglesia y la dimensión del encuentro con lo sagrado, la cual parte de la intimidad, del corazón como centro de la voluntad, las decisiones y los pensamientos, para exteriorizarse en relaciones y no en rituales.

Lo que está en juego aquí es la Halakah farisaica, la forma de interpretar la Torah para la vida. Los adversarios están a favor de la legalidad, Jesús presenta una interpretación que va en favor de la persona. Para Jesús la pureza y la impureza se dan en el corazón; la diferenciación entre lo puro y lo impuro es abolida: no son los alimentos los impuros, no son las personas las impuras; todo alimento es limpio; el hombre y la mujer son limpios; Jesús y sus seguidores pueden abrirse a todos, sirven a los hambrientos, enfermos y excluidos sin temor a ser contaminados. El cuerpo queda liberado de toda visión negativa. La espiritualidad parte del interior y se exterioriza en la acogida. El criterio para determinar la validez de la religión es lo humano. Para Jesús, priman la inclusión y la vida, los rostros concretos y los nombres de las personas. La resurrección de los muertos no sólo se da con el Lázaro de Juan, sino con las personas “impuras”, muertas para la religión, que ahora pueden participar del pan sacro que se celebra en la cotidianidad y con las manos sucias).

JESÚS MUERE COMO UN HOMBRE REBELDE

“La forma en que muere Jesús confirma la tesis de Camus. La actitud desafiante del nazareno ante Herodes, Roma, la ciudad y el templo le valen la condena: “Hemos encontrado a éste incitando a la rebelión a nuestra nación, oponiéndose a que paguen tributo al César y declarándose Mesías rey” (Lc. 23, 2). Jesús proviene de un sector rural, su perspectiva social choca con las expectativas citadinas de Jerusalén. Sus seguidores son campesinos galileos. Las élites urbanas, los herodianos y su perspectiva de civilización colonialista no encajan en su propuesta del reinado de Dios; deben arrepentirse. La purificación del templo es una provocación para los mercaderes que viven del negocio de la religión institucional y sus fisuras. Los líderes del templo ven a Jesús como una amenaza. Las palabras que registra Juan son, según especialistas como Aguirre y otros, fidedignas históricamente: “¿Qué hacemos? Este hombre está haciendo muchos milagros. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, entonces vendrán los romanos y nos destruirán el santuario y la nación” (Jn. 11, 47-48).

Es decisión tomada por la aristocracia sacerdotal, una reunión conspiratoria, aunque tal vez no oficial; hay razones políticas para eliminarlo. Jesús es visto como blasfemo por parte del Sanedrín, el cual decide darle muerte (Mc. 14, 53-64). Es condenado por los romanos a la cruz, en la que son eliminados los insurrectos contra el imperio. Según Hanson y Oakman, los romanos y los judíos reservaban la crucifixión para los crímenes más atroces: rebelión, traición, deserción militar y asesinato. Ningún ciudadano romano era crucificado, ya que esta era una muerte vergonzosa. La acusación a Jesús es la de rebelión, radica en oponerse a pagar tributo al César e incitar a la nación contra Roma. Según los historiadores, Jesús es considerado una amenaza, como también fue considerado el Bautista. Ha movilizado masas y suscitado expectativas populares intensas. Hay rumores de que aspira al título de Mesías (Mc. 14, 61), lo cual implica oposición al gobierno de Roma. Sus críticas le convierten en un subversivo peligroso con el que hay que acabar cuanto antes.

Jesús es crucificado entre bandidos. La palabra usada para sus compañeros de tortura es lestés, que traduce “ladrón”, pero también revolucionario o insurrecto, un Espartaco judío, desde los ojos romanos. Lestés es la palabra que se aplica a Barrabás en Juan 18,40. A Jesús se le crucifica en reemplazo de éste, lo cual quiere decir que la gente lo percibe como alguien que se opone a las instituciones de poder y corrupción. Claro, él lo hace de otra manera: propone la solidaridad y la comunidad, no las armas; la dignidad de los pobres; la opción de perdonar, la cual sólo la detentan los poderosos. Tal vez por esto sea aún más peligroso que aquellos que reproducen a modo de espejo la violencia del imperio. Le enseña a los demás a ser sujetos, a tener una dignidad alta, a mirar a todos a los ojos”.

(*) Juan Esteban Londoño (Magister en Ciencias Bíblicas de la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica): “Jesús, el hombre rebelde (2013).

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