Por Luis Alejandro Rizzi.-

Eduardo Kueider es para el gobierno la cola del diablo.

Kristina pidió su expulsión del Senado, lo que le significaría ganar un voto decisivo.

El suplente de Kueider es una fiel militante «K».

El gobierno de Javier Milei perdería un voto-tránsfuga también decisivo, con lo cual perdería también en el Senado la posibilidad de ganar una votación con el desempate de Victoria Villarruel.

Este juego de “patéticas miserabilidades” de don Hipólito Yrigoyen suelen ser los imprevistos incontrolables.

En lenguaje religioso, pactar con el pecado conforma un sacrilegio.

El gobierno quedó prisionero de sus propias incoherencias, en una palabra, de su soberbia y del imberbe «Kputo» -Perón lo llamaría un pobre chico-, que se la creyó, «pañales por acá, por favor», se hizo encima, sus pantalones claros son patéticos testigos.

Eduardo Kueider es hoy un “militante mercenario” de Javier Milei, promovido por Santiago Kputo.

Kputo no es más que un aprendiz de prestigiador y Eduardo Kueider lo desnudó en su real dimensión, un fanfarrón del grotesco.

Kristina, aun con la presunción de su inocencia, no hay sentencia firme que la condene; la eventual sanción de la ley de “ficha limpia” no le impediría ser candidata. Pero para entorpecer al gobierno, le es suficiente con llamarse «Cristina».

Kristina protagonizó un milagro político: ganó un sorteo sin tener billete y ganó un partido sin jugar.

Javier Milei y Santiago Kputo perdieron por su propia torpeza y su propia falacia.

Son lo mismo de lo mismo, no nos engañemos.

Ahora nos queda una pregunta: ¿de quién es Eduardo Kueider?

De nadie y de todos, otro milagro de Javier Milei.

La importancia de llamarse Kristina, les regaló con moño a Eduardo Kueider y la insignificancia de ser “Kputo”, que aceptó el “caballo de Troya”, un mito real de Homero.

El gobierno no tiene aliados; tiene mercenarios y éstos juegan por el que más paga.

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