Por Hernán Andrés Kruse.-

IMPACTO DE LA GUERRA COMERCIAL ENTRE EEUU Y CHINA EN AMÉRICA LATINA. RETOS Y OPORTUNIDADES

“La rivalidad estratégica entre EE.UU. y China, derivada en guerra comercial, ha impactado las dinámicas de la economía mundial y a los actores que en ella intervienen, especialmente en la región de América Latina que, aunque de modo aparente no ocupa un lugar cimero en las prioridades de política exterior de la actual administración Biden, gana relevancia en cuanto a la relativización de la hegemonía estadounidense, debido a sus recientes vínculos con la nación asiática.

Desde principios del siglo XXI, la nación asiática ha redoblado su presencia económica y política en América Latina, sobre todo mediante la compra de grandes volúmenes de materias primas y las inversiones directas; siendo este vínculo observado con preocupación por los EE.UU. Si bien inicialmente las acciones chinas se dirigían a aprovechar oportunidades financieras puntuales en la región, a partir de 2013 América Latina se inserta en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, acrecentándose la interdependencia económica entre el área y la nación asiática mediante una intensa política exterior bidireccional basada en el desarrollo de proyectos de infraestructura y el aumento de las inversiones directas chinas y de la cooperación.

En Sudamérica, China ha desplazado a EE.UU. como principal socio comercial. Por ejemplo, el 78% de la soja de Brasil y el 41% del cobre de Chile son importados por China; mientras que en Centroamérica, China muestra interés de acercamiento a Panamá -aunque este país ístmico orbita bajo la influencia político-económica estadounidense- y hacia allí dirige sus esfuerzos en materia de infraestructura, por ser una pieza clave como canal interoceánico. Según Gerardo Lissardy, al comenzar la guerra comercial entre China y EE.UU., para muchas naciones latinoamericanas aumentaron las expectativas de percibir beneficios en la región por medio de la venta a ambas potencias de aquellos productos que dejaran de comprarse entre sí. Sin embargo, la estrecha interconexión de los actores que conforman el sistema de relaciones económicas internacionales determina que el conflicto sino-estadounidense afecte también a todos aquellos integrados a las cadenas globales de valor en China y en EE.UU.

De esta manera, los países latinoamericanos que sostienen relaciones comerciales significativas con China han sido afectados por las fluctuaciones, tendientes al decrecimiento, en la demanda de exportaciones de la nación asiática. Como colofón, el período pandémico de COVID-19 condujo a una inevitable desaceleración y un decrecimiento en los niveles de inversión directa de China en la región. Por tanto, el impacto de la guerra comercial en las economías de la región se ha comportado de manera desigual. Por ejemplo, los precios de productos como la soja argentina, el cobre chileno o los minerales peruanos han reportado oscilaciones, predominantemente tendientes a la baja e incluso desplomes, lo cual ha reducido las ganancias exportadoras y las recaudaciones de los gobiernos. (Lissardy).

Juan Ruiz, economista jefe del BBVA Research para la unidad de América del Sur, expone que el impacto sobre América Latina está dado por el modo en que se articula la región con estos dos socios comerciales. Una reducción de 0,4% en el crecimiento estadounidense afecta al ciclo económico mexicano, y una reducción de un punto porcentual en China afectaría a América del Sur, estrechamente enlazada con el ciclo económico chino. Por otro lado, de acuerdo con algunos análisis recientes, México podría beneficiarse del contexto de la guerra comercial, pues la presencia del país latinoamericano en la canasta de importaciones de EE.UU. ha crecido, mientras cae la china.

Durante la presidencia de Trump, con su política de «America First», se privilegió el desarrollo del mercado interno y a las cadenas de producción íntimamente vinculadas a su industria, como lo constituye el caso de México. En el primer trimestre de 2019, la participación de China en el mercado importador estadounidense se redujo a 17,7% contra un 21% del año anterior, mientras México la aumentó a 14,5% desde 13,5% en el mismo período, señaló Luis de la Calle, ex subsecretario mexicano de negociaciones comerciales internacionales. (Lissardy) Este país podría resultar un beneficiario de dicha coyuntura, tomando en consideración que es un destino natural para que las empresas estadounidenses importen insumos y manufacturas, lo cual podría tener un impacto directo en el crecimiento de su PIB. “(…) A medida que las empresas buscan reducir su dependencia de la cadena de suministro de China, México se encuentra en una posición única para capturar una parte significativa de la inversión redirigida resultante” (Posma).

En 2019, y por primera vez en la historia, México desplazó a China como primer socio comercial estadounidense. El intercambio comercial México-EE.UU. alcanzó un intercambio histórico de US$614 mil millones de dólares. El monto superó en 9.95% el flujo comercial entre China y EE.UU. Sin embargo, los beneficios de México con la guerra comercial entre estas potencias son coyunturales, pues se requiere el acompañamiento de una estrategia gubernamental que se preserve en el tiempo y que aproveche el contexto externo, promoviendo el desarrollo del sector exportador.

Durante el gobierno de Trump, EE.UU. se mostró más enfocado en la región, sobre todo a partir de la incorporación masiva de países latinoamericanos a la Iniciativa china. En este sentido, para afectar a las empresas chinas y contrarrestar el avance del gigante asiático, llevó a cabo una serie de medidas desestabilizadoras, como presiones a determinados países del área y la implementación del proyecto América Crece (AC). Este proyecto geopolítico fue lanzado en 2018, y oficializado en 2019, como alternativa a la Iniciativa china con el objetivo de competir con ésta. Busca asociar a los gobiernos de la región mediante Memorandos de Entendimiento, el compromiso diplomático de alto nivel, diálogos bilaterales, la asistencia técnica e intercambios. Dentro de los 14 países latinoamericanos que integran el AC, se encuentran Argentina, Chile y Colombia. Por otra parte, Venezuela, Nicaragua y Cuba fueron automáticamente rechazados en la concepción del proyecto, con la finalidad de ejercer presión y promover el aislamiento de estos en la región.

En adición, el AC propone la ayuda al mejoramiento de los marcos regulatorios y las estructuras de adquisición de los países latinoamericanos, lo que se traduce en la admisión, por parte de las naciones participantes, de estructuras legislativas que beneficien los intereses estadounidenses. De esta forma, EE.UU. puede maniobrar en las Asambleas Nacionales tanto en favor de sus propios objetivos económicos como en función de emprender acciones para arremeter o remover gobiernos que ideológicamente no armonicen con sus aspiraciones (González Sáez) Por tanto, la esencia del AC ha radicado en fortalecer el posicionamiento estratégico del capital estadounidense en las economías de la región como mecanismo efectivo de dominación (González Morales) y como estrategia para obstaculizar las relaciones sino-latinoamericanas (Youkee), no solo en detrimento del ascenso económico chino, sino también en interés de conservar las tradicionales estructuras económico-sociales y de poder en América Latina, así como su limitada base productiva, el patrón primario exportador de sus economías, la débil inserción en las cadenas globales de valor y la gran dependencia estructural de los mercados externos.

En correspondencia con percepciones compartidas en el seno de la comunidad académica internacional, la mayoría de los expertos y funcionarios latinoamericanos mostraron cierto entusiasmo con la retirada de Donald Trump de la presidencia y el inicio de una nueva etapa que muchos investigadores supusieron diametralmente opuesta. Sin embargo, Biden ha demostrado que las políticas de su administración representan una continuidad respecto a las de su predecesor; aunque en su proyección discursiva se desmarca del realismo político de su antecesor e intenta revalorizar los conceptos tradicionales de “democracia”, “libertad” y “derechos humanos” para restaurar la dañada imagen del país. En la práctica se ha mantenido la esencia de la posición geoeconómica de EE.UU. y, por tanto, el empleo de los instrumentos económicos de poder con fines coercitivos. Si bien se retoman anteriores alianzas multilaterales para contrarrestar el auge de China como parte de los esfuerzos por recuperar el papel predominante en el sistema internacional, ello representa una modificación cosmética que no implica la transformación radical de las estrategias geopolítica, ni geoestratégica estadounidenses.

El escenario descrito evidencia que el manejo de instrumentos económicos de poder ocupa un lugar prioritario en la estrategia norteamericana pues, en gran medida, caracteriza y determina la política exterior de EE.UU. hacia China y América Latina. Ellos son utilizados para “dañar la infraestructura y la capacidad de reproducción de estas sociedades para rendirlas o subordinarlas” (Fernández Tabío), con el fin último de preservar su posicionamiento como potencia hegemónica en el sistema internacional. En correspondencia con ello, la utilización de estos instrumentos económicos ha impactado, además, en el avance de los procesos progresistas y emancipadores regionales, obstaculizando sus procesos autóctonos de crecimiento económico. A pesar de las presiones estadounidenses en América Latina, ni las élites dominantes, ni los gobiernos conservadores de la región han renunciado a la importante relación con China, de la que dependen económicamente, sobre todo en Suramérica. Por tanto, el actual contexto impone a los países de América Latina aplicar políticas económicas que impulsen el desarrollo y la expansión del mercado interno, con el objetivo de garantizar sus propias fuentes de empleos estables y lograr sustituir la inversión extranjera por inversión doméstica.

Según Fernández Tabío, ante el escenario de conflicto de intereses entre potencias del sistema internacional, se torna imprescindible el desarrollo de políticas económicas con una proyección geoeconómica antiimperialista y desde iniciativas autónomas, dirigidas a fortalecer la autosuficiencia de la economía interna, así como diversificar las relaciones internacionales y trabajar en la disminución de las vulnerabilidades. En medio de la competencia por el poder mundial, ello condiciona un acercamiento mayor a países como China, potencia con otra lógica política, y claramente no subordinada a los designios de Estados Unidos”.

CONCLUSIONES

“Las relaciones entre China y EE.UU. se encuentran signadas por la competencia y la cooperación estratégica, así como por una creciente interdependencia económica. Sin embargo, el ascenso de China como la segunda mayor economía del planeta, con posibilidades objetivas para resquebrajar la hegemonía de los EE.UU. en el sistema internacional, ha precipitado el declive relativo del liderazgo económico estadounidense, condicionando el emprendimiento de una guerra comercial por iniciativa estadounidense, como respuesta geoeconómica. El creciente protagonismo chino en las relaciones económicas internacionales, tanto por su peso económico como por la promulgación de un discurso de respeto a las normas establecidas, interfiere con la esencia expansionista y hegemonista de EE.UU.

Ante esta pérdida relativa de su capacidad de influencia en el balance global de fuerzas, el empleo de instrumentos económicos para la consecución de la geopolítica estadounidense en función de ejercer presiones políticas y coerción económica hacia los distintos sujetos del sistema internacional, se ha convertido en el eje central de la geoestrategia de esta nación. De ese modo, la geoeconomía es eficazmente aplicada por los EE.UU. mediante un amplio espectro de acciones, favorecidas por su colosal desarrollo científico-tecnológico y por la coyuntura de globalización neoliberal, que incluyen: las guerras económicas, los bloqueos y embargos económico-comerciales, la imposición de sanciones unilaterales, el proteccionismo arancelario, la manipulación políticamente condicionada de las instituciones financieras globales y del Sistema Monetario Internacional, la supremacía del dólar, el acceso privilegiado a la energía, a recursos naturales estratégicos y a las tecnologías, etc.

Los instrumentos económicos mencionados han sido estrictamente aplicados por las sucesivas administraciones, según los intereses nacionales de esta potencia hegemónica, contra un gran número de Estados, instituciones y organizaciones en todo el mundo; en la mayoría de las ocasiones con carácter unilateral, extraterritorial e ilegal. El ejemplo de la guerra comercial contra China es uno de los casos de estudio más contundentes e ilustrativos. Con la asunción de Donald Trump como presidente de los EE.UU. en el 2017, se inició una etapa de inestabilidad e imprevisibilidad de los vínculos bilaterales entre EE.UU y China que ha ocasionado serios efectos en la economía mundial y regional, en tanto el acercamiento chino a Latinoamérica ha continuado en ascenso. El anuncio de nuevos aranceles y sanciones a productos y empresas chinas por parte del gobierno de Trump agudizó el diferendo económico sino-estadounidense y condujo al estallido de un conflicto comercial entre estas naciones.

El progresivo aumento de los niveles de cooperación entre China y América Latina, representa una amenaza a los intereses geopolíticos estadounidenses en un área que ha sido considerada tradicionalmente por su élite gobernante como “zona de influencia” y con la que sostiene profundos vínculos injerencistas y de desigualdad. Por tanto, para EE.UU. constituye una prioridad la obstaculización del ascenso de potencias que limiten su rol de liderazgo global, o cuyas proyecciones geopolíticas y geoestratégicas desafíen sus objetivos de política exterior. Ello reafirma la preservación y puesta en práctica de una renovada interpretación de la Doctrina Monroe en el siglo XXI.

La región de América Latina, por su parte, busca un mejor equilibrio geoeconómico y la diversificación de sus exportaciones, lo cual se ha visto afectado en términos generales por esta guerra comercial, que para algunos países ha ocasionado efectos económicos negativos, mientras que otros han logrado obtener ventajas comparativas. No obstante, las tendencias han indicado que la totalidad de la región, como sistema, ha sido afectada de un modo u otro por el conflicto, pues las economías latinoamericanas continúan reproduciendo las relaciones económicas capitalistas que les imponen, como a China, instrumentos de poder económico basados en la coacción de una potencia hegemónica.

La dependencia histórica de actores externos coadyuva a la generación de persistentes deformaciones estructurales en las economías regionales, principalmente en lo referente a la incapacidad de proyectar sólidas estrategias de desarrollo desde el ámbito doméstico. La guerra comercial sino-estadounidense ha puesto en evidencia las asimetrías en los niveles de desarrollo de los países latinoamericanos, la interdependencia de las economías (materializada en la integración de los mercados) y la subordinación de las economías nacionales a los flujos financieros internacionales, reduciéndose las posibilidades reales de inserción en las cadenas globales de valor y, por tanto, de desarrollo integral”.

(*) Sailí León Chaviano (funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba) titulado “La guerra comercial entre Estados Unidos y China. Impactos en América Latina desde la perspectiva neoeconómica” (XV Seminario de Relaciones Internacionales organizado por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI)-2024).

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