Por Luis Peñaranda.-

A cuarenta años del enfrentamiento de Manchalá, los soldados y el combate en sí han sido envueltos en una nube de mentiras, agravios, ofensas y hasta imputaciones que estamos seguros se irán disolviendo con el más efectivo de los solventes, que es sencillamente, la verdad histórica.

La demolición del monumento que se había levantado en el predio de la antigua Compañía de Ingenieros estuvo fundada en falacias.

Con motivo de la presencia de los soldados de Manchalá en el Concejo Deliberante, la entonces concejal Gabriela Cerrano, del Partido Obrero, con total soberbia manifestó: «Se quiso reeditar aquel debate que para nosotros está totalmente saldado, no hubo ningún combate sino una orden de aniquilamiento».

No sabía o lo simuló, pero la realidad es que el 28 de mayo de 1975, sólo trece efectivos militares que se encontraban arreglando la Escuela de Manchalá enfrentaron a una columna de más de cien guerrilleros fuertemente armados y entrenados militarmente algunos de ellos en Cuba, Libia y otros, en Tucumán.

La concejal Cerrano también expresó que «no hubo ningún combate».

Cualquier ciudadano podrá comprobar el error -o la falacia surgida de la ideología y de la necesidad de quedar bien- con solo ir a una biblioteca y pedir un ejemplar de los periódicos de la época con fecha 29 y 30 de mayo.

¿Cómo decirle al soldado Segura que «no hubo combate», si una ráfaga de ametralladora lo dejó con trece centímetros menos de huesos en una de sus piernas, o a los otros soldados heridos?

¿O a quienes soportaron el asedio y la balacera por tantas horas, con el lógico trauma psicológico que un disparo produce?

Les puedo asegurar que fueron muchos.

Balas de verdad

Quienes se esmeran en mostrar una visión bucólica de la lucha armada deberían saber que enfrente estaban combatientes y no «jóvenes soñadores». Y que, como combatientes, disparaban con balas, de esas que hieren y matan. Así lo certifican las cicatrices de los compañeros heridos. Les puedo asegurar que esos «jóvenes idealistas y soñadores» no disparaban pétalos de rosas.

La ahora senadora redondeó su pensamiento diciendo: «No nos importa que los soldados se enojen». Los soldados no fuimos represores, porque allí hubo un combate que la conveniencia política intenta mostrar de otra manera.

¿Cómo no le va a importar a un representante del pueblo el descontento de un sector de la comunidad? Aunque no piensen como ella, se es legislador para toda la sociedad y no solo para los de su partido, que con su postura y voto defendió a quienes pretendían derrocar un gobierno constitucional atentando contra el sistema democrático, el mismo sistema que es hoy su medio de vida.

De los soldados de Manchalá, ninguno vive o tiene la profesión de «político», y no me refiero a los políticos que luchan por nobles y patrióticos ideales a quienes admiro y respeto, sino a aquellos que como ella «viven de la democracia».

Nosotros, los humildes pero orgullosos soldados de Manchalá, vivimos «en democracia».

Ésa es la diferencia.

En esa ocasión, el ex concejal Ávila expresó falazmente que «el monumento significó la reivindicación del terrorismo de Estado, y del Plan Cóndor y era un homenaje al fratricidio o muerte de argentinos por argentinos».

¿Cómo podríamos reivindicar el terrorismo de Estado, si el combate se libró en tiempos de democracia y el golpe de Estado, nefasto para el país y cada uno de los argentinos, ocurrió diez meses después, en el año 1976.

Ningún legislador tiene derecho a desconocer que fuimos soldados de la democracia.

Sostener, como lo hizo Ávila al referirse a que el ciudadano al pasar por el monumento rememoraba terribles momentos de la dictadura o relacionaba el mismo con el Plan Cóndor es no saber interpretar la realidad social del pueblo; para tamaña intelectualización hay que tener mucho tiempo de ocio, que sin lugar a dudas los concejales lo tenían y lo mal usaron. A pesar de la destrucción del monumento, Manchalá seguirá siendo Manchalá.

La demolición del monumento fue un bien urdido plan de destrucción.

Para que fuera total, debían encontrar restos humanos abajo del monumento. Claro, nada hallaron. Para nosotros hay allí suelo argentino, el mismo que supimos defender con honor.

Desde el poder político, los concejales nos han atacado con falsas y falaces acusaciones con el decreto 037/12 so pretexto de demoler el monumento.

Ante tan bizarro criterio y para no ser acusados de crímenes de lesa humanidad, nos preguntamos: ¿cómo deberíamos haber actuado ante el feroz ataque? ¿Debíamos, inermes, inmóviles e impávidos, dejarnos matar? ¿O correspondía actuar como actuamos? Responder a un ataque es natural.

Un acto de desagravio

Ellos, que acostumbran responder con improperios una mínima divergencia verbal, no nos recibieron, y nos privaron del derecho de autodefensa.

Hemos de recordar que una vez producida la muerte del general Juan Domingo Perón, todas las organizaciones guerrilleras dirigieron e incrementaron sus ataques contra las autoridades constitucionales con el fin tomar el poder.

Los soldados de Manchalá al repeler la desigual agresión, defendieron el orden constitucional. Fueron ellos, los soldados, quienes se convirtieron en garantes de nuestra Constitución. ¿Por qué el ex concejal distorsionó la realidad histórica, y castigó duramente a los ex jóvenes soldados, convertidos hoy en sexagenarios ciudadanos, que fueron quienes defendieron la Constitución nacional?

El ex concejal hizo gala de sus recursos dialécticos para mostrar una realidad que nunca existió, pues convirtió a guerrilleros en defensores de la democracia, a personas entrenadas militarmente en Cuba en «jóvenes soñadores», y a los jóvenes soldados salteños que cumplieron con la ley, en detestables personas que atentaron contra los elementales derechos humanos de estos jóvenes soñadores.

El pasado y la historia deben ser aprovechados para la experiencia de la humanidad. Los hechos pueden ser interpretados de diversas maneras, pero nadie puede alterar lo que ocurrió. Los combatientes que estaban en el monte tenían formación, objetivos, disciplina y equipamiento militar.

No fuimos represores, ni atacamos a indefensos civiles.

Por eso solicitamos a las autoridades que dejen sin efecto los falaces argumentos de la Resolución 037/12, para brindar a esta veintena de ciudadanos salteños el principio básico de seguridad jurídica e igualdad ante las leyes que debe imperar en cualquier régimen democrático, ello sería un justo acto de desagravio y reconocimiento. Quiera Dios que nunca más exista guerra alguna, pues quienes tuvimos la horrorosa experiencia de vivirlo sabemos que las heridas del alma tardan una vida en cicatrizar.

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