Por Hernán Andrés Kruse.-

REQUISITOS DE UN PERIODISMO INDEPENDIENTE

“Creo que para aclarar mejor las características del periodismo independiente, conviene hacer un análisis de los diversos tipos de periodismo. El noble rol que éste cumple hace necesario estudiarlo, no sólo desde el punto de vista de su capacidad informativa o técnica, sino a través de su misión pública, pues el periodismo puramente informativo se complementa hoy con el periodismo como función orientadora. De acuerdo a esta función orientadora y a su independencia, el periodismo puede dividirse en dos clases: «Periodismo fin» y «Periodismo medio». El primero es el que tiene como objetivo el bienestar y progreso de la colectividad y sólo vive del apoyo que le dan sus lectores. Su fin permanente es cumplir la elevada misión supeditando sus intereses particulares al interés general. El «periodismo medio», como lo dice su nombre, es un medio o instrumento del que se vale, ya sea un Gobierno, un partido político o un grupo económico para defender sus objetivos partidistas o sus intereses particulares. En este segundo caso, lógicamente, el interés general estará condicionado a los intereses del gobierno, del partido o del consorcio financiero. Puede coincidir con los de la colectividad pero ello no es frecuente.

Para poder lograr un periodismo fin, es decir, un periodismo puro, es fundamental que el diario tenga una «línea» que coincida con el interés nacional y que la mantenga. Sólo así los lectores podrán creer en él. En el «periodismo medio» los vaivenes de la política o los intereses económicos motivan que, en determinados casos, la «línea» varíe de acuerdo a estos vaivenes y a estos intereses. En este caso, los periódicos oficiales o de partido se convierten en meros departamentos de propaganda sometidos a la consigna del momento. De allí que, para alcanzar un periodismo fin sea condición esencial que el diario y quienes lo orientan gocen de plena independencia, tanto política como económica. No en vano decía el filósofo y periodista Augusto Conte: «Una condición capital para el publicista es la de abstenerse, rigurosamente, de ocupar un empleo o función pública. ¿.Cómo podría ser actor y espectador a la vez?» Mas como la independencia es fácil de ser afectada, pues se halla bajo continua amenaza, los periódicos deben ser muy celosos en su defensa. Por ello, en la carta constitutiva de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) se establece: «Es contrario a la existencia de una prensa libre e independiente y a los principios de la SIP la aceptación por parte de los periódicos, de subsidios o cualquier otra forma de ayuda económica de los Gobiernos».

Pero la independencia debe ser total. Es decir, no sólo con respecto a los gobiernos, sino también con relación a cualquier otra clase de subsidios hechos con el fin específico de acallar al diario o dirigir su política. No olvidemos que el lector comprende o perdona el error, pero no acepta el engaño. Sabemos, quienes por mantenerla perdimos durante seis años nuestros diarios, cuan duro es el precio de la independencia y comprendemos, igualmente, que es mucho exigirle a una publicación, con dificultades financieras, que se oponga a las presiones económicas de quienes desean utilizarla como un medio para que defienda sus intereses políticos o particulares, pero, es sabido también que en más de una ocasión, determinados periodistas han entregado su inapreciable independencia por mezquinos intereses o simples temores.

Otro de los aspectos a tomarse en consideración en cuanto al periodismo independiente, es el de la Ética periodística. Este es un tema que no se ha tratado lo suficiente, por ello es de suma importancia el libro publicado hace pocos años por los profesores de periodismo John C. Merrill y Ralph Barney, que contiene los más importantes trabajos que, al respecto, se han publicado en los Estados Unidos. Estos ensayos sobre los medios masivos de comunicación nos muestran la moral que debe orientar a la labor periodística y nos revela que «los problemas básicos del periodismo son, y fueron siempre, filosóficos y principalmente éticos». Se señala, asimismo, que: «dada su posición crítica, los periodistas se encuentran jaqueados o convertidos en blanco de grupos especiales de influencia que tienen fuertes intereses en lo que se refiere a determinar la dirección que tomará el proceso de adopción de decisiones públicas». «Dichos intereses configuran una gama que va desde el grupo gobernante (en los distintos niveles de la administración pública), preocupado por perpetuarse en su posición hasta grupos especiales de interés dedicados a influir sobre la opinión pública de un sector para que presione sobre los legisladores en favor de medidas legislativas especiales». «Podría considerarse axiomático que cualquier presión a un periodista estará siempre destinada a predisponerlo en favor de algún mezquino interés. Casi ninguna de esas presiones favorece el criterio más amplio del «bien común». Por ello el principal medio de que dispone un periodista para apuntalar su resolución de consagrarse al bien público es un baluarte erigido dentro de sí mismo. Consiste en percatarse de que la ética, en última instancia, es un asunto personal».

No creo, sin embargo, que deba limitarse a un asunto personal, sino que, en igual medida y quizás en mayor grado, ella atañe a la empresa periodística en sí y en especial a la Dirección del diario que es en definitiva quien asume la responsabilidad de la publicación. Desgraciadamente, como lo indica el propio Merrill: «la mayoría de directores de diarios, propietarios, directores de noticias y otros periodistas simplemente descartan el tema de la ética como «relativo» dando poca o ninguna importancia a los principios periodísticos absolutos o universales». Como se ha señalado: «el auténtico periodista -el realmente moral- no debe obrar para agradar a alguien o lograr alguna ventaja o conseguir alguna retribución. Actuar moralmente es, para Kant, actuar fundándose en el deber o el principio mismo, y no ver el resultado (supuesto o no) de la acción». Acción implica libertad, la libertad puede realmente resultar peligrosa. No obstante, la libertad es absolutamente necesaria a una sociedad abierta, a una democracia, a un pueblo amante de la libertad -y desde luego a un periodismo pluralista y diversificado.

«Lo peor que puede acontecerle a un periodista, señala Merrill, es renunciar a su autonomía, su autenticidad; porque entonces se convierte en nada más que un títere, un robot que se mueve y se rige por las fuerzas que las personas ajenas a él le dictan». Es un hecho que es más fácil generalizar cuando se trata del mal y no del bien. Así, las prácticas reñidas contra la ética constituyen la minoría de los casos; sin embargo, contribuyen, desgraciadamente, a afectar la credibilidad de los diarios en general. Y por ello es peligroso, pues si hay algo importante en nuestra profesión es la credibilidad que podamos lograr en nuestros lectores. La credibilidad no sólo coadyuva al prestigio del periódico sino también a su economía y esto es conveniente recordarlo a aquellos que anteponen el lucro a toda otra consideración. En efecto, cuando surge una nueva publicación, la preocupación básica es el aumento de circulación y muchas veces se posponen principios éticos con el fin de lograrla. Sabido es que la manera más efectiva de aumentar rápidamente las ventas es aplicando una fórmula-que por lo demás no es nueva pues se usa en Inglaterra desde comienzos de siglo-que podríamos denominar SS (Sexo o Sangre) o Porno-Morbo (Pornografía- Morbosidad). O sea, el periodismo amarillo o sensacionalista que explota las bajas pasiones del ser humano.

Pero aparte que, faltos ya de columnas para alargar los titulares o de tipos para agrandarlos, cansados sus lectores de la rutina del escándalo debido a la inexorable ley del cansancio, estas publicaciones pierden, algunas veces, circulación, pero todas las veces, credibilidad. Credibilidad que sin haberlo ellas previsto las afectará, no sólo en imagen, sino en su economía, ¿de qué manera? De la siguiente: La utilidad de un diario proviene, más que de la venta de sus ejemplares, de los ingresos por la publicidad que recibe. Es un hecho, asimismo, que las tarifas de avisos no están condicionadas, exclusivamente, a la circulación del medio sino también a su credibilidad. Así, si comparamos las tarifas de los diarios, por ejemplo «The New York Times» con la del «Daily News» de esa ciudad, el primero, serio y responsable, el segundo sensacionalista y escandaloso, pero con mayor circulación que el primero, y sin embargo, con una tarifa de avisos más baja, ¿cuál era la resultante económica? Que por un mismo aviso, de igual dimensión, el periódico con credibilidad, o sea «The New York Times», recibía no sólo más dinero que el «Daily News» sino que, por tener más baja circulación, gastaba menos papel por dicho aviso, o sea un mayor ingreso y un menor costo, lo que prueba que la credibilidad paga.

Generalmente, la circulación que queda es la que se gana con la verdad. Por ello es preferible perder la primicia no confirmada que perder prestigio. Lo primero es fácil de lograr, lo segundo difícil de recuperar. Desgraciadamente hay una creciente ola de sensacionalismo y por ello una crisis de confianza de los lectores con relación a los medios informativos, como se confirma en la encuesta publicada en International Press Institute, según la cual en los Estados Unidos ya no creen como antes a los diarios y tienen la sensación de que inventan noticias o le dan un carácter sensacionalista. Vemos, así, que la credibilidad es uno de los principales problemas que afronta nuestra profesión. Mas, la única forma de resolverlo es mediante un periodismo serio, honesto e independiente. Pero, ¿hasta qué grado puede un diario ser realmente independiente? preguntan algunos escépticos.

Hay, al respecto, un interesante libro del profesor Reynold Williams sobre «Los medios de comunicación social», en el que se critica el sistema comercial que rige en la industria periodística y en el que, si bien reconoce que «es ciertamente un medio que conduce a la libertad en comparación con cualquiera de los sistemas anteriores, tiene el peligro de encontrarse en manos de individuos y grupos cuyo principal objetivo es el lucro y a quienes no interesa el crecimiento de la sociedad o los objetivos humanos que persigue la expansión», de allí el nacimiento de los monopolios tan desarrollados en Inglaterra y en Estados Unidos y que han sustituido al llamado sistema paternalista. La propiedad de los medios de comunicación, viejos y nuevos, -dice ha pasado o está pasando en su mayor parte a una especie de organización financiera desconocida en etapas precedentes y con unas características específicas, que se asemejan a las principales formas de propiedad en la producción industrial general. En este campo las presiones crecen incesantemente. El viejo tipo de propietario que quería poseer el control, para propagar una idea, va siendo reemplazado por un nuevo tipo de propietario que dice no estar interesado en ninguna clase de opinión, sino simplemente en vender el mayor número de periódicos».

Ya hemos visto como este camino del lucro no va a conducirnos hacia la recuperación de la credibilidad. La credibilidad de un periódico es elemento esencial para su prestigio y éste, a su vez, factor básico en su influencia en la opinión pública. Se ha dicho, con razón, que los diarios constituyen un tipo único de institución, dada su función de promover y proteger el bienestar social; ser guardianes de la libertad individual y colectiva y tener la constante y perpetua responsabilidad de presentar, no sólo ambas caras de la cuestión, sino todos los puntos de vista posibles. Es indudable que, para cumplir tan importante función, se requiere de la necesaria independencia, no sólo de los periodistas, sino también de la empresa misma. En cuanto a los periodistas, se plantea el problema entre su independencia y la capacidad de acceso a la información. Por lo general, las noticias más importantes del diario proceden de «fuentes de alto nivel», que pueden impedir, fácilmente, que el redactor tenga acceso a ellas. Muchas veces sugieren o exigen que la «primicia» sea a cambio de un tratamiento favorable al gobierno. De allí que la tradición liberal del periodismo exija que el periodista mantenga una estricta independencia con respecto a sus fuentes.

Se plantea, asimismo, ¿hasta qué grado tiene un periodista independencia en su labor dentro de la empresa? No se puede establecer, al respecto, una regla común, pues ello dependerá de la política interna que tenga cada empresa. Sin embargo, desde el punto de vista general cabe referirse al Libro Azul, un exhaustivo trabajo, hecho en Inglaterra, durante dos años, por la Comisión Real de Investigación, presidida por Sir David Ross, preboste de la Universidad de Oxford. Según éste la comisión llegó a la conclusión que: «los redactores interrogados han dado la impresión que se consideran libres para redactar los diarios a su manera, dentro de los límites directivos, por cierto muy extensos, fijados por los editores» y que: «en el dominio de los diarios, la empresa independiente es una de las condiciones de la prensa libre». En ello concordamos plenamente y fue este planteamiento el que motivara a que nuestro diario «El Comercio de Lima», adoptara, hace 35 años, el siguiente acuerdo: «Ningún Director o miembro del Directorio así como Gerentes y Jefes de Redacción y Editorial, pueden tener: un puesto público, pertenecer a un partido político alguno o a grandes compañías transnacionales». Creemos que de esta manera, asegura mejor la independencia del diario y se gana para éste, la confianza y credibilidad del lector”.

(*) Alejandro Miró Quesada G.: “Periodismo independiente” ((Intervención del Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en las Jornadas Empresarias de Medios de Comunicación Independientes de Argentina, Buenos Aires, agosto de 1986).

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