Por Luis Alejandro Rizzi

“Hoy la institucionalidad está más cerca de la autocracia que de la democracia republicana.

En la próxima nos referiremos a Milei -el castizo- y las redes y al hecho que no se puede engañar a todos, todo el tiempo”.

Así terminaba la parte primera de esta saga, subida el pasado 7 de junio.

Mi hipótesis es que LLA es un partido militar integrado por civiles, lo que no quita que pudiera haber militares o integrantes de otras fuerzas de seguridad como afiliados. En nuestra historia, el “partido militar” estaba integrado por militares y civiles, que más de una vez fueron los verdaderos instigadores de los “golpes militares”.

Lugones había dicho “llegó la hora de la espada”, pese a que más de una vez estuvo desenfundada en nuestra historia.

La idea subyacente era y es que sólo un “poder fuerte” podría o puede solucionar las cuestiones que la política no pudo; al contrario, parecería que más bien agravó nuestros males.

El “que se vayan todos” fue estentóreo en la crisis del 2001 y ahora parecería que se expresa “no votando”. Los porcentajes de abstención ya superan el 40%.

Sería hipócrita negar que todos los “golpes militares” desde junio de 1955 a 1976 contaron con suficiente apoyo de la ciudadanía.

Recuerdo en mi niñez, cómo se ansiaba que los militares derrocaran a un Perón que ganaba elecciones.

Este “clamor” se repitió, quizás con menos intensidad o sonoridad, cuando se derrocó a Frondizi, mediante un “golpe de palacio” que, si bien cerró al Congreso, mantuvo el funcionamiento del poder judicial.

José María Guido juró como presidente ante la Corte.

Años después en Viedma, en uno de sus viernes de empanadas, hechas por él, nos contaría con bastante gracia el modo con que lo trató al general Poggi cuando se le apersonó, para derrocarlo y quedarse con la presidencia de la nación.

Luego, con un 22% fue elegido presidente Arturo Umberto Illia, que finalmente fue derrocado en 1966 por el pomposo movimiento encabezado por Juan Carlos Onganía, presidente de la llamada “Revolución Nacional”.

Con este “golpe” se inauguró una nueva teoría. Los límites del poder militar estaban dados por el logro de los fines propuestos, por cierto tan nobles como difusos. La constitución se aplicaría de modo subsidiario.

Este proceso “revolucionario” se fue disolviendo en sus propias contradicciones y heterodoxia y su final fue paradójico, nos trajo de regreso al vilipendiado General Juan Domingo Perón, siendo Héctor José Cámpora, su fracasado alter ego, una suerte de futuro Alberto Fernández, con la diferencia de que sólo permaneció unas pocas semanas en el ejercicio del poder ejecutivo.

Según Mariano Grondona, había vuelto un “Perón bueno”, cuyo abrazo con Ricardo Balbín resultó símbolo insuficiente para modificar un curso histórico fatal que terminaría con el llamado “Proceso de reorganización nacional” que llegó al poder en marzo de 1976, con absoluto respaldo de la gente.

Ese gobierno debió dejar el poder luego de perder la inadmisible guerra de Malvinas. El gobierno militar perdió en la práctica de su propio oficio.

A los fines de esta nota, lo que intento decir es que en la sociedad habría una vocación por las “autocracias”, regímenes en los que la voluntad de una sola persona es la ley, que se legitima permanentemente a sí misma.

Un caso notable fue el de Néstor Kirchner o la Familia Kirchner, si se prefiere, que, con el mismo caudal de Illia en 1963, logró construir una máquina de poder que perdura, antiética y en consecuencia amoral.

Esa estructura de poder que perdura al presente fue formal y absolutamente democrática y también desaprensiva y deshonesta. Paradojalmente, varias de las causas por corrupción que se le imputaron a esa estructura de poder se promovieron ante sus propios magistrados.

La primera sentencia fue dictada por el tribunal oral en diciembre de 2022, mientras Cristina era vicepresidente y la definitiva en 2024, durante el gobierno de Javier Milei.

La primera condena se dictó en la causa “vialidad”, iniciada en el año 2016, durante el gobierno de Mauricio Macri, aunque la denuncia inicial fue hecha años antes.

Un segmento social desconoce la legitimidad de esa causa y obviamente la sentencia final condenatoria.

Esta nota tendrá una tercera parte, pero anticipo que la sociedad argentina tiene un matiz preferencial o un sesgo de simpatía hacia las “autocracias”, cuyas decisiones se autolegitiman.

En el caso de la corrupción, las elecciones ganadas por la familia Kirchner legitimarían sus conductas.

Nos queda por desentrañar cuál es la ponderación social de la moral y la ética como sustento de la política.

En ese caso, las autocracias serían éticas y morales por sí mismas, lo que significaría que la ética y la moral pueden tener significados variopintos.

Para la estructura de poder “K”, el concepto de justicia democrática sería político; en cada elección la ciudadanía, al elegir a un Kirchner, legitimaba todos sus actos políticos y administrativos.

Cuando terminaba la nota, la Corte rechazó el Recurso extraordinario interpuesto por Cristina contra la sentencia que la condenaba.

La Corte, como lo aconsejaba la “sana discreción”, fundamentó su decisión, no aplicó la “plancha” del “280”.

Queda una pregunta: ¿Cómo nos pudo pasar esto del kirchnerismo?

La soledad de Cristina fue ilustrativa, el barullo silencioso.

Nos queda la tercera parte, no prevista, tiene que ver con este final de Cristina y esto que es el “mileísmo”, un presidente que gobierna “como de facto”, apoyado en el partido civil-militar y que se oculta junto con Karina en el caos $LIBRA.

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