Por Hernán Andrés Kruse.-

… Y Adorno

“En una carta escrita a Horkheimer en el 8 de junio de 1941, Adorno afirma que “las razones del texto de Fritz [Pollock] obviamente provienen de su texto [“El Estado autoritario”] y solo están simplificadas y desdialectizadas de una manera que las convierte en su contrario”. Con esta afirmación Adorno resume bien la situación: en las tres obras analizadas anteriormente, Horkheimer ya había expuesto una parte significativa de lo que comprendía las dos contribuciones de Pollock en 1941 a la revista del Instituto, pero al mismo tiempo Pollock habría caricaturizado los argumentos de Horkheimer, tornándolos no dialécticos y, por tanto, falsos. En la misma carta, Adorno explica su descontento: “La mejor forma en que puedo resumir mi opinión sobre este texto [Capitalismo de Estado, de Pollock] es que representa una inversión de Kafka. Kafka representó la jerarquía de oficinas como un infierno. Aquí el infierno se convierte en una jerarquía de oficinas. Además, el conjunto está formulado en forma de tesis y, en un sentido husserliano, ‘desde arriba’, que menoscaba por completo de la urgencia, por no mencionar la suposición no dialéctica de que una economía no antagónica sea posible en una sociedad antagónica.

Es, por un lado, una crítica de la forma, “no dialéctica”, “tética”, “desde arriba”, y, por otro lado, de contenido, que asume una economía no antagónica insertada en una sociedad antagonista. Si la recepción de Horkheimer de las tesis de Pollock es ambigua, la de Adorno comienza con un claro rechazo. Durante este período, Adorno estuvo trabajando en textos de crítica cultural dirigidos a teóricos abierta o veladamente conservadores, como Spengler, Veblen y Huxley. En los artículos “Spengler tras el ocaso” (escrito en 1938), “El ataque de Veblen a la cultura” (1941) y “Aldous Huxley y la utopía” (1942) Adorno no llega a esbozar un diagnóstico de la época, aunque presenta algunos de los trazos del mismo. De esta forma, el texto central que muestra la posición de Adorno sobre las transformaciones del capitalismo es el manuscrito no publicado en ese momento, “Reflexiones sobre la teoría de clases” (1942).

Adorno es enfático al caracterizar el período como capitalismo monopolista: “La fase más reciente de la sociedad de clases se ve dominada por los monopolios; ésta empuja hacia el fascismo, hacia la forma de organización política digna de tal sociedad”. El manuscrito trata principalmente de la desaparición de la unidad de clase, lo que hace que la clase obrera deje de oponerse a la forma de organizar la vida social. Los proletarios se integran a la sociedad, en un proceso que es también el proceso de internalización de la coerción social. “El dominio se establece dentro de los hombres”. Adorno presenta el cambio con las siguientes palabras: “Los proletarios tienen más que perder que sus cadenas. Su estándar de vida no ha empeorado, sino que ha mejorado en comparación con las circunstancias inglesas hace cien años, tal como se les presentaban a los autores del Manifiesto. Jornadas laborales más cortas, mejor alimentación, vivienda y vestimenta, coberturas a los familiares y a la propia vejez, con el desarrollo de las fuerzas productivas técnicas a los trabajadores les ha caído en suerte una esperanza de vida promedio más elevada”.

En este mismo manuscrito se menciona algo nuevo: la teoría de los rackets. Según Regatieri: “Horkheimer y Adorno comienzan a usar el término racket para designar un mecanismo de constitución y actuación de grupos que defienden su particularismo frente a otros grupos y frente a la sociedad, reconocen y protegen a sus miembros mientras que fuera de su círculo solo ven una arena de conflictos por los bienes que buscan apropiarse, que también son disputados por otros grupos”. Los rackets son camarillas, grupos que intercambian ventajas, casi siempre al margen de la ley, para consolidar la cartelización en un ámbito económico determinado. No es una élite empresarial, como la que, según Pollock, controlaría el capitalismo de Estado. Por el contrario, los rackets compiten entre sí, pelean para destruir a otros y expandir su poder e influencia. En este sentido, son un elemento de desestabilización en el mundo administrado.

En la Dialéctica de la Ilustración, el tema de la capitulación del movimiento obrero reaparece, nuevamente con la observación de que esta capitulación es el resultado, al menos en parte, de la elevación del nivel de vida: “en una situación injusta la impotencia y la ductibilidad de las masas crecen con los bienes que se les otorga. La elevación, materialmente importante y socialmente miserable, del nivel de vida de los que están abajo se refleja en la hipócrita difusión del espíritu”. Junto a este ascenso, el individuo desaparece: “El aumento de la productividad económica, que por un lado crea las condiciones para un mundo más justo, procura, por otro, al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. El individuo es anulado por completo frente a los poderes económicos”.

Tal diagnóstico va acompañado de una crítica a la forma imperante de racionalidad, instrumental o subjetiva. Pero todo esto está directamente relacionado con el desarrollo del sistema económico: “la razón misma se ha convertido en simple medio auxiliar del aparato económico omnicomprensivo”. En otras palabras, el llamado “mundo administrado” no es el mundo de la primacía de lo político, sino una situación histórica específica en la que los intereses económicos y los intereses políticos se vuelven tan interrelacionados que ya no es posible distinguir unos de los otros. Si hubo un giro pesimista, es decir, si el “pesimismo” no estaba ya inscrito en los inicios de la teoría crítica, esto no se debe a la supuesta adopción de la tesis de la primacía de lo político, ni a la presunta sustitución del objeto de la crítica, del capitalismo hacia la racionalidad instrumental, sino más bien la ausencia cada vez más sentida de fuerzas que se oponen a la forma en que se organiza la sociedad, la liquidación del sujeto y la capacidad de la civilización capitalista de perpetuarse a través de la internalización de la dominación. Como sistema antagónico, sigue teniendo contradicciones que en algún momento deben estallar, pero no se puede esperar que la emancipación resulte de su estallido”.

HABERMAS

“La influencia del diagnóstico de Pollock sobre Habermas ya no es la del diálogo directo o la del desarrollo conjunto de ideas en un mismo ambiente de debate, como lo fue en Horkheimer, Adorno y también Marcuse. El nombre de Pollock apenas aparece en el trabajo de Habermas y no hay referencias de afiliación explícita. Sin embargo, Honneth  ya había notado la similitud entre el diagnóstico que instruye al modelo habermasiano en general y el diagnóstico de 1941. Para Marramao, Habermas representa sólo una ‘variante’ de la ‘línea Horkheimer-Pollock-Adorno’ de comprensión de esa transformación político-económica. Nobre considera que ciertas diferencias entre Adorno y Habermas revelan precisamente “las distintas posiciones que asumen en relación a los escritos de Pollock”. De hecho, llama la atención que es precisamente en Habermas donde aparecen más elementos del diagnóstico del capitalismo de Estado, y de una manera más unívoca: el capitalismo se ha estabilizado; ya no hay primacía de determinación de lo económico; la lucha de clases ya no está operativa; si cabe esperar crisis, son crisis de legitimación, no crisis económicas; la intervención técnica a gran escala estructura los diferentes ámbitos sociales; hay una forma democrática de capitalismo de Estado, y es en ella que se hay que apostarle las fichas.

En “Entre la filosofía y la ciencia: el marxismo como crítica”, cuya primera redacción es de 1960, Habermas abre el texto enumerando “cuatro hechos” que, en ese momento, “tomados en conjunto forman una barrera infranqueable ante una teoría de la recepción del marxismo”. La lista parece retomar y actualizar sin desviarse ciertos desarrollos descritos por Pollock: a) la crítica de la economía política ya no podría aprehender la vida social, ya que la base económica ya no tendría autonomía, sino que estaría “concebida en función de conflictos resueltos con autoconciencia política”; b) elevar el nivel de vida e integrar a los trabajadores a través de la “coerción anónima del control indirecto” eliminaría la posibilidad de expresar un conflicto social de motivación económica; c) el proletariado se habría disuelto como proletariado, es decir, como clase autoconsciente, de modo que la revolución y la teoría revolucionaria perderían su portador y d) la constitución del socialismo real soviético y su “dominación de funcionarios y cuadros”, que “parece recomendarse sólo como método de industrialización acelerada para los países en desarrollo”, habría paralizado la discusión sobre el marxismo.

“Técnica y ciencia como ideología”, de 1968, conserva el tono general del diagnóstico de 1960 y lo amplía en un punto decisivo. Dos elementos implicarían la caducidad del modelo de crítica de Marx: la creciente intervención estatal para asegurar la estabilidad del sistema y la transformación de la ciencia, desde su estrecha vinculación con la técnica, en “primera fuerza productiva”. El razonamiento tácito es el siguiente: el primer elemento invierte la relación de determinación entre base económica y superestructura política; el segundo elimina el carácter de la primera fuerza productiva del trabajo y alude a la invalidación de la teoría del valor trabajo. La novedad de su tiempo sería algo observado por Marcuse en El hombre unidimensional: que la técnica y la ciencia no solo actúan como fuerza productiva, sino que también asumen el papel de legitimadoras de la dominación (es decir, también operan como ideología). La política tiende a asumir cada vez más la forma tecnocrática, en la que la toma de decisiones sobre los fines que debe perseguir el Estado ya no está disponible para el enfrentamiento político, sino que se presenta como una cuestión técnica, de cálculo de los mejores medios para fines que se presentan como inevitables: “En la medida en que la actividad estatal se orienta hacia la estabilidad y el crecimiento del sistema económico, la política asume un peculiar carácter negativo: se guía por la eliminación de disfuncionalidades y la prevención de riesgos que puedan amenazar el sistema, es decir, no está dirigida a la realización de propósitos prácticos, sino a la resolución de problemas técnicos”.

Este es un paso más allá del diagnóstico de Pollock. La política había ganado autonomía en relación con la economía, pero eso no significa que los hombres se liberen del automatismo de las leyes económicas y comiencen a conducirse conscientemente, más aún por estar en medio de un conflicto sofocado, en la toma de decisiones sobre la distribución del producto social. Ahora, la lógica de la política es también una lógica sistémica. El diagnóstico del capitalismo de Estado está incrustado en la teoría weberiana de la racionalización, cuyas implicaciones lo llevan más allá de sí mismo. La racionalización sistémica engloba los procesos sociales en su conjunto, los económicos y los políticos, y sin un sentido de determinación que vaya de una esfera a otra.

Frente a esta nueva comprensión sociológica, Habermas considera, en 1973, en Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, que “un concepto de crisis adecuado en términos de ciencias sociales debe, por tanto, cubrir el nexo de integración sistémica e integración social”. Es decir, para entender en qué sentido las crisis siguen siendo posibles en esta nueva configuración del capitalismo, sería necesario abandonar un modelo, entendido por Habermas como obsoleto, que postula que las crisis surgen del automovimiento internamente contradictorio de la valoración del capital. La sociedad está compuesta por diferentes sistemas con sus propias legalidades; y, al mismo tiempo, por el mundo de la vida, que estructura la sociedad compartiendo normas y símbolos lingüísticos. Es necesario un enfoque que visualice tendencias de crisis distintas y variadas. Los sistemas se encuentran en un alto grado de racionalización interna, lo que les da estabilidad y los equipa para la prevención de crisis. Si puede surgir una crisis entonces, concluye Habermas, es más probable que no se trate de crisis económicas, que ya no ocurrirían espontáneamente, sino de crisis complejas que surgen de la interacción de los sistemas entre sí y con el mundo de la vida, a partir de la imposibilidad de encontrar una solución de compromiso definitiva entre la apropiación privada y la legitimación pública de las actividades estatales que la subvencionan, o, en otras palabras, la dificultad del Estado para “asegurar la lealtad de las masas y, al mismo tiempo, mantener el proceso de acumulación en marcha”. Esta tensión podría provocar crecientes crisis de motivación y legitimación, es decir, respectivamente, para el input y el output del sistema político.

La Teoría de la Acción Comunicativa, publicada en 1981, finalmente sistematiza una macroteoría al mismo tiempo informada por este diagnóstico y equipada para perfeccionarla. El diagnóstico de la tecnificación de la política y el pronóstico de la posibilidad de crisis de legitimación desencadenadas por las necesarias fallas administrativas y conciliatorias del Estado social encuentran una descripción y actualización en términos de la tesis de la colonización sistémica del mundo de la vida. El cambio continuo en la relación entre el Estado, el mercado y el mundo de la vida puede conceptualizarse a partir de las nociones de diferenciación funcional de diferentes subsistemas (administrativos y económicos) que ganan autonomía a partir de la especialización de códigos propios y desacomplejados (poder y dinero). Habiéndose separado del mundo de la vida, es decir, tornándose relativamente independientes del intercambio de valores y símbolos culturales por parte de los individuos para operar, “los imperativos de los subsistemas autónomos, tan pronto como se despojan de su velo ideológico, penetran desde afuera en el mundo de la vida –como señores coloniales en una sociedad tribal– y fuerzan la asimilación”.

En consecuencia, sólo la intensificación de la comunicación no distorsionada, que reproduciría el mundo de la vida en su propia lógica, puede ofrecer resistencia a la colonización. A diferencia del “motivo de lucro” y el “motivo de poder” de Pollock, el dinero y el poder en la obra principal de Habermas no son el uno para el otro como una especie de un género más amplio, sino que son especies de códigos sistémicos, y ninguno tiene la primacía de la determinación, pero se relacionan entre sí en diferentes equilibrios y contextos, pero ambos actúan en la determinación del mundo vivido. Así, Habermas describe esas “estructuras del capitalismo tardío” (“intervencionismo estatal, democracia de masas y el Estado social”) en el umbral histórico del desmantelamiento de la forma clásica de capitalismo de Estado”.

POSTONE

“Habiendo cruzado ese umbral y en el espíritu de una renovación de la teoría crítica de Marx, Moishe Postone presenta una crítica fundamental de Pollock y las implicaciones de su diagnóstico para la tradición de Frankfurt en general. Si el objetivo de Pollock y de los miembros del Instituto en aquel momento hubiera sido determinar la especificidad histórica del capitalismo de su tiempo, Postone puede, a cierta distancia histórica, proponer el objetivo opuesto y complementario: encontrar “conceptualmente el núcleo fundamental del capitalismo”, que permanece igual en sus distintas fases. Para Postone, es precisamente porque Pollock no es capaz de determinar correctamente la estructura del capitalismo que su forma de evaluar el diagnóstico en sí necesita dejar vacíos y confusiones conceptuales. Pero, por otro lado, es sólo ante el mismo diagnóstico, esta vez correctamente valorado, que ese “núcleo fundamental” del modo de producción capitalista puede encontrarse más allá de su configuración liberal del siglo XIX. Para Postone, Pollock se equivocó al describir la nueva fase del capitalismo como una fase caracterizada por la subrogación de la primacía de lo económico por la de lo político y, en consecuencia, por la domesticación, como si viniera de un lugar externo, de la dinámica inestable y contradictoria del capital. Sin poder rastrear contradicciones en el objeto criticado, a partir de entonces la crítica ya no es capaz de encontrar posibilidades de superación en la propia sociedad capitalista, ni de ubicar reflexivamente la constitución de sí misma como elemento inmanente de tensión en el orden existente.

La confusión de Pollock, en una palabra, habría sido considerar que las leyes económicas inmanentes, cuyo funcionamiento habría sido suprimido por la planificación consciente, eran leyes ubicadas en el mercado, entendido como una instancia de distribución automática de bienes económicos. Cuando la interferencia del Estado ya no permite que tenga lugar esta distribución por mecanismos de oferta y demanda, Pollock ve abolidas las leyes del movimiento del capital en general. La forma confusa en que Pollock justifica el uso del término “capitalismo de Estado” (“esta expresión indica cuatro elementos mejor que todos los demás términos sugeridos: que el capitalismo de Estado es el sucesor del capitalismo privado; que el Estado asume funciones importantes del capitalista privado; que el interés por las ganancias todavía juega un papel importante y que esto no es socialismo ”) demuestra, para Postone, que Pollock no tiene un concepto adecuado de capitalismo. Al sostener que lo económico cede el paso a lo político, Pollock opera con un concepto restringido de economía, igual a la coordinación automática de necesidades y recursos por parte del mercado. Esta coordinación, sí, da paso en el capitalismo posliberal a formas mixtas de coordinación competitiva, monopolística y planificada, pero, cualquiera que sea su configuración, siguen siendo modos de distribución derivados de los desarrollos en la esfera de la producción.

Con presupuestos teóricos y propósitos diferentes, Postone quiere disolver la paradoja acusada por Marramao en la forma en que entiende la relación entre economía y política que sería común a los frankfurtianos en general: al fin y al cabo, la primacía de determinar la política estaría determinada de modo continuo y subterráneo por la economía, que así preservaría la primacía. La disolución de la paradoja sería posible mediante una correcta comprensión de la relación entre producción y distribución, y del valor, no como una ley que regula la distribución, sino como una estructuración, basada en la producción como momento preponderante, de la sociedad capitalista como un todo. En la base de la evaluación de Pollock hay una mala comprensión de lo que significa la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Pollock considera que el progreso de las fuerzas productivas ocurre sólo en términos de medida, es decir, como una dimensión de una grandeza de la misma calidad: solo en la forma en que es posible mejorar medios cada vez más eficientes para lograr el mismo fin.

Las fuerzas productivas, entendidas siempre desde su configuración industrial, que combina el trabajo humano y los artefactos técnicos que aumentan la productividad de ese trabajo, progresarían en intensidad hasta llegar a un cierto grado en el que se hace inevitable una adaptación de las relaciones de producción. Si, en el capitalismo liberal, las fuerzas productivas y las relaciones de producción estuvieran continuamente en contradicción, el capitalismo de Estado representaría en última instancia la adecuación de las relaciones de producción a las fuerzas productivas. La planificación centralizada es la forma adecuada y racional de distribuir y asignar recursos según lo requiera una determinada reordenación productiva. Así, la contradicción desaparecería. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción ya no actuarían como límites y obstáculos entre sí, sino que operarían de manera armoniosa y unidimensional. En definitiva, el capitalismo de Estado se entiende como una nueva configuración de las relaciones de producción, que Postone disputa. Significa que hay nuevas relaciones de distribución, pero las relaciones de producción siguen siendo las mismas, y esto se debe a que las fuerzas productivas siguen siendo cualitativamente las mismas. Y, asimismo, sus leyes de funcionamiento inmanentes y contradictorias.

Pero si Pollock se equivocó al considerar que las relaciones de producción habían cambiado, el hecho de que clasificara lo que él entendía como nuevas relaciones de producción como relaciones capitalistas apunta a una reconceptualización de lo invariante en el capitalismo a través de sus sucesivas transformaciones. Si ciertas relaciones de producción que no se caracterizan por i) relaciones de clase, institucionalizadas en ii) propiedad privada de los medios de producción y mediadas por iii) el mercado todavía se denominan capitalistas, es porque al menos estos tres rasgos no serían esenciales al capitalismo: “La lógica de la interpretación de Pollock debería haber inducido una reconsideración fundamental: si el mercado y la propiedad privada son, de hecho, consideradas como relaciones capitalistas de producción, la forma posliberal ideal típica no debería considerarse como capitalista. Por otro lado, caracterizar la nueva forma como capitalista, a pesar de la (presunta) abolición de estas estructuras relacionales, exige implícitamente una determinación distinta de las relaciones de producción esenciales para el capitalismo (Postone).

Para Postone, el enfoque de Pollock “tiene el valor heurístico involuntario de permitir la percepción del carácter problemático de las asunciones del marxismo tradicional”. Históricamente fue necesario que el mercado perdiera su centralidad como instancia de distribución, precisamente lo que fue diagnosticado, pero mal interpretado por Pollock, para tornar claro que la categoría central del valor no puede interpretarse de manera restringida como una categoría distributiva, es decir, al igual que la mediación por la totalidad social de lo que es, como equivalente, a cada una de las partes de las relaciones de intercambio. Más que eso, el valor es la compulsión de la inmensa riqueza producida para encontrar su medida en una abstracción que no concierne a las necesidades humanas, aunque depende de ellas: “cuando se concibe el valor esencialmente como una categoría de distribución mediada por el mercado, él es tratado como un modo de distribución de la riqueza históricamente específico, pero no como una específica forma de la riqueza en sí misma.” (Postone). Pollock y los frankfurtianos, dice Postone, “rompen con el marxismo tradicional en un aspecto decisivo”, pero aún sería necesario que esa configuración del capitalismo organizado comenzara a disolverse para que la ilusión de un aplanamiento de la contradicción fundamental del capitalismo podría abandonarse”.

(*) Amaro Fleck (Universidad Federal de Minas Gerais-Brasil.2021): “Pollock y los frankfurtianos. Notas sobre la recepción del concepto de capitalismo de estado”.

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