Por Carlos Tórtora.-

El marketing electoral de Javier Milei llama la atención por ir en contra de algunas de las tendencias más fuertes de la sociedad argentina en los últimos 80 años. Por un lado, está la identificación de la Casa Rosada con la administración Trump, en una forma que supera en mucho las relaciones carnales de Carlos Menem y Guido Di Tella con el gobierno de George Bush. Desde el 45, la adhesión de los gobiernos locales a la Casa Blanca encontró más críticas que apoyos. La excepción a la regla fue justamente Menem, que en 1995 consiguió ser reelecto mostrándose como un buen amigo de EEUU.

Tanto los Kirchner como antes Raúl Alfonsín explotaron al máximo la veta popular del antiyanquismo. Néstor Kirchner llegó al extremo de hacerle pasar un papelón a George Bush en la cumbre de presidentes en Mar del Plata en el 2005.

Pero Javier Milei ahora, y fiel a su estilo, lleva las cosas al límite y el FMI aparece como el impulsor de la continuidad política en la Argentina.

Las declaraciones de Kristalina Georgieva instando a mantener el rumbo y que no descarrile la voluntad de cambio, le hacen en realidad un flaco favor a Milei, ya que no hay casi sectores de la política que expresen simpatía por el FMI.

Hacia la polarización extrema

Como nada es casual en los altos niveles de la política, cabe pensar que el presidente le apunta a extremar la polarización electoral, aunque sería consciente de que la mayoría de la población es crítica de los EEUU y más todavía del FMI.

Esto concuerda con la nominación casi asegurada de José Luis Espert como cabeza de la lista de candidatos a diputados por Buenos Aires.

En este esquema, Milei parece haber renunciado al que fue uno de sus recursos electorales más fuertes en el 2023: la captación de votantes peronistas enojados con el PJ y el cristinismo.

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