Picada de noticias
Por Hernán Andrés Kruse.-
Horas aciagas
Estamos viviendo horas aciagas. Esta semana el número de contagiados y muertos por el Covid-19 atravesaron la atmósfera. La situación sanitaria es sencillamente dantesca. En la ciudad de Rosario, por ejemplo, la terapia intensiva no da abasto. Los otros días, conversando con un médico cardiólogo, me reconoció que por un tiempo queda terminantemente prohibido infartarse o tener un accidente cerebro vascular. Semejante humor negro no hace más que poner en evidencia lo complicada que está la situación.
La reacción del gobierno fue la esperada. Arrinconada por un virus que no da tregua y ante el estrepitoso fracaso del plan de vacunación jugó la última carta que le queda: encerrar a la sociedad, es decir, imponer una cuarentena estricta. Anoche, un exhausto Alberto Fernández anunció por cadena nacional un aislamiento prácticamente total a partir de la 0 hora del sábado 22 hasta las 24 horas del domingo 30. Como el lunes 24 será finalmente feriado los días laborales que se perderán serán sólo 3. Vale decir que, como si hubiéramos entrado en el túnel del tiempo, hoy estamos a fines de marzo de 2020 cuando Alberto Fernández anunció la primera cuarentena.
Aquella estrategia no dio ningún resultado positivo. La pavorosa cifra de 73000 muertos lo pone dramáticamente de manifiesto. Aquellos expertos alejados del oficialismo no se cansan de manifestar que la cuarentena por sí misma no sólo no detiene el virus sino que destroza la economía familiar y la educación. Es esencial, exclaman, testear la mayor cantidad de gente posible para aislar a los positivos y sus contactos estrechos, y vacunar cuanto antes a toda la población. El gobierno nacional no ha testeado como corresponde y su plan de vacunación ha resultado calamitoso.
Todos nos preguntamos qué fue lo que pasó con las vacunas. Porque a fines del año pasado Alberto Fernández afirmó con bombos y platillos que para mediados del año entrante la inmensa mayoría de los argentinos estarían vacunados. Lamentablemente, ello no sucedió. Sólo una minoría ha recibido la primera dosis de la Sputnik V y una ínfima minoría las dos dosis. Para colmo, nos enteramos que los amigos del poder habían sido vacunados antes de que lo fueran los miembros del personal sanitario. Cuando estalló el escándalo el presidente se limitó a despedir al impresentable de Ginés González García y reemplazarlo por la impresentable de Carla Vizzotti.
Mientras tanto, un importante sector de la sociedad continuó con sus quehaceres diarios como si nada pasara. Durante el verano las playas, por ejemplo, se colmaron de turistas quienes, codo a codo, disfrutaron del mar. El relajamiento fue total. Como las cifras de contagiados y muertos había descendido abruptamente muchos dieron por descontado el fin de la pandemia. El virus se encargó más pronto que tarde de recordarles que no era su intención abandonar este país.
A partir de abril la pandemia comenzó a arreciar nuevamente. En cuestión de días los contagios y las muertes se multiplicaron de manera exponencial. Fue entonces cuando quedó dramáticamente al descubierto el fracaso de la estrategia sanitaria que aplicó el gobierno. Desesperado y arrinconado, Alberto Fernández se aferró a su única tabla de salvación: el retorno a la cuarentena. El problema es que no estamos en marzo de 2020 sino en marzo de 2021. La gente está cansada, hastiada, harta. Pero también está con mucho miedo. Consciente de ello el Ministerio de Salud de la nación publicó en los últimos días el escalofriante incremento de los contagios y muertes. Hay quienes consideran que el gobierno manipuló deliberadamente esas cifras para justificar el retorno de la cuarentena.
Pero además el gobierno se juega su última ficha en el terreno electoral. Consciente de que el éxito en su lucha contra la pandemia determinará el veredicto de las urnas, hará todo lo que esté a su alcance para evitar que cuando el pueblo vote el virus esté lo más controlado posible. Como seguramente no conseguirá vacunar a la mayoría del pueblo se valdrá de la cuarentena como herramienta de combate. Estoy seguro de que el gobierno intentará estirar el confinamiento obligatorio todo lo que pueda. Su único límite será la paciencia del pueblo.
Un presidente atrapado en su propio laberinto
Las cifras dan miedo. Ayer (martes 18) el número de contagios ascendió a 35000 y el de muertes a 745. Hoy, miércoles 19, el de contagios ascendió a 39000 y el de muertes a 500. Desde que estalló la pandemia en nuestro país se contabilizan hasta ahora 72.300 muertos. La segunda ola de coronavirus está golpeando sin piedad. Lamentablemente, la lógica indica que el panorama empeorará en las próximas semanas.
Las cifras no mienten. El plan sanitario del gobierno nacional fracasó estrepitosamente. Duele reconocerlo, pero es la pura verdad. El año pasado el oficialismo apostó todas sus fichas a la cuarentena eterna. Como al principio todo parecía marchar sobre rieles el presidente de la nación sólo escuchó a un puñado de infectólogos amantes del encierro estricto. Las voces disidentes que clamaban por un mayor número de testeos y un amplio plan de vacunación fueron ignoradas.
Promediando el segundo semestre de 2020 quedó en evidencia el fracaso de la estrategia implementada por el presidente de la nación. Entonces decidió apostar por la vacunación de la mayor cantidad posible de argentinos. Una decisión acertada. Lamentablemente, al día de la fecha son escasos los argentinos vacunados en comparación con las promesas rimbombantes esgrimidas por Alberto Fernández cuando concluía el 2020. En ese momento prometió que para esta época serían varios millones los argentinos vacunados. Lo real y concreto es que a mediados de mayo de 2021 sólo un escaso porcentaje de la ciudadanía está vacunada. La inmunidad de rebaño ha pasado a ser, al menos por ahora, un sueño inalcanzable.
Desesperado por el avance incontenible del Covid-19 y ante el fracaso del plan de vacunación, el gobierno nacional decidió aferrarse a la única tabla de salvación disponible: el encierro total. Pero a diferencia de lo que sucedió hace un año, ahora el gobierno cuenta con serios problemas para lograr algo fundamental: que las medidas sanitarias que ordena sean obedecidas por la sociedad. La vacunación vip, las promesas incumplidas y la ausencia de vacunas atentaron contra un capital simbólico fundamental para todo presidente: la confianza, la credibilidad. Hoy casi nadie le cree a Alberto Fernández. De aquí en adelante todo lo que disponga el presidente caerá en saco roto. Sólo quedan como únicas defensas las vacunas y la responsabilidad individual.
El presidente de la nación está totalmente desorientado. En los últimos tiempos se contradice permanentemente y se lo ve desmejorado. Para colmo, la vicepresidente de la nación no lo deja en paz. No puede, por ende, causar ninguna sorpresa la abrupta caída de su imagen positiva. Creo que ha llegado el momento en que Alberto Fernández se tranquilice y haga un llamamiento a la unidad nacional. Desafortunadamente, sus últimas declaraciones no hacen más que dinamitar esa pretensión. Acaba de manifestar el presidente de la nación: “De una vez por todas, debemos entender que hay muchos cantos de sirena que hablan de la necesidad de ser libres y esa libertad a la que invocan nos lleva a los contagios y a las muertes”. “Sabemos que estamos en un tiempo difícil. Les pido que entiendan que no les mentía cuando les decía que la lucha contra la pandemia era difícil y que no había otra forma de preservarse que no sea quedándonos lo más lejos del otro. Lamentablemente el tiempo me está dando la razón. Les pido que no bajemos los brazos” (fuente: El Cronista, 19/5/021).
No opinan lo mismo algunos expertos que no forman parte del círculo áulico que rodea al primer mandatario. El encierro total por sí solo no sirve absolutamente para nada si no está acompañado por una masividad de testeros diarios y un adecuado plan de vacunación. Sin embargo, el presidente se empecina en negar cualquier tipo de responsabilidad por lo que nos está pasando en materia sanitaria. Con semejante actitud es imposible que emerjamos de la ciénaga en la que nos encontramos. ¿Tanto le cuesta a Alberto Fernández reconocer que su política sanitaria para hacer frente a la pandemia fracasó por completo? Ojalá que en las próximas horas recapacite y reconozca los errores cometidos por su administración. Sería un paso fundamental para acometer con éxito la ardua tarea que nos espera a todos para dejar atrás definitivamente esta pesadilla.
La filosofía política del cristinismo
Para Cristina Kirchner, su hijo Máximo y los referentes políticos de La Cámpora la política no es más que la relación amigo-enemigo inmortalizada por el filósofo político Carl Schmitt en su libro La esencia de lo político. Para existir como fuerza política el cristinismo necesita sí o sí tener enfrente a un enemigo. Si no existe lo crea. Lo único que le importa es que exista una bestia negra a la que culpar de todas las desgracias habidas y por haber. Para la fuerza política creada por Néstor Kirchner la política es una épica, una aventura hercúlea cuyo objetivo es vencer al enemigo que amenaza su existencia.
La filosofía política del kirchnerismo, claramente contraria a los valores de la Constitución nacional, ha quedado de manifiesto por enésima vez a raíz de su decisión de expulsar del cargo al doctor Eduardo Casal y de prohibir durante un mes las exportaciones de carne. Vayamos por partes.
Para el cristinismo el jefe de los fiscales es un enemigo, es un emblema de la corporación judicial que está en ese lugar de privilegio con el único objetivo de empujar a Cristina a la cárcel. Como el asunto no es tan sencillo de llevar a la práctica el oficialismo decidió hace tiempo impulsar una flexibilización de las condiciones para la elección del jefe de los fiscales. Su intención es suplantar los dos tercios requeridos para provocar el desplazamiento de Casal por la mayoría simple. La última palabra la tendrán los diputados nacionales. Serán ellos quienes finalmente tomarán la relevante decisión de aprobar o no el proyecto del cristinismo.
El propósito del cristinismo es obvio: reemplazar al doctor Casal por un militante camporista. Cristina y sus seguidores necesitan imperiosamente que el jefe de los fiscales sea uno de los suyos. Casal es para ellos un estorbo, una piedra en el zapato. Como puede observarse, la embestida cristinista contra el jefe de los fiscales carece de todo fundamento jurídico. La obsesión de Cristina es pulverizar aquel sector de la justicia que no es cristinista. Se trata de una nueva manifestación de la esencia de la política, de la lucha descarnada y despiadada por el poder. Para la ex presidenta, su hijo Máximo y los referentes de La Cámpora la constitución de 1853 está vetusta, quedó anclada en el tiempo. Debe, por ende, ser sustituida por otra constitución que se adecue a los nuevos tiempos, por una constitución nacional y popular.
La oposición viene desde hace tiempo acusando al oficialismo de intentar colonizar el Poder Judicial. Ello es absolutamente cierto. Pero también lo es que sus máximos referentes carecen de toda autoridad moral para efectuar semejante crítica porque mientras Macri fue presidente no dijo nada respecto a los atropellos que el Poder Ejecutivo cometió contra la independencia del Poder Judicial. Para la oposición el cristinismo es un enemigo, lo que demuestra que también se nutre de las enseñanzas del eminente Carl Schmitt.
El campo es uno de los clásicos enemigos del cristinismo. La guerra comenzó en marzo de 2008 cuando el entonces ministro de Economía Martín Lousteau dispuso un aumento de las retenciones a la soja y al girasol. Dicha medida fue el detonante de un conflicto entre Cristina y la Mesa de Enlace que puso en peligro la estabilidad institucional. La grieta que se abrió en ese momento entre el cristinismo y la oposición continúa abierta. Resulta por demás evidente que en estos momentos de desasosiego e incertidumbre el cristinismo considera que recrear aquel escenario de conflicto puede resultar beneficioso electoralmente. En las últimas horas el presidente Alberto Fernández decidió cerrar por 30 días las exportaciones de carne vacuna. La reacción de la Mesa de Enlace no se hizo esperar: hace minutos anunció un cese de comercialización de hacienda desde el jueves próximo hasta el viernes 28 del corriente mes. Es un paro por demás extenso-nueve días-que puede provocar consecuencias impredecibles a nivel político e institucional si los ánimos no se tranquilizan cuanto antes.
Otro aspecto digno de mención de este conflicto es que la decisión del gobierno nacional de cerrar las exportaciones de carne vacuna lejos está de ser una novedad. En 2006 el entonces presidente Néstor Kirchner tomó la misma decisión. Las consecuencias fueron durísimas: se cerraron más de cien frigoríficos y cerca de 12000 puestos de trabajo se cerraron. Además, hubo miles de productores ganaderos que se fundieron y el stock de hacienda entre marzo de aquel año y marzo de 211 sufrió una merma del 20% (fuente: Infobae, 18/5/021). Cabe formular una pregunta que se cae de madura: ¿por qué el cristinismo se empecina ahora en aplicar una medida que fracasó estrepitosamente durante el gobierno de Néstor Kirchner?
Me parece que el cristinismo decidió tomar una medida de esta índole porque no puede gobernar de otra forma. Está en su naturaleza pelearse con las corporaciones-y el campo es, qué duda cabe, una de las más relevantes-. Pero además, hay en esa decisión un inocultable tufillo electoralista. Evidentemente para el cristinismo es fundamental emerger de los cruciales comicios de noviembre como la primera minoría. Y para el logro de ese objetivo no le queda más remedio que fortalecer su núcleo duro. De ahí su decisión de provocar la ira del campo, un enemigo histórico. Con una Mesa de Enlace embravecida el cristinismo se encontrará a partir de ahora en su salsa, como se dice coloquialmente. Porque además, y esto es fundamental, profundizando la grieta es la única estrategia electoral que le puede garantizar una victoria en las urnas que hoy se presenta bastante complicada.
El conflicto en Medio Oriente y el soldado de la paz
El Medio Oriente es una vez más escenario del histórico conflicto entre Israel y Palestina. Desde hace unos días la organización extremista Hamas, con el apoyo de Irán, viene lanzando una lluvia de misiles contra el pueblo israelí. A raíz de ello el gobierno israelí ordenó una dura represalia sobre el territorio palestino. La televisión internacional viene captando escenas dantescas, claramente demostrativas de la ferocidad de ambos contendientes. Lamentablemente, apenas se escucharon las primeras explosiones surgieron posturas antagónicas, unas a favor de Israel y otras a favor de Hamas. Ambas, sin embargo, tienen algo en común: su profundo desprecio por la paz.
Reconozco que se trata de una misión imposible pero sería aconsejable que tanto los partidarios del fundamentalismo israelí como los partidarios del fundamentalismo de Hamas, se tomaran un respiro y leyeran estas bellas reflexiones de Juan Bautista Alberdi que llevan por título “El soldado de la paz” (*).
“Hay un soldado más noble y bello que el de la guerra: es el soldado de la paz. Yo diría que es el único soldado digno y glorioso. Si la bella ilusión querida de todos los nobles corazones, de la paz universal y perpetua, llegase a ser una realidad, la condición del soldado sería exactamente la del soldado de la paz. Así soldado no es sinónimo de guerrero. Los mismos romanos dividían la milicia en togada y armada. No es mi pensamiento que todo soldado se convierta en abogado; sino que el soldado no tenga más misión ni oficio que defender la paz. La misma guerra actual, para excusar su carácter feroz, protesta que su objeto es la paz. El soldado necesitaría de su espada para defender la neutralidad de su país, es decir que el suelo sagrado en que ha nacido no sea manchado con sangre humana, ni profanado con el más desmedido o inconmensurable de los crímenes. El día que dos pueblos que se dan el placer de entre destruirse, como dos bestias feroces, no encuentren sino malas caras y desprecio por todas partes entre el mundo honesto que los observa escandalizado, la guerra perderá su carácter escénico y vanidoso, que es uno de sus grandes estímulos. Como la sociedad civil se arma sólo por defenderse del asesino, del ladrón, del bandido doméstico, ella podría no dar otro destino a sus ejércitos, que el que tienen sus guardias civiles, municipales, campestres, nacionales, etc. La civilización política no habrá llegado a su término, sino cuando el soldado no tenga otro carácter que el de un guardia nacional de la humanidad. Los mejores ejércitos, los que han hecho más prodigios en la historia, son los que se improvisan ante los supremos peligros y se componen de la masa entera del pueblo, jóvenes y viejos, mujeres y niños, sanos y enfermos. Ante la majestad de ese ejército sagrado, la iniquidad del crimen de la guerra de agresión no tiene excusa; porque es seguro que un ejército así compuesto no será agredido jamás por otro de su misma composición. La frontera es la expresión geográfica del derecho; límite sagrado de la patria, que el pie del soldado no debe traspasar, ni para salir ni para entrar: pues el medio de que no lo viole el soldado de fuera, es que no lo quebrante el soldado de casa. El soldado debe ser el guardián de la patria, es decir de la casa, del hogar; y el mejor y más noble medio de defender el hogar sin ser sospechado de agredir con pretextos de defenderse, es no sacar el pie del suelo de la patria. Así como la presencia del malhechor en casa ajena es una presunción de su crimen, en lo civil; así todo Estado que invade a otro, debe ser presumido criminal, y tenido como tal sin ser oído por el mundo hasta que desocupe el país ajeno. Quedar en él, con cualquier pretexto, es conquistarlo. La frontera debe ser una barricada, si es verdad que toda guerra internacional tiende a ser considerada como una guerra civil. La barricada internacional es el remedio de los ejércitos internacionales, y el preservativo de las casernas y cuarteles.
La paz es una educación como la libertad y las condiciones del hombre de paz, son las mismas que las del hombre de libertad. La primera de ellas es la mansedumbre, el respeto del hombre al hombre, la buena voluntad, es decir la voluntad que cede, que transige, que perdona. No hay paz en la tierra sino para los hombres de buena voluntad. Es por eso que los pueblos más severamente cristianos, son los más pacíficos y los más libres: parque la paz, como la libertad, vive de transacciones. Disputar su derecho, era el carácter del hombre antiguo; abdicarlo en los altares de la paz con su semejante, es el sello del ‘hombre nuevo. No es cristiano, es decir no es moderno, el hombre que no sabe ceder de su derecho, ser grande, noble, generoso. No hay dos cristianismos: uno para los individuos, otro para las naciones. La nación, que no sabe ceder de su derecho en beneficio de otra nación, es incapaz de paz estable. No pertenece a la civilización moderna, es decir a la cristiandad, por su moral práctica. La ley de la antigua civilización era el derecho. Desde Jesucristo la civilización moderna tiene por regla fundamental, lo que es honesto, lo que es bueno. Ceder de su derecho internacional en provecho de otra nación, no es disminuirse, deteriorarse, empobrecerse. La grandeza del vecino, forma parte elemental e inviolable de la nuestra y la más alta economía política concuerda en este punto del modo más absoluto con las nociones de la política cristiana, quiero decir, honesta, buena, grande. Estas no son ideas místicas. La historia más real las confirma. Grecia y Roma, los países del derecho, hicieron de la guerra un sistema político; la Inglaterra, la Holanda, la América del Norte, países cristianos, son los primeros que han hecho de la paz un sistema político, una base de gobierno.
Formad el hombre de paz, si queréis ver reinar la paz entre los hombres. La paz, como la libertad, como la autoridad, como la ley y toda institución humana, vive en el hombre y no en los textos escritos. Los textos son a la ley viva, lo que los retratos a las personas: a menudo la imagen de lo que ha muerto (…) Es preciso educar las voluntades, si se quiere arraigar la paz de las naciones. La voluntad, doble fenómeno moral y físico, se educa por la moral religiosa o racional, y por afectos físicos, que obran sobre la moral. Y como no hay moral que haya subordinado la paz a la buena voluntad, tanto como la moral cristiana, se puede decir que la voluntad del hombre de paz es la voluntad del cristiano, es decir la buena voluntad. La prueba de esta verdad nos .rodea. Llamamos bueno, no al hombre meramente justo, sino al hombre honesto, es decir más que justo. Todo el cristianismo consiste, como moral, en la sustitución de la honestidad a la justicia. La justicia está armada de una espada; el derecho, es duro, como el acero; la honestidad está desarmada, y con eso sólo, su poder no reconoce resistencia: es suave y dócil como el vapor, y por eso es omnipotente como el vapor mismo, que debe todo su poder a su aptitud de contraerse: no sabe ser fuerte lo que no es capaz de compresión: ley de los dos mundos físico y moral. La buena voluntad, que es la única predestinada a la paz, es la voluntad que cede, que perdona, que abdica su derecho, cuando su derecho lastima el bienestar de su prójimo. En moral como en economía, hacer el bien del prójimo, es hacer el propio bien. Presentad la otra mejilla al que os dé un bofetón, es una hermosa e inimitable figura de expresión, que significa una verdad inmortal, a saber: ceded en vez de disputar: la paz vale todas las riquezas; la bondad vale diez veces la justicia. Cambiar el bien por el bien, es hazaña de que son capaces los tigres, las víboras, los animales más feroces. Dar flores al que nos insulta, regar el campo del que nos maldice, es cosa de que sólo es capaz el hombre, porque sólo él es capaz de imitar a Dios en ese punto. Todo el hombre moderno, el hombre de Jesucristo, consiste en que su voluntad tiene por regia, la bondad en lugar de la justicia. El que no es más que justo, es casi un hombre malo. Se pueden practicar todas las iniquidades sin sacar el pie de la justicia. Bondad, es sinónimo de favor, concesión, beneficio, y nada puede dar el hombre generoso de más caro que su derecho. La buena voluntad en que descansa la paz de hombre a hombre, es la base de la paz de Estado a Estado. La voluntad cristiana, es la ley común del hombre y del Estado que desean vivir en paz.
Pero la paz es la fusión de todas las libertades necesarias, como el colar blanco, que la simboliza, es la fusión de los colores prismáticos. Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra libertad a los hombres de buena voluntad: es una traducción de la palabra del Evangelio, que se presta a las aseveraciones de la política más alta y positiva. La paz significa el orden; pero el orden no es orden, sino cuando la libertad significa poder. Regla infalible de política: la voluntad que no está educada para la paz, no es capaz de libertad, ni de gobierno. El poder y la libertad no son dos cosas, sino una misma cosa vista bajo dos aspectos. La libertad es el poder del gobernado; y el poder, es la libertad del gobernante: es decir, que en el ciudadano el poder se llama libertad; y en el gobierno la libertad se llama facultad o poder. Pero el poder, en cuanto libertad, no se nivela y distribuye de ese modo entre el gobernante y el gobernado, sino mediante esa buena voluntad que es el resorte de la paz o del orden: de esa voluntad buena y mansa que hace al gobernante más que justo, es decir honesto, y al gobernado honesto, manso también, es decir más que justo. Así el tipo del hombre libre, es el hombre de paz, y de orden; y el tipo del hombre de paz es el hombre de buena voluntad, es decir el bueno, el manso, el paciente, el noble. Sólo en los países libres he conocido este tipo del ciudadano manso, paciente y bueno; y en los Estados Unidos, más todavía que en Inglaterra y en Suiza. En todos los países sin libertad, he notado que cada hombre es un tirano, Es lo que no quieren creer los hombres del tipo greco-romano: que el hombre de libertad, tiene más del carnero que del león, y que no es capaz de libertad sino porque es capaz de mansedumbre. Amansar al hombre, domar su voluntad animal, por decirlo así, es darle la aptitud de la libertad y de la paz, es decir del gobierno civilizado, que es el gobierno sin destrucción y sin guerra. Los cristianos del día no son guerreros sino porque todavía tienen más de romanos y de griegos, es decir de paganos, que de germanos y cristianos. La misión más bella del cristianismo no ha empezado: es la de ser el código civil de las naciones, la ley práctica de la conducta de todos los instantes. ¡Quién lo creyera! Después de 1869 años el cristianismo es un mundo de oro, de luz y de esperanza que flota sobre la cabeza de la humanidad: una especie de platonismo celeste y divino, que no acaba de convertirse en realidad. El siglo de oro de la moral cristiana no ha pasado: todo el porvenir de la humanidad pertenece a esa moral divina que hace de la voluntad honesta y buena la única senda para llegar a ser libre, fuerte, estable y feliz”.
(*) “El crimen de la guerra”.
Argentina bajo la supremacía de Cristina
El 23 de octubre de 2011 se celebraron en la Argentina las elecciones presidenciales que permitieron a la candidata del Frente para la victoria y en ese momento presidenta, Cristina Kirchner, obtener un rotundo 54% de los votos que le permitió continuar en el poder hasta diciembre de 2015. Muy lejos quedaron el socialismo, el radicalismo y el peronismo disidente. El candidato socialista, el doctor Hermes Binner, logró arañar el 17%, lo que le permitió obtener un alejado segundo lugar. A raíz de este alud de votos, el gobierno nacional recuperó el control absoluto en ambas cámaras del Congreso y Cristina se transformó en la figura máxima y excluyente de la Argentina.
Desde aquel lejano 1973, en que Juan Domingo Perón más del 60% de los votos para acceder por tercera vez a la presidencia, ningún candidato presidencial había logrado vencer como lo hizo Cristina. A mi entender, dos factores relevantes ayudan a entender por qué hay en nuestro país a partir de octubre un sistema de partidos dominante. Por un lado, la mayoría del electorado decidió extenderle a Cristina un voto de confianza por cuatro años más al frente del Poder Ejecutivo. Evaluó su primera gestión y concluyó que fueron por demás acertadas medidas tales como la Ley de Medios Audiovisuales, la reestatización de las AFJP (jubilaciones y pensiones), la ley del matrimonio igualitario y la Asignación Universal por Hijo. Hubo una notoria recuperación del empleo y en el Banco Central hay suficientes reservas como para aguantar cualquier embestida del sistema económico internacional. Por otro lado, la oposición fue incapaz de elaborar un plan alternativo de gobierno mejor que el del gobierno nacional. Para colmo, se presentaron seis candidatos que no hicieron más que fragmentar el voto opositor. De esta forme emergió un escenario claramente favorable para Cristina, quien no tuvo inconveniente alguno en darle una paliza a una oposición dominada por los egos y las ambiciones personales.
El 10 de diciembre la presidenta de la nación asumió su segundo mandato. La histórica Plaza de Mayo en Buenos aires se llenó de miles de militantes que la aclamaron. Es probable que la presidenta jamás soñara que algún día iba a ser la protagonista excluyente de semejante acontecimiento. Lamentablemente, la clásica luna de miel posterior a la asunción de cualquier presidente no se dio en esta oportunidad. La semana posterior al 10 de diciembre se llenó de rumores de todo tipo acerca de una corrida cambiaria que desembocaría inexorablemente en una devaluación de nuestra moneda. Muchos ciudadanos se asustaron y corrieron desesperados para comprar dólares. El gobierno nacional temió un golpe de mercado orquestado por aquellos sectores de la economía concentrada que no acopetaron el veredicto de las urnas. Afortunadamente, al finalizar 2011 los rumores cesaron y el gobierno nacional, que había implementado drásticas medidas para combatir la compra abusiva de dólares, logró respirar aliviado.
Pero el dólar no fue lo único que le quitó el sueño a la presidenta de la nación. La violencia reapareció nuevamente para golpear en las cercanías del gobierno nacional. Jorge Heyn, un joven economista cercano a Cristina falleció en confusas circunstancias en un hotel de la ciudad de Montevideo, mientras varios presidentes latinoamericanos participaban de una reunión. Días más tarde, cuando los argentinos todavía festejábamos el comienzo de un nuevo año, una noticia nos estremeció: Carlos Soria, gobernador de la provincia de Río Negro y político peronista de una larga trayectoria, falleció de un disparo en el rostro cuando estaba en su domicilio particular. Aun no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que sucedió, aunque todo indica que su esposa habría tenido algo que ver en ese luctuoso hecho.
Mientras los argentinos nos preocupábamos por este repentino retorno de las “muertes en extrañas circunstancias”, una noticia sacudió a la Argentina: a Cristina le habían diagnosticado un carcinoma papilar (tumor maligno) en el lado derecho de la glándula tiroides. La presidenta fue operada en el Hospital Universitario Austral por el prestigioso cirujano oncólogo Pedro Saco. La operación fue un éxito y cuando el vocero presidencial se dirigió a la población para anunciarlo, sorprendió a propios y extraños al manifestar que los estudios posteriores a la extracción de la tiroides habían demostrado que la presidenta no tenía un carcinoma papilar sino un tumor benigno. A partir de entonces los rumores se extendieron como un reguero de pólvora. ¡Hubo quienes llegaron a dudar de la enfermedad de Cristina! Lo único importante es que Cristina está curada y que en las próximas horas retomará el control del gobierno.
Cuando reasuma, se encontrará con un endurecimiento del diálogo entre Argentina y Gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas. David Cameron, primer ministro inglés, llegó a afirmar que la actitud de Argentina en torno a Malvinas era propia de un ¡país colonialista! Evidentemente, Gran Bretaña está molesta por la decisión de los gobiernos del Mercosur de prohibir la entrada a sus puertos de los buques con banderas de “Falklands”. Este año se cumplen 30 años de la recuperación militar de las Islas Malvinas por la dictadura de Galtieri y su dramático desenlace para nuestras tropas. Es probable, entonces, que tanto del lado argentino como del lado inglés se emitan mensajes que no harán más que profundizar el histórico antagonismo entre ambas naciones.
2012 será un año complicado para nosotros. El gobierno nacional deberá estar muy atento a lo que suceda con la crisis económica que está devastando al viejo continente, porque cualquier cimbronazo producido por aquélla será aprovechado por la oposición para arreciar con sus críticas a Cristina. En lo único en que están de acuerdo oficialismo y oposición será en la enérgica protesta por la actitud intransigente de David Cameron, avalada por el “Hermano Grande” del norte, incapaz de dejar en soledad a su “pariente de sangre”.
Artículo publicado en el Diario de Ciudad Victoria (Tamaulipas, México) el 30/1/012
La guerra de Malvinas
Este año se cumple el trigésimo aniversario de la guerra del Atlántico Sur. La histórica disputa entre la Argentina y Gran Bretaña por la soberanía de las Malvinas desembocó en 1982 en una guerra que enlutó a ambos países. Tanto la presidenta Cristina Kirchner como el primer ministro David Cameron han puesto en marcha una guerra dialéctica que procura, qué duda cabe, ocultar los serios problemas que aquejan en estos momentos tanto a la Argentina como a Gran Bretaña.
Resulta imposible ser objetivo al tratar la guerra de Malvinas. Las razones son por demás evidentes. En consecuencia, brindaré en esta columna mi humilde punto de vista sobre un acontecimiento excepcional que marcó un punto de inflexión en nuestra ajetreada historia contemporánea.
1982 se presentó muy complicado para la dictadura militar. En diciembre pasado se había producido un golpe palaciego que eyectó del poder al general Viola, siendo sustituido por el general Galtieri, amante de los buenos vinos y contrario a una apertura democrática. La situación económica era complicada y el descontento popular se agigantaba a diario. El 30 de marzo la histórica Plaza de Mayo fue escenario de un acto de protesta convocado por la confederación General del Trabajo. Hubo una fuerte represión policial y hubo que lamentar un muerto.
Sin embargo, cuarenta y ocho horas más tarde las calles del país se cubrieron de manifestantes que, enarbolando la celeste y blanca, dieron rienda suelta a una alegría desbordante. ¿Qué había pasado para que la bronca del 30 de marzo fuera reemplazada por el júbilo del 2 de abril? Había sucedido algo inesperado y espectacular: en la mañana del 2 de abril nos habíamos enterado que las fuerzas armadas habían desembarcado en las Malvinas y habían destituido al gobernador británico, sin necesidad de disparar un solo tiro. En los días posteriores la plaza de Mayo fue escenario de manifestaciones populares en defensa de nuestra soberanía sobre las Malvinas, mientras el general Galtieri, para congraciarse con el pueblo, se asomaba al balcón utilizado por Perón en sus históricos actos multitudinarios.
La pregunta que todos nos formulábamos era la siguiente: ¿cuál sería la reacción de Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña? Sorprendido por la decisión de Galtieri, el presidente norteamericano Ronald Reagan envió a su Secretario de Estado, Alexander Haig, para tratar de acercar posiciones. Se encontró con la intransigencia de ambos gobiernos. La guerra era inevitable. La decisión de Tathcher de hundir el crucero General Belgrano puso en evidencia la convicción de Gran Bretaña de recuperar las islas por la fuerza.
La guerra duró un mes y medio. Comenzó el 1 de mayo y culminó el 14 de junio. Pese al coraje de nuestros soldados, la superioridad de las fuerzas británicas fue un escollo imposible de superar. Finalmente, las fuerzas armadas se rindieron de manera incondicional. Aquel júbilo del 2 de abril fue reemplazado por una bronca e impotencia. La dictadura militar comenzaba a desmoronarse como un castillo de naipes.
A treinta años de aquella guerra, pueden extraerse varias conclusiones. En primer lugar, la decisión de Galtieri de recuperar las islas Malvinas gozó de un amplísimo apoyo del pueblo. Salvo honrosas excepciones, la clase dirigente la apoyó con entusiasmo. En segundo término, hubo de parte de Galtieri y de su canciller, Nicanor Costa Méndez, un grosero error de cálculo. El desembarco se produjo con el convencimiento de que Gran Bretaña no iba a reaccionar militarmente y que los Estados Unidos se mantendrían neutrales. En tercer lugar, la inmensa mayoría de los soldados que fueron a Malvinas carecían de la más elemental preparación para el combate. Fue una lucha desigual entre nuestros conscriptos y tropas profesionales. Muchos de nuestros soldados eran oriundos de las provincias del norte, muy calurosas, y de golpe tuvieron que enfrentarse con un frío demoledor. En cuarto término, fuimos engañados por los medios de comunicación. Mientras desde Argentina Televisora Color (ATC) se decía que íbamos ganando la guerra, de golpe, el 14 de junio, nos enteramos de la rendición incondicional de nuestras tropas. En quinto lugar, los soldados regresaron al país como si se hubiesen enfermado de lepra. La dictadura militar no quiso mostrarlos al pueblo, en una deleznable actitud. Finalmente, la victoria inglesa precipitó el fin de la dictadura militar.
Con el correr de los años comenzó a afirmarse que los argentinos habíamos recuperado la democracia. Nada más falso. La cruel derrota militar posibilitó el retorno a la democracia. La dictadura militar entregó el poder porque no le quedaba otra alternativa. Si hubiéramos ganado, seguramente hoy, treinta años más tarde, tendríamos a un militar en la Casa Rosada. De no haber fallecido, quizás el general Galtieri sería hoy un monarca.
La disputa de por la soberanía de las islas es hoy un punto principal de la agenda de Cristina Kirchner. A mi entender, la estrategia que está empleando es la única que no atenta contra el sentido común: obligar a Gran Bretaña, a través de las Naciones Unidas, a sentarse en la mesa de negociaciones a tratar la cuestión. Lo más probable es que durante su segunda presidencia no se produzcan novedades de importancia. Gran Bretaña no se retirará gratuitamente de una zona que, económica y estratégicamente, le es muy útil. Además, siempre hay que tener presente que detrás de los ingleses se yergue majestuosa la figura de la república imperial, cuya fuerza militar es la más poderosa del planeta. En consecuencia, no queda más remedio que ser pacientes y pensar que si alguna vez llegamos a recuperar el archipiélago será porque el imperio anglonorteamericano lo quiso.
Artículo publicado en el Diario de Ciudad Victoria (Tamaulipas, México), el 14/4/012
El peligro de una gran victoria
31/10/011
En octubre de 1983 Raúl Alfonsín obtuvo una histórica victoria sobre el justicialismo. Cerca del 52% de los electores decidieron que el candidato radical debía hacerse cargo del Poder Ejecutivo, mientras que el 40% restante prefirió a Italo Luder, candidato peronista. Seis años más tarde, Carlos Menem cosechó cerca del 50% de los votos relegando al segundo lugar a Eduardo Angeloz, candidato radical, quien obtuvo cerca del 40% de los votos. En ambas elecciones dos grandes fuerzas políticas compitieron por el poder con lo cual hicieron posible el sistema de partidos bipartidista en la Argentina, inédito hasta entonces. Hay bipartidismo cuando dos partidos políticos poseen vocación de poder y cuentan con similares posibilidades de acceder al poder. Cuando ello acontece, la alternancia es posible. Ello sucedió en 1989 cuando un peronista sucedió en el poder a un radical.
En 1995 hubo tres fuerzas que compitieron: el justicialismo, el radicalismo y el Frepaso. Carlos Menem obtuvo la reelección con el 50% de los votos, relegando a un segundo lugar a José Octavio Bordón (Frepaso), quien cosechó cerca del 30% de los votos. El radicalismo salió tercero, haciendo en aquel entonces la peor elección de su historia (17%). en esa elección se fracturó el bipartidismo, emergiendo un efímero multipartidismo compuesto por tres fuerzas políticas. En 1999 retornó el bipartidismo. La alianza obtuvo el 48% de los votos y el justicialismo, el 38%. Dos años más tarde el país estalló por los aires. La sociedad se distanció peligrosamente de la clase política al grito de “¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo”! En las elecciones de 2003 hubo la menos cinco candidatos-Carlos Menem, Néstor Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá, Elisa Carrió y Ricardo López Murphy-con chances de acceder al poder. El multipartidismo entré en escena como fiel reflejo de la crisis de 2001.
En 2007 retornó el atisbo de multipartidismo de 1995. Compitieron Cristina Kirchner, Elisa Carrió y Roberto Lavagna. Ganó Cristina con el 46% de los votos superando en más de 10 puntos a Elisa Carrió, tal como Carlos Menem, lo hizo con Bordón en 1995. Cuatro años más tarde Cristina volvió a ganar, pero esta vez lo hizo de manera contundente. Sacó el 54% de los votos, relegando a un lejano segundo lugar a Hermes Binner, quien apenas cosechó el 17% de los votos. Más lejos aún quedaron Ricardo Alfonsín, Alberto Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Jorge Altamira y Elisa Carrió. En esta elección ningún candidato de la oposición tuvo chance alguna de competir seriamente con Cristina por el poder. La diferencia de 37 puntos entre Cristina y Binner no hace más que ponerlo en evidencia. Y cuando ello acontece, emerge el sistema de partidos dominante.
El sistema de partidos dominante se caracteriza fundamentalmente por la ausencia de competitividad, por el hecho de que únicamente una sola fuerza política-Cristina, en este caso-está en condiciones de acceder al, poder por el voto popular. La oposición se evapora y emerge un vacío que hace de la democracia una cáscara vacía. En efecto, el sistema de partidos dominante nada tiene que ver con la democracia, si la concebimos como un régimen político donde para acceder a la cúspide del poder debe haber al menos dos competidores con serias chances de vencer.
A partir del 23 de octubre hay en la Argentina un sistema de partidos dominante. La gran victoria de Cristina lo hizo posible. Sus méritos como presidenta y los horrores de los opositores permitieron que el sistema de partidos competitivo fuera sustituido por otro no competitivo, como lo es el sistema de partido dominante. Cuando ello acontece el funcionamiento del sistema político depende de la personalidad de quien ejerce la primera magistratura. Si el dueño de los votos es tolerante con los disidentes, si considera lógico y natural el pluralismo ideológico, si está convencido de que sin oposición la democracia es inviable, entonces la democracia no corre, en principio, peligro. Pero si está imbuido de una personalidad autoritaria, si le parece lógico y natural la uniformidad ideológica, si cree que su verdad es absoluta, que su ideología no admite crítica alguna, entonces la democracia comienza a resquebrajarse.
A mi entender, hasta el momento la presidenta de la nación no ha demostrado poseer una personalidad autoritaria. En sus cuatro años de gestión ha demostrado ser capaz sin inmutarse todo tipo de agravios a su persona y a la investidura presidencial. Los grandes diarios escribieron lo que quisieron. No hubo persecución alguna. Jamás hubo tanta libertad de prensa. Tal es así que en un conocido programa político su conductor y un ocasional invitado hablaron de la necesidad de que el vicepresidente se hiciera cargo del Poder Ejecutivo.
El poder es irresistible. Quien lo detenta siente la tentación de no abandonarlo jamás. La historia lo demuestra. La democracia constitucional surgió para controlar al gobernante y evitar, mediante elecciones periódicas, que se transforme en un autócrata. Los partidos políticos, institución fundamental de la democracia, fueron creados para reflejar el pluralismo ideológico que necesariamente se da en toda sociedad. Su alternancia en el ejercicio del poder alimenta a la democracia. Cuando emerge el partido dominante la democracia se queda sin uno de sus pilares básicos: la competitividad política. De ahí la imperiosa necesidad, cuando ello acontece, de que se produzca la recreación de la oposición.
A partir del 23 de octubre dejó de haber competitividad política en nuestro país. Pese al enorme regocijo que me provocó la fantástica victoria de la presidenta de la nación, no puede dejar de reconocer el peligro que ha surgido de ella. Hoy el régimen político argentino está en manos de Cristina. Debe sentirse exultante, tocada por la varita mágica, ya que tiene la responsabilidad histórica de hacer lo imposible por sacar al país de largos años de atraso y dogmatismo. Inteligente como es seguramente se ha percatado de que lidera una fuerza política capaz de arrasar con cuanto rival se cruce en el camino. Sólo de ella dependerá que esa fuerza funcione dentro de los carriles de la democracia.
La Argentina carece de tradición democrática. Los constituyentes de 1853 prohibieron la reelección para impedir que la experiencia de Juan Manuel de Rosas volviera a repetirse. Sin embargo, la tentación por imponer un sistema de partidos dominante siguió vigente. ¿O acaso no fueron sistemas de partidos dominantes el régimen conservador (1880-1916), el yirigoyenismo (1916-1922 y 1928-1930) y el peronismo (1946-1955)? ¿O acaso Raúl Alfonsín no soñó con el tercer movimiento histórico y Carlos Menem, con la reelección indefinida?
La supuesta oposición le entregó el poder en bandeja a la presidenta de la nación el pasado 23 de octubre. La mediocridad y la soberbia de sus máximos referentes abrieron las compuertas para que ingrese el sistema de partidos dominante. De la capacidad de la presidenta de ejercer el poder democráticamente y de la capacidad de los opositores de edificar una oposición seria y responsable, dependerá que el sistema de partidos dominante que acaba de nacer no se desarrolle y termine transformándose en un sistema de partidos hegemónico. Porque si ello acontece, los argentinos deberemos decirle adiós a la democracia republicana.
Carta de lectores publicada en El Informador Público el 31/10/011.
Un poco /mucho aburrido para el ASPO, seguí mirando y viviendo en el pasado, poco vas a lograr en el futuro