Por Hernán Andrés Kruse.-

El 12 de mayo se cumplió el trigésimo noveno aniversario del fallecimiento de una de las dirigentes políticas más lúcidas de la historia argentina. Alicia Moreau de Justo (nacida en Londres el 11 de octubre de 1885) fue una destacada figura del feminismo y del socialismo, además de ser médica. En 1902 fundó el Centro Socialista Feminista y la Unión Gremial Femenina. Junto a su padre fundó el Ateneo Popular y fue secretaria de Redacción del periódico “Humanidad Nueva”. En 1914 se recibió de médica y años más tarde se afilió al Partido Socialista. En 1932 elaboró un proyecto de ley que consagraba el sufragio femenino. Fue ferviente defensora de la Segunda República Española en plena guerra civil y una antiperonista cabal. En 1958 fue protagonista principal en la fundación del Partido Socialista Argentino y ejerció la dirección del periódico “La Vanguardia” hasta 1960. Fue una activa militante política hasta el último día de su vida (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Adriana María Valobra (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata) titulado “Recorridos, tensiones y desplazamientos en el ideario de Alicia Moreau”. Es un lúcido análisis de la trayectoria de Alicia Moreau de Justo, tanto como abanderada del feminismo como de su defensa de los principios liminares de la democracia liberal.

LA PEDAGOGÍA FEMINISTA-SOCIALISTA

“En 1919, dejó de publicarse Humanidad Nueva y, ese mismo año, Alicia viajó a Estados Unidos a dos congresos. Uno, en calidad de médica y por el cual eleva un Informe al gobierno en el que hizo especial hincapié en lo referido a la salud femenina infantil, la educación sexual y sanitaria, la protección laboral y el papel del Estado. Asimismo, asistió al Congreso Internacional de Obreras celebrado en Washington del que volverá compenetrada absolutamente con el ideal igualitarista, mudando su postura de sufragio por etapas del período anterior. Tras ese periplo, se distancia ideológicamente –aunque no políticamente– de figuras como Sara Justo que aún mantenía ciertas reservas con el carácter universal de los derechos políticos y, además, planteará algunas nociones menos diferenciales que las que podía esbozar su colega y cercana aliada en la lucha por los derechos femeninos, Elvira Rawson, más afecta a una mirada diferencial.

Vuelta de este viaje, impulsó y presidió la Unión Feminista Nacional que nucleó a distintas agrupaciones socialistas y feministas tales como el Centro Socialista Femenino y la Agrupación Socialista Femenina. Allí compartió escena con varias colaboradoras de RSI y HN como Julia García Games y Bertha de Gerchunoff. Asimismo, creará el Comité Femenino de Higiene Social cuyo objetivo es denunciar y eliminar distintas formas de “comercio de las mujeres” con fines de prostitución. Se afiliará formalmente al Partido Socialista a comienzos de la década del 20. Poco después, cuando para los estereotipos de la época, Alicia parecía destinada a convertirse en una “feminista solterona”, con sus 37 años se unió en matrimonio al fundador del Partido Socialista Argentino, Juan B. Justo, y fue madre. A partir de 1928, conservaría su labor profesional privada para sobrellevar las vicisitudes económicas de una viuda con tres hijos pequeños.

Durante la década del 20 y el 30 encontramos el momento más rico de Alicia en la producción sobre feminismo en general y sufragismo en particular. Participa en dos revistas: Nuestra Causa (1919-1921) y Vida Femenina (1933-1942). Este corpus documental ha merecido, recientemente, una consideración particular desde la historiografía de las mujeres. En la publicación Nuestra Causa –espacio multipartidario amplio que reunía artículos sobre las temáticas de interés del feminismo de esos años particularmente vinculada a los derechos políticos y civiles así como a temáticas culturales –, Alicia muestra a lo largo de sus artículos las redes internacionales que las feministas iban conformando y, a la vez, avanza sobre el análisis de cómo es necesario modificar el medio para lograr la superación de la condición femenina, comenzando con experiencias locales –como el voto municipal– hasta llegar a otros niveles.

Nuestra Causa muestra el devenir de Moreau hacia las posturas igualitaristas de raigambre ilustrada. Asimismo, retoma las consideraciones fundamentales recogidas en el Congreso Internacional de Médicas cuyos núcleos, también fueron expuestos en la revista La Semana Médica a raíz del Informe presentado al Ministerio por Moreau. En esta década del 20, las posturas conservadoras compartían la politización de la maternidad a la que se apelaba desde el Estado y los movimientos feministas. Un discurso hegemónico sobre los roles sexuados y la división dicotómica de esferas comenzaba a resquebrajarse. Si bien en los 30 no faltaron intentos de volver la situación atrás respecto de los logros para las mujeres como sujetos de derechos, lo cierto es que había una convicción creciente sobre la necesidad de una justicia reparadora de la exclusión de las mujeres de ciertos derechos como los políticos.

En esa línea, se posicionó el primer número de la revista Vida Femenina, un emprendimiento político cultural del Partido Socialista. María Luisa Berrondo fue la directora de este emprendimiento y Alicia Moreau de Justo fue una de sus más conspicuas colaboradoras. La propuesta de Vida Femenina estaba destinada a las “mujeres inteligentes” a quienes consideraba capaces de “intervenir en política y ocuparse de los problemas cotidianos como la salud familiar, la puericultura, la mejor alimentación para los niños y otros temas pertenecientes a la vida cotidiana femenina”. En esta revista, las producciones de Alicia son variadas e incluyen artículos heterogéneos que la posicionan como educadora, médica, feminista y socialista. En todos los casos, su mirada presente es crítica respecto de la coyuntura y los procesos socio-estructurales. Asimismo, confirma la seguridad en una evolución social de la civilización y, aún ante el flagelo de la guerra, considera que será posible una mejora a través de la educación que, sin duda, deberá llegar a las mujeres.

Para entonces, además, Alicia ya había señalado la comunión de principios entre el socialismo y la defensa de la condición femenina. Por razones de espacio, no me extenderé en la obra escrita en estas revistas, sin embargo, retomaré el libro de Alicia Moreau “La mujer en la democracia”, publicado en 1945, pues resulta ser una síntesis de la labor de aquellos años. El título no es azaroso y devela que estuvo construido al calor de los tiempos. Según Marysa Navarro, este es “su último libro sobre feminismo” constituyendo a la vez “un alegato con el doble propósito de demostrar a sus compatriotas la necesidad de defender la democracia y sus principios, atacando toda forma de autoritarismo y también convencerlos de que para que la democracia fuera verdadera tenía que incluir a las mujeres”. Es una obra que podría considerarse como “bisagra” de la producción de Moreau pues amalgama la reflexión profunda y largamente realizada por esta pensadora así como las impresiones que el magmático entorno de los 40 imprimió a su pensamiento.

Precisamente, el contexto de publicación de la obra es el segundo elemento que la hace atractiva para volver sobre ella. Publicada en agosto de 1945, permite avizorar la vivencia de un momento que, sin duda, ha marcado la historia de este lado del cono sur. El golpe de Estado de 1943 se había instalado como un nuevo quiebre político y el carácter ultraconservador sobre todo en cuestiones de género, conllevó una fuerte reacción por parte de los movimientos feministas locales. La mayoría de estos movimientos feministas estaban embanderados en la oposición “democrática” contra los gobiernos de facto surgidos en 1943 y visualizado como el signo de la presencia del nazifascismo en la Argentina. Para esta oposición democrática (heterogénea y aglutinante de un amplio arco político-ideológico), el ascenso de Perón en ese gobierno no hacía más que confirmar aquellas sospechas. Especialmente, la izquierda alimentaba la idea del nazismo militar-peronista y ello la llevaba a autolegitimarse como vanguardia democrática.

A principios de 1945, la promesa de un llamado a elecciones se vio acompañada por una incipiente apertura y movilizó políticamente a la sociedad. Sin embargo, acaece un hecho inusitado: por primera vez en la historia argentina, y suficientemente discordante en el contexto de un gobierno de facto, se propone desde una dependencia estatal –dentro de la Secretaría de Trabajo y Previsión– que el voto para la mujer fuera sancionado por decreto. Ello predispuso a buena parte de las sufragistas/feministas; mientras que otro grupo –no minoritario numéricamente– apoyó la medida. Moreau, claro, estaba entre las detractoras del “sufragio desde arriba”. La movilización política encabezada en contra de Perón, promotor entre bambalinas de ese sufragio, terminó con lo que podríamos llamar un triunfo de las opositoras. Sin embargo, a la distancia, la victoria sería finalmente una amarga derrota. En efecto, si las sufragistas/feministas rechazaron el sufragio de un gobierno espurio y viciado en su origen por ser un golpe de Estado antidemocrático, poco pudieron esgrimir ante la propuesta cuando Perón ha sido electo en una de las elecciones más limpias en años.

A escasos días de aquellos convulsionados acontecimientos, Moreau publica –en 1945– “La mujer en la democracia”. La obra presenta un recorrido que se vertebra en torno a un antagonismo, esencializado y moralizado: “Democracia” / “Autoritarismo”. Para Moreau, democracia es un estilo de vida donde la clave la da el compromiso de cada ciudadano para con el sistema de gobierno: “… la democracia y la autocracia no son simplemente formas de gobierno, sino que traducen modalidades anímicas del ser humano, que son la expresión política de tipos de hombres que conviven…”. Alicia Moreau retoma aquí sus argumentaciones sobre el papel de la educación como punta de lanza para la construcción del estilo de vida democrático que logrará superar el “síntoma de inmadurez democrática”. La “alfabetización política” debía llevarla adelante la elite más educada y los educandos serían luego agentes multiplicadores. Esta preocupación era concurrente con la del Partido Socialista (PS).

En la obra, el recorrido democrático presenta una tensión entre la voluntad individual y los procesos evolutivos. Por un lado, para Moreau, la evolución democrática estaba signada por etapas jerárquicas siendo deseable alcanzar las superiores. La superioridad de la democracia del presente respecto de la del pasado encierra más que un desdén por aquello, un optimismo por lo que vendrá. Por otro lado, la democracia como campo de realización de las voluntades individuales genera el bien común. El sujeto político de la democracia moderna, idealizado en el ciudadano, no se define solo por el acto de votar sino también por su preocupación por delimitar los intereses de la vida compartida con los conciudadanos. La idea de pacto restituye a los individuos el carácter volitivo y activo y, así, la libertad individual ilustrada garantiza la pervivencia del sistema democrático e involucra la formación ética y moral claves de los procesos de socialización y de sus mediadores. Cómo acercar el feminismo a potenciales lectores no solo desprevenidos sino, además, negativos hacia lo que en el sentido común figura como un intento de subvertir las jerarquías sociales tal como se conocieron desde siempre. Cómo, en el contexto imperante, quebrar la misoginia de un gobierno que había reducido las expresiones democráticas.

A lo largo de dos capítulos, Moreau se explaya sólidamente sobre el feminismo con la contundencia de sus cuarenta años de militancia. Define que “el movimiento feminista es un movimiento social organizado con el propósito explícito de reformar la legislación, de abrir carreras, de mejorar las condiciones de trabajo y hacer desaparecer los prejuicios y las prácticas que impiden a la mujer desenvolver su vida con libertad y sin más limitaciones que las que nacen de sus naturales condiciones individuales”. La autora continuaba con una definición por negación que, a la vez, evidenciaba la maliciosa lectura que algunos realizaban de este movimiento: “No es, como equivocadamente suponen algunos, la guerra de la mujer contra el hombre, el desplazamiento de éste o la igualación contraria a la naturaleza misma”. De este modo, articula el feminismo con el movimiento general de los pueblos hacia su perfeccionamiento civilizatorio: la democracia.

A partir de esta definición, la lucha feminista es una empresa en la que es posible encontrar a varones y mujeres por el derecho de participación de la mujer. La dirigente explota la riqueza potencial del concepto de igualdad: “igual en derechos, en oportunidades, en tarea, en responsabilidad. Cuanto antes se llegue a esta igualdad –que es social, no biológica ni psíquica– antes se alcanzará un estado superior de entendimiento y armonía entre los grupos humanos”. De haber tenido derechos políticos tempranamente, las mujeres “habrían cometido errores, los mismos que ha cometido el hombre, pero juntos los hubieran rectificado y juntos hubiesen aprendido”. Existen tantos varones como mujeres poco capacitados para el ejercicio de las prácticas democráticas. Ello debido a que las diferencias no son en razón de lo biológico sino de la socialización.

Su diagnóstico de la situación femenina reconoce las limitaciones que la socialización imprime en las prácticas democráticas diferenciando varones y mujeres pero también señala lo que pueden ser las puntas del iceberg sobre las cuales edificar una democracia plena: la inserción en el mercado de trabajo y la redefinición de la maternidad a través de la educación. Desdobla la gestación, función biológica, del cuidado y educación: “lo que puede cambiar el sentido de la civilización no es pues esa fuerza que asegura la persistencia de la especie, sino la conciencia de la responsabilidad ante la vida”. Retoma sus ideas de principios de siglo cuando postulaba que la mujer no era mera reproductora y niega que la condición biológica de gestar conlleve el “instinto materno” de protección y cuidado. Varones y mujeres poseen esa conciencia de cuidado pues es socialmente adquirida y verdadera condición de la vida de la especie humana.

Apoya sus apreciaciones en una lúcida percepción de los cambios demográficos y, sin alarma ante la natalidad –la cual tenía convulsionados a los contemporáneos, anuncia un nuevo tipo de familia basado en la responsabilidad procreadora que a su vez augura interrelaciones que permitirán mayor contacto afectivo entre padres, madres e hijos. Sin embargo, tensando esas ideas, las mujeres entrarán en la democracia no a través de la ruptura de la identificación maternidad-cuidado-educación sino por su profundización: “Lejos, pues, de ser la maternidad plenamente cumplida un obstáculo para la función política, diremos que casi es su mayor razón de ser, y que tanto más alta sea la conciencia de su responsabilidad materna, más querrá la mujer poseer los medios de acción colectiva que le permitan sobrellevarla mejor”. Desde allí se construirá la nueva ciudadanía femenina revalorizando el rol cuidadora-educadora. Moreau no niega la tarea de cuidadora sino el sentido de la educación y, a la vez, también reconoce un papel al varón en esa tarea. Como señala Nari, Moreau retoma los sintagmas de las feministas que “intentaron reformular la maternidad. No cuestionaron que constituyera una “misión natural” para las mujeres; pero fundamentalmente la consideraron una “función social” y, para algunas, incluso, una “posición política”…”. Además de la incorporación laboral, las mujeres deberían, aún sin acceder al voto, incluirse en los partidos políticos, canales de expresión propios de los sistemas democráticos. La formación y la legislación –en ese orden– confluirían en el reconocimiento de la capacidad ciudadana femenina.

A diferencia de lo que postulaba en la década del 10, consideraba entonces que “el sólo hecho de votar significa para quienes no lo han hecho nunca un cambio irreversible, un paso hacia la liberación de la conciencia, la adquisición de una responsabilidad nueva”. Al perfeccionarse la vida democrática no existirá una práctica diferencial entre mujeres y varones quienes votarán y serán representantes de otras mujeres y varones indistintamente y gobernarán para lograr su bien común. Teniendo en cuenta la coyuntura local, en la que dentro del gobierno de facto se distingue la figura ascendente de Perón, la autora se pregunta cómo evitar que en Argentina vuelvan a surgir modelos como el de los golpes militares filo-nazis. La dirigente socialista rescataba en Argentina una estructura democrática que la diferenciaba de las traumáticas experiencias europeas y que sería la que presionó contra los grupos autoritarios en el poder para que desistieran del mismo. Para ella, en ese momento y en la evolución de los sistemas políticos mundiales, Argentina estaba en proceso de ascender a una etapa más democrática.

Para concurrir a la formación de la vida democrática es imperioso que se eduque a los habitantes, varones y mujeres, y a la mujer en particular pues “nadie se interesa por el ejercicio de un derecho que no tiene”. En plena algarabía ante los futuros comicios, ella alerta sobre el peligro de una democracia formal montada sobre la mera gestualidad electoral. Avanza sobre un doble problema. Uno, un problema unido al sistema político: cómo contraponerse a la conceptualización de ciudadanía y democracia articulada en discursos como el de Perón que no consideran la construcción de las mismas apoyándose en el individuo libre y autónomo que para Moreau sigue siendo el referente de ciudadanía. El otro problema está referido a la cultura política: cómo tener una práctica democrática cotidiana si la socialización de los ciudadanos y ciudadanas está basada en formas que no se corresponden. La falacia democrática se evidenciaba en la exclusión de la mujer como forma evidente y solapaba un problema más amplio, el de la educación ciudadana”.

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